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 Por un momento soñamos (Capítulos del 00 - 06)

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franckpalaciosgrimaldo
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Por un momento soñamos (Capítulos del 00 - 06) Empty
MensajeTema: Por un momento soñamos (Capítulos del 00 - 06)   Por un momento soñamos (Capítulos del 00 - 06) Icon_minitimeDom Abr 05, 2020 4:07 am

Por un momento soñamos (Capítulos del 00 - 06) X3da8b18e4ee7cdd11ad3b8d1d7563debad1c560f056b931ca77bbe7288071.jpg.pagespeed.ic.CXdDiXhA_J


Capítulo 00: Un viaje
—¿Cuándo tiempo te iras, Adriana? —me preguntó Soledad, mi mejor amiga.
Hablábamos por teléfono. Me encontraba yo en el tren que me llevaba desde Catalina del este hasta Pinedo, una provincia al noreste, ahí solía pasar los veranos cuando era niña. No había visitado a mi tía desde hacía muchos años.
—Quizá unas dos o tres semanas —respondí—, no quiero estar en Catalina cuando…
—Es comprensible —me interrumpió—. Lo mejor será que te des unos días fuera de todo. Yo me encargare de las cosas aquí, estas semanas hay poco trabajo, además te mereces unas vacaciones.
—Si. Además, mi tía está en cama, sufrió una caída y aprovechare para ayudarla.
—Muy bien, preciosa. Entonces te deseo buen viaje. ¿A cuánto estas?
Miré por la ventana, miré mi reloj.
—Quizá a unas dos o tres horas. Puedo ver el lago de San Juan. Es hermoso en esta época.
—Pues bien, me llamas cuando llegues, amiga. Te quiero, saludos a la familia.
—Gracias, te veo en unas semanas.
—Besos.
Cortó y guarde el celular.
Me recosté contra la ventana observando el bello horizonte.
Eran alrededor de las diez de la mañana, había salido temprano, lo más temprano que pude conseguir. Empaque mis cosas, rápidamente, segura de que había dejado algo.
Simplemente quería alejarme de Catalina, lo más que pudiera. Había pensado en irme a Fuerola o a villa trulbo, pero no encontré nada que saliera esta mañana. Fue una casualidad que mi madre me llamara la noche anterior, quería saber cómo estaba, se enteró por alguien que mi ex se iba a casar, y supuso que lo sabría también yo.
Así es, mi ex, con quien estuve más de cinco años y con quien estuve a punto de casarme se iba a casar con una mujer con la que solo lleva un año desde que él y yo terminamos y con quien me estuvo engañando.
Puede que parezca que es una cobardía escapar, irme lejos, o al menos lo más lejos que pude pagar; pero no, es por mi bien, me conozco lo suficiente como para saber que si me quedaba más tiempo en Catalina iba a hacer alguna estupidez. Aparte de todo me costó mucho continuar mi vida luego de terminar con Andrés, lo amaba; cuando me enteré de su traición enloquecí, ni me reconozco en aquellos tiempos. Valoro mucho la presencia de Soledad, y de mi familia, mi madre, mi hermana, me dieron su apoyo y eso que me comporté como una loca en esos tiempos. Tiempos que no deseo recordar.
Me enteré por parte de una amiga en común, que inocentemente y asumiendo que estaba ya superado el tema me conto; no la culpo, siempre fue algo tonta, pero con buen corazón. Le dije que no me interesaba, pero en el fondo si me sentí muy mal. Iba a casarse, nuestro sueño en algún momento. No voy a mentir, duele aún.
Se que ha pasado un año ya, y que no debería sentirme así; pero desde que me enteré no he podido dormir, perdí el apetito y he estado rumiando los recuerdos con Andrés. Incluso pensé en llamarlo, decirle algo, pero no. Me detengo justo siempre antes de presionar llamar. Algo de orgullo tengo aún, aunque tengo tantas cosas que quisiera decirle.
Incluso cometí un error en mi trabajo, soy enfermera, me equivoqué en unos medicamentos que debí darle a un paciente; gracias a Dios Soledad estuvo ahí conmigo y se percató a tiempo, pude haber matado a alguien.
Por consejo de ella pedí vacaciones. Cuando mamá llamó para saber cómo estaba me contó también acerca de mi tía Florencia; me dijo que había tenido una caída y que estaba en cama. Es una mujer ya de años, es la hermana mayor de mi papá, es una mujer que bordea ya los sesenta y cinco años, con problemas en los huesos. Me dijo que sería buena idea que fuera a Santa Laura, me distraería, visitaría a mi tía y podría cuidarla. Tenía razón, es un lugar tranquilo, y hacía mucho que no veía a mi tía. Ella vivía sola, mis primos la mayoría estaban casados y Vivian en la ciudad, solo mi primo Daniel vivía en el pueblo, pero estaba casado y solo iba a verla algunas veces, la verdad no me dio mucha información.
Recuerdo las vacaciones en casa de mi tía; bueno, cuando era casa de la abuela. Solíamos ir en verano cuando era niña, nos quedábamos algunas semanas del verano; recuerdo que íbamos con mis primos al lago, nadábamos, pescábamos, eran buenos tiempos. Yo siempre fui la más pequeña, mi papá fue el más maduro en tener hijos, se tomó su tiempo. El más contemporáneo conmigo era justamente Daniel, él debe tener ahora unos treinta y cinco, yo cumplo veintisiete en octubre. Tengo buenos recuerdos de aquellos años, todo era más bonito. Va a ser bueno estar ahí por unas semanas. Estar en la ciudad no me hace nada bien en estos momentos.


Capítulo 01: Un pequeño pueblo.
Alrededor del mediodía llegué a Santa Laura.
La estación de trenes.
Llamé a mamá para decirle que había llegado bien. Me dijo que llamaría a mi tía, para decirle que estaba en camino. También llamé a Soledad, se preocupa.
Pensé en tomar un taxi, para llegar mas rápido, pero decidí caminar por el pueblo. Recordaba que la casa de la tía estaba pasando la plaza, unas calles al norte. La ultima ves que vine fue para el funeral de mi tío, eso ya hace unos cinco o seis, años; recuerdo que estaba aún en la universidad.
Es increíble como cuando eres una niña todo parece mucho más grande, ahora que pasaba por las calles, en dirección a la plaza, me doy cuenta que es muy pequeño este lugar. La ultima ves llegamos en auto y nos fuimos en auto, no hubo tiempo de nada, ni si quiera vi a todos mis primos.
En Santa Laura las calles son angostas, callejas, casi, no hay avenidas grandes, como en Catalina y se respira tranquilidad, no se ven tantos autos, ni tanta bulla. Las casas son pequeñas, coloridas, la gente se ve amable, no hay prisa. Es una provincia no muy alejada de Catalina, mucha de la gente de aquí trabaja en el centro, aunque recuerdo que había granjas en los alrededores. Es un lugar mayormente rural.
Llegue a la plaza en algunos minutos, de ahí fue fácil ubicarme. Recuerdo que la casa de la tía esta siguiendo la calle que esta al lado de la iglesia, en dirección norte. Calle arriba unas cuantas cuadras. La plaza siempre bulliciosa, con gente paseando, niños gritando; es el centro del pueblo de todas maneras.
