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 Bolazos para gente seria y viceversa

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MensajeTema: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMar Sep 18, 2012 10:17 am





La piscina de los holandeses



Estimado, te sorprenderá que te escriba siendo que nos vemos con frecuencia, ya que vienes a visitarme casi todas las semanas; pero por favor, ten paciencia.

No bien llegas sé que tienes algo nuevo que contarme, pues reteniendo el apretón de manos te burlas de mi cara. Que si cojea porque una patilla está más corta o que hay sudestada según el remolino de mi coronilla; que el club de mi bigote tiene un nuevo adepto o que he soñado amores por lo quebrado de mi jopo. En fin, que en ese momento queda implícito que viviremos otra de tus aventuras. Y mientras vamos desarrollando la rutina de juntar las cosas, de mirar por la ventana y de decidir sentarnos afuera, tu alegría sin envase me palmotea donde caiga, redescubre algún detalle de la casa y pasa revista al estado de mi familia, todo en uno. Es la convulsión por conquistar una mujer recién nacida el rasgo más definido de tu personalidad. Y el claroscuro bajo una capelina o el contoneo de una falda en el trolley, o el simple enterarte de que existe, cualquier hecho nimio no importa cual, es motivo más que suficiente para que salgas a tender la sutil estratagema que la atrapará. Y ya por fin instalados en la terraza, mientras fumamos en pipa y bebemos vermouth, vas riendo y desarrollando los pormenores que encarnan tu historia. Mas es imposible permanecer así, porque me cuentas y gesticulas, vuelas y creces, respiras la acción que se corporiza mientras yo me voy sumiendo en la más absoluta inmovilidad con que te atiendo.

Ya ves, en nuestra amistad tú eres el héroe y yo el historiador. Sí, podría redecirte hasta en el más mínimo detalle pero te resultaría insulso pues no tengo tu don. Si te escribo es porque no puedes escucharme, tú sólo entiendes a través de tus propias preguntas y éstas viven en el cómo lo habrías hecho tú en ese mismo instante en que interrumpes. En esta diferencia para ti incomprensible, radica la esencia de la historia que tanto nos obsesiona: la piscina de los holandeses. Yo sólo puedo ser el testigo que fui y hasta aceptar las dudas; tú, en cambio, te martirizas ante la imposibilidad de matarla como a tus aventuras, viviéndola de una vez. Por eso hago de cuenta que estás aquí, que he disfrutado tu última conquista y que vuelto a sentarte, fumamos y bebemos en la terraza ya sin sombras. Y que viendo el confín del parque, donde ahora los cipreses tienen claros y ramas secas y dejan ver su nacimiento rotundo, pero que entonces era un cerco impenetrable, te fijas en mí y vuelves a pedirme que te cuente la historia.

Para la mayoría de las personas, la llegada de la primavera ha de ser un verde tierno en la naturaleza o un aroma preciso en la brisa. Para mí, es el rumor torrencial que viene desde el otro lado del cerco y que se irá amortiguando como la mañana conforme se vaya llenando la piscina, hasta que sólo quede el traca-traca de la bomba. Y hace dieciséis años que vivo con ese referente porque desde los ocho me lo han prohibido, cuando los holandeses todavía vivían allí. El matrimonio, o la pareja, porque ni siquiera eso ha quedado establecido, vivió en esa casa mientras la guerra destruía Europa. Creo que traían el agua en la sangre y por eso construyeron la piscina. Nada tenían que ver con los alemanes pero no se les perdonó la consonancia del idioma. Si aún se les recuerda es por la libertad con que gozaron sus prácticas sexuales, que nadie viera y todos imaginaran, desatando un escándalo póstumo que consumió la intimidad de los hogares del barrio. Y fue necesario que murieran en un crimen pasional o por abuso de opio, con testimonios aducidos que prevalecieron sobre aquellos que circunstancialmente les vieran marcharse. Desde entonces, sin que nadie más la habitara, hay un casero deteriorándose con el predio que, durante un día de cada primavera, llena la piscina que así permanecerá hasta el fin de la temporada.

Cuando los holandeses nos avecindaban, yo era un niño para el que ese cerco representaba el concepto de bosque. Detrás habitaban los dragones y las brujas o los alemanes y sus tanques. Era la realidad de la fantasía que empezaba tras las ramas siempre verdes del cerco prohibido. Nada más hubiera sido, salvo la imposibilidad de jugar en el parque cuando oscurecía -y todavía siento aquellas noches estivales, cálidas, oscuras, pletóricas de luciérnagas y misteriosas lumbres, a las que les amanecía una luna inmensa y amarilla vista desde la ventana de mi dormitorio-. Nada más hubiera sido, si no fuera por lo que vi. Buscaba una ametralladora olvidada antes de la merienda la última vez que muriera a manos de los alemanes, cuando escuché… Bueno, cómo saberlo, a esa edad las cosas se aprenden antes que el nombre. Lo cierto es que me hundí bajo las ramas, que repté levantándolas como pude, que me escurrí instintivamente sigiloso, y que ya asomado, vi dos senos blancos y redondos casi inmaculados, que se alzaron fugazmente para fijarse en la eternidad de mi memoria. A partir de ese instante que veló el follaje, tuve un motivo que sospechar en cada circunstancia en que no me permitieron estar. Ellos desfloraron la palabra prohibido.

Una vez me preguntaste si no había visto el brazo, pues se te ocurrió que habían escapado en un estertor y que tuvo que cerrarlos como una aldaba. Enseguida te viste inmerso en plantas blandas con la cabeza hundida en la humedad flagrante de los tallos, con hojas frescas atenuando la fatiga de la espalda y con raíces cómplices donde afirmar los pies. Me explicaste que nuestros jugos no deben caer en el desierto, que somos de agua y que perdemos mucha cuando empapamos el ambiente, de ahí la importancia de compensar con la sabia. Reíste ante un recuerdo surgido y quisiste saber si conocía mi propio sabor. Que habías inaugurado la pubertad echado en la cama palanqueando con las piernas en alto para que la pelvis cediera y la boca alcanzara. ¿No?, ¡una lástima!, porque tal elasticidad sólo se logra a esa edad. Pero entonces tampoco había probado mi propia salsa; ¡hermano, no se puede andar por ahí convidando sin saber con qué! En otra oportunidad creíste que eran dos muchachas jugando a esconderse y que debí quedarme para saber si la cautiva lograba escabullirse o se rendía en distinto juego. No te interesaba comprender a un niño asustado.

Otra tarde quedaste convencido de que viera una estatua al desplomarse y me reprochaste que no supiera distinguir la intolerancia del yeso. Es que estabas enojado por mi reacción a tu broma, que tuvo como consecuencia que se congelara la terraza. Venías contándome de una victoria que te sorprendiera por la agilidad del trámite, tanto, que disculpaste al hotelucho de pésima categoría por estar al paso y dada la premura del caso. Me explicabas los pormenores de una posición que deseabas probar porque permite el goce de un máximo contacto a pesar de su difícil ejecución. No tuviste mejor ocurrencia que denominarla “de la SS” porque te recuerda al símbolo nazi. Estabas divertido de que se te escapara a cada rato y ella tuviera que ayudarte, cuando me tocaste con un ¿no te estoy excitando, no? y debo haberme quedado visiblemente descompuesto. No es que no comprendiera entonces como hoy que fue una broma, es que fue la única vez que un varón me tocó. ¿Recuerdas nuestra correría? Comenzábamos la Facultad, tú ya habías debutado e incluso me llevabas ventaja. Yo pensaba que presumías y tú intuías mi virginidad, así que me invitaste. Conseguiste las amigas y el auto de tu padre y será a lo grande, me dijiste para contagiarme tu entusiasmo. Y en una playa oscura y solitaria me dejaste con la grandota porque la suponías con los senos de mi niñez, y te fuiste con la parlanchina. A mi torpeza le faltaba espacio sobre la improvisada balsa de hule y la arena fría nos llovía la carne que intentábamos encender. Mis sentidos inconexos se dispersaban en el cielo infinitamente estrellado y en las olas que escuchaba llegar una tras otra. Me sentía como el boxeador que perdiendo la pelea está más consciente del público que de los golpes de su oponente. Por fin cerré los ojos, brillaron los senos y pude acompasar la marea. No bien terminé supe que estabas ahí parado observando, que habías atravesado el cerco como una criatura en celo recién salida del agua. ¿Acabaste?, fue tu permiso para entrar donde yo saliera. Debo haberme quedado entonces igual de descompuesto que cuando me tocaste, sólo que no podías verme y por eso te lo cuento. A medio vestir volví al auto donde la parlanchina sonreía sentada en el capó; o talvez era una bruja en el espolón de un pánzer. Muchas veces me he preguntado qué hubiera pasado si no me retiraba, y créeme, las posibilidades han sido peor que el haberlo experimentado.

