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 Cuento en dos capitulos II: LA INVESTIGACION

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Tarquino
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MensajeTema: Cuento en dos capitulos II: LA INVESTIGACION   Cuento en dos capitulos II: LA INVESTIGACION Icon_minitimeSáb Mar 10, 2012 12:34 pm

Para mis siguientes vacaciones volví. El paisaje seguía siendo maravilloso, más aun de como lo recordaba. Enormes helechos, plantas semi tropicales por doquier, majestuosos árboles, arroyos y pequeñas cascadas entre las piedras. Y como siempre, reinando, la presencia del río.
Volví solo, ya de antemano tenia pensado recorrer esta parte del país sin compañía. Si bien, lo que más me interesaba en una primera intención, era justamente “vacacionar”, descansar, sacar fotos, disfrutar del lugar, cuando llegue tomé conciencia de que algo más me movilizo a estos parajes: los balseros.
Me alojé en la misma ciudad que la anterior vez, y recorrí nuevamente la misma serpenteante ruta de un ripio mejorado. Al igual que antes, me maravillé con las cuestas, el camino en caracol, los profundos barrancos, los paisajes de postal. A un costado a veces oculto por la enmarañada vegetación, otras, mostrando ese color esmeralda maravilloso: el río. Del otro lado de la ruta, las montañas, algunas con sus laderas y cumbres totalmente nevadas, otras, cubiertas por toda clase de árboles y follajes.
Después de dos horas, en automóvil, donde no me crucé con ningún ser humano, llegué a la angostura por donde se cruzaba a la única isla. El cruce se realizaba en una balsa tipo “maroma”, la cual consiste en una construcción de madera, que permite un vehículo por vez. Dos cables de acero, cruzan el ancho del río y a su vez, la balsa se amarra a estos cables. Tensando uno u otro, y utilizando la misma correntada se da el cruce. Esta maniobra, que dura aproximadamente cuarenta minutos (dependiendo del caudal), se debe realizar con el auxilio de dos hombres: los balseros.
En el lugar, el clima no es muy benigno, llueve prácticamente todo el año, y el invierno es bastante crudo. Por lo que la dirección de caminos, para los empleados, provee de una vivienda, emplazada casi al lado del muelle de partida. Es una especie de casilla, muy precaria, pero que cuenta con una estufa alimentada a leña. Estos empleados encargados de la balsa, deben cumplir un horario de seis horas diarias, para lo cual viajan desde la ciudad más próxima, en el automóvil de uno de ellos.
Estos dos hombres eran los mismos que recordaba. Callados hasta la exasperación, de rostros duros, manos grandes, si bien muy amables, muy parcos a mis comentarios o preguntas.
Me llamo la atención que no se acordaban de mí. Solo un año atrás recuerdo el comentario que me hicieron: nosotros habíamos sido los únicos en tres días. Lo mismo esta vez, cuando me cruzaron, reconocieron que en varios días, no lo habían hecho.
Había algo más que me llamaba la atención, en verdad desde el viaje anterior, y que ahora nuevamente me sorprendía: tenían dos casas distintas.
Cuando le manifesté a uno de ellos que me disponía a cruzar, se fue en busca de su compañero. Un rato más tarde apareció con el otro balsero. Y yo, curioso, sin llegar a seguirlo, comprobé que salía de otra vivienda, separada unos cien metros de la primera.
En un lugar como éste, hermoso sí, pero sin otra compañía que un par de perros, tenían dos viviendas prácticamente iguales.
¿Por qué? No tienen nada que hacer en todo el día. ¿No quieren acompañarse en semejante soledad? ¿No se necesitan aunque más no sea para discutir?
Deduje que algo tremendo pasó entre los dos, algo que debe ser imposible de perdonar. En algún momento decidieron que solo estarían juntos para las tareas obligadas, y nada más. Primero pensé, que le estaba dando demasiada importancia al hecho. Pero pronto comprendí, (o creí entender) que la cuestión era de mucha gravedad. Disimulando lo que pude mi ansiedad, les pregunté si la repartición les proveyó de dos casas. La respuesta, de uno de ellos, fue un lacónico no. El otro ni siquiera me miró.