Me dirigí calle arriba, precisamente cinco cuadras.
A la distancia se veía las montañas, a sus pies la espesura de los bosques de Santa Laura y el cielo celeste con enormes nubes blancas parecían un hermoso paisaje. Esto no se ve en Catalina, la ciudad.
Reconocí la casa de mi tía en pocos instantes.
Una casa de dos pisos, blanca de grandes ventanas y balcones con flores; el jardín en la entrada y la vieja reja de fierro antes del corto camino a la puerta.
Crucé la reja y me acerqué.
Toqué unas veces.
—¡¿Adriana?! —Se escuchó desde el interior, era la voz de mi tía. Provenía de la ventana del segundo piso. La cortina se movió un poco.
Retrocedí unos pasos para tratar de ver mejor.
—¡Si! Soy yo tía, ¿puedes abrir? —pregunté.
—No puedo levantarme, hija. Te pasaré la llave, espera.
Unos segundos después la cortina se movió nuevamente y vi su mano asomarse, en ella un juego de llaves. Lo lanzó con llamativa energía. Tomé las llaves antes de que cayeran al suelo y abrí la puerta.
La casa la recordaba muy bien. No había cambiado casi nada.
Avancé por el vestíbulo en dirección a las escaleras, subí por ellas al segundo piso. La voz de mi tía me guio hasta su habitación, al final del pasillo, a la derecha.
La puerta estaba abierta.


Capítulo 02: Tía
Me abrazó fuerte.
Se encontraba en su cama, sentada de espadas al respaldo y con las piernas cubiertas, se le veía mucho más envejecida de lo que recordaba, pero con la misma sonrisa amable y ojos enormes.
—¿Cómo esta tía? Mamá me contó que tuviste una caída.
—Si. Tuve un pequeño accidente, hace unas semanas. Las calles estuvieron mojadas por las lluvias y no me fijé, fue error mío. Tengo la cadera mal desde hace años y con esto que me pasó creo que termine de arruinarla.
—¿Pero estas tomando tus medicamentos? —Me acerque a la mesa donde estaban sus medicinas—. ¿Estos son?
—Si. Me están haciendo bien, ya no me duele, pero si me cuesta un poco movilizarme con facilidad. Mi doctor dice que tal vez tenga que operarme.
—Es probable. Estos medicamentos son bastante fuertes.
—Es verdad, tú eres enfermera.
La miré y le sonreí.
—Así es. Trabajo con personas mayores, así que podre ayudarte en esta situación. ¿Estas llevando alguna terapia?
—Me dijeron que trate de mover los pies. Que no me quede sentada muchas horas.
—Claro, debes moverte. Muy bien lo haremos juntas, voy a ayudarte.
—Eres muy amable. ¿Tu como estas? No he sabido mucho de ti, solo lo que tu papá me cuenta cuando llama, pero ese hombre solo sabe decir “están bien”. —Sonrió—. ¿Cómo estas, hija?
Me encogí de hombros y sonreí.
—Bien. Trabajando en el hospital central de Catalina. Tranquila. Todo va bien tía.
—¿Estás de vacaciones, hija?
—Si, pedí vacaciones unas semanas. El trabajo en el hospital es muy estresante.
—Qué pena que tengas que venir a cuidar a esta vieja.
—No. No digas eso, es un gusto visitarte y si puedo ayudarte en algo… Feliz yo de hacerlo —Le sonreí.
—Van a ser la una y treinta. ¿Has almorzado? —preguntó.
—No. Aun no.
—Menos mal. Le he dicho a Daniel que traía para ti también.
—¿Daniel? Mi primo.
—Si. Ya no puedo cocinar, así que compra comida y me trae.
—¿Vive por aquí?
—De la plaza, atrás, por la calle del ayuntamiento. ¿Recuerdas?
—Si, he visto el ayuntamiento de camino.
—¿Viniste caminando?
Asentí.
—Quería pasear.
—Es un bonito pueblo. No hay muchas cosas que hacer, pero tiene bonitos bosques, granjas, lagos, parques. Cuando eran niños les encantaba venir de vacaciones, ahora que ya todos han hecho su camino ya no vienen. Pero es normal.
—No diga eso, tía.
—Es la verdad. Los jóvenes deben hacer su camino, su vida. No siempre van a ser niños.
—¿Mis primos no vienen a verla muy seguido?
—No. Bueno, siempre llaman y no mentiré, llaman siempre y suelen venir de Catalina en navidad, con los pequeños. Se quedan unos días y se van. Es comprensible.
—Nosotros nos quedábamos unas dos o tres semanas recuerdo, tía.
—Si. Pero los tiempos cambian. Cuando tus tíos eran niños todo era menos agitado ahora la vida parece correr mas rápido.
—Eso es cierto.
—Solo Daniel se quedó en el pueblo, se casó y se fue a vivir con su esposa.
—Recuerdo que envió invitación.
—No viniste.
—No pude, tía. Tuve que quedarme de guardia toda esa semana en el hospital. Le dije a mamá que me disculpara y envié un presente. ¿Cuántos años ya está casado?
—Tres años y un poco más.
—¿Tiene hijos?
Mi tía negó con la cabeza.
—No. Es el único que no me ha dado nietos aún. Ya tiene 33, debería tener al menos unos dos pequeños. Pero trabaja mucho.
—¿Dónde trabaja?
—Se hizo cargo de la vitivinera cuando falleció su padre.
—Ah produce vinos.
—Si. fue la herencia que dejó tu tío. Ninguno de tus primos mayores tiene cabeza para ese trabajo. Al ser el mas pequeño el paso mas tiempo con su padre en la campiña, cultivando y trabajando los viñedos.
—Que bueno. La empresa sigue entonces.
—Así es, Daniel trabaja mucho ahí. Ha tenido que dejar encargados para poder estar más tiempo aquí y cuidarme. Trabaja en las mañanas y viene como a esta hora trayéndome la comida, luego de queda a acompañarme hasta las seis o siete. De ahí vuelve al trabajo; no está lejos. Alguna vez fueron todos ustedes.
—Creo que si recuerdo. Recuerdo tía, era muy grande y bonita.
—Si. Ahora está mucho más bonito. Le diré a Daniel que te lleve.
—No quiero molestar.
—No es molestia, es una empresa familiar. Además, ahora si podrás probar los vinos.
—Es cierto. Hasta hoy no he probado los vinos de la familia.
—Es mentira.
—¿Qué? —Fruncí el ceño y sonreí—. Es cierto, no he probado hasta hoy.
Mi tía sonrió.
—Cuando eran niños una vez se robaron una botella de la cocina, pensaron que era jugo o algo así y se lo tomaron. Tendrías, que… Ocho o nueve años.
Sonreí algo avergonzada.
—Te juro que no recuerdo, tía. Que vergüenza.
—Nada, eran muy pequeños, aparte fue gracioso. Menos mal nadie salió alcohólico. Aunque tu primo Eduardo… no estoy segura.
Reímos.
—¿Y tú? —me dijo—. ¿No te casas aun? ¿Hijos?