Luego nuestra amistad se ha ido encausando en lo que es, tus aventuras y mis expectativas en un juego de exquisita sensibilidad. ¿Quién más podría entender esto? Ahora sé que gozas tu cuerpo sin prejuicios pero me pregunto por qué nunca hemos conversado sobre dónde ubicas tú la delicada frontera de la entrega en la amistad. Yo por mi parte te confieso que he sido educado en una familia donde aprendimos a querernos sin medida. Nunca sentí la necesidad de graduar el amor para diferenciar a sus escasos integrantes. Y si jamás he salido con una amiga es por todo lo que esto implica, créeme, algo para mí abrumador. ¿Comprendes ahora por qué tuve miedo? Tú conoces los límites porque tú mismo los fijas, para mí es un abismo. La vez que me jacté llamándote sexo-dependiente me pediste que aclarara y te dije que habías nacido para deleitarte físicamente y en eso te reafirmabas, nada más. No supiste si estar de acuerdo, antes debía conocer un secreto de tu infancia; y me advertiste que no debía juzgarte, sólo saberlo y tratar de entender. Me contaste que de chico, y curiosamente tendrías la misma edad que yo cuando vi los senos, pasaste unas vacaciones con un primo con el que llegaron a conocerse demasiado. Que se hicieron un reconocimiento en aras de un instinto ancestral que la sociedad lleva siglos reprimiendo, que seguramente tu primo sabía cosas inconvenientes para la edad y que las compartía contigo, pero que no querías exculparte porque lo que yo tan atinadamente había asentado podía tener su raíz en esos juegos que ahora mi afirmación iluminaba. En todo caso, te considerabas exonerado por inocencia y sólo aceptas un despertar prematuro que debió esperar como el de cualquier otro hasta que llegase el tiempo. Así supe lo profundo de nuestra amistad y cómo estaba en deuda de franqueza contigo, por eso te escribo.

Ya te mencioné la única vez que vi la piscina de cerca, pero no te dije todo y ahora cumplo. En el veranillo de San Juan de mis catorce años, la humedad chorreaba al sol y ese ambiente asfixiante me remitió a la piscina. Así que me puse una pelota de tenis en el bolsillo por si me encontraba con el casero y atravesé el cerco. Me topé con una vegetación enmarañada que se tragaba el parque entero a pesar de estar quemada por el invierno. Un albergue de animales cuyos cantos y rumores estuve escuchando un rato. Luego me abrí paso por el pastizal hasta encontrar un sendero semicubierto que rodeaba el perímetro; apenas unos restos de bitumen entre polvo terratizado con despuntes de ladrillo, anegado de yuyos e interrumpido de tanto en tanto por las ramas rastreras de los arbustos. Avancé fascinado respirando olores profundos y sudando copiosamente pese a la sombra densa, ya que si el cielo aparecía era por un roto de ramas. Plumerillos en flor, flores pálidas de otros arbustos, frutos pequeños y encarnados, suelo crujiente de ramas de araucaria que semejaban un hervidero de gusanos muertos, grandes y marrones; coquitos de palmeras impertérritos a mis sandalias… Y a veces, la sorprendente aparición de esculturas de ninfas procaces en el descuido de su castidad. Fue tratando de salir de un espinillo que me topé de bruces con un muro de piedras coronado por una espléndida Venus fosforescente en la penumbra, que el moho de los años profundizaba como un boceto. Detrás había una isla de rosales salvajes tragándose lo que fuera una pérgola para el té y más allá aparecía por fin un retazo de los inclinadísimos tejados de la casa que yo conocía de pasar por la calle y que siempre se me había antojado como una vieja dama que se dejara avejentar con mansedumbre. Ya con los ventanales traseros a la vista me encontré que daban a una explanada grande a la que se accedía por escaleras laterales. Recompuse como pude la ropa y subí tanteando la pelota milagrosamente todavía en mi bolsillo. La terraza albergaba a la piscina vacía. Me impresionó pequeña y profunda pese a tener unos seis por cuatro metros y dos de profundidad. Era adoquinada y unas extrañas plantas rosáceas a modo de melena de anciana se volcaban en el interior que desprendía un olor penetrante, entre acre y dulzón. Por una escalera de hierro se bajaba al fondo totalmente recubierto de hojarasca y entre un penacho de ramas aparecía el caño herrumbrado por donde la bomba la llenaba en cada primavera. Esto es lo que conoces, pero no lo que me pasó. Me agazapé sobre el borde para estudiarla mejor y fue fatal. El aroma me fue aturdiendo a medida que sentía una agradable sensación de relajamiento, el fondo comenzó a vibrar como charamusca al viento, y una urgencia inevitable me abrazó. Caí sin tener consciencia del golpe y apenas si pude liberar la tirantez que ya estallaba palpitante. Nunca había eyaculado así.

Ahora voy a interrumpir estas letras para matar esta historia como lo harías tú, viviéndola de una vez. Tengo la autorización del casero y esta tarde voy a bañarme en la piscina. Lo que resulte, sea lo que sea, estará esperándote en tu buzón y cuando regreses de Buenos Aires me habrás leído y ya no podré arrepentirme.

He aquí mi baño inaugural, todavía estoy bajo sus efectos. No sé si hago bien en contártelo, quizás debiera esperar a que tú también lo experimentes. Estaba helada y tuve que entrar lentamente para aclimatarme; muy oscura, por las rodillas ya no podía verme los pies. Las plantas que se vuelcan en el interior tienen una coloración mucho más intensa, púrpura, y semejan dedos velludos que remueven la superficie; nada queda del olor que me embriagara. Otra fragancia había en el aire zumbado de insectos y los pájaros cantaban a gusto en la espléndida fronda, en las sombras del sol exultante; la casa, muda como de costumbre. Con el agua al cuello braceé para mantenerme a flote y la excitación se me metió por los poros, sólo que entonces fue plenamente deseada. Dejé que el agua me diluyera y hasta me saqué el bañador para que nada interrumpiera su caricia. Cerré los ojos y los holandeses llegaron bajando a la terraza con sus invitados. Ella muy blanca, caderuda y plana; él rechoncho, rosáceo y de genitales pequeños. Me venció la somnolencia y fui aleteando lentamente a la deriva sin más referencia que cuando un pie tocaba la piedra o una mano las plantas y volvía instintivamente al centro imaginario. Los oí entrar al agua, ni borrachos ni drogados, sólo bañistas ávidos de placer. También entrabas tú y creo que las otras eran la grandota y la parlanchina, todo perfectamente natural. Era una noche tórrida de antorchas y deseos protegida de los niños y recelada por los adultos. De pronto fui todo el universo a partir de mi consciencia, una música sideral que viajaba la eternidad. Estuve, fui, infinitamente solo y con todos y con todo.

Afectuosamente, tu amigo.




Nadies mata


Ovidio Nadies estaba contrariado. Se venía Semana Santa y la empresa cerraba otra quincena para completar la licencia del personal. En cualquier momento, los tarados de siempre empezarían con el rollo habitual. Primero a fanfarronear sobre dónde, cómo y qué irían a cazar; y enseguida, con el consabido ¿Y vos qué vas a hacer, Ovidio? a suponer todo tipo de estupideces para reírse a su costa.

