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 Reencuentro verde

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Ivo Marinich
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Ivo Marinich


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Virgo Cabra
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MensajeTema: Reencuentro verde   Reencuentro verde Icon_minitimeMiér Sep 02, 2015 11:58 am

Reencuentro verde Thumbnail.php?file=banco_plaza_831296797

Cuando leyó sobre el nuevo tratamiento corrió a contarlo a su pareja. En diez años jamás le había llevado un planteo como el que ahora propondría, en parte porque su relación gozó siempre de una monotonía sana, esta última definición no la sugiere el narrador sino que fue acuñada por ellos mismos. Lo que sí se anima el narrador, en esta breve pausa que para nada altera el curso de los hechos, es a preguntar cómo en su sano juicio alguien es capaz de gozar de la monotonía, hasta el punto de llamarla sana. En fin, periódico en mano, ella corrió a la cocina con la propuesta a punto. Él, que escuchó el martilleo de los tacos contra el suelo, dejó en la mesa la tostada con mermelada y esperó. No sabés, dijo ella. No, no sé. ¿Querés saber? Él respondió que quería. Entonces le habló sobre su iniciativa, conversación que por motivos de extensión no será presentada en su totalidad y por ello se hará un resumen con lo más importante: ¿Supiste del nuevo tratamiento? No supe nada. Te lo comento entonces. Adelante. Importa quién, importa cómo, importa cuándo, pero más importa lo que lograron: suprimir los recuerdos. ¿Suprimir los recuerdos? Sí, borrarlos, extirparlos con una descarga eléctrica controlada, descarga suministrada en un sector particular del cerebro dependiendo del recuerdo que se quiera eliminar. De haber sido otra conversación, cualquiera, él hubiera comentado usando la palabra, interesante, pero este no fue el caso, lo que enseña las dudas habidas y por haber, en cambio respondió con silencio. ¿No es increíble?, animó ella. Es extraño, censuró él. Imaginá cuánto significa para muchos, para tantos que necesitan olvidar, con los recuerdos se van las penas, dicen, se haría más en un segundo que en quince años de terapia. Eso no pudo negarlo, entonces asintió levemente con la cabeza. Te lo cuento porque quiero que lo hagamos. ¿Escuché bien? Perfectamente. ¿Hacer qué? El tratamiento. ¿Por qué?, contestó él algo molesto, ¿hay penas que quieras borrar? No, corazón, en absoluto, todo lo contrario. Explicáte. Quiero que juntos eliminemos un recuerdo, el mismo. ¿Cuál? El nuestro. Él, debajo de la rectitud, del bigote disparejo, detrás de una sonrisa que nunca existió, tembló. Ella algo notó, por eso continuó: No, esperá, no es lo que pensás, quiero olvidarte para conocerte. No entiendo. ¿Recordás cuando nos conocimos? ¿El día? No, me refiero a esos primeros meses, el primer año. Sí, por supuesto. Quiero eso, quiero volver a enamorarme de vos, volver a experimentar todas esas cosas, es como ver esa película que te hace llorar pero que no cumple el mismo efecto una segunda vez, quiero olvidar la película, volver a verla y llorar. Sigo sin entender por qué. Porque es maravilloso enamorarse, quiero tener ese primer beso con vos, la primera vez con vos, que todo tenga el sello mágico de la primera vez. Siguieron conversando con las mismas posturas hasta aquí enseñadas, ella convenciendo, él resistiendo y dudando, ella imaginando y soñando, él preocupado y reticente. Terminó sucediendo que, ante el afán de ella, él aceptó el tratamiento en otro de los incontables triunfos femeninos por el infalible recurso de la persistencia.

