Triángulo de las Bermudas
El triángulo geográficoLe llaman el Triángulo de las Bermudas, también llamado Triángulo del Diablo,aunque su forma no es triangular. Tiene como vértices, o al menos incluye entre sus límites tres puntos relativamente fijos, en el Atlántico Occidental: el archipiélago de las Bermudas, por el Noreste. Por el Sur la isla de Puerto Rico, si bien se considera que el Triángulo llega con su influencia muchos cientos de millas más al sur. Y, al Noroeste, la península de Florida.
Sin embargo, esos límites parecen ser pulsátiles. Se extienden y se encogen alternativamente. Pero, en general, el área del Triángulo aparece delimitada por el torbellino lento y gigantesco que es la Corriente del Golfo, un río poderoso que se mueve cruzando el mar a una velocidad de alrededor de 6 kilómetros por hora. En la latitud 15 Norte confluyen las corrientes del Atlántico Sur con las del Noreste, y avanzan rodeando el Mar de los Sargazos, hacia el poniente.
Poco al Sur de Puerto Rico, una gran rama se desvía hacia el Norte, lame las costas orientales de Cuba y Florida y cobra rumbo Noreste hacia las Bermudas, reuniéndose con el curso principal que llega de la olla caliente que es el Golfo de México. Frente a las Bermudas, nuevamente se desprende un brazo de aquel río, que cobra curso Sudoeste hasta alcanzar la latitud 30 Norte. Allí se desvía al Sudeste, para recomenzar el remolino.
Dentro de esos límites, en un período de 26 años desde el término de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, hasta 1971, han desaparecido más de mil personas: se han esfumado como si un prestidigitador las hubiese escamoteado.
Más de un centenar de barcos y aviones han desaparecido en ese lapso de igual manera, en medio de una atmósfera transparente. De estas desapariciones no se ha podido recobrar ni un solo cadáver, ni un despojo, ni siquiera un fragmento de los barcos o de los aviones desaparecidos.
Por cierto, que nos estamos refiriendo únicamente a las desapariciones real y completamente inexplicables. Ha habido, además, en esa zona centenares de otros naufragios y pérdidas de aviones que podrían tener una explicación por causas naturales aunque éstas resulten alambicadas y llenas de una cantidad excesiva de “coincidencias”.
Aquí sólo nos referimos a las desapariciones que simplemente no tienen explicación posible; y que en algunas ocasiones, como en el célebre caso de la escuadrilla de cazabombarderos Avenger llamado “El vuelo 19” alcanzó ribetes alucinantes de horror y desconcierto.
Con este escándalo estalló ante el mundo la celebridad del Triángulo de las Bermudas.
El Vuelo 195 de diciembre de 1945, el estado de ánimo en la Base Aeronaval de Fort Lauderdale, próxima a Miami, Florida, era de optimismo y buen humor tanto para los instructores de pilotos de combate como para los pilotos alumnos. La guerra había concluido con la victoria absoluta de los Aliados. Los Estados Unidos habían ratificado su condición de primera potencia absoluta en el planeta, y la sombra de la guerra parecía haberse disipado en un cielo tan puro como el que se abría ante sus cabezas: azul transparente, con escasa nubosidad. Una temperatura de 18 grados Celsius soportaba muy bien la brisa liviana del Sudeste cuya velocidad no sobrepasaba los 10 nudos. La visibilidad era excelente, el horizonte se marcaba con la precisión de un filo de bisturí.
A las 14:10 horas la escuadrilla despegó de acuerdo al plan de la misión: debía volar 300 Km. hacia el Este, hacer un ataque con torpedos contra un pontón blanco. Luego de una serie de maniobras de combate, una maniobra de fuga que los llevaría 75 Km. hacia el Norte. Finalmente el regreso a la base de Fort Lauderdale. El total de la misión equivalía, contando los ejercicios de combate, a unos 900 Km. de vuelo.
A las 15:15, faltando sólo 45 minutos para el término de la misión del “Vuelo 19”, cumplidas ya las tareas de combate, la Torre de Control de Fort Lauderdale esperaba la comunicación rutinaria sobre la hora de llegada de la escuadrilla. Recibieron en cambio una llamada sorprendente.
Era la voz del Teniente Charles Taylor, jefe de la escuadrilla de instrucción. Sonaba tensa, desconcertada, pero sin trazas de pánico.
Teniente: “FT-28 a Torre de Control. FT-28 a Torre de Control... Esta es una emergencia... FT-28 a Torre de Control, esta es una emergencia”.
Verificando el contacto por radio, el Teniente Charles Taylor continuó:
Teniente: “...Parece que hemos perdido el rumbo. No podemos ver tierra. Repito... no podemos ver tierra”-
Torre: “¿Cuál es su posición?”
Teniente: “No estamos seguros de nuestra posición. No podemos estar seguros acerca de dónde estamos. Parece que nos hemos extraviado...”.
Torre: “Tome el rumbo debido. Recto hacia el Oeste...”.
Teniente: “No sabemos en qué dirección esta el Oeste”.
La voz del Teniente Taylor comenzaba, paulatinamente, a dejar traslucir un enervamiento mayor.