¡Y claro, como él no toleraba bien la vida al aire libre…! Era alérgico a casi todo lo que flotaba por ahí. Tampoco pertenecía a esa clase de bárbaros que se convierten en animales para matar a otros animales; tantos años de civilización tirados a la basura en un instante. No, eso no es ser un hombre; ¡él, era un hombre! Hombre y caballero, un señor que respeta la vida que merece ser respetada.

¡Qué iban a saber ésos de ir al cine, al teatro o a un concierto; qué, de una exposición o una buena lectura! No, ellos bailongo y chupindanga; y cuanto más mujeriegos y más borrachines, mejor. Ya en carnaval había pasado lo mismo, cuando la empresa también cerrara. Cada bobo planeando su viaje y hasta el cadete se iba para Brasil. Él, en cambio, había estudiado cuidadosamente toda la agenda de espectáculos que ofrecía la ciudad. Pero bastó que invitara a sus sobrinos a pasear, esos demonios, que ya quedó fatigado por toda la licencia.

¿Es que nadie educaba, a nadie le importaba el otro? ¿Cuándo había cambiado tanto la sociedad? La culpa la tenía la maldita televisión, eso echaba todo a perder. Bastaba ver cómo se les caía la baba a los taraditos hablando de esas putitas que salen en los programas cómicos. ¡Pero si no saben decir ni dos líneas de corrido, qué va a ser humor eso!

Hasta la Srta. Chones Coll, que en realidad pensaba como él, se callaba y festejaba con una risita los comentarios de los demás. Sobretodo los de Galán, que es tan buen mozo, como dice ella. Pero bien que Galán le daba pie al baboso de Moratorio para que se burlara de él. Y entonces, ¡Ay, pobre Ovidio! decía la señorita y todos a reír. Eso sí, a primera hora bien que leían el diario mientras él hacía el café. La Srta. Chones Coll el suplemento, Moratorio policiales y Galán y el Cadete los deportes. Luego el bobo de Ovidio a compaginarlo antes de que llegara el Sr. Gerente. ¡Le queda tan prolijito! agradecía la señorita. Y él se quedaba sin las reseñas de espectáculos que es lo único que le interesa.

Tal como lo había previsto, después de turismo, como llaman los bárbaros a Semana Santa, un olor espantoso inundaba el comedor. Y va una presa de liebre a la cazuela y viene un trozo de tararira al escabeche. ¿Querés probar, Ovidio?, dale nomás, con confianza; ése era el permiso para iniciar las humoradas de siempre que empezaban con un ¿Y vos qué hiciste, Ovidio? El cadete tampoco había ido a ninguna parte, pero había jugado tanto al fútbol que no lo molestaron por no tener novia o por no haber andado por ahí, como hacían “los expertos” cuando tenían su edad. No, al chico le daban libre; para fastidiar, primero Ovidio.

Sin matar algo, aunque fuese por gusto, nadie era un hombre; ésa parecía ser la consigna. Y de tanto rechazarla, de tanto aborrecerla, de tanto fustigarla, la idea se le fue metiendo como un virus hasta ganar un lugar permanente. Empezó como un juego al abrigo de la cama, antes del merecido descanso. La embestida del jabalí que dejaba seco de un solo tiro, marcando con el caño del rifle el sitio exacto donde moriría la alocada carrera, mientras a sus espaldas, donde hubiera sacrosanto silencio, estallaba la admiración. O si no, la nutria que indolentemente dejaba escapar luego de la andanada errónea de sus compañeros, y la pregunta muda de las miradas que él ilustraba con un ¡Es una madre! Ya cuando el sueño casi lo vencía, tiraba el ril con displicencia y recogía la mejor presa sin mirar a nadie para no humillar; caballerosidad deportiva, que le dicen. Eso enseñaría; ¡lástima no ser inglés para pasear su elegancia en la cacería del zorro; o español, para mostrar su gallardo porte de torero!

Y en la semiinconsciencia que antecede al sueño, donde vamos dejando de ser plenipotenciarios para sumirnos en la noche grande que piadosamente no recordaremos, en ese caldo de cultivo, la idea fue socavando su coraza para instalarle la infección. ¡Pero si cualquiera puede matar! Un crimen, salir en los diarios. Y sin un motivo, qué dice, sin un prontuario, la policía jamás podría descubrirlo.

Una tarde lo sacaron de las casillas y estalló. Bien clarito y con altura les había dicho a los babosos lo que pensaba de ellos. Moratorio también se había enojado y casi llegaron a insultarse. En realidad, por bien insultado se tendría que haber dado ese abombado si supiera leer las indirectas. Pero no hay caso, el que nace para pito… Si no resultó peor fue porque la Srta. Chones Coll salió de Gerencia pidiendo silencio, qué así no se podía trabajar, y anunciando que el Sr. Gerente quería saber lo que estaba sucediendo. ¡Mejor, que se enterase! Todo había empezado con Galán y Moratorio aconsejando al Cadete sobre cómo convertirse en hombrecito y vanagloriándose de lo que hacían a su edad. Y mientras tanto, lo miraban de reojo como si él fuera bobo. Es fácil hablar del pasado, cada cual lo presenta según le conviene y la más mínima referencia alcanza para darle credibilidad. Y como él era soltero, cuchicheaban provocando la risa del mocoso. ¡Él no era ningún estúpido para no
entender el juego que se traían!


Después de la discusión vinieron días de trabajar a reglamento. ¡Ojalá fuese siempre así! Levantaba la vista y encontraba todo en su sitio, ordenado y prolijo. Los biblioratos en los estantes caratulados por su propia letra legible y angulosa, de innegable carácter modestia aparte; cada quien en su escritorio con tareas escrupulosamente cumplidas; el polvo flotando en la luz dorada de la tarde sin que nada lo perturbase; la satisfacción de que el Sr. Gerente no tuviera que anunciarse con carraspeos si salía de Gerencia o el simple hecho de oírlo trabajar. Pero el susto no les iba a durar por mucho tiempo, los conocía de sobra.

La idea que había nacido en la cama ya andaba por toda la casa. Sabía del revólver que guardaba en el ropero y cómo había ido a parar allí, cuando hacía treinta años lo heredara de su padre. Y que hacía mucho más que no se usaba aunque permanecía impecablemente conservado dentro del estuche con su respectiva caja de balas. Por otra parte, por la misma razón jamás podrían relacionarlo con él.

Con una satisfacción que no sabía cómo salírsele aunque lo hacía pisar de otra manera, se instaló un sábado de tardecita en un bar cercano al parque de diversiones, escogiendo una mesa a la intemperie para ver pasar a la gente. Pidió cerveza, bebida que si bien no era de su agrado y le hacía bastante mal, le pareció la más adecuada. Cada tanto se complacía en arreglarse la caída del saco que el arma deformaba. Muchos muchachones le parecieron merecedores de recibir un balazo por una u otra razón, pero él buscaba un hombre particular. Sin embargo, preferir a uno no le resultó tan sencillo como imaginara.

Moratorio estuvo enfermo y faltó una semana. Fueron días de júbilo y cultura donde intercambió comentarios cinéfilos con la Srta. Chones Coll. Ella admira a Robert de Niro y hay que admitir que es un buen actor además de tener un aire recio y varonil. No tuvo ninguna objeción en elogiar sus películas que son realmente excelentes. Hasta Galán escuchó con atención y habló cuando le correspondía. También Esteban, el Cadete, atendió aunque lo suyo pasa más por los tiros, las trompadas y las carreras de autos. Es un buen muchacho; sano, trabajador y honesto. Cuando dice que va a un sitio es verdad, no como Moratorio que los días de lluvia se mete en una matinée pornográfica en vez de salir a vender, y antes de regresar pasa por un chorro de agua para recibir las lamentaciones de la Srta. Chones Coll.


