Es curioso ver como los nudos del destino a veces se traban aún más, o comienzan a desatarse sin razón aparente. Era a principios de Noviembre cuando a tía Amalia se le diagnosticó su enfermedad. Al principio fue una sorpresa, a lo que siguió el temor, luego la resignación, la inquebrantable fe religiosa y finalmente la determinación de ofrecer pelea hasta las últimas consecuencias. Las tías, que estaban más unidas que nunca, necesitaban de Félix como jamás lo habían hecho. Era notable como se habían reversado los roles en cuanto a la dependencia de unos a otros. La tensión de la inseguridad y la espera se habían adueñado del ambiente de la casa y él valoraba como oro los pequeños momentos en los que se encontraba con Valeria al anochecer. Eran islas en el transcurrir de los días, donde olvidaba momentáneamente todos los problemas y reafirmaba el bienestar que sentía al estar con ella.
Al final de un día particularmente duro en el que tía Amalia se había sentido bastante mal y los ánimos estaban muy decaídos, Félix, como de costumbre, fue a buscar a su novia a la salida del supermercado. Después de casi diez minutos de espera se dijo que era raro que se demorara tanto, pués las luces ya habían sido apagadas y generalmente, luego que eso sucedía, los empleados salían enseguida. Entonces la vió aparecer, muy exitada, por la puerta del costado. Se besaron y ella, sin poder contenerse, le contó la novedad. Después de varios minutos de alabanza a la forma de conducir su trabajo, sus jefes le habían ofrecido un puesto en la sucursal de la Capital. Necesitaban una nueva supervisora de cajeras, alguien de probada honestidad y experiencia, no contaminada con los chanchurrios porteños. Le ofrecían casi el doble de sueldo, entrenamiento adecuado, beneficios laborales y también referencias de alojamientos serios y económicos, ya que debía mudarse cerca de su trabajo.
Valeria, con la inercia de su entusiasmo, le explicó que ésa era la oportunidad esperada por ambos para cambiar sus vidas estancadas, para poder finalmente seguir estudiando y cumplir el anhelo de progresar, de crecer más allá de las magras posibilidades que ese pueblo tenía para ofrecer. Podían vivir juntos en forma austera, arreglarse como fuese. Seguramente Félix conseguiría un trabajo, cualquier cosa temporaria que les permitiera mantenerse y costearse los estudios. Poder finalmente avanzar en sus vidas con una meta clara a la vista.
Pero ella sabía que la cosa no era fácil. Comprendía que sus padres contaban con su ayuda para vivir y, en el caso de Félix, que la situación era aún más complicada. Pero estaba convencida que al explicarles la oportunidad que se les presentaba, lograría la aprobación de ambas familias para llevar a cabo sus planes. Siempre existía la posibilidad de ayudar desde lejos enviando dinero, una vez que estuviesen establecidos, y ni hablar después de conseguir el ansiado título universitario...
Félix la escuchó en silencio, asintiendo, pero en su interior sentía la lucha de sus muchas emociones. Demasiadas cosas y planes en tan corto rato. Demasiados cambios repentinos y nada de tiempo para digerirlos. Una vorágine de pensamientos lo apabulló, pero no quería desalentar a Valeria. No quería dar una opinión prematura de la que quizás se arrepintiese después. La beso suavemente en los labios al despedirse frente a su casa, y le propuso esperar hasta el día siguiente para dejar decantar los acontecimientos, poder evaluar todo lo hablado y analizarlo antes de tomar alguna decisión. Se despidieron con la promesa de hablar del asunto al otro día.
La tarde siguiente los encontró un poco más tensos que de costumbre. Ambos habían pasado la noche pensando en las noticias y evaluando sus posibilidades de concreción.Todavía era un secreto entre dos. Valeria, tal vez por su naturaleza optimista, estaba más convencida que nunca que era una oportunidad que no podían dejar pasar. Félix, en cierta forma, también lo estaba, pero pesaba enormemente su rol en el hogar y el hecho que ésta oportunidad se hubiese presentado en el peor momento posible. ¿Cómo podía dejar solas a las tías ahora, cuando ellas habían decidido estar junto a él en su momento más vulnerable, cambiando radicalmente sus vidas para criarlo, protegerlo y educarlo? Era algo que simplemente no podía hacer, ni siquiera podía pensar en hacer.