Mi rostro cambió. Traté de disimular una sonrisa. Fue muy difícil.
—No. Aun no, con mi trabajo es complicado. Ya llegara el indicado, tía. Aun estoy joven de todas maneras.
—Ya te imaginaba comprometida. Los tiempos cambian. Hoy los jóvenes optan mas por lo laboral que por lo afectivo, es bueno, pero no dejen el amor de lado, es muy bonito. Yo me case a los diecinueve con tu tío, toda una vida juntos, lo extraño aún, el siempre me amó y me cuidó… —Mientras mi tía hablaba juro que trataba de hacer fuerza para no quebrarme, que no se me escapara una lagrima, pero fue imposible.
Mi tía se dio cuenta y se detuvo.
—Ay hija, te conmoviste con la historia de amor de esta vieja.
—Si. —Respondí—. Es que es lindo lo que me cuentas, e imagino como te sentirás.
—Ay, linda —se inclinó hacia mí y me secó las lagrimas con sus manos—. Yo se que el esta donde debe estar, está cuidándome desde arriba. Era un buen hombre. Cambiemos de tema, pequeña. ¿Quieres ver donde te vas a quedar?
Asentí.
Me dijo que me quedaría en la habitación que estaba en el pasillo, al final, a la derecha del baño, era la habitación de visitas. Me dijo que fuera a dejar mis cosas, me diera un baño y que mientras esperábamos a Daniel podríamos beber un té y seguir conversando. Así mismo hice, me dirigí a la habitación y desempaque.


Capítulo 03: Daniel.
Desempaque y me di un baño, hacía un poco de calor en el pueblo.
Me puse más cómoda y ordené mi ropa en los cajones.
La puerta de la entrada sonó de repente, estaban entrando, me asomé a la puerta para escuchar. Era una voz de hombre. Subía por las escaleras.
—Mami… disculpa la demora. Es que tuve un contratiempo y en el mercado estaban con mucha gente.
Era Daniel. Solo pude verlo de espaldas cuando me asomé a la puerta, ingresó en la habitación de mi tía. No recordaba que fuera tan alto.
—Llegó tu prima, ahorita viene fue a desempacar y a ponerse cómoda. —Escuche la voz de mi tía.
—Adrianita. Llegó temprano.
—¡Adri! —Me llamó mi tía.
—¡Ya voy tía! —respondí.
—¡Ya llegó Danielito!
Estaba en pantuflas y con shorts, no sabía si era la mejor imagen que darle a mi primo después de años. Rápidamente me puse un jean y una blusa que había empacado, mis zapatillas y me peiné; mi maquillaje no se había ido con la ducha así que solo lo arreglé un poco.
Me dirigí por el pasillo, algo nerviosa, no había visto a mi primo en años y no sabia que decir o que hacer. No lo veía hace mucho, quería da runa buena impresión, oficialmente éramos casi desconocidos.
Crucé la puerta de la habitación de mi tía y ahí al lado de la cama, de pie, estaba Daniel.
—Hola. —Dije.
Mi primo se volvió sobre sus talones. No lo recordaba así. ¿Eran tan alto? ¿tan atractivo? Se encontraba parado ahí, sonriéndome. Dio unos pasos hacia mi y me alargó la mano.
—Prima… —me dijo.
—Ho… Hola…
Se acercó lentamente y me dio un beso en la mejilla.
—Años de no verte, Adrianita —me dijo sonriendo—. Estás preciosa.
Me sonrojé inmediatamente.
—Gracias. Tu te ves muy bien.
En serio se veía muy bien. No lo recordaba así. La última vez que lo vi era un flacucho de cabellos largos, sonrisa tonta. Aún mantenía esa sonrisita, pero ahora su expresión era diferente, más seria, había ganado algunos músculos y se le veía muy maduro con esa barba poco crecida y cabello hacia atrás.
—¿Por qué no van a comer a la sala en el primer piso? —sugirió mi tía—. Yo comeré viendo mi novela. Así conversan un poco ustedes dos.
Daniel volvió la mirada a su madre.
—¿De verdad no quieres que te acompañemos?
—No, hijo. Vayan y conversen. Abre un vino de los de la vitrina de abajo. Yo veré mi novela —dijo con una sonrisa.
Mi primo me miró y me sonrió.
Yo me encogí de hombros y le sonreí también.
Cogió dos bolsas de comida, que había traído y me las acercó.
—Llévalas a la cocina, prima. Iré en un instante, le serviré a mamá.
Asentí, cogí las bolsas y me dirigí al primer piso.
Serví la comida en dos platos, y los llevé al comedor.  Quería ayudar.
Daniel bajó luego de algunos minutos y me alcanzó en el comedor.
—Pusiste la mesa. Muchas gracias —me dijo sonriendo.
Le devolví la sonrisa.
—Si, quería ayudar. Me trajiste el almuerzo.
—No te preocupes, Adri. ¿No te molesta que te llame así?
—No. Ya no.
—Cuando era niña no te gustaba.
—Ya no somos niños.
Se encogió de hombros.
Rodeo la mesa del comedor.
—Dice mamá que no has probado los vinos de la familia, “Vimos Mendoza”.
—Papá tiene algunos en casa, pero no he probado. Es raro ¿verdad?
Se acercó ala vitrina que había ahí, en la esquina del comedor. Cogió dos copas y abrió una gaveta, ahí había tres botellas de vino.
—¿Dulce? ¿semiseco? ¿Blanco? —murmuró—. Creo que para ti… un semiseco.
Cogió la botella y la colocó en la mesa, al lado de los platos, dejó las copas cerca a la botella.
—¿Por qué lo dices? —pregunté sonriéndole.
—Estoy seguro que te encantará. Toma asiento.
—Gracias.
Ambos tomamos asiento, uno frente al otro en la mesa.
—Espero te guste el guisado de res. Es lo único que pude encontrar.
—Esta bien. se ve delicioso —dije cogiendo los cubiertos.
Almorzamos en silencio. Eventualmente cruzábamos miradas y sonreíamos.
—¿Como están mis tíos? —me preguntó algunos minutos más tarde.
—Bien. Están muy buen, con salud.
—¿Tu hermana?
—Estudiando. Este año termina la carrera.
—¿Arquitectura, cierto?
—Si.
—Vaya que linda profesión. La ultima ves que la vi, en mi boda, me comentó algo. Me alegra que esté estudiando y terminando. ¿Tu? ¿Cómo estás? No te veo hace mucho. Tengo celular sabes. —sonrío.
Me sentí algo avergonzada.
—Lo lamento. Es que de verdad con el trabajo y todo… a veces…
Me interrumpió.
—Tranquila, solo estoy fastidiando. Entiendo que la vida en la ciudad es mas agitada. Aparte te imaginaba casa y con hijos.
—No. No. Nada de eso. Aun no. Tu mas bien. ¿Cuándo? —sonreí.
Él comenzó a reír.
—Sabes que todos me dicen eso. No les basta con verme casado, si no hay niños no cuenta.
—Bueno… siempre es así. Igual es conmigo. ¿Cómo esta…? Disculpa me olvide el nombre de tu esposa.