   Ella, emocionada con el re-enamoramiento de su enamorado, disculpen el trabalenguas, planificó la post intervención hasta el más mínimo detalle, su pareja presente, por supuesto, pero no podemos decir “planificaron” porque en realidad fue un monólogo de ella con asentimientos de cabeza de él. La cuestión fundamental era despertar en simultáneo, faltó decir que la última parte del tratamiento consistía en seis horas de sueño suministrado para que el recuerdo quede eliminado, no vaya a ser cosa que uno despierte antes y rememore a medias, un escándalo. Decíamos, primordial era despertar en simultáneo, pero también era parte del plan hacer el tratamiento por separado, es decir, lejos, apartados, alejados, en diferentes habitaciones. Y una vez despiertos, el sobre con la carta, estrategia que nadie mejor que ella podría explicar: Una es para vos y la otra para mí, argumentaba, él asentía con la cabeza, claro, la que lleva tu nombre es para vos y la que lleva el mío es para mí, volvió a asentir, bueno, como podrás ver lo único que cambia es el nombre, las dos dicen lo mismo, la urgencia de presentarse a las seis de la tarde, una hora exacta después de despertar, en la plaza que está frente a la iglesia, mejor dicho en el único banco verde de la plaza que está frente a la iglesia. ¿Y si hay alguien sentado? No va a pasar eso. ¿Cómo sabés? Porque contraté a un hombre para que, de ser necesario, finja ser pintor y ordene la liberación del banco inmediatamente. Un pintor para pintar el único banco que está pintado, dijo él, con una ironía que se leyó, imaginamos, sin necesidad de explicarla. Sí, exactamente, dijo ella, ignorando el tono, así nos aseguramos el banco para nosotros. Una vez en el lugar, ¿qué va a pasar? Ella se ruborizó y sonrió porque pensó lo que después dijo: el amor, eso va a pasar, nos vamos a mirar, vamos a hablar, nos vamos a enamorar sutilmente, ¡no quiero imaginarlo!, quiero que surja solo, que el momento nos sorprenda. La cabeza de él volvió a asentir en el momento exacto en que la razón negaba. Hombre era, qué podía hacer, si pasa como la canción dice, que las mujeres con Dios hablan y este, alcahuete, les cuenta el secreto mejor guardado: que no dejan de ser adoradas. Cualquiera diría que las horas subsiguientes, es decir, aquellas horas previas al tratamiento, tendrían eso que distingue a las vísperas, donde el corazón se acelera al ritmo de la expectativa, pero para estos dos no fue el caso porque sus actividades no cambiaron el curso de lo que podemos llamar normal, a saber, cenaron juntos, miraron televisión en la alcoba, hicieron el amor y cayeron en la profundidad del sueño. Con la mañana llegó la expectativa, sobre todo en ella, que por todo sonreía y tarareaba. No podemos decir lo mismo de él, porque el sueño de la madrugada, aquel donde la perdía para siempre, vaticinaba el peor de los desenlaces. Por fin llegó la hora, se encontraban ambos en la clínica, separados por varias habitaciones, y los sobres con las cartas se encontraban en sus respectivos lugares estratégicos para que al despertar sea lo primero que vieran. Los encargados de la supresión, profesionales vestidos con guardapolvo blanco, localizaron el recuerdo a través de la computadora y aplicaron la descarga eléctrica.