La hija del Sr. Gerente se casa y la Srta. Chones Coll está ocupadísima; sin ella todo el mundo a trabajar a rajatabla. Los días rinden y la oficina es un paraíso, hasta tuvo tiempo de notar que Esteban andaba cabizbajo. ¿Qué le pasará? Un muchacho de esa edad no puede tener problemas muy serios, si no, qué deja para los hombres. Él también anda un poquito fatigado, hace días que no duerme bien.

Lo hizo; eligió el domingo a media tarde para que toda la información saliera en el diario de la mañana. Pero por desgracia, perdió Peñarol y nadie reparó en policiales. Para que vean qué buen ojo tiene, se trató de un hombre con profusos antecedentes por hurto y rapiña a mano armada y con agravantes. Lo halló sentado en un muro, como si faltasen bancos en la vía pública. Fue verlo y reconocerlo, porque lo miró con ese típico desprecio de los inadaptados por la gente seria y se eligió solito. Bajó unos escalones a su espalda, se fijó que no hubiese nadie prestando atención y descorrió el seguro que hizo un ruido tremendo. Le disparó en la cara porque en ese instante se daba vuelta instintivamente; murió hace tres horas.

Ya todos lo saben, el Cadete dejó embarazada a la novia. Otra boca a pedir comida entre los hambrientos porque el padre no tiene edad para serlo ni un lugar donde caerse muerto. ¡Qué se embrome por hacerle caso a los babosos! ¿Por qué no vienen ahora los consejeros a felicitarlo? Sólo la Srta. Chones Coll le dio un beso para levantarle el ánimo y de paso preguntarle qué iba a hacer. Se va a casar; o sea, a un problema le agrega otro mayor. No dirán que la chica que dio el mal paso sabe atender un hogar, si sus sobrinos son unos salvajes, a quién podían educar esos dos que ni siquiera saben limpiarse el traste. ¡Ah, pero así va el mundo! Por algo él no había querido casarse; y no porque le faltaran oportunidades, ¿eh? Sin ir más lejos... ¡Bueh!, los caballeros no hablan de esas cosas. Es cierto, una desgracia no haber encontrado a la compañera indicada, pero no por eso iba a caer en un estado peor. En cuanto a lo otro, bueno, iba a tener que esperar a que el revuelo pasara un poco antes de volver a intentarlo.

Hace casi seis meses del primer homicidio y todavía nada. La prensa lo llama “El asesino dominguero”. Recién el tercero le dio algo de fama. Era un comerciante lleno de deudas, un estafador estaría mejor dicho, que dejó en la calle a viuda y tres hijos. ¡Eso es lo triste, las víctimas inocentes de estos sinvergüenzas irresponsables! Vaya a saber en qué se gastaba la plata, en pagar seguro que no. Sin embargo, la primera satisfacción se la dio la vecina. ¿Va a salir don Ovidio? Como todos los domingos doña Clara. ¿Pero no se enteró de que anda suelto un asesino? Señora mía, si yo dejara de hacer mi vida porque un criminal se pasea libremente no podría llamarme un Hombre.

En la Oficina todo comenzó un jueves y no por el diario. La Srta. Chones Coll tenía el cumpleaños de su ahijada al domingo siguiente y no se animaba a salir de su casa. Ovidio se ofreció a acompañarla y quedó gratamente sorprendida. No hubo bromas esta vez y el tema quedó instalado. Galán opinaba que el asesino era un homosexual reprimido porque mataba hombres y Moratorio en seguida se subió al carro. ¡De ninguna manera, los cortó, el modus operandi no concuerda con ese perfil! Así captó la atención de todos, la Srta. Chones Coll estaba fascinada con sus conocimientos. Obviamente, se trata de un hombre que no está de acuerdo sobre como marchan las cosas, dijo; ¿y quién lo está? Vamos a ver si es tan hombre cuando lo agarren, replicó Galán. ¡Pero qué lo van a agarrar, lo chantó, si la policía sólo encuentra a los que llevan en la frente un cartel de culpable! Es evidente que “El dominguero” no tiene antecedentes y matará a cuanto atorrante se le antoje. Después de ese punto final inobjetable, todavía se jactó, No sé ustedes, pero yo duermo tranquilo.

Nadie habló de fútbol al lunes siguiente pese a que no hubo otro asesinato. En la página policial, a falta de cadáver los cronistas fantaseaban sus especulaciones para que el tema no muriese. En lo único en que acertaban es en la posibilidad de que volviera a matar. ¿Usted qué piensa, Sr. Ovidio?, le preguntó el Cadete. Pienso que deberías ocuparte de educar bien a tu hijo para que cuando crezca no sea un delincuente como esos estúpidos que la prensa llama víctimas de “El dominguero”. Sé que estuvo un poco duro, pero una palabra a tiempo es el principio de la prevención. ¡No vaya a resultar candidato como algunos que yo conozco!, insinuó en voz alta para que todos lo oyesen.

Hasta con el Sr. Gerente tuvo que tratar el caso. ¿Pero señor, toda la ciudad es una porquería y nos vamos a preocupar por unos pobres diablos que bien merecido lo tenían? Sinceramente, no creo que usted o yo corramos riesgo alguno. El hombre se está poniendo un poco viejo, pudo notarlo en sus temores. Lo fue observando a partir de ese día y efectivamente está más lento, menos enérgico. No sé si la charla tuvo algo que ver, supongo que sí, lo cierto es que cuando tuvo que viajar al exterior por unos días, le pareció lo más natural que la Srta. Chones Coll y él quedasen a cargo de la oficina.

Cometió una imprudencia y casi lo descubren. El domingo pasado al salir de casa lo pechó un imbécil. ¡Disculpe!, le gritó para ver si entendía la ironía, y el muy atrevido lo insultó de lejos nomás. Lo persiguió dos cuadras y aunque todavía era pleno día le descerrajó un tiro en la espalda. No murió, quedó inválido.

El identikit que hasta la televisión pasa es graciosísimo. Sólo tienen en común el bigote y los lentes. Comprendo que se espere que un criminal tenga la mirada pervertida, pero por qué hacerle el pelo así, cuando él nunca sale desalineado; lo mismo la ropa. En lo único en que lo beneficiaron fue en la edad, entre cuarenta y cuarenta y cinco años, diez menos de los que tiene. La gente sólo puede vivir en paz cuando el monstruo es conocido, nadie puede imaginar que haya nacido una nueva especie.

El lunes todos sabían que había sido cerca de su casa. Incluso Moratorio hizo notar el parecido con el dibujo y ya estaba a punto de tomarlo para la chacota reconquistando su viejo lugar. Veo que no tiene miedo de que efectivamente sea yo “El dominguero”, le dijo. Y no sé si fue el tono o la réplica puntual, pero siguió conservando las riendas. Enseguida Galán lo atacó con que si realmente pensaba que alguien podía arrogarse el derecho de decidir quién vivía y quién no. Se parece, estimado, le dijo mirándolo a los ojos, a cuando ustedes salen de cacería. ¿Pero no va a comparar a la gente con los animales?, retrucó. Por supuesto que no, las criaturas inocentes no me han hecho nada, le sonrió.

La Empresa cierra definitivamente, ¡vaya Navidades las que les esperan! El Sr. Gerente tiene que operase y no se sabe cómo quedará, y la hija está bien casada y jamás mostró interés alguno por las importaciones. Hace tiempo que se viene conversando del tema en un clima de velorio permanente y una vez más fue ejemplo para todos. Porque tuvo la satisfacción de que se especulara con que él quedase al frente de la Empresa; hasta la Srta. Chones Coll lo hubiera visto con buenos ojos. Pero no, no puede ser, les dijo claramente, cada quien sabe cuál es el lugar que le corresponde. Galán ya se retiró porque tiene intereses en Punta del Este, el que está muy preocupado es Moratorio que se imagina trabajando por cuatro pesos locos a su edad. ¿Y él?, bueno, señores, yo pienso vivir de mis ahorros hasta que me jubile, que para eso los tengo y sé como disfrutarlos. A la que trató de animar es a la Srta. Chones Coll; usted es joven y bonita, y con las excelentes referencias de que dispone, entre las que me incluyo si me disculpa el atrevimiento, no tendrá ningún inconveniente en conseguir otro empleo y hasta mejor remunerado que éste, le dijo. En cuanto a Esteban, vive con los suegros que son quienes realmente paran la olla y ya encontrará otra cosa; para él es fácil porque tiene toda la vida por delante.

