Hechizo...

Hechizo…

Un ramillete de flores frescas con el inalterable aroma propio de recién arrancadas.
Una corteza seca de pino colmada de una aromática y pegajosa resina.
Un pequeño frasco con agua cristalina del deshielo de las montañas nevadas.
Un puñado de tierra negra casi húmeda donde se siente entre mis dedos la frialdad de su existencia.
Un trozo de tela hurtado a mí amada en esas noches donde la razón se escapo tras suspiros innombrables.
Un viejo candil de queroseno con su mecha echa de soga de algodón embebida en este combustible sobresaliendo por la boquilla de acero y un corcho como tapón evitando la combustión integra del recipiente.
Un trozo de rama seca en forma de garra, para trazar en un círculo al lado del peñasco donde la luna llena hará su llegada.
Una tenue briza fría baja rodando sobre las laderas rocosas de las gigantes montañas haciendo que el humo de las cabañas hagan figuras en la oscura noche.
La ausencia de estrellas hace de este infinito cielo el albergue justo y necesario para la oscuridad perpetua.
En el circulo formado casi con la simetría perfecta por el firme pulso de este longevo transeúnte de las noches solitarias.
El candil justo en el medio encendido viboreando la llama como una cascabel enardecida le hace frente a la brisa constante y persistente que le presenta duelo sin tregua.
A la derecha el montículo de tierra formando una cúspide y justo en el centro un hueco realizado con las yemas de mis dedos de la mano derecha.
En el centro de este montículo de tierra el trozo de tela arrancada a tus ropas amada mujer en esas noches de desvelos oportunos.
Con fuerza rompo las flores arrancadas generando ese aroma tan intenso cuando se libera la clorofila de las flores y sus tallos, dejando caer los diminutos trozos sobre el trozo de tela.
Vuelco el agua sobre el hueco en la tierra donde deposite la tela y los pedazos de las flores frescas, y con el pedazo de corteza de pino hago reavivar el candil proporcionando más fuego.
El aroma a pino debido a su resina aun fresca junto al de la tierra húmeda y los componentes agregados me instalan frente a tus ojos mujer deseada, mujer amada.
Me interno con prisa en tu intrigante mirada que solo tiene ojos para mirar la oscura noche, siento tu respiración y tu aliento en mis labios mis boca rosan tu boca y tu solo sientes una inquietud sin explicación concreta.
Como si estuvieras en un lugar extremadamente oscuro caminas a tientas, te esfuerzas para ver lo que aun no has podido ver, mi rostro a centímetros de ti soplando tu cara.
La luna está en la pendiente del gran abismo donde el mar dice hasta aquí llegue con su canto de sirenas lejanas enamoradas de los desaparecidos marineros.
La brisa es más intensa como si con su última estocada apagara el sagrado fuego de los hechizos, pero el candil sabe que es mi única luz posible, en esta distante dinastía de seres de las noches oscuras.
La luna parece lenta en su vuelo hacia el infinito, y con las brazas encendidas de la corteza de pino le dibujo un sendero hacia mi círculo perfecto.
En otro lugar una mujer encerrada en sus dudas y en sus temores se enfrenta a ciegas lo que su cuerpo exclama, los senos en punta levantando el linaje de seda y ese roce, tan bello y placentero de la seda sobre la cúspide de esos erectos pezones.
Un corazón latiendo fuerte y una respiración inquietante unas manos sudando frio aunque su cuerpo vuele de fiebre.
Su sexo humedeciendo esas prendas también resguardadas de todo aquel que quisiera sobrepasar los límites del pudor y el deseo.
Una sensación extraña invadiendo su plexo solar y un sudor extraño recorriendo su espina dorsal y un fuego aterrador pero bello y extenso que nace desde las entrañas mismas liberándose en un gemir casi grotesco pero necesario para comprobar que este momento debe ser vivido.
La luna en todo su esplendor sobre el círculo del más excitante hechizo y en todo su apogeo por generar al unísono esa extraña sensación a quien sienta que este conjuro es para ella.
Antes que la luna deje su sombra sobre la extinta corteza de pino echa brazas apagándose, te nombre tres veces mi mujer amada, porque ya no quiero ser tu hombre cuando la luna llega y tu gimes sin comprender porque tanto me amas.
Con la rama en forma de garra doy un corte a la noche apagando la luz del candil, tomando el trozo de tela casi embarrada y con restos de las flores frescas y me sumerjo en la oscuridad tras la brisa y algún canto de sirena que se atreve a salir en la búsqueda de su hombre.
En cambio tu mujer amada, estas en el momento más crítico donde el placer del roce y el precioso orgasmo colman de angustia lo que resta de real noche, para seguir viviendo.
Hasta un próximo hechizo en el cual intentare perpetuarme eternamente en tu piel, sin más despertares en soledad…si te atreves a retenerme en tus brazos mujer.

Uy!! le salió lo brujo al conde!!! Y ahora estará la doncella preguntándose qué rayos le pasó esa noche, pero sin duda esperando por sentir de nuevo el placer por lo inexplicable. Un relato muy bien llevado, misterioso y romántico, y hablando de una medida extrema, aunque, es el amor otra cosa mas que un hechizo? Me encantó leerte, hasta otro relato hechizante

Sensuales imágenes se combinan para tejer la historia de un punto. Un momento en el universo humano.