   Ella, la primera en llegar al banco pintado de verde, miraba la carta en su mano con tanta curiosidad como desconfianza, sobre todo por el tono de urgencia que gritaban esas pocas líneas. Él, no por haberle sido suprimido un recuerdo iba a dejar de ser puntual, llegó a falta de diez minutos para las seis de la tarde, saludó y se sentó, saludo que no fue correspondido, todo lo contrario, ella se apretó contra la esquina del banco pintado de verde y lo miró de soslayo. Los primeros segundos fueron de un silencio ensordecedor, incómodo, cualquiera estará de acuerdo en que a veces una conversación, por más banal que fuera, hace de colchón en una situación como esta donde dos personas, suma que sean de sexo opuesto y edades parecidas, se encuentran en la limitada extensión de un asiento de plaza. Ella, haciendo caso a su personalidad, no por ello menos nerviosa, fue la que inició el diálogo: Disculpe, veo que en su mano lleva una carta. Eso dijo, no hubiera sido distinto que dijera, veo que en sus pies lleva zapatos negros, pero la entendemos porque los nervios le jugaron una mala pasada. Él, que no estaba al tanto de ese nerviosismo, no fue tan benevolente: Ve bien, señora. Señorita. Señora, señorita, es lo mismo. No para mí. De acuerdo, ¿y a que viene su comentario? A que yo también tengo una carta en mi poder, una carta que me trajo hasta acá, y por cómo me mira presupongo que a usted también. Presupone bien. ¿Tiene idea de qué se trata todo esto? Se ve que sé tanto como usted, quizá se trate de un programa de televisión que a punto esté de sorprendernos. Espero que no sea el caso. ¿Por qué? No me gusta la televisión, menos aparecer en ella. Entiendo. De nuevo incomodó el silencio, no cantaron los pájaros, no corrieron los vehículos, ni repiquetearon sus zapatos los peatones, había un silencio incoherente a la ciudad, un silencio burlón. De su saco retiró una caja de cigarrillos y le ofreció uno: ¿Fuma? No, y le agradecería que usted tampoco lo haga, al menos estando cerca de mí. De acuerdo, dijo él, y guardó la caja en su lugar, después preguntó: ¿Me deja ver su carta? Ella, de haberse apartado más, hubiera caído al suelo. ¿Para que la quiere? Es obvio, para ver si lo que en ella está escrito es igual o, al menos, se parece a lo que figura en la mía. No lo sé, no lo conozco. Yo tampoco a usted, ¿qué pierde con mostrármela? Perder no pierdo nada, pero por algo llegó a mí y no quisiera que la tengan manos desconocidas. Señora, está siendo paranoica. Primero, es señorita, y segundo, no me falte el respeto. De ninguna manera le estoy faltando el respeto. Sí, me está faltando el respeto. ¿Por decirle paranoica? Exacto. Si le digo que es agria entonces va a decir que la estoy golpeando. Guarde sus juicios hasta encontrar a quien le importe. Hagamos lo siguiente, propuso él, usted me da su carta y yo le doy la mía, ¿le parece? Ella quiso objetar, pero sabía que hacerlo, dado el carácter de la proposición, sería un mero capricho, entonces accedió como quien no quiere la cosa, después dijo: Pero usted primero. Está bien, tome, le extendió la carta, su turno. Ella entregó la suya sin mirarlo. Se dedicaron a la lectura, por primera vez el silencio no molestó. Mi carta, demandó ella. Su carta, entregó él recibiendo la suya a la vez, y dijo: Habrá visto que son idénticas, copias exactas, salvo por los nombres, claro. Sé leer, contestó ella. ¿Nos conocemos, señora? Señorita. ¿Nos conocemos, señorita? ¿Qué le hace pensar eso? La situación en que nos encontramos, la carta que nos fue dada por un anónimo, evidentemente alguien quiere que nos conozcamos. Señor… Príncipe azul, interrumpió él. ¿Cómo? Príncipe azul, usted exige que le diga señorita, yo exijo que me llame de esa forma si se va a dirigir a mí. No lo voy a llamar príncipe azul. Entonces olvídese de que yo la llame señorita. Señor… Dígame, señora. Señor, no me interesa conocerlo, sólo espero que sean las seis para saber de qué se trata todo esto. Mi reloj dice que son pasadas las seis, nada nuevo, al parecer somos víctimas de una burla. Imposible, no sonaron las campanas, y con el dedo señaló la iglesia cruzando la calle. Señora, ya no se escuchan esas campanas, su sonido ahora erra por el tiempo. Me voy entonces. Espere. ¿Qué quiere? Hay una forma de que esta burla no sea tal, de que burlemos a los que nos burlan. ¿Cuál? Conocernos. Le dije que no me interesa. A mí sí me interesa, le reitero el pálpito de que nos encontramos en este banco por algún motivo importante, acompáñeme a tomar algo y burlemos al burlón. Lo lamento, no puedo. Dice no puedo cuando segundos atrás decía no quiero, y que tal si fue Dios el que escribió las cartas, pensando que seríamos lo suficientemente inteligentes como para advertir que su intención era que nos conozcamos. Ahora me dice que no soy inteligente. No, le digo que no quiere ver, si es inteligente o no sólo puedo saberlo conociéndola. No acepto invitaciones de desconocidos. Entonces conózcame y dejaré de ser desconocido. No sirven sus juegos de palabras. Puede que se equivoque, puede que yo tenga razón y que todo esto este armado para conocernos. Muéstreme la evidencia. La tiene en su mano. Usted usa la carta a su antojo, no hay nada en ella que diga que debamos conocernos. Lo hay si sabe leer entre líneas. Ella se levantó del banco pintado de verde. Espere, no se vaya, le digo señorita en vez de señora. Perdió su oportunidad. Piense en el cataclismo de sucesos que puede provocar que usted no siga su destino. Disculpe, señor, tengo que irme, tome, quédese con la carta y haga este juego con otra, adiós. Adiós, señorita. La vio cruzar la calle en la esquina y desaparecer entre los edificios, entonces se puso de pie, hizo dos bollos con las cartas, las tiró a un cesto de basura y abandonó la plaza pensando en lo mucho que le hubiera gustado conocerla.
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MensajeTema: Re: Reencuentro verde   Reencuentro verde Icon_minitimeVie Sep 11, 2015 7:20 pm

La trama, es muy interesante (por momentos me recuerda a "The first 50 dates" una película que vi hace un tiempo. Seria interesante que chequearas la puntuación e intervenciones del narrador para la lectura sea mas fluida.
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