¿Y qué piensa que hará “El dominguero”?, le preguntaron ya resignados a su suerte. Creo que como yo se retirará, porque sin importar a cuántos mate, siempre habrá más que lo merezcan. Claro que puede haber otros asesinos, porque cualquiera puede matar, pero éste creo que no, que ya tuvo suficiente. Eso sí, todavía le han de quedar algunas balas en la caja.




Confesionario


Si somos instrumentos de una inteligencia superior o de la casualidad, es una sentencia que no me voy a arrogar. Pero convengamos que, a veces la trama es tan perfecta que sospechamos del azar y otras tan cruel que desconfiamos de Dios. En todo caso, si de algo he de quejarme, es de no haber podido convivir con esa duda razonable como con un parásito cualquiera. Por fin, baste con que se sepa que, a los doce años recién cumplidos, yo era todavía un muchacho muy honesto.

Empezó un jueves, durante un recreo de mi último año escolar en el colegio católico de mi barrio. Y era a mediados de curso porque había invierno todavía, cuando empecé a sentir un malestar vago y el cielo rayado junto al campanario de la iglesia aledaña al patio escolar. Al día siguiente el dolor estaba más alojado y definitivamente había algo paralelo al campanario. No tuve inconvenientes ese fin de semana, pero el lunes persistieron el malestar y el cielo. Y día a día fui sintiendo cómo se plasmaba más y más la visión, hasta que aparecieron un dolor indescriptible y el fantasma de un ahorcado. A pesar de que ya casi no salía del salón, nada mitigaba. Entonces, se me ocurrió que lo preguntaría en el confesionario.

Porque los viernes teníamos misa obligatoria después del recreo y clase tras clase en fila entrábamos por la puerta lateral de la iglesia hasta llenarla. Nuestras túnicas blancas parecían iluminarla. Cantábamos, nos poníamos de pie, respondíamos las oraciones, nos sentábamos, nos arrodillábamos… Un ritual interminable que yo entretenía con mis propias fantasías. Imaginaba, por ejemplo, que el Espíritu Santo se manifestaba en la alta claridad de los vitrales y que un arcángel descendía caminando sobre un rayo de luz para escogerme de entre todos los sorprendidos. La misa era tan larga que me sabía de memoria cada recoveco del recinto; los santos tamaño natural del flanco derecho y las escenas bíblicas que recreaban martirios y victorias en el izquierdo; el altar mayor, las capillas auxiliares y el entrepiso del órgano y el coro. Algunas veces había entrado en la Sacristía y otras subido hasta el campanario. Nunca pude disfrutar la misa, sentía que todo el dolor del mundo era evocado para que pudiésemos expiar nuestros pecados. Pedíamos por los que tenían hambre y por los que padecían calamidades naturales; rogábamos por el alma de Martin Luther King y recordábamos la de los Kennedy y la de Juan XXIII. Pero cuando no, yo estaba perdido en las filigranas doradas, en el veteado de las columnas de mármol, en las tulipas de las luces cercanas o en las arañas de caireles… En fin, había tanto que siempre quedaba algo por descubrir para los que permanecíamos sentados. Porque los alumnos de buena dicción eran invitados a leer en el púlpito pasajes del Nuevo Testamento y los menores de excelente conducta a llevar el agua, el vino y el aceite al altar. Hasta que el Padre Capellán, auxiliado por dos acólitos aspirantes al sacerdocio, comenzaba a consagrar el cuerpo de Cristo. El mismo que la Virgen sostenía cuando rubicunda criatura y que debajo colgaba destruido en la Cruz. Recién en la bóveda de la nave estaba representada la gloria en todo su esplendor, sólo que, desde nuestros asientos no podíamos verla. Ése fue el concepto de familia que debí padecer por amor: un padre todopoderoso que se abstenía, una madre dulcemente permisiva, un padrastro inofensivo y un hijo muerto por mi culpa.

¿Es pecado ver un fantasma? Ese viernes estaba en la fila del P. Servile aprendiéndome la forma de preguntarlo, porque antes de comulgar teníamos que confesarnos. Los confesionarios eran casillas de madera muy labrada, sin techo y con capiteles ornamentados. La puerta cerrada indicaba que había un sacerdote adentro y aunque sabíamos quién, una cortina lo ocultaba. A cada lado había un tablón muy gastado que testimoniaba el asentamiento de millones de rodillas frente a una ventanita que se descorría para escuchar las faltas de los feligreses. Dábamos la cara a un esterillado que preguntaba y perdonaba el bochorno de nuestros pecados. Mas yo, cuando me agobiaba tenía la pésima costumbre de retorcerme el cinturón de la túnica hasta estrangularme la barriga para luego soltarlo y que se desenrollara furiosamente. Esto era muy visible para los demás y quienes me hayan visto de regreso a sus lugares, habrán creído que yo era el peor de los pecadores. Sobre todo, me sentía expuesto ante el P. Severo, el gran temido, que desde el fondo vigilaba el comportamiento de los alumnos en misa amparado por la penumbra. Pasaba inadvertido detrás de una de las piras de agua bendita con las manos en las axilas para que nada interrumpiera la negra presencia de su sotana. Era solamente una cabeza inclinada hacia adelante, una mirada bajo la frente menuda del cráneo inmaculado.

El P. Servile, en cambio, era muy agradable con quienes como él observaban en todo las prácticas religiosas. Los alumnos más pequeños solían llenar su salita para ver al trasluz las diapositivas que trajera de Italia: el Vaticano, Roma, Jerusalén y otros lugares santos. También organizaba concursos sobre la vida de Don Bosco o de Domingo Savio y siempre cometía el mismo error, premiaba a los ganadores con una pelota de fútbol ignorando que los que estudian todo no hacen deporte.

Nunca sabré por qué, de rodillas y ya persignado, en vez de anunciarme con el consabido “¡Perdóneme padre porque he pecado!”, solté de improvisto “¡Perdóneme padre porque no creo en Dios!”. Lo que el P. Servile me dijo cuando al fin se repuso debo suponerlo, pues yo sólo atendía mi propia estupidez. No había ido a confesar malas palabras que no dijera ni pensamientos impuros que no tuviera u ofensas a mis padres que no cometiera; no a recibir la penitencia de tantas avemarías y tantos padrenuestros para poder ir en paz. Lo que yo quería era saber por qué veía el fantasma de un ahorcado en el campanario de la iglesia.

-¿Me escuchaste hijo mío? Debes conversar con el P. Severo y regresar cuando hayas recapacitado.

Desde aquella primera vez en que vi el fantasma, ante una visión extraña siento dolor. No radicado en parte alguna, no de cabeza o de pecho; lo llamo simplemente, me duele el alma. Con él no han podido los médicos ni los psicólogos y al tenerlo no puedo hacer nada, ni estudiar o comer ni dormir, sólo sufrirlo. Mi padre creía que se me iba a pasar con el desarrollo y mi madre intuía algo más profundo y permanente y rezaba por mí. Tuve que aprender a sobrellevarlo en la intimidad.

La semana siguiente a mi confesión, mientras mis compañeros jugaban al fútbol o al frontón en el recreo, o conversaban durante la merienda y los chiquillos corrían por todas partes llenando el patio, yo, recostado a un árbol miraba el campanario. Buscaba las consecuencias de mi incongruencia respirando el dolor de ver al ahorcado sobre el techo de la iglesia sin tocarlo ni saberse de qué pendía. Una transparencia, una idea fija y propia, una sobreimpresión en el cielo que pasaba lentamente simulando que la macabra visión navegaba; hasta que sonaba la campana y volvíamos a clase.