—Fernanda.
—Fernanda… ¿Cómo esta ella?
—Trabajando. Es maestra en el pueblo.
—Ya veo. Le gustan los niños.
—Si. Le encantan.
Continuamos comiendo.
—¿Y qué tal la vida de casados? —le pregunté.
—No es como lo imaginas al casarte. Es una cosa totalmente diferente.
—Ya veo. ¿Ya van para los cuatro años verdad?
—Si. ¿Tu estas soltera, Adri? —me preguntó abriendo la botella de vino.
Asentí y respondí.
—Así es. Soltera.
—¿Por qué? Se que es una pregunta tonta, pero eres una mujer muy atractiva, prima. ¿Qué eres muy exigente con los galanes? —sonrió—. No digo que eso sea malo eh.
Me hizo sonrojar nuevamente.
—Tonto. No es eso —sonreí—. He estado en una relación hace poco.
—¿Ah sí? ¿hace muy poco? —Sirvió en las copas un poco de vino.
—Si. termine una relación hace un año aproximadamente.
—Ah ya hace un buen tiempo.
Asentí y terminé mi plato de comida.
—A veces pasa así. A veces es mejor estar solos —me guiñó el ojo y me acercó la copa.
—Gracias. Estaba rico. —Cogí la copa.
—La señora del mercado cocina delicioso. Ahora que mamá no puede cocinar es nuestra salvación — explicó.
Levantó su copa, yo lo seguí.
—Por… tu visita a Salta Laura, prima.
Le sonreí y chocamos las copas con suavidad.
Probé un poco del vino. Realmente era muy bueno.
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—Es realmente muy bueno, Daniel. Es muy rico.
—Gracias. Muchas gracias, nos esforzamos mucho por hacer un vino de calidad.
—Pues te felicito.
—Ve a la sala, lleva la botella. Conversemos un rato. —Se puso de pie—. Limpiare la mesa.
—Gracias. Claro, te espero en la sala.
Se había vuelto un hombre.  siempre me costó verlo como tal, a pesar de que siempre fue mayor que yo, algunos años. Siempre lo veía como mi tonto primo, el mas joven de todos. Mi primo mayor tiene 40 años, mi prima segunda 37, él y yo éramos los mas pequeños. Y siempre era con el con quien pasaba mas tiempo en las vacaciones. Tengo bonitos recuerdos, aunque algo vagos ya. Verlo después de tanto, maduro y centrado me daba gusto, pero a la vez me hacía sentir algo extraña.
Me alcanzó en la sala algunos minutos después. Tomó asiento en el mueble frente a mi y sirvió nuevamente las copas con vino.
—Listo. Perdón la demora, lavé los trastes.
—Vaya. El matrimonio si que te ha cambiado.
—¿Eh? No nada de eso. Es mamá. Siempre ha sido muy exigente con esas cosas. El matrimonio no te cambia, no necesariamente. —Levantó la copa y bebió un sorbo, hice lo mismo.
Me quedé mirándolo en silencio mientras sonreía.
—¿Pasa algo? —me preguntó sonriendo.
—No. No. —Me sonrojé nuevamente—. Es que… estas tan diferente.
—¿es que he subido de peso, es eso? —sonrió.
—No. No. Estas muy bien… Digo… —Nuevamente me sonroje.
Él se rio.
—Esta bien. Se que he cambiado. Todos hemos cambiado. Tu también. Estas muy linda. Siempre has sido linda, no me mal interpretes; pero ahora eres ya toda una mujer. De aquella chiquilla que corría por ahí haciendo buya en la casa no hay mas que esos ojos negros tan lindos.
Sonreí como una tonta.
—Gracias —le dije—. Tienes razón, los años pasan, ya no somos los mismos.
—Salud por eso.
Brindamos.
Conversamos un poco recordando viejos tiempos y anécdotas de cuando éramos pequeños. Me hizo recordar aquel tema con el vino, fue divertido recordarlo. Recordamos las ultimas vacaciones, cuando fuimos al lago a nadar, y cuando paseábamos por la plaza. Las fiestas de navidad, cuando veníamos a pasarla aquí con la abuela, cuando éramos muy pequeños.
También recordamos a mi tío, tenia yo muy buenos recuerdos de él, siempre cariñoso y muy amable con todos. Nos reímos con sus anécdotas en el instituto y en la secundaria. Le conté de mis anécdotas en la universidad, fue divertido. No paramos de reír.
Había olvidado lo divertido que era.
Bebimos la mitad de la botella sin darnos cuenta.
Miró su reloj y se levantó del mueble.
—Bueno. Ya que te quedaras aquí con mamá, creo que puedo regresar a trabajar.
Me puse de pie también.
—Claro. Yo coy a cuidarla.
Dejamos las copas sobre la mesa de centro.
Nos dirigimos al segundo piso, para que se despida de mi tía.
Se despidió de ella con un beso y le dijo que regresaría mañana para traer el almuerzo. Entonces interrumpí.
—¿Habría algún problema si cocinara yo? —pregunté.
Mi tía y Daniel me miraron.
—No, hijita —respondió mi tía—, estas de vacaciones no has venido a cocinar. Ya con que me veas es suficiente.
—Si, no es necesario, prima —agregó Daniel—. Yo traeré el almuerzo para los tres.
—Pero no es problema alguno —insistí—. A mi me gusta cocinar, además es mi forma de agradecer que me alojes aquí, tía. Déjeme ayudarte así.
Cruzaron miradas y finalmente mi tía asintió, algo avergonzada.
Acompañe a mi primo a la puerta.
—¿Entonces que tal cocina? —me preguntó deteniéndose antes de abrir la puerta. Sonreía.
—Pues muy rico —respondí sonriendo.
—Perfecto. Mañana es domingo y tendré el día entero libre. Vendré a almorzar.
—Muy bien, entonces prepararé algo delicioso.
—He pensado, prima: ¿te gustaría hacer algo mañana?
—¿Algo?
—Si. No sé. Dar unas vueltas por ahí… ir a pasear a la plaza, al bosque, al lago. Algo…—sonrió.
Sonreí también.
—Claro. Hace mucho no vengo, así podemos seguir conversando y de paso recordaré el lugar. Será divertido.
—Fantástico. Te veo mañana, prima.
Se acercó a mi y nuevamente me dio un beso en la mejilla. Sonreí. Él sonrió.
—Te veo mañana.
Abrió la puerta, cruzó el pequeño empedrado, abrió la reja y se fue por la acera. Volvió la cabeza unas veces y me sonrió. Me quedé ahí mirándolo irse, con una sonrisa tonta. Fue extraño. Fue muy muy extraño. Me había dado mucho gusto y alegría ver nuevamente a mi primo. Casi había olvidado lo muy lindo que era y lo mucho que me divertía con él. Aunque no pude evitar pensar que ahora había algo muy diferente en nosotros.
No le di importancia. Regresé a la sala y recogí las copas, guardé el vino.
Subí a seguir conversando con mi tía.
Esa noche por una extraña razón no dejé de pensar en Daniel. En verlo nuevamente.

Capítulo 04: Mi primo.
Soledad y yo hablábamos por teléfono aquella noche.