Teniente: “Todo anda mal. Es extraño... No podemos estar seguros de ninguna dirección... Ni siquiera el Océano tiene un aspecto normal”.
La Base de Fort Lauderdale estableció por radio contacto con las demás bases de la costa sudoriental de los Estados Unidos, hasta la Base Langley, en Maryland, incluyendo la gran base de Cape Hatteras, solicitando información meteorológica o referente a cualquier fenómeno que pudiera inducir a la desorientación de los pilotos. El buen tiempo, “una tarde magnífica para volar”, cubría toda el área. Otros vuelos de instrucción se cumplían sin contratiempos, y vuelos de rutina, tanto militares como comerciales, se estaban efectuando sin novedad en zonas muy próximas a aquella donde supuestamente debía encontrarse la escuadrilla en estado de emergencia.
Mientras tanto, la frecuencia de radio destinada a emergencias se mantenía libre y abierta en forma continuada.
Dadas las distancias a las bases costeras, la escuadrilla habría debido recibir auxilio en menos de veinte minutos. Y ciertamente que eso lo sabían muy bien, no sólo Taylor, sino cada uno de los ocho tripulantes que lo acompañaban en la misión. Sabían también que esos excelentes aviones podían amarizar de emergencia sin sufrir grave daño personal.
¿Por qué, entonces, ni el Teniente Charles Taylor ni ninguno de los demás pilotos transmitió el mensaje salvador?
La desorientación debe haber sido extrema. Deben haberse visto imposibilitados para establecer contacto con sus goniómetros hacia las radio-balizas de la zona, abundantes y seguras como los faros.
Lo más significativo, es que hallan fallado los compases giroscópicos. A diferencia del compás magnético, que es muy sensible a cualquier interferencia del magnetismo, el girocompás se basa en un principio inercial giroscópico, que indica hacia el Norte como la brújula, pero no al Norte magnético sino al Norte verdadero, al Norte geográfico. Y lo hace así por la sencilla razón que la tierra gira hacia el Este.
La única manera que un girocompás deje de indicar con toda exactitud hacia el Norte, sería interrumpir la energía eléctrica que lo hace girar. Y la energía eléctrica no se había interrumpido, pues los motores seguían funcionando lo mismo que el radiotransceptor.
En Fort Lauderdale la alarma cundía con la perplejidad. La recepción radial se veía cada vez más interferida por ruidos de cargas estáticas intensísimas.
Y sólo habían pasado 15 minutos desde la primera llamada del Teniente Taylor, cuya sigla, como Jefe de Vuelo, era FT-28.
A las 15:30 en Fort Lauderdale lograron recibir –y grabar, como todo el resto de las transmisiones– el mensaje de uno de los aviones hacia otro, cuyo piloto era alguien llamado Powers, pidiéndole información sobre las indicaciones de su compás. Powers le respondió.
Piloto Powers: “No sé dónde estamos... Debemos habernos perdido cuando hicimos aquel último giro”.
La voz del Teniente Taylor reapareció en medio del bullicio de la estática, tratando de comunicarse con el Capitán Stivers, instructor del Vuelo 19, pidiéndole también información a base de los girocompases de éste. La respuesta de Stivers fue tajante:
Capitán Stivers: “Los instrumentos míos están locos. El altímetro no funciona. La mira parece desenfocada... Mis dos compases han dejado de funcionar... Procuren seguirme visualmente. Estoy tratando de hallar Fort Lauderdale... Estoy seguro que nos hallamos sobre los Cayos, pero no sé a que altura...”.
Otra voz en los transceptores de radio aconsejó volar rumbo Norte, tratando de guiarse por el Sol.
La voz que le respondió puede haber sido la de Powers, que acotaba:
Piloto Powers: “Pero si nada es normal... ¡Ni el Sol es normal ahora!”
El muchacho sí denotaba ya un verdadero miedo que, no obstante, lograba someter a fuerza de disciplina.
Capitán Stivers: “Acabamos de pasar sobre una pequeña isla. No sé cuál pueda ser. No hay más tierra a la vista”.
¿Es que estaban descubriendo islas donde no las hay?... En todo caso quedaba claro que no estaban sobre los Cayos y la escuadrilla completa habíase extraviado de verdad, puesto que no distinguían tierra.
A las 16 horas, los fragmentos captados mostraban desorientación completa. Ni siquiera sabían de cuanto combustible disponían. Ignoraban la hora. Cada girocompás indicaba un Norte diferente.
Con voz muy alterada se oyó:
Capitán Stivers: “Mayday... no sabemos dónde nos hallamos. Creemos estar a unas 225 millas al Oeste de la Base. Debemos haber pasado sobre Florida y encontrarnos sobre el Golfo. Intentaremos un cambio de rumbo de 180 grados para no alejarnos en exceso”.
A partir de ese momento las transmisiones fueron debilitándose rápidamente. Algunos fragmentos deshilvanados pero inquietantemente significativos pudieron todavía captarse a intervalos:
– “Parece que estamos entrando en agua blanca... completamente perdidos, Mayday... Mayday... respondan!”
