EL BOLSO DE LEILA

Mientras caminaba por el pasillo 2 del centro comercial, miraba lentamente cada detalle que había exhibido en las vitrinas, algunas veces me detenía en una correa, otras en una blusa, en zapatos, pero sin intención de comprar, no tenía prisas y eran simples miradas mientras llegaba hasta la salida principal.
En medio de varias personas que venían en sentido contrario, sobresalió una figura femenina que reconocí inmediatamente: Leila, mi amiga, qué sorpresa, pensé. Ella venía en dirección hacia mí, ya me había visto.
– ¡Hola!  me dijo denotando también sorpresa y alegría. Nos dimos el consabido beso en la mejilla.
– ¿Y este milagro de encontrarnos? ¿Qué haces por aquí, de compras?
– No… le dije, simplemente ya salía, ¡qué bueno verte, hace tiempos no nos veíamos!
– ¿Y tú, de mirandas como yo, o vas a comprar algo?
– Sí, me dijo, ven acompáñame y mientras tanto hablamos… llevo dos horas tratando de comprar un bolso y mirando el que llevaba dijo:
–Mira éste, ja ja ja, creo que todas mis amigas lo ven de reojo y pensarán:
–Con el mismo bolso de siempre, ja ja, ya quiero regalarlo o botarlo, me cansé de él.
De pronto vimos un almacén donde  decía: “Bolsos femeninos en promoción”.
–Entremos aquí, dijimos casi al unísono–
La vendedora nos atendió de inmediato:
– ¿En qué les puedo colaborar?, mirándonos a las dos.
–Necesito un buen bolso, dijo Leila, que no sea muy grande, pero tampoco pequeño.
–¿Y qué color le gustaría?
–Puede ser negro o café oscuro.
–Un momento por favor, dijo la vendedora e inmediatamente mi amiga le dijo:
–Mire señorita, yo necesito un bolso que tenga un lugar especial para las llaves, en medio de tantas cosas nunca se encuentran fácilmente. Tengo que sacudir el bolso para saber dónde están, ¿no te pasa? Me da mucha rabia tener que estar sacudiéndolo para poderlas encontrar.
Le di una sonrisa de aceptación, y continuó diciéndole a la vendedora:
–Un bolso que sea de cuero, pero que pueda palparlo y saber dónde están las llaves. ¡Ah!, también que tenga un lugarcito para meter el cepillo, que cada vez que uno mete la mano, se chuza los dedos con él. Un compartimiento también para el rímel, el espejo, el labial y la polvorera. ¿Sabe?: es que el espejo me toca que cambiarlo con frecuencia porque se me unta de cosméticos.
– ¿No te pasa igual? – Volví a sonreírle.
– ¡Ah!, se me olvidaba, necesito también llevar una agenda, un bolígrafo, mi billetera con fotografías y mis tarjetas de crédito. También un espacio para una calculadora pues cada que voy al supermercado, me paso de la cuenta…
– ¿No te sucede igual? – Pero esta pregunta quedó sin respuesta, ya estábamos la vendedora y yo impacientándonos por toda la retahíla de Leila.
– ¡El encendedor!, ojalá tuviera una cajita para él, yo no fumo, pero por si acaso, alguna amiga que me encuentre y que fume… Usted sabe, hay algunos fumadores despistados y no cargan encendedores, dirigiéndose a la vendedora. ¡Ayyy, se me olvidaba! Mi celular, eso es lo principal, un bolso que tenga un sitio especial para colocarlo, este se pierde y cuando uno lo encuentra la llamada se ha caído, que me quepa también el cargador, a veces este aparatito se descarga, entonces queda una ¡varada!
Ya la vendedora medio aburrida se retiraba, de vez en cuando me miraba y yo podía leer su pensamiento: “Quévieja tan cansona”…
–Nooo… espere, todavía no vaya a buscar el bolso, debe tener también un compartimiento para mis gafas, las de diario y las de sol.
Y guiñándole el ojo a la vendedora le dijo: una partecita especial para las pastillitas.
Mirándome, dijo: Es necesario esa partecita ¿Cierto? Asentí con la cabeza.
Ya la vendedora se había alejado y continuó diciéndome:
–Espero que quepan mis pañuelos kleenex, mis cajas de chicles… Ojalá me traiga el bolso que necesito.
Cada que miraba un bolso que le ofrecía la vendedora negaba con la cabeza y los dejaba a un lado.
– ¡Pero cómo es posible que no haya un bolso como el que yo necesito!
Entonces la vendedora me mira y le dice a ella:
–Señora, yo le aconsejo que mas vale compre usted una maleta o si no le incomoda, es mejor una mochila para que usted la cargue en la espalda y tenga las manos libres por si algo le falta.
Leila, un poco enfadada contesta:
–Pero cómo me recomienda eso, qué falta de feminidad, ¿usted no es mujer y carga todo eso? Además no soy señora, ¡soy señorita!
Yo estaba cansada con todo este espectáculo y le dije a Leila con tal de zafarme de esa situación:
–Huyy, leila, se me olvidaba, me está pasando el tiempo y ya es hora de hacer una diligencia en otra parte. Dándole un beso en la mejilla le dije: mañana vuelvo, si quieres nos encontramos por aquí y hablamos.
–Ok, me contestó.
Al día siguiente nos encontramos y pudimos charlar más despacio, noté que tenía un bolso grande y nuevo.
– ¿Qué bueno que encontraste el bolso que querías! y tomándolo observé que pesaba y le dije:
–Oye, parece que cargaras piedras, le sonreí.
– ¿Sabes? Me dijo inclinándose un poquito a mí para hablar en voz baja: Ayer lo estrené con un desgraciado que tocó mis nalgas, ¡Qué buen golpe que le di!, por eso quería también un bolso de cuero y no importó la plata que le metí.

Muy buen trabajo! Digamos que aqui la trivialidad se hace importante, una cuestion casi de vida o muerte! segun Leila. Amena lectura gracias a una muy correcta narracion. Eso si, habra que decirle a Leila que podria ahorrarse un compartimento porque los telefonos celulares de ahora, incluso los mas austeros, incluyen entre su amplio numero de prestaciones, una calculadora.

leido y disfrutado mi querida Ethel.


Recibe mi fraterno saludo de siempre.

Gracias por tu apreciación Roberto, lo de la calculadora está bien, pero más adelante vas a comprender un poco más a Leila.

Abrazo

JAJAJ muy bueno siempre habrá Leilas en la vida de la gente y vendedoras que soporten. Estupendo relato .

Que paciencia la vendedora. ¿no sería mejor mandar a hacer la cartera a gusto?.
Muy lindo el relato, me tuvo interesada todo el tiempo.
Nilda