—Entonces estas tranquila, linda.
—Si. Mi tía me recibió muy bien. La casa es bonita y el lugar también, se respira tranquilidad, es verano aquí, hay un bello sol.
—Pues aquí esta lloviendo.
—Qué pena.
—Nada, a mi me gusta la lluvia, nena. Mas bien cuéntame como es eso que tomaste un vino con tu primo… —me dijo divertida—. ¿Es el que me contaste que eran muy amigos de pequeños? ¿El que te gustaba?
—Cállate, loca. Nunca dije que me gustaba —susurré—. Te dije que la pasábamos muy bien cuando niños. —Sonreí.
—Bueno, bueno… Como sea, la cuestión es que tu primo esta ahí. Cuéntame.
—No hay nada que contar, soledad. Nos bebimos unas cuantas copas y nos reímos, recordando tiempos de infancia y así…
—¿Estas sonriendo, no es así?
—¿Qué? —Era verdad.
—Estas sonriendo mientras me hablas de tu primo… —ella rio.
—Cállate… es mi primo. Aparte está casada.
—Entonces ya lo pensaste.
—No quise decir eso, soledad. Que pesada que eres, nena.
Soledad se carcajeó del otro lado del teléfono.
—Bueno —continuó—, lo importante es que estas tranquila. Y que mantengas la mente en otras cosas. Aparte pues que bueno que tu primo este por ahí, de esa manera podrás salir y divertirte.
—Eso es verdad. Mañana iremos a dar unas vueltas por ahí.
—Que bonito. Diviértanse. Nena, te tengo que colgar, ya es tarde y mañana debo madrugar. Me alegra mucho que estés tranquila; cualquier cosa por favor llámame ¿de acuerdo? Un beso.
—Gracias. Descansa.
Esa noche me dormí recordando todo lo que habíamos conversado Daniel y yo. Había sido una conversación agradable, el era muy divertido no podría dejar de repetírmelo. No estoy segura cuando me dormí, pero si recuerdo que fue pensando en él.
Estoy loca. Pero algo que dijo Soledad era verdad, desde que era pequeña, al menos cuando comencé a fijarme en los chicos, mi primo siempre me había parecido muy atractivo, claro que cuando era pequeña no sabía que sentir, y mas aun que lo veía solo en verano; recuerdo que la ultima ves que lo vi y nos despedimos sabía que no lo vería en mucho tiempo.
Me había acostumbrado a que sea ese cosquilleo en el estómago cada verano después de año nuevo. Cuando éramos niños era difícil de definir. Creo que recién ahora luego de tantos años puedo entender que efectivamente me gustaba. Pero ahora ya no importaba. O eso quiero pensar.

Capítulo 05: Un día como hace mucho.
Al día siguiente me desperté temprano para prepara el desayuno, estaba de ánimos.
Mi tía me había dicho que en el refrigerador y en la alacena había muchas cosas que había comprado para el mes, así que fue fácil preparar el desayuno.
Para cuando el agua había hervido y el se había tostado mi tía ya estaba despierta.
Desayunamos juntas, en su habitación, mientras veíamos la televisión.
Le di sus medicamentos y le ayudé con algunos estiramientos de su pierna, como le habían recomendado los médicos. Le pregunté que es lo que quería almorzar, y me dijo que no había problema con eso, que preparara lo que pudiera con lo que había en casa.
Como le había dicho a mi primo, quería preparar algo rico, y el estofado de carne era lo que mejor me salía. Por suerte encontré carne, papas y verduras en el refrigerador.
Luego de desayunar ordene un poco mi habitación y fui al mercado del pueblo por algunas cosas que necesitaría como por ejemplo arroz y algunas especias.
Para el medio día el almuerzo estaba preparado.
Daniel llegó cerca de la una de la tarde.
Subió a saludar a mi tía y me saludó a mí. Le trajo algunas cosas en una bolsa, unos biscochos, algo de leche y algunos medicamentos.
En esta ocasión también mi tía nos dejó comer en el comedor, mientras ella veía la televisión. Así que pude aprovechar para conversar un poco más con Daniel.
—Me da un poco de vergüenza almorzar solos aquí —le dije sirviendo el almuerzo.
—No. No te preocupes, si ella estuviera bien y pudiera bajar comería con nosotros. Es muy recta con las formas. Para ella es difícil tener que comer en cama. Es por eso que no le gusta que comamos sentados ahí con ella.
—Ya veo. Pero igual, me da un poco de penita.
—No, tranquila, Adri. Déjame decirte que huele delicioso.
—¿En serio? No quiero que seas condescendiente.
—No. Al contrario, suelo ser muy crítico.
—Pues vamos a ver. —Le sonreí y me dirigí a la cocina.
Serví para ambos y me senté a la mesa.
Le invité a probar y así lo hizo. No voy a negar que estaba algo nerviosa. Aunque sabia que seria incapaz de decir algo negativo.
Sus ojos lo dijeron todo.
—Vaya… —sonrió mientras masticaba—. Esto es muy rico. En serio, Adri. No es broma, no es por que seas tu. Esto esta muy, pero muy, rico. ¿Es estofado de res?
—Si. —Respondí con una sonrisa—. Creo que es lo que mejor me sale. Me alegra que te gustara.
—¿Cuánto trabajo te costó? —preguntó.
—No mucho. Solo unas horas.
—Pues te luciste. Hace mucho que no comía algo así. —Volvió a llevarse un poco más a la boca.
—¿No le falta nada? ¿Sal quizá?
Negó con la cabeza y continuó comiendo.
—Esta perfecto como está. —Me sonrió.
Hacía mucho que nadie alagaba mi comida. No soy la mejor cocinera, es verdad, algunas cosas me salen muy bien, algunas no; pero hacía mucho que nadie me decía algo así de mi comida. Recuerdo que Andrés siempre criticaba algo, si bien ya era la sal, o algo estaba mal cocido, algo estaba muy frio. Me hacia sentir que nada hacía bien. No veía esa mirada que tiene Daniel en los ojos, está disfrutándolo.
—¿Te sirvo algo de beber? —le ofrecí.
—Un poco de vino, pero blanco esta vez… va con la carne de res —sugirió.
—Ok.
—Nuevamente, Adri, esto esta riquísimo.
Me volví y le sonreí.
Terminamos de comer y bebimos unas copas de vino para acompañar el almuerzo. Se ofreció a recoger los platos y los lavó. Me dijo que reposaríamos algunos minutos y saldríamos a dar unas vueltas por el pueblo. Yo encantada. Lo esperé en la sala, mientras esperaba me volví sombre mí y cogí uno de los libros que estaba sobre el mueble tras el sofá. Me arrodille en el mueble y los revise. Al parecer eran de mi tía. La mayoría eran obras románticas de época. Se notaba que mi tía era una mujer romántica.
—¿Te gusta leer? —me preguntó Daniel acercándose a la sala.
—Si. Tengo una buena colección de libros.
—¿Trajiste alguno? —me preguntó.
—No. Lamentablemente empaque muy rápido y sabía que algo se me había olvidado: mis libros.