Así debió verme el P. Severo porque adelantó nuestra entrevista, sufrí la vergüenza de ser convocado en plena clase. Tocó a la puerta, entró, hicimos el último ruido en ponernos de pie, se inclinó un segundo sobre el maestro y se fue devolviéndonos la vida. Pero el maestro dijo “¡Silencio! Escobar a la Dirección, los demás pueden sentarse”. Y mientras todos me observaban y algunos preguntaban por lo bajo “¿qué hiciste?”, yo salí retorciéndome el cinturón de la túnica.

El P. Severo no entró en Consejería, siguió por el pasaje que comunica con el patio de los liceales haciéndome señas de que lo siguiera. Solté el cinturón y al llegar a la esquina vi que subía por una de las escaleras que conducen al museo. Ni una hoja de plátano o de papel recorría el patio que sería mío el próximo año. La gran estatua de la Virgen y el Niño, entronada en la fuente donde íbamos a alimentar a las carpas con miguitas de merienda, estaba solitaria en su blancura. Quise correr pero en ese momento, con un chasquido brutal, se abrió la puerta de la salita particular del P. Servile. ¡Cómo cambiaba su rostro cuando no sonreía! Trepé de a dos los amplios escalones, giré en el descanso y subí el último tramo. Los corredores estaban vacíos, las vitrinas del museo relumbraban sobre el damero de las baldosas centenarias. Los pasos continuaban en el piso superior, donde estaban los
dormitorios de los sacerdotes y de los aspirantes, que fuera también de los pupilos hacía más de una década. Teníamos prohibido ir allí pero me habían llamado, así que hice los otros dos tramos de la misma escalera aunque con más cautela.


El P. Severo me esperaba a mitad del corredor más corto y al verme volvió a desaparecer. Caminé lentamente hasta la única puerta abierta, una capilla apenas esbozada, y lo hallé sentado de cara a la Cruz. Esperé la autorización que no llegó y entré.

-¡Siéntese! -me ordenó.

Me pidió que le hablara de mi hogar. No supe por dónde empezar y me fue guiando hasta establecer que era el único hijo de un matrimonio mayor, que mi padre era escribiente en un frigorífico y alcohólico, y que mi madre era costurera de gente humilde. “¿Sabía que era adoptado?” ¡No, no lo sabía! No me dejó caer en las reflexiones de la revelación. “¿Qué miraba en los recreos?” Con una madurez impropia le conté todo. “¡Cierre los ojos”, me dijo, “vea el fantasma! ¿Quién es?” No lo sé, es un hombre. “¡Concéntrese! ¿Cómo está vestido?” Es un sacerdote. “¿Tiene sotana?” ¡No, lo sé simplemente!

-¡Arrodíllese, rece conmigo! –Me jaló de un brazo con tal violencia que desplazamos el banco al hincarnos. Grité el padrenuestro y el avemaría repitiéndolos como si fueran uno e interminables. Temblaba todavía cuando me interrumpió.

-Puede retirarse, no volverá a verlo.

Cuando llegué a la puerta de mi salón me sentí lo suficientemente seguro para mirar. Era cierto, no estaba; sólo su recuerdo. Cerré los ojos y busqué los detalles… Me detuve de golpe al ver la frente menuda del cráneo inmaculado.




¡Ah, mi Agustín!


Esa mañana, María trabajaba en el jardín de su casa. Tenía la costumbre de prepararlo después de la última lluvia de agosto para recibir la primavera. Escuchaba la radio canturreando más lo que le evocaba que lo que emitía. Un nombre, una palabra, bastaba para traerle a la memoria aquellas hermosas canciones de su juventud. De repente, el tableteo familiar del portoncito de calle interrumpió sus ensoñaciones. Un hombre luchaba por abrirlo. Clavó su palita junto a las batatas de lirio, se levantó quejándose de los huesos y fue al encuentro del desconocido.

-¿Joven? –preguntó sacudiendo la cabeza en un intento por ordenar el cabello que de rubio pasara a blanco puro y ahora amarilleaba en la vejez.

-¿Usted es María? –Al hombre le costó conciliar a la mujer que tenía adelante con la de la fotografía que guardaba en el bolsillo, la que su padre le entregara junto con la petición. Esta versión viva de piel apergaminada y arrugas profundas tenía la boca grande, los ojos escondidos y el pelo cayendo de cualquier manera. La de su bolsillo, un blanquinegro que el tiempo también amarilleara, apenas si tenía un par de quebraduras cuidadosamente planchadas que no impedían ver el rostro franco, altivo, que sólo el severo peinado avejentaba.

-Sí, ¿y usted? –No le gustaban los extraños y se sintió incómoda. Quería decirle que no compraba nada pero el hombre todavía no ofrecía.

-Soy el hijo de Agustín. –Un olor dulzón que no supo reconocer le vino de la deteriorada vivienda abierta al día. O talvez fuera de la mujer.

-¿Agustín?, yo conocí a un Agustín, ¿sabe? –El rostro de la mujer se remontó al cielo y adquirió su luz.

Ante el incómodo silencio, el hombre pensó cómo decirle que de ése Agustín se trataba. El hermoso domingo que le diera tanto coraje para hacer la voluntad del padre, se le escurría por la cara a modo de sudor. Sacó un pañuelo y se secó.

-¡Qué curioso! Él hacía lo mismo, ¿sabe?, mi Agustín. -La mujer se tomó un tiempo todavía antes de comenzar su remembranza predilecta.

-Era mi prometido, señor; seis meses estuvimos conversando en este mismo lugar con mi madre allí sentada esperando pacientemente. ¿Ve?, donde ahora está el gomero –y se apartó como si el escenario fuese todavía visible. –Antes había una mecedora pero yo la entré. Ella fingía adormecerse para que pudiéramos besarnos -sonrió, -pero no cabeceaba y yo sabía que estaba mintiendo. ¡La vez que se durmió de verdad nos aprovechamos de lo lindo! –ahora sí rió para exorcizar el rubor. -¡Bueno!, si no, ¿qué iban a pensar los vecinos? –se arregló un poco la blusa como seguramente lo haría entonces.

-Sí, seis meses estuvimos hasta que mamá nos dijo que Padre autorizaba que pasáramos a la salita. ¡Qué felices estábamos ese día mi Agustín y yo!, ¿sabe? Mi padre era un hombre muy severo, señor; nosotras lo respetábamos mucho. ¡Ah, ése sí que era un hombre! Mi pobre Agustín también, señor; los dos. Jamás protestó por nada; al contrario, le traía flores a mamá porque sabía que le gustaban mucho, ¡y a mí me acariciaba la mejilla con tanta ternura! –la mujer parodió el gesto con sus dedos nudosos ante la fuerza del recuerdo querido. -Y me decía que no me preocupara, que ya iba a llegar nuestra hora de estar juntitos…

El hombre cambió de posición dispuesto a esperar que fuese el momento propicio para esclarecerla, la mujer lo miró con detenimiento.

-¡Sí, usted me lo recuerda mucho!; a mi pobre Agustín, digo. Muy trabajador, ¿sabe?, con paciencia iba juntando la platita para casarnos. Antes era muy difícil, señor, no había tantas casitas como ahora y teníamos que alquilar. ¿Y los muebles?, ¡cómo costaban! Pero qué hermosos eran los muebles de antes, ¿verdad? -El hombre asentía con pequeños movimientos y la mujer seguía conversando con su pasado. -¡Entonces llegó aquel horrible día de la desgracia…! -la mujer se apretó la boca con fuerza, como si ella tampoco debiera hablar, sentir, respirar… -Venía para casa el pobrecito. ¡Ay, señor!, ¿sabe?, lo agarró el tren. ¡Fue horrible, horrible! Yo no pude ver nada, apenas supe caí postrada. Fue mi padre quien trajo la noticia, señor. ¡Dijo que el auto había quedado destrozado! Tres meses estuve probando apenas la sopita que mi madre me obligaba a tomar… Fue como si nunca más pudiese creer en nada, ¿sabe?