En ese instante decidí investigar exactamente qué pasó con estos hombres.
Empecé por averiguar sus nombres y direcciones. No fue difícil, ya que sus legajos figuraban en la dependencia estatal para la cual trabajaban.
El mas joven de nombre Romualdo, casado, con tres hijos varones, el mayor de 20 años, trabajaba desde hacia 10. El de más edad, también casado, con dos hijas mujeres, la menor de 25, y hacía treinta años que trabajaba en el mismo lugar. Comprobé que sus domicilios estaban a dos cuadras una de otra, y las familias se conocían entre sí.
Con la excusa de que estaba haciendo unas investigaciones en la isla, todos los días, los obligaba a cruzarme. Tratando de no importunarlos, les daba charla, sin ningún resultado. No sólo no respondían a mis comentarios, sino que, -tal vez eran ideas mías- me pareció que más se retraían en su silencio.
Encaminé la pesquisa por otros rumbos. Cerca del hogar de estos hombres, existía un pequeño club de pueblo, con un rimbombante cartel que anunciaba “Club Social y Deportivo ATM”. ATM nunca supe qué significaba (tampoco me importaba), lo de deportivo era un modesto equipo de fútbol, que jamás gano nada. Y social, consistía en tres o cuatro borrachos acodados en el bar, más alguna partida de cartas entre vecinos.
Me tomé la costumbre de todos los días, por la tarde, después de mi incursión a la isla, pasar por este bar, tomar alguna copa de vino, y sobre todo, tratar de hacerme amigo o por lo menos compañero de charla de algún parroquiano.
Después de varios días de charlar cosas triviales, llevé la conversación a los balseros. Con enorme sorpresa, descubro que los vecinos sabían de las dos viviendas, es más, me contaron que fue el “Viejo”, el que comenzó a construir la segunda casilla. Fue la que sería su mujer la que empezó a llamarlo de esta manera. Cuando ambos tenían 18 años, ya lo llamaba cariñosamente: Viejo. Este sobrenombre le quedó, a tal punto que nadie lo conocía de otra manera.
Los parroquianos con quien charlaba, desconocían la causa de las dos viviendas. Cuando lo pensaron un poco, también ellos empezaron a preguntarse ¿Por qué? Tuvieron que reconocer que algo, muy terrible, paso entre ellos. Recordaron, que una vez que el Viejo empezó la construcción de la casilla, casi en seguida Romualdo lo asistió en las tareas. Terminaron juntos llevando una estufa nueva de la ciudad.
Les pregunté si conocían alguna pelea entre ellos, por mujeres, o tal vez por sus hijos, o sus esposas. Nada que ellos notaran. – Es que son tan callados – se justificaron.
Descarté con mis averiguaciones las posibles discusiones en cuanto a política, fútbol, o religión, para ellos eran temas secundarios, los cuales nunca podrían provocar siquiera la mínima controversia.
Obsesionado como estaba, me presenté en horas de trabajo, en el domicilio de uno de ellos –Romualdo-, y mintiendo descaradamente, le dije a la señora que era de no sé qué repartición, que quería saber, por qué su marido y el Viejo en el muelle, estaban en dos casillas separadas por cien metros. La pobre mujer muy turbada, primero enrojeció, y luego con una rabia contenida, me contestó: -¡Señor, eso no se pregunta, es algo íntimo!, cerrando con un portazo.
Mis vacaciones se terminaban, todo lo que comía me caía mal, enfermo de dudas, casi no podía dormir. Estaba desesperado. Me imaginaba mil situaciones que podían haber desencadenado el drama: una estafa, un robo entre ellos, alguna infidelidad de sus mujeres, un triángulo amoroso, hijos naturales, ¡una violación! Cualquier cosa podría haber sido. Sin embargo, ninguna de mis hipótesis daban respuesta a todos los interrogantes.
Ya al borde de la locura, con la excusa de que se terminaban mis vacaciones, me presenté a los dos hombres, con tres botellas de aguardiente, muy fuerte, para “celebrar” el termino de mis “investigaciones”. Al principio no querían aceptar beber en horas de trabajo, pero rogando bastante, dieron por terminadas sus tareas, una hora antes de lo reglamentario. Una hora y media más tarde, estaban muy borrachos, y digo estaban, pues yo me cuidé muy bien de concurrir con el estómago lleno y prácticamente no tomé. Media hora más tarde, Romualdo se quedó dormido. Aproveché para entrar en confianza con el Viejo y sacarle información.
Directamente le pregunté: -¿Qué pasa entre ustedes? ¿Por qué tienen dos casas? ¿Por qué construyeron otra?
El Viejo se empezó a reír descaradamente: -¡Es que el Romualdo tiene unos gases!

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