A las 16:05 se hizo contacto con un nuevo avión, un poderoso anfibio Martin-Mariner, bimotor, con 10 tripulantes, preparado para amarizar y efectuar eficientemente cualquier misión de rescate a mar abierto. El potente aparato informó que, a 1.800 metros de altura, había fuertes vientos.
Fue el último mensaje que transmitió el avión de rescate. Se había sumado a la lista de la inexplicable desaparición.
La razón y lo antinaturalSi nos extendimos bastante en los capítulos anteriores ha sido para que el lector pueda apreciar lo extremadamente irracional de la desaparición de 6 aeronaves de guerra perfectamente equipadas para la supervivencia ante desastres naturales.
Uno de los portavoces oficiales de la Comisión Investigadora formada por el Pentágono para examinar este hecho, que fue un escándalo para la Seguridad Nacional de los Estados Unidos, hubo de reconocer en conferencia de prensa:
– “Esta pérdida... se presenta como un misterio completo. Es el misterio más extraño que jamás ha investigado la Aviación Naval”.
Unos de los participantes, comandante de la Guardia Costera de la Marina de EE UU, admitió con lúgrube sinceridad:
– “¡No tenemos ni la menor idea sobre que demonios ocurre allí!”
Y no era para menos. Conociendo la ruta a seguir por la escuadrilla, el área de rebusca era relativamente limitada. Se la recorrió palmo a palmo y nada de lo encontrado pertenecía a los 6 aviones y 19 aviadores desaparecidos. Las playas fueron revisadas minuciosamente con igual resultado.
En esa región de aguas claras y tibias, entre las islas más lindas del planeta, había ocurrido lo que un indio pielroja del Norte calificó como “la medicina mala de Wendigo”, refiriéndose al demonio legendario que se roba seres humanos y trineos, llevándoselos por los aires, volviéndolos invisibles, aunque los aterrorizados testigos puedan oír todavía sus voces de espanto que extrañamente se van volviendo delirantes, como si les embargara una euforia.
Como las últimas transmisiones del Teniente Taylor, captadas en Florida y guardadas en secreto durante más de veinte años hasta ser reveladas por el periodista Artie Ford:
“¡No vengan a buscarnos!... ¡No vengan a buscarnos!... Nos están llevando... exterior...”. Y la transmisión se perdió dejando una sensación desoladora de lejanía.
Como es natural, semejante misterio y el fracaso oficial por encontrar una explicación, desencadenaron diversas reacciones. Por lo pronto, el nombre Triángulo de las Bermudas pasó a ser conocido en todo el mundo. Y, sin embargo, un año antes, ya se había producido allí otra desaparición inexplicable.
Esta desaparición tuvo algunos caracteres especiales, según la refirió el Comandante Richard Stern, quién gobernaba uno de los siete grandes bombarderos pesados que el 19 de diciembre de 1944 volaba hacia Italia. El oficial relató que, a unos 500 Km. al Oeste de las Azores, durante un vuelo nocturno con tiempo sereno y cielo despejado, su bombardero fue súbitamente atrapado por una especie de turbulencia de terrible poder, con tanta violencia que hizo que la enorme aeronave diera una voltereta, en la que la tripulación salió disparada hacia el techo. Luego fue succionado hacia abajo, y sólo acelerando al máximo los cuatro motores, Stern logró estabilizar su bombardero a punto de estrellarse en el Océano. Temiendo tener averías, optó por retornar a su base en la costa norteamericana, donde se encontró con que sólo su avión y otro que también regresó por las mismas razones, habían escapado del inexplicable fenómeno. Los otros cinco bombarderos desaparecieron sin dejar ni un rastro.
El relato del Comandante Richard Stern señala taxativamente que el misterioso fenómeno de “turbulencia” se produjo sin transición alguna del más plácido vuelo a la vorágine incontrolable, como si una mano invisible se hubiera apoderado del avión. Igualmente, en cuanto estabilizó el aparato, el fenómeno desapareció, mostrando que se producía en un área muy pequeña y desconectada del resto del aire nocturno. Enfatizó que en ningún momento hubo otro signo de mal tiempo, y que ese tipo de turbulencia no correspondía a ninguna otra que él hubiera experimentado antes o estuviera descrita en los textos de meteorología. Stern opinó que le había parecido que se trataba de algo artificial, por completo distinto de las más extrañas corrientes naturales del viento.
Esta opinión del Comandante Stern ha sido corroborada posteriormente en forma oficial por la Marina de los Estados Unidos. El Capitán S. W. Humphrey expresa:
“No se cree que exista una aberración atmosférica en esta zona, ni que haya existido en el pasado. Los vuelos de escuadrillas de aviones y los patrullajes aéreos se realizan con regularidad en esta región sin que se hayan producido incidentes”.
El Cap. Humphrey confirma perfectamente lo detectable: no hay ninguna razón atmosférica. No hay causa natural alguna. Incluso, permanentemente, centenares de aviones y embarcaciones grandes y pequeñas cruzan la zona del Triángulo sin que “ocurran incidentes”.
Los “incidentes”, cuando ocurren, son por completo antinaturales.
Continúa en Triángulo de las Bermudas - Parte II -