Intentó explicarle lo que sentía a Valeria y ella lo entendió. Pero, teniendo un gran sentido práctico, ella pensaba que de alguna otra forma podría llegar a solucionarse la situación con las tías. Esta era lisa y llanamente una oportunidad que no debían desperdiciar. Quizás única. No aprovecharla sería seguramente un error que lamentarían por el resto de sus vidas. Y no quería que eso les sucediera a ellos. Ahora eran jóvenes, ahora podían sacrificarse y pasar penurias en pos de un futuro mejor. El momento era ahora, contra viento y marea, aunque debiesen dejar atrás un pedazo muy importante de sus vidas y afectos.
A Félix lo sorprendió un poco la determinación y firmeza que Valeria mostraba en su razonamiento. No la había creído capaz de tanta fuerza de decisión. Hablaron durante horas, tratando de cubrir cada angulo de la situación, pero los hechos eran realmente bastante simples. Al despedirse, sus posturas no habían cambiado.
Viéndose superado por las emociones y los acontecimientos y sin saber que hacer, Félix optó por no hacer nada. Por dejar enfriar un poco las cosas y ver que pasaba. Se sentía impotente ante el destino e incapaz de tomar una determinación en uno u otro sentido. Secretamente rezaba para que algo cambiase y de alguna forma se facilitara un desenlace viable. Amaba profundamente a la chica, pero el sentimiento de gratitud y deber hacia sus tías tenía unas raíces muy fuertes, quizás mas fuertes de lo que él mismo creía.
A los pocos días Valeria le informó que ya no había podido dilatar más la decisión sobre la propuesta en su trabajo y que la había aceptado. Tenía poco más de tres semanas antes de mudarse a la capital y le pedía encarecidamente que fuera con ella, que se decidiese a empezar una nueva vida juntos, en la que no habría otra posibilidad que la de avanzar, sin mirar atrás.
La cuenta regresiva había empezado y eso angustiaba mucho a Félix. Los días iban transcurriendo con una pesadez espantosa y todo parecía desarrollarse con extrema lentitud, especialmente las noches calurosas y sin sueño.
La proximidad de las fiestas no influía para aligerar los ánimos y sí contribuía a alimentar una sensación de finalidad total. El fin de ese año iba a cerrar definitivamente un capítulo de sus vidas y abriría otro totalmente incierto, lleno de esperanza quizás, pero desconocido e impredecible.
Félix cumplía como podía con sus obligaciones diarias. Por las noches no lograba descansar y los quehaceres diurnos le parecían estar envueltos como en una densa bruma. Tía Amalia tenía más días malos que buenos. La realidad se imponía de a poco en la casa, y fue quedando claro que la salud de la tía se deterioraba inexorablemente. Permanentemente se hablaba en susurros y ya no se escuchaba la radio ni se miraba la televisión. El ambiente en general era muy deprimente. Félix consideraba cada vez con mayor convicción que le era totalmente imposible irse en esas circunstancias y así se lo hizo saber a Valeria.
Las fiestas transcurrieron sin pena ni gloria, meramente un trámite más que debía llevarse a cabo. Muchas cosas se confabulaban para opacar la celebración. Pasaban los días porque no quedaba otra opción . Las decisiones, quizás subconcientemente, ya habían sido tomadas y sólo quedaba esperar el momento de la separación. La jóven pareja se había decidido, a falta de nada mejor, por una solución a medias. Valeria se iría con el año viejo a instalarse en su nueva vida y tratar de ir abriendo camino, mientras Félix esperaría en el pueblo el desarollo de los acontecimientos, con la esperanaza de poder unirse a ella en un futuro no muy lejano.

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