—Pues entonces ya se a donde iremos también. Conozco una librería muy buena que inauguró no hace mucho, tiene libros muy interesantes, yo mismo he comprado unos cuantos. Aquí donde me ves leer es una de mis aficiones. ¿No parece no? —Sonrió.
Me encogí de hombros, no supe que responder.
Balbuceé.
Luego formule una pregunta.
—¿Qué lees?
—De todo. Pero que sea interesante, si no capta mi atención en las primeras paginas no continuo. Soy muy exigente, critico, ya te dije. —Me sonrió—. Quizá me puedas recomendar alguno bueno.
—Luego de lo que dijiste ya me dio miedo.
Dejó escapar una carcajada.
Alargó su mano para tomar la mía. Sin pensar le acerqué mi mano y la tomó con suavidad, me sonrojé. Me guio de la mano para rodear el mueble y me llevó a su lado.
—¿Vamos? Demos unas vueltas por ahí.
Me soltó la mano con delicadeza. Yo sentía el calor en mi rostro. No podía entender por qué me causaba esta sensación. Quizá era porque hacía mucho que ningún hombre me tocaba la mano, o me daba esas pequeñas atenciones. Me estoy volviendo loca.
Subió y le comunicó a mi tía que iríamos a dar unas vueltas.
—¡Ya vuelvo tía! —le dije desde las escaleras.
—¡Vayan con cuidado! —respondió.
Salimos entonces.
—No traje mi auto porque creo que sería más divertido pasear, pero cuando vayamos más lejos lo traeré. —Me dijo mientras bajábamos la calle en dirección a la plaza.
—¿Mas lejos? —pregunté.
—Claro. ¿No quieres que vayamos al lago? ¿No quieres conocer la vitivinícola? Hay muchos lugares donde ir. Estarás solo dos semanas, hay que aprovecharlo. Claro, a menos que no quieras ir conmigo.
—¡No! —exclame. Nuevamente me sonrojé—. Perdón. —Sonreí tontamente—. Lo que quise decir es que no quiero que pienses así, por su puesto que quiero ir contigo. Va ser divertido.
—Eso me alegra. —Me miró con esa dulce sonrisa.
Caminamos por la vieja plaza del pueblo. Observando los árboles, las flores, la gente que paseaba también.  Me contaba acerca de su trabajo en el fabrica de vinos, me contaba acerca de sus planes de conseguir algunas maquinas nuevas, de producir más, con diferentes uvas, se notaba su emoción al hablar de su trabajo.
Me contó que desde pequeño siempre acompañó a mi tío a la fábrica y a los viñedos; que aprendió poco a poco acerca de las uvas, del mosto y de como procesarlo para hacer el vino. Yo lo escuchaba hablar con mucha atención, me parecía muy interesante.
Me preguntó acerca de mi trabajo, le conté algunas anécdotas que cualquier enfermera de emergencias con al menos unos años de experiencia tendría, y sus gestos de emoción y sorpresa me enternecían. La verdad me encantaba como pequeñas cosas que cuando quería contarle a Andrés para el eran aburridos y tontos, para Daniel eran toda una aventura. Se sentía lindo.
Me invitó un helado y caminamos por las calles alrededor.
Luego nos dirigimos a la librería de la que me habló.
Efectivamente era una muy bonita librería, había una buena variedad de libros.
Comenzamos a verlos, revisarlos, a debatir sobre nuestros autores favoritos.
—Este es uno de mis libros favoritos— le dije. Cogí una novela de Frederick Mulder, una novela épica.
—Es enorme —me dijo—. ¿De qué va?
—Es una novela de un viaje épico, de un guerreo para encontrar la forma de liberar a su princesa de una maldición. Es hermoso, me lo he leído como tres veces. Te lo recomiendo. ¿Te gusta lo romántico? ¿Las aventuras?
Lo tomó, el traía otro en sus manos. No vi bien cual en ese instante.
—No he leído muchas novelas así. Soy más de historias mas contemporáneas, como las de Edward Fichers o Barbara Rousse. ¿De verdad me lo recomiendas? —me preguntó.
—Te va a encantar.
Me sonrió y avanzó hacia la caja registradora.
—¿Dónde vas? —le dije.
—Pues si me lo recomiendas no tengo otra opción.
—¿Qué dices? Loco. —reí y fui tras él.
—Voy a comprarlo.
—¿En serio? ¿Y si no te gusta?
—Me va a gustar. Y a ti te va a gustar este —levantó el otro que traía en sus manos.
—Por un momento soñamos —Leí en el título del libro.
—Si. Creo que te va a gustar. Es una historia romántica, un poco triste, pero el mensaje es muy profundo.
—¿Vas a regalármelo? No, Daniel… yo puedo comprarlo —me acerque.
—No… Nada de eso, es un regalo, Adri. No aceptare un no. Es mi forma de agradecerte el delicioso almuerzo. —Sonrió.
Me hizo reír como tonta.
Pagó y salimos de la tienda.
Ya fuera sacó de la bolsa los libros. Me entregó el que había comprado para mí.
—Quiero que lo leas —me dijo—, no tiene que ser ahora o mañana. Solo quiero que lo leas y cuando lo acabes me digas que tal. Yo haré lo mismo con este. —Levantó el que le recomendé.
—Claro que lo leeré —le respondí sonriendo—. De verdad muchas gracias, Daniel.
Sonrió y colocó los libros en la bolsa, el las cargó el resto del paseo.
Seguimos dando vueltas alrededor de la plaza, había bonitos parques, piletas, calles empedradas. Sin darnos cuenta el tiempo pasó volando, las luces de la calle se encendieron. Eran alrededor de las cinco y treinta sin darnos cuenta. Nos sentamos en unas bancas bajo un enorme árbol, en una pequeña plazoleta, cerca de una farola que nos iluminó.
Conversábamos de cualquier cosa para esas alturas, risas y risas. Todo lo que decía me causaba risa, no se si era su intención o sus gestos. Pero me hacía sonreír como una tonta.
—Bueno, tengo que volver a casa —me dijo mirando su reloj.
Nos pusimos de pie.
—Es verdad. Tu esposa debe estar preguntándose donde estas. ¿No le molesta que me acompañes verdad? —le pregunté.
—No. No. No hay problema por ella no te preocupes —me sonrió—. Vamos a casa de mamá, te dejaré ahí.
—¿No prefieres ir a casa de frente? En serio tu esposa…
—No. Claro que no. ¿Cómo te voy a dejar sola aquí? Este ligar es seguro, pero igual, eres una dama. Te dejare en la puerta de la casa de tu tía. —Sonríe.
Sonreí y avanzamos juntos por una de las calles en dirección a la casa.
Me dejó en la puerta.
—¿Vendrás a almorzar mañana? —le pregunté.
—No. Mañana hay mucho que hacer, estamos en época de mayor producción; quizá el miércoles podríamos tomar un café en la tarde. Mañana vendré un rato en la noche a saludar a mamá. Por favor cuídala.
Se me aceró y me dio un beso en la mejilla y me sonrió. Sentí algo que se calentaba en mi rostro, ya estaba acostumbrándome al sonrojo.
—Hasta luego, Adri —me dijo.
—Hasta luego, Daniel.