La mujer lloraba todavía pero sólo en el fondo de sus ojos, la boca ofrecía una incongruente sonrisa de disculpa y despedida. El hombre tragó una ola de amarga saliva y comprendió que no era posible conciliar el pasado de su padre. Que él, su mensajero, no existiría nunca para aquella desdichada mujer porque su Agustín había muerto mucho antes de que él naciera. Dio media vuelta y se alejó por las viejas veredas de aquel barrio descolgado del tiempo.




Solución S.A.


Diez años, Susana; son diez años y yo tengo que justificar porqué terminan. ¿Acaso es posible? No es culpa del formulario; al contrario, estará muy bien pensado. Todas las causas han de estar presentes; sólo que así, tan generalizadas… Seguro que a todas las hemos padecido alguna vez. Y si yo lo tildo todo, Susana, creerán que nuestro matrimonio ha sido un martirio y no es cierto. Tampoco me parece justo elegir algunas, sería como ponderar ciertos momentos. No, a cada cual lo suyo. ¿Recuerdas aquel cuadro que a mí me pareció un matete? Tú te reíste porque estabas contenta ese día; y mientras yo te sostenía a Tití rezongándome, ese peluche chino que costó más que pintar el auto, tus esclavas de oro, la de tu madre, la de tu abuela, fueron envolviendo las formas, trazando puentes, esclareciendo el ritmo del artista. ¿Se podría elegir un par de manchas que lo representen?, ¿verdad que no? Diría que yo era feliz porque tú lo eras, aunque mi propio perro muriera atado en el fondo, hasta donde tenía que ir para poder acariciarlo. De ti aprendí esa vida que se compra, que es eufórica, pero que sustituye y es sustituida. Cuántos ejemplos más podría darles, un sinfín de minucias cotidianas, sin que supieran nunca dónde colocarlos en este formulario. Pero yo debo marcar en los casilleros al margen de las hojas para que quede establecido un motivo que a nadie más le interesa, y firmar en la última, esto es lo que ocurrió. Y adiós para siempre, Susana.

Es lujosa esta empresa, una vez adentro nada indica su función. Voy por un pasillo que te hubiera gustado, la luz cae sobre los cuadros sin molestar. No hay muñequitos como en Chagall, ¿o era Dalí?, ni árboles como los de Turner que son mis preferidos. Son paisajes precisos y serenos. Tú te hubieras demorado en explicármelos hasta que, fatigada de escucharte, me reprocharas ¡pero vos qué vas a entender! Al final hay una puerta que se abre precisamente cuando llego, y él me recibe. Un amigo instantáneo que me ofrece su privacidad.

Estoy en una habitación extraña y demoro en acomodarme. Él lo sabe y me espera hablando de sí mismo, con las manos y el contrato inmóviles sobre la carpeta del escritorio. Me cuenta fragmentos de una vida ordinaria, como supone la mía, que van haciendo nuestra vieja amistad. Entiende y perdona que me distraiga con los objetos que nos rodean. Son antiguos y de lugares remotos, como si se pudiera tomar cosas de todas las épocas para crear un pretexto. De a poco me voy habituando al ambiente y a su voz. Sin embargo, algo me molesta y no sé qué es. Estamos conversando; ¿así que he leído los términos y estoy de acuerdo? Entonces, de noche la capilla ardiente y por la mañana el sepelio. Por favor, debo leer nuevamente el contrato antes de firmarlo. Enseguida sirve la bebida que nos devuelve la fraternidad y abre la cigarrera para que encendamos como de costumbre. Se disculpa por dejarme solo y revierte el escritorio que ahora es mío. Y bebo y fumo mientras voy releyendo y me vuelve a estrujar la pena. Pero soy de ese tipo de hombres que sufre sin derrumbarse, calladamente como es la sinceridad, y dueño de mi destino, como dijo y admiró mi nuevo viejo amigo. Firmo sin terminar de leer porque me hace daño y él lo sabe y ya regresó. Ya sé lo que me molesta de este lugar, nada refiere al tiempo que transcurre. El tantán da una hora eterna y el calendario de colección trasciende los hechos que contuvo.

¿Estoy listo? Salimos por otra puerta a un pasillo más impersonal. Sin apuro y con confianza me conduce del brazo, zona franca entre su calma y mi tristeza. Ha puesto al aire los pormenores de otra anécdota que durará exactamente hasta que lleguemos. En ningún momento veo a alguien más. Es realmente su casa, como me ofreciera orgullosamente.

Y abre la puerta de un dormitorio donde estás recostada, Susana. ¡En una cama que no es la tuya, a la penumbra de una veladora, duermes! Tú, que el más mínimo resplandor te perturba. Y enciende la luz que llena los detalles que no son los nuestros, y te veo espléndida. Estás hermosa, Susana. Hermosa y en paz como nunca. No tuviste esa expresión a mi lado ni el cabello suelto así de esa manera. Por un instante dudo y el médico, que no es otro que mi nuevo viejo amigo, retira un poco la sábana descubriendo tu cuerpo que un recatado camisón adelgaza. Se diría que lo compraste ayer si no fuera por la diminuta abertura en el pecho, que una flor bordada disimula. Un ojo abierto al cielo en negativo de tu piel donde titila un lunar ignoto. Recién comprendo el sitio exacto de tu corazón. El doctor pone en mi mano un instrumento y nada tiene que explicarme. Su empuñadura será el broche de nuestros diez años, Susana.




Sin programación


Frances esperó que el último operario de la división se retirara y la apagó. Aún debía discutir con otro mando las correcciones del TR pero, irremediablemente, reafirmarían conceptos que se anulan mutuamente. La tecnología avanza más en teoría que en la práctica, y francamente, ya estaba un poco harto de todo eso.

Descendía en el vertical cuando recordó la propuesta de su amigo para combinar un nuevo programa de fin de semana. Por ahora, habría de conformarse con el paseo en yate con la estilizada Brigitte: nadar desnudos entre aguas transparentes hasta incendiarse, bracear a la playa escondida, encender la fogata que colorea los deseos y hacer el amor apasionadamente mientras la luna llena supera la cascada para argentarla. O si no, lo que se planteaba desde hacía un tiempo: conciliar el sueño con los ojos cerrados a la realidad pero sin dejar de verla.

Condujo por las prolijas sendas del paisaje urbano hasta que, demorado en el cruce arterial y mirando el clásico habitacional celeste de terrazas blancas que siempre lo atraía, la vio: una grácil figura en cruz al borde mismo de la seguridad. Quiso ajustar el selector visual pero no tuvo tiempo, porque sin bajar los brazos giró sobre sí misma, permaneció todavía suspendida un instante y se dejó caer invirtiéndose en el vacío.

El visor de tránsito en su panel lo intimaba a continuar. Iba en la misma dirección y formó parte del anónimo cortejo que atravesó la escena. Rompiendo la pulcritud, un cuerpo angulaba un vehículo que destellaba la alteración.

Ya en su apartado, ingirió un libre y programó el equipo. Se fue relajando a medida que se le condicionaban los sentidos y los rayos lo inducían. Chilló una gaviota, otra más planeó en el azul inmaculado y el aroma se definió en la marina de un atardecer de fantasía. Se puso la gorra de capitán justo a tiempo, porque en el soleado malecón y sobre sus largas piernas, envuelta en su propia luz, aparecía Brigitte con la firme promesa de su gastado sueño.




