ACUARELAS COLONIALES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vazquez
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EL PASO del OIDOR
Acuarela Treinta y Nueve
El camino liso y centellante de la infinita Salina Grande me traía de regreso, apoyada en los hombros mullidos de Micaela. A nuestras espaldas habían quedado las imágenes hechiceras de Chuquisaca, la Ciudad de la Plata, cuya Audiencia de Charcas te mantenía cautivo en su magnetismo …Y esta vez sería por largo tiempo…
Allá …atrás nuestro… te habíamos dejado. En el oropel de tus bodas. En la gema erudita del Alto Perú. Entre sus luminosas arterias enjoyadas de faroles. Todo un mundo de exotismo te capturaba y nos apartaba.
Nos llevaban los caminos. Nos devolvían las rutas. La sierra cordobesa y tucumana clamaba por nosotros y nos aguardaba. Nosotros volvíamos, lenta, pausadamente. La sierra nos recibía y nos acunaba en su aire exquisito y perfumado. Indagaba por ti. El Crispín lloraba. Los corderos estaban mustios.
Pero yo no participaba. Estaba ausente, sobrecogida, desconocida en mis emociones. Desconocida para mí y para todos. No pensaba en ti, ni en el escenario festivos de tus alianzas. Ni en la gran fiesta lujosa chuquisaqueña de tu boda. Yo…
Pensaba en el Oidor.
Lo veía aún en sus ropas talares cabalgando con arneses de gualdrapas. La calle había enmudecido. Todos los habitantes de Charcas detuvieron su marcha mientras el Oidor avanzaba. Pie a tierra los que cabalgaban mientras él pasaba.
Al siguiente día que lo vi, el Oidor de Charcas iba a pie, escoltado por dos lictores. El homenaje era el mismo. Con igual magnitud y luciendo su soberbio atuendo. Un grupo numeroso lo escoltó a distancia hasta su morada. Su faz muda, imponente, se apoderó de mí y me cautivó en enseño a lo largo de todo el camino de mi regreso.
Me había cruzado con Aquél, en nombre neutro, como corresponde a un número de cinco que se convierte en una figura única. Era Aquél, al que obedecía el Virrey de Lima. Su juez. La autoridad que traía hasta nuestro Virreinato la voz de la Casa de Austria. La palabra Real a estas distantes tierras de las Indias Occidentales. Su sello. Su membrete. Su nombre…
Yo lo había visto y podía gritarlo ahora por todo el Tucumán. Describírselo al Crispín. Explicarle a la sierra su impacto solemne y su prestancia.
Te soñábamos flanqueando al paso del Oidor. Desmontando a su encuentro. Deteniendo tu marcha. Fascinado ante su presencia, como yo, en aquella visita altoperuana que nunca olvidaría …
¡No!... Nunca olvidaré Charcas …Y nunca me apartaré tampoco del Tucumán, de la serranía cordobesa. Y de nuestra Merced. Integra. Compleja. Compacta… Nuestra.
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