Segunda NocheAl caer la tarde para dejar paso a la quietud y la peligrosidad de la noche, nos dirigimos nuevamente con lentitud y desgano a nuestro lugar en el pasillo oculto. Otra vez, la limitada opción de posiciones y el silencio en que debíamos permanecer, hizo que la única vía de escape fuesen nuestros propios pensamientos.
Una y otra vez contemplaba con asombro y descreimiento lo absurdo de los hechos que nos habían llevado a nuestra condición presente y no sabía si llorar o reir. Presumía que Ramiro sentía lo mismo.
Nuestros crímenes, por los cuales estaban quizás en juego nuestras vidas, consistían en una serie de acciones inofensivas, derivadas de nuestra ingenua idealización juvenil para solucionar los problemas de la humanidad, pero realizadas en el peor momento histórico posible en Argentina.
Con nuestro grupo salíamos a las calles con valijas vacías, golpeando puertas en los mejores barrios de la ciudad, tratando de acopiar ropas en desuso y algunos alimentos para repartir luego en las villas de emergencia. Solicitábamos, principalmente de médicos y odontólogos jóvenes, recién recibidos, la donación de algunas horas de servicios gratuitos en las salitas de primeros auxilios de los asentamientos mas carenciados y, sobre todo, dábamos largas charlas a estas pobres personas con escasa o ninguna educación, acerca de los métodos de control de la natalidad y la necesidad de una urgente organización e instrucción. Al principio no lo sabíamos, pero para los ojos guardianes de la milicia, eramos izquierdistas subversivos, y una amenaza que debía ser identificada y eliminada con premura.
El solo pensar que en esa paranoia persecutoria habían secuestrado y quizás asesinado a tipos como el flaco Carrasco, me hacía temblar de ira e impotencia y también comprender la gravedad de nuestra propia situación. Si Carrasco había sido apresado en medio de la noche, por decenas de soldados armados hasta los dientes, como el más abominable de los criminales, entonces nosotros no teníamos otra esperanza que escondernos y huir lo mas rápido y lejos posible. También, de a ratos, pensaba en mi familia y en la suerte que habrían corrido nuestros otros amigos en desgracia.
Así, en completo silencio y cada uno acompañado por sus propios fantasmas de la mente, transcurrió nuestra segunda eterna noche de encierro voluntario. Otra vez trabajosamente, al filtrarse la primera luz del amanecer, nos deslizamos desde el odioso pasillo hacia las mantas extendidas en el piso de cemento, que después de tantas horas de inmobilidad, nos parecían desproporcionadamente cómodas e invitantes.
A media mañana apareció nuevamente Emilse con su bandeja de alimentos y una marcada preocupación en el rostro. Nos contó en voz muy baja que el vecino de la casa lindera era un viejo de carácter hosco, simpatizante del régimen militar, a quien la jubilación y la viudez se habían unido para amargarle un poco más la existencia. Este, se había auto impuesto la función de sentinela del barrio y tenía como principal pasatiempo espiar a todo el mundo, a toda hora, por las hendijas de la ventana de su dormitorio que daba a la calle. Esa mañana en el almacén, le había estado preguntando a Emilse por el motivo del repentino aumento en la cantidad de alimentos que llevaba desde hacía dos días y por los cigarrilos sueltos que había estado comprando en el kiosko. Desde cuando se le había dado por fumar?
Emilse, forzando una sonrisa cómplice de admisión, le mintió al viejo contándole a modo de confidencia, que esperaba la visita de unos jóvenes sobrinos de Montevideo en cualquier momento y que estaba haciendo los preparativos necesarios para recibirlos. Sabía que esto no lograría engañar al viejo chismoso por más de uno o dos días, pero deseaba zafar de su inoportuna curiosidad y comprar algo de tiempo.
Decidimos entre todos que lo mejor era movernos de allí a la mañana siguiente, cerca del mediodía, cuando menos gente había en las calles. Todavía no sabíamos con seguridad adonde iríamos a parar, pero teníamos un par de lugares posibles. Los contactos telefónicos estaban totalmente descartados, así que debíamos ir en persona a la casa de quien pansábamos nos podría ayudar, a rogar por un nuevo refugio temporal.
Ese día transcurrió tan tensa como lentamente. La comprensión de nuestra inseguridad y vulnerabilidad nos era apenas tolerable y lo peor era que nada podíamos hacer para modificar nuestra situación por el momento. La incertidumbre del mañana no nos dejaba descansar ni prepararnos para otra incómoda noche en vela.
