EL JOVEN VIOLINISTA DEL ATICO (PRIMERA PARTE)

Arturo, desde muy pequeñito había escuchado en su casa el sonido de los violines. Su padre era un enamorado de la música y su madre doña Laura, no lo hacía nada de mal.
A la edad de siete años lo inscribieron en un Conservatorio para que tomará sus primeras clases de violín. Lamentablemente, sus dedos eran torpes y no lograba soltarlos, para lograr un sonido aceptable y así, pasaron los años, sin avance alguno.
Su padre don Ismael, lo reprendía constantemente por su falta de empeño, incluso lo castigaba, era inconcebible que su hijo, no lograra interpretar ni siquiera una nota.
Arturo se sentía muy mal, lamentaba no poder alegrar a su padre como él lo deseaba, eso lo colocaba triste y lo llevaba a aislarse, él quería aprender a tocar pero no podía. Muchas veces castigaba a sus dedos por la torpeza que tenían.
La casa en que vivía era muy grande, con muchas habitaciones y estaba ubicada en un lugar de las afueras de la ciudad. Su madre le había contado que su tatarabuela había sido una gran compositora y que tocaba el violín con magia, soltura e inmensa dulzura.
Un día preguntó a su madre, en donde estaba el violín de la tatarabuela, a lo que ella le contestó que debía estar en el ático, se había deteriorado tanto que decidió dejarlo guardado en un baúl, como reliquia.
Arturo ya tenía diecisiete años, era un joven muy apuesto, con unos ojos avellanados preciosos, pero que reflejaban en su interior una tristeza muy profunda.
Cierta tarde, subió al ático y comenzó a curiosear entre todas las cosas que habían. Encontró fotografías antiguas, entre ellas la foto de su tatarabuela, una mujer que lucía muy hermosa y que tenía sus ojos. De pronto se acordó del violín y acudió al lugar en donde se encontraban los baúles. Busco en cada uno de ellos y al fin, ahí estaba, en el más viejo y deslucido, ¡el violín de la anciana! que en gloria estaba hacía tantos años.
Lo tomó en sus manos, lo observó detenidamente, aún conservaba la suavidad, aunque estaba desteñido y cubierto de polvo. Lo limpió con nostalgia, pensaba en como esa mujer, había logrado alcanzar tanta admiración al tocarlo. Se sentó cruzando las piernas, ubicó el instrumento y cogiendo el arco comenzó a tocarlo. Eran sonidos vacíos, sin gracia, desentonados y desafinados totalmente. Permaneció largo rato tratando de recordar alguna nota, pero todo fue en vano. Guardo el violín en el baúl nuevamente, dejando la tapa sin cerrar por olvido.
El joven se fue a dormir temprano esa noche. Su padre durante la cena continuaba reprochándole por no haber aprendido a tocar el instrumento.
Tendido en su cama, mirando un afiche que había prendido al cielo de su cuarto, pensaba con tristeza en el desencanto que provocaba en su padre el que no supiera tocar el violín. Así lo venció el sueño hasta que lo atrapó completamente.
Arturo escuchó una dulce melodía que lo instaba a buscar su origen, era una composición que sonaba muy acompasada y bellísima, suave y armoniosa, con delicadeza cautivante. Subió las escaleras sigilosamente, al llegar al ático, la música se hacía más hermosa aún. Asomó su cabeza por la puerta entreabierta y vio a una mujer, que sentada frente a la ventana, tocaba el violín de su tatarabuela. Se acercó muy despacito, se refregaba los ojos porque sabía que no podía ser real, no conocía a la dama, además el cuarto se encontraba bañado en una nube tenue, que no le permitía visualizar bien a la persona. Al llegar más cerca, la mujer se volteó sin dejar de tocar, Arturo quedó petrificado, era la mujer de la fotografía, su tatarabuela, hermosísima como la había apreciado en las imágenes fotográficas. Pero, cómo podía estar ahí, luciendo tal belleza si había muerto hacía tantos años. La mujer, posó el violín sobre su falda y dijo al joven:
- Arturo, yo soy Isabel, la madre de tu abuela Isadora, he venido a enseñarte todo acerca de este pequeño y frágil instrumento, se la tristeza que te envuelve por no poder lograr alcanzar una nota y sé que deseas aprender, no tan solo por tu padre, si no porque en el fondo de tu corazón llevas la música y la inspiración dentro, lo que te falta es motivación y afecto. Las cosas no se consiguen a la fuerza y sin paciencia, es lo que tu padre nunca ha entendido. Pero yo estoy dispuesta a educarte sobre el uso de este instrumento, que para mí fue un sueño hecho realidad - El joven, asombrado y sereno, contestó:
- Abuela Isabel, si me gustaría aprender y llegar a dar un día, aunque fuera un solo concierto. Estaré feliz de que me enseñes, de que seas mi maestra –
La mujer tomó las manos del joven y besó suavemente, el muchacho sintió una inexplicable emoción que recorrió todo su cuerpo.