Se fue por la acera calle abajo. Lo seguí con la mirada un instante hasta que en la curva se perdió. Luego ingresé a la casa. No podía creer la sonrisa que traía.
Subí a saludar a mi tía. Estaba leyendo.
—¿Qué tal la pasaron? —me preguntó al verme entrar a la habitación.
—Muy bonito. Daniel es muy divertido.
—¿Qué traes ahí? —preguntó viendo la bolsa que traía.
—Ah, es un libro.
Lo saque para mostrárselo. Se lo alargué.
—Que bonito. Por un momento soñamos. Suena muy interesante.
—Me lo regaló Daniel.  Dijo que me gustaría.
—Ah, a el le encanta leer. No parece ser de los que lee, ¿verdad? —sonrió mi tía.
Sonreí también.
Lo que sea de cada quien, pues era verdad. No tiene la imagen de un intelectual, pero resulta que sabe mucho de autores. Al menos algunos cuantos que son interesantes y no tan populares.
Continuó ella.
—Me alegra que se lleven bien —me devolvió el libro—, cuando eran niños siempre lo seguías a todas partes y el escapaba de ti.  Aunque al final terminaban jugando juntos. Veo que algunas cosas nunca cambian —me sonrió.
—Si. recuerdo esos tiempos.
—Él se ponía muy triste cuando te ibas de vuelta a catalina —me dijo mi tía.
—¿Ah sí? —Eso no lo sabía.
—Si. Recuerda que el era mas joven. Sigue siéndolo. Aquí en el barrio no tenia muchos amigos, solo los del colegio y la mayoría se iba a Catalina en verano, así que se quedaba solo. Cuando venían ustedes de la ciudad él estaba muy feliz.
Fue lindo escuchar eso, no lo sabía, siempre pensé que le molestaba que estuviera ahí siempre tratando de molestarlo. Las cosas que uno descubre con los años.
—Pensé que le molestaba, tía. Muchas veces no quería jugar conmigo, tenía que insistirle.
—El siempre ha sido así, le cuesta conectar con sus sentimientos. No se como logró casarse ese chico. —Sonrió.
—Debió enamorarse.
—Es cierto. ¿Ya la conociste?
—¿A su esposa?
—Si.
—No me la ha presentado.
—De vez en cuando viene a traerme fruta. De repente en estos días la verás. Suele venir en las tardes. Me llamó ayer, me dijo que, con mucho trabajo, es maestra.
—Si me contó Daniel. ¿Quieres que prepare el lonche tía? —pregunte cambiando de tema.
—Si. Gracias, hija. Un café y unas galletas y vemos la televisión juntas un rato.
—Perfecto.
Esa noche mientras estaba en mi cama cogí el libro y comencé a leerlo.
En pocas paginas me di cuenta que era una novela romántica, contaba la historia de un joven que se enamora en su niñez de una chica que conoce en un campamento, y con la cual tiene un pequeño romance de verano, pero que luego de eso se separan, pero él nunca la olvida. El libro te cuenta lo que sucede con ellos después de aquel campamento. Cuando comencé a leerlo no pude detenerme. Habré leído los primeros nueve capítulos esa noche antes de irme a dormir.
Cerré el libro y lo dejé al lado de mi cama, sobre la mesa de noche.
Solo podía pensar en mi primo. Con una estúpida sonrisita en el rostro.
No soy ciega, se lo que estaba sucediéndome. En parte se debía al hecho que luego de muchos años siento que un chico me trata como el, me mira como el, a pesar de ser mi primo; me hacia pensar en lo diferente que era Andrés, y como poco a poco fue perdiéndose aquellas miradas, aquellos gestos, aquellos cumplidos, que tampoco eran constantes.
Me estaba sintiendo como aquellos años cuando era niña. Esas ganas de pasar tiempo con él, verlo, escucharlo y pues ahora, como ya había dicho es diferente; ya no somos niños.
Me quedé dormida e incluso soñé con él.

Capítulo 06: Una esposa
El lunes salí un rato a hacer algunas compras para la casa, cociné y cuidé de mi tía. Hicimos algunos ejercicios para sus piernas y vimos televisión. Conversamos bastante. En la tarde me puse a leer y en la noche hablé con Soledad por teléfono, le conté sobre cómo me estaba sintiendo.
Me dijo que era comprensible que me sintiera así, pues hacia mucho que no estaba con un chico que me pareciera atractivo y que me tratara bien. Soy consciente de que ella tenía razón. Andrés nunca fue precisamente un caballero, era un poco egocéntrico. Pero yo siempre confiaba en que cambiaría, cometí el error de muchas mujeres.
—Me alegra que tengas otras cosas en la cabeza, se te oye mucho mejor, amiga —me dijo.
—Si, me siento tranquila, casi no pienso en…
—Te entiendo. Mejor así, ni mencionarlo, Adriana.
—No puedo dejar de leer el libro que me regaló —le dije con una sonrisita.
—Que bueno, hace mucho no leías nada, pensé que habías perdido ese gusto.
—Pues sí, he estado muy metida en el trabajo. ¿Sabes? Solo en estos días que llevo aquí me doy cuenta de lo desconectada que he estado con todo, Soledad.
—Te lo dije mil veces. Pero tu eres terca. Incrustarte en el trabajo no era una solución. Me alegra que estés dándote cuenta.
—Pues es que luego de lo que sucedió… No supe que hacer. Agradezco el apoyo que me dieron, pero la verdad es que en el fondo siempre me ha dolido. Es más, te mentiría si te digo que olvidé lo que sucedió. Creo que solo lo dejé en un roncón, cubierto de trabajo.
—Bueno… Fue tu forma de superarlo.
—No te voy a mentir aun a veces me acuerdo. Y cuando pienso que en algunos días va a casarse… —No pude continuar.
—Dilo… No te calles, amiga.
—…Pues me siento muy triste. Me imagino que esos pudimos ser nosotros. Me siento traicionada. Siento que se burló de mi y esa mujer también. ¿Por qué me hizo eso Andrés?
Una lagrima recorrió mi rostro, se me hizo difícil seguir hablando.
Soledad hizo una pausa, sabía que estaba mal.
—Adriana, ese tipo nunca te valoró realmente. Todos te lo decíamos; pero respetábamos lo que sentías por él. No quiero decirte con esto que sabíamos que pasaría eso, pero pensábamos que tarde o temprano te darías cuenta. Lo importante ahora, amiga es que te diste cuenta a tiempo que ese tipo nunca te amo realmente. ¿Te imaginas si nunca te hubieras dado cuenta? Estarías en un matrimonio falso, engañada pero casada.
—Eso sería peor.
—Exacto, nena. Anímate. Ya no pienses en ellos. Mejor aprovecha estas semanas, disfruta la vida. Aprovecha que tu primo esta dispuesto a acompañarte, me dices que con él la pasas bien ¿no?
—Muy bien —sonreí.
—Pues aprovecha, chica —rio—. Quizá pueda presentarte a algún amigo, que se yo.
Reímos.
—No, no quiero conocer a nadie por ahora.
—Verdad. Con el primo es suficiente.
Reímos nuevamente.
