LA PELADA DE LA CAÑADA
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por Alejandra Correas Vazquez
Antaño y Hogaño se fundían en una misma ciudad, Córdoba Docta, que por instantes debido a los propios claustros universitarios, dejaba la seriedad manifiesta para penetrar, junto con el estudiantado, en el climax de lo anecdótico.
Quiso el tiempo o la leyenda por la vera del Calicanto (adonde tantos mitos se fundieron entre paganismo vernáculo y cristianismo llegado allende los mares) que un extraño personaje mítico persistiera, adentrándose con su ciudadanía propia en la vida cordobesa: “La Pelada de la Cañada”.
Su silueta femenina caminaba zigzagueante con un paso juvenil y ondulante, exhibiendo la gracia de los 17 años, de una damisela contorneada de bellas caderas y delgada estampa. Apoyábase en el borde de piedra bola (cuando existía aquel Calicanto Colonial) o sobre las blancas piedras de la posterior Cañada, que tallaron los artesanos croatas. Dejaba ella transcurrir el tiempo que se incluye en la caída o salida del sol, cuando la semiluz permite divisar aún las formas, sin ayuda externa. En esos dos límites se hacía visible a las personas que transitaban por ese largo y serpenteante centro ciudadano, ofreciendo su figura…
Pero gemía con un lamento delicado de la joven que, probablemente, tuviera un desengaño amoroso. Era tradición y seguirá siéndolo, que muchas cartas de amor, llaves secretas, regalillos y presentes íntimos o crueles mensajes de ruptura pasional… fuesen por décadas o centenios arrojadas a La Cañada.
No era extraño por lo tanto, ver a una damisela llorando y despojándose de recuerdos que irían navegando por las aguas turbias procedentes de la Lagunilla, hasta desembocar en el río Suquía ...No… No era de sorprenderse. La sorpresa radicaba en que ante la compasividad de algún jovenzuelo —aspirante a futuro amante— o algunas de las damas ancianas que iban por La Cañada rumbo a misa de 6 hs. (debido a las iglesias de la zona), cierta jovencita de hermoso contorno —consolada— volvía su cabeza mostrando su rostro …su cara toda blanca sin facciones y la cabeza calva y redonda… ¡Era la Pelada de la Cañada!.. ella misma en persona!
¡Terror de décadas! De siglos quizás.
Su ropaje aludía a décadas pasadas, con un mantillón sobre la cabeza y los hombros cayendo largo, que aún usaban hasta el medio siglo las damas de la misa de 6 hs, especialmente en las mañanas heladas. En el recuerdo general lucía una falda larga que cubríala casi como un manto. Sus pasos eran cortos y ligeros y caminando su rapidez impedía que fuese posible alcanzarla.
Pero las últimas “Peladas” ya no solían vestirse tan a la antigua, porque las últimas “Peladas” eran simplemente estudiantes disfrazados de Peladas de la Cañada, que asustaban a las damas iglesieras y a las jóvenes estudiantes del turno diurno del secundario.
Yo alcancé a ver una Pelada —mejor dicho a dos disfrazados— cuando con mis útiles de escuela en la mano y muy temprano con poca luz, iba cruzando La Cañada por Avenida Colón, mientras me dirigía rumbo a mi Colegio Carbó. Semidormida. Allí entonces aparecieron. Con las caras pintadas de blanco y persiguiéndome con piropos, a esa hora helada, tan inoportuna. Me corrieron dos cuadras por Colón y yo huía porque me molestaban.
Yendo a la escuela nunca me sentía de buen humor (antipatía que lograron crearme mi tía Aída y mi madre) y especialmente porque el Carbó —a quien tanto le debo hoy día— era de una extrema exigencia y ortodoxia. De forma que con mi natural estilo libre y autodidacta, mantenía allí graves enfrentamientos. Pero mi desacuerdo real procedía de mi tía y mi madre que eran profesoras castradoras. De modo que con mi guardapolvo blanco impecable, de alumna del secundario y mis libros escolares, no me sentía en esos momentos inclinada a un juego inocente de estilo carnaval.
Iban en dúo, se reían y yo les grité indignada algunas frases cordobesas muy poco amables. Para colmo ellos (o “ellas” de acuerdo al disfraz) me conocían, pues me llamaron por mi nombre con sus voces masculinas (como “Peladas” las afinaban) cuando dejaron de perseguirme, diciéndome entonces:
—“Che ... Alejandra ... ¡No te enojes así!”
Con lo cual me detuve aún más irritada. Venían ambos evidentemente de cierta guitarreada estudiantil, que terminara recién a la madrugada, donde decidieron cumplir con ese ritual típico en Córdoba, de salir de Peladas… pero como a todo “mascarita” no los pude reconocer.
—“¡No les hagas caso!”— me gritaron las mellizas que siempre iban hacia el Carbó por la vereda del frente
Pero yo continuaba furiosa con ellos.
Mi abuela —Mamagrande como la llamábamos— era muy solemne para estos chistes. Saliendo de misa de 6 hs en la Iglesia del Carmen ubicada frente a La Cañada, fue invadida por las Peladas. Ella llamó al policía de la esquina. Los hizo detener y conducir (generalmente eran varios) y cuando les lavaron la cara blanca en el Comisaría, resultaron ser nietos de una amiga suya. Muchachos que vivían igual que nosotros, en la zona vecina a La Cañada de mentas y Avenida Colón.
Tuvo que ir uno de sus hijos —abogado— a levantar la denuncia y devolver así, a esos “mocosos” insolentes a su casa.
La denuncia de una dama mayor, en la calle, en aquellos tiempo donde aún regían las normas señoriales, era tomada con gran severidad …aparente. Pues allá en la Comisaría todos se reían y los muchachos cebaban mate al Cabo.
¡Un castigo! ...al menos para estos señoritos de la buena sociedad, que se mofaban de los fantasmas cordobeses. Con toda la indiferencia e irreverencia por los mitos, de una ciudadanía estudiantil que había fundado la Reforma Universitaria, profanando las iglesias de sus antepasados. Tomándolo desde allí, podemos pensar que mucha menor seriedad para este muy peculiar y característico estudiantado de la Universitas Cordubensis Tucumanae (Universidad de Córdoba del Tucumán) racionalista y rompe mitos… iban a tener las leyendas mitológicas y populares.
Pero a pesar de ellos y sus juegos, Córdoba en realidad las tomaba en serio y las difundía, antes de que se hablara de parapsicología y cuarta dimensión.
La Docta —a pesar de sus doctores— las creía… Y se hablaba del castigo de los fantasmas.
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