—Tienes que mandarme una foto para conocer al primo ah.
—Muy bien, de acuerdo. Mañana que vayamos por ese café nos tomaremos una para ti. Es muy lindo.
—Espero la pasen bien.
—Hablamos mañana, linda. Gracias por escucharme.
—Para eso estamos nena.
Ella tenia razón.
De haberme quedado con Andrés, o de no haber descubierto su infidelidad, seguro ya estaríamos casados y en un matrimonio falso. Creo que si lo veo desde esa perspectiva esa mujer me hizo un favor; pero eso no quiere decir que duela menos.
Cogí el libro que me dio Daniel, automáticamente sonreí, y comencé a leer un poco más.
Al día siguiente me desperté muy animada.
Había dormido muy bien, me sentía alegre.
Revise mi celular y había un mensaje en él.
Ayude a mi tía con sus ejercicios, regué las plantas, limpie la casa, incluso puse algo de música mientras cocinaba. Me sentía muy feliz. ¿Seria por que hoy vería a Daniel?
Luego de almorzar tocaron a la puerta.
Estaba en el primer piso, leyendo, así que fui yo a ver.
—Buenas tardes —salude abriendo la puerta.
Era una mujer muy guapa, delgada, de cabellos marrones, traía en sus manos una bolsa y me sonrió.
—Buenas tardes. Tu debes ser Adriana. Mucho gusto, soy Cecilia, la esposa de Daniel.
Sentí algo en ese instante, algo extraño. Fue raro.
—Hola… Hola ¿cómo estás?
Nos dimos un beso en la mejilla, y la hice pasar.
—¿Qué tal? Vine a visitar a mi suegra. No he podido venir en estos días. Que linda eres —me dijo.
—Gracias. Gracias, tú también eres muy guapa. —De verdad lo era.
—¿Esta despierta mi suegra? —preguntó.
—Si. Si, esta despierta. Sube.
—Gracias. Muchas gracias.
Me sonrió y subió por las escaleras.
No sabía si ir con ella. Decidí no hacerlo y regresé al mueble para seguir leyendo.
Algunos minutos después mi tía me llamó.
—Tía… —le dije entrando a la habitación.
Cecilia se encontraba sentada a los pies de la cama.
—Hija, ella es tu prima. Te la presento formalmente. Es Cecilia, esposa de Daniel.
—Si, nos presentamos abajo —le dije—. Es un gusto, prima.
—Igual mente —me respondió sonriente—. Es muy linda, tiene sus ojos, suegra.
—Si, los ojos de mi hermano, pero el y yo nos parecemos.
—No fuiste a mi boda —me dijo Cecilia sonriendo.
—No pude, prima —expliqué—. Soy enfermera, y me tocó guardia esa semana. Y no pude pedir licencia ni vacaciones. Lamenté mucho no asistir, en verdad que sí.
—No importa, se agradece la intención. Creo que nos llegó tu presente. Una bonita lampara, aun la tenemos en el cuarto.
—Que bueno que les haya gustado —sonreí.
—¿Qué tal la estas pasando aquí? No venias desde hace mucho, según sé.
—Pues la estoy pasando bien. Aprovechando para descansar, para salir un poco, leer…
—Que bueno. Quizá podamos hacer algo de chicas en estos días. ¿Cuándo te vas?
—Me quedare unas dos semanas.
—Perfecto. Podríamos ir a hacer alguna cosa juntos. Quizá podrías ir a cenar a la casa una de estas noches. A Daniel le dará gusto, se que se llevaban muy bien cuando niños.
—¿Te habló de mí? —pregunté.
—Si. Estuvimos viendo fotos hace poco. Te invitaría a casa hoy, para cenar, pero creo que ustedes tienen planes, ¿verdad? —me dijo.
Me sorprendió que supiera. Aunque no debía de sorprenderme, siendo su esposa debía estar enterada de lo que el haría antes de volver a casa.
—Si —respondí—. Me dijo que iríamos por un café. ¿No te importa?
—No. Claro que no. Es tu primo y no se ven hace mucho, seguro hay mucho que quieren conversar. Tu y yo ya saldremos en algún momento.
Asentí.
—Estaré abajo, tía, si necesitan algo solo me avisan.
—No te preocupes, prima —me dijo Cecilia—, solo vine un momento para saludar a mi suegra. Tengo algunas cosas que hacer en casa, de lo contrario me quedaría ¿verdad suegra?
Mi tía asintió sonriente.
Bajé a continuar mi lectura, de verdad me había enganchado con el libro.
Luego de unos veinte minutos aproximadamente Cecilia bajó. Se asomó por el vano que da del pasillo a la sala, cerca a las escaleras, y se despidió de mí. Yo me puse de pie y la acompañé a la salida.
—Un gusto conocerte, prima —me dijo.
—Igualmente.
—La invitación está hecha, coordinaré con Daniel para que puedas venir a casa a cenar.
—Gracias, prima. Será un gusto.
—Daniel sale hoy de trabajar alrededor de las cinco, quizá a las seis este llegando. Me lo cuidas eh —me dijo con una sonrisa.
Se despidió amablemente y se fue.
Subí donde mi tía a ver si deseaba algo.
—¿Necesitas algo tía? —pregunté asomando a la puerta.
—Si. hija por favor, ¿puedes colocar esto en el refrigerador? es algo de fruta que me trajo, Ceci. También trajo algo de queso y jamón. —Me acerqué y cogí la bolsa—. ¿Qué te pareció? ¿Te cayó bien tu prima?
—Si. Es muy amable y muy linda.
—Lo es. Tú también le caíste muy bien me dijo. Seguro se llevarán bien.
Asentí y volví al primer piso.
No me había desagradado aquella chica, la verdad parecía amable y muy buena persona, pero de algún modo no me sentía cómoda a su lado. No es que fuera mas atractiva que yo, no es que me pareciera intimidante, es solo que… No se como explicarlo, el pensar que es la esposa de mi primo era algo que no llegaba a procesar, me costaba verlo como es hoy. Creo que en el fondo seguía viéndolo como aquel chico con el que pasaba tiempo de niña en mis vacaciones. Ahora todo un hombre casado y con responsabilidades.
Algunas horas más tarde mi primo llegó tal como me dijo.
Me alegró mucho verlo.
Cuando entró me dio un beso en la mejilla y me vio con el libro en la mano.
—Veo que estas leyéndolo. Eso me alegra.
—No he podido dejar de leerlo. Creo que fácil y lo termino en unos días mas —le dije con una sonrisa.
—Pues que alegría. Es un libro muy bonito. ¿Esta depuesta mamá?
—Esta despierta.
—Bueno. La saludo y hablo un poco con ella y te llevaré por un café. ¿Qué dices? ¿Aun tienes ganas? —pregunta levantando las cejas.
—Por su puesto. Claro, Daniel. Iré a arreglarme.
Me miró de pies a cabeza y sonrió.
—¿Se puede estar más linda, primita? —sonrió. Yo me sonrojé—. Pues a ver sorpréndeme.
Solo atiné a sonreír avergonzada.
Subió al segundo piso, yo fui tras él y me dirigí a mi habitación para alistarme.


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