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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMar Sep 18, 2012 2:13 pm

Leido y disfrutado!
El primero, el de Ovidio Nadies. Aunque yo lo hubiera titulado "El Candidato" Por aquello de las caracteristicas que buscaba Nadies en sus... candidatos al infierno. Muy interesante la forma en que logras que los asesinatos de Nadies sean solo un elemento, el mas importante en la historia, pero que no juega un real protagonismo dentro de la narracion. Y por otro lado, la aficion de Ovidio al arte y a la cultura lo despoja del dejo moralista que podria darle el hecho de hacer justicia por mano propia.

Seguire despues con las demas historias. Leere una por dia, no sea que se te suba el ego, compadre.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Sep 20, 2012 12:45 am





Las visitas del marqués



A ver, esperen un poco, ¿cómo les digo?… Es un pueblo en la Provincia de Jujuy, al norte de Argentina; aunque yo soy catamarqueño. Bueno, lo que importa es que era piloto y que me ganaba la vida haciendo fletes con mi propio avión, un DC 3 que sobrevivió a la guerra por llegar tarde y que de milagro se había salvado de ser chatarra. Recién le había pagado el enganche; y con sacrificio, una cuota.

Las cargas eran muy escasas a pesar de ser el único avión en la zona para tales servicios, pero ya había fijado domicilio en ese pueblo y no podía mudarme hasta tener pago por lo menos la mitad. Sin embargo, el tener un sentido en la vida, y sobre todo, el placer de volar, eran para mí todo lo que precisaba para ser feliz.

Ese último día llegué muy temprano; en realidad, siempre lo hacía. Si podía, me gustaba estar en el aire antes que el sol, tener la sensación de que yo volaba más alto. ¡Qué tontería!, ¿no? Me quedé en el portón terminando un cigarrillo, era noche sin luna y el aeródromo parecía más pobre todavía. Apenas unas luces de mercurio salpicaban el edificio, los hangares y la bomba de combustible. Y por supuesto, en el cielo tenía la roja que indicaba su altura. Para mí la más genuina, una modesta estrella que indicaba su condición.

“Esperanza”, que así lo había rebautizado más por mí que por él, estaba en la pista. (Un eufemismo, porque no dejaba de ser un camino particular de tierra compensada apenas más claro que la noche.) Semejaba un perro echado sobre las patas traseras olfateando al viento. Pero era mi perro, y éramos también, lo único que teníamos en el mundo.

Las ventanas de la oficina tenían luz; Chiche, el despachador, ya tendría todo dispuesto. Era un bicho nocturno y nos cruzábamos a esa hora, yo levantado y él sin acostarse. Así que cerré el portón y me encaminé al trabajo. En tierra fuimos poca cosa, pero allá arriba…

Ya en vuelo admiraba el paisaje, feliz de que eso fuera posible. Había llovido y la
visibilidad era excelente. Nosotros y las cumbres de Los Andes estábamos al sol, lo demás permanecía en la penumbra celestina donde los detalles se confunden. Iba al norte, a Santa Catalina, cerca de la frontera con Bolivia. Me serví lo que hubiera sido mi primera taza de café y eso es todo. Nada más quedó de lo que fuera mi vida.

El resto es como si hubiera muerto en ese instante y continuado aquí, en este bodegón de mala muerte que se refugia del sol caribeño. Como si hubiera vaciado el cuerpo del piloto cuarentón para ocupar el de este borracho que soy desde hace veinte años. El tránsito entre uno y otro es unas pocas horas que no sé precisar, pero es la historia que estoy condenado a contar una y otra vez, por una botella más.

Lo descubrí en el horizonte, sobre la cordillera. Parecía quieto, a poca altura. Un objeto inexplicable que brillaba al sol. Había oído hablar de que esas cosas existían pero hasta entonces eran sólo leyendas. Habré estado un instante observándolo, tratando de entenderlo, cuando de repente se me vino encima en un abrir y cerrar de ojos. ¡Debió ser a una velocidad vertiginosa! Me succionó como si fuera una pluma y les juro que nunca sentí un dolor tan intenso; la cabeza me estallaba en miles de luces diferentes.

No sé cuánto tiempo estuve para despejarme, pero tenía consciencia de estar inclinado hacia adelante y de lado. Por fin, poco a poco fui comprendiendo lo que me rodeaba. Estaba suspendido en un mar de hojas en el que era imposible orientarse. Me quedaba la cabina y poco más, pero estaba ileso y trágicamente lúcido aunque seguía en mi asiento mirando por el parabrisas intacto como si eso tuviera alguna importancia.

Sabía que debía moverme, que no podía quedarme así indefinidamente, pero me aterraba que aquello no tuviese fondo. Estaba en otro mundo, a una descomunal distancia de todo lo que conocía. Entonces, como recuperada del susto, la selva comenzó a tener vida a mi alrededor y me animé un poco.

Chillaron unos monos y pude verlos relativamente cerca. No eran muy grandes pero había muchos y me enseñaban los dientes. ¿Sorpresa, furia, conversaciones, burlas?; cualquier cosa podía provocarles mi presencia. Tenían colas muy largas y había uno de pelaje diferente, mucho más claro que el de los demás, que me llamó la atención por la forma en que me miraba. Abrí la ventana y les hablé, tanto así era mi desesperación; se callaron, se fueron.

Con el coraje de los perdidos salté aplastando innumerables hojas que me dejaron donde quisieron. No había cielo, sólo una luz verdosa que quién sabe desde cuándo venía rebotando. Pero el mono diferente seguía por allí, como esperándome. Avancé siguiendo su referencia según desaparecía. Caía y me levantaba chapoteando en la humedad sin saber lo que pisaba hasta que…

En un claro perfectamente delimitado, ¡con césped y todo, había una casa de dos plantas! De haberme golpeado hubiera jurado que alucinaba. Por la descripción, otros turistas me han dicho que corresponde al estilo colonial español con
influencias árabes. En fin, poco importa.

Lo cierto es que la circundé un par de veces despacio, viendo sus ventanas, las tres puertas, la terraza y hasta la cochera. No es que estuviera abandonada, simplemente no había nadie a la vista, ni siquiera una mascota. Pero lo más curioso es que tampoco había caminos, veredas o sendas al resto del mundo; ningún cable o antena, nada que la conectara a la civilización. El muro impenetrable de la selva la rodeaba por completo. Silenciosa e inexplicablemente habitada, eso me pareció antes de usar el llamador de la puerta principal.

Me recibió una mujer hermosa en el esplendor de la madurez. Apenas le conté del accidente puso una cara de delicioso asombro y con modales refinados me invitó a pasar y a sentarme en el recibidor. Me pidió que me pusiera cómodo y que no me preocupara, que el marqués se ocuparía de mí. De hecho, debía disculparla porque estaba por llegar y tenía que terminar de arreglarse para recibirlo.

Tendría que haberme preocupado del cómo el susodicho llegaría hasta allí pero la sucesión de sorpresas no me daba tregua. En las paredes había cuadros con fotografías, todas de una mujer idéntica pero en otra época; como a principios de los años veinte, a juzgar por la ropa. Aparentemente, se trataba de una estrella de cine por los lugares y los personajes felices que la acompañaban. En especial, había un gran retrato de estudio. Se diría que se lo habían tomado recientemente trucando el estilo de ropa, maquillaje y peinado, pero su avejentamiento era auténtico y estaba firmado.

Por fin llamaron a la puerta y la anfitriona bajó a atender retocándose al paso con coquetería. No bien hubo abierto, frustró el beso que le destinaban colocando graciosamente sus dedos sobre la boca de la visita y señaló en mi dirección. “El señor tuvo la desgracia de accidentarse en la selva”, dijo, y me presentó a un marqués de irrepetible apellido. El hombre de edad indefinible y ataviado con una incierta gala militar vino directo hacia mí. Inútil fue que extendiera mi mano, acarició mi rostro y me desvanecí por segunda vez.

Luego, quién sabe cuánto después, desperté en un banco de la plaza que está aquí cerca. Dije quién era y qué me había sucedido, y desde entonces estoy abandonado en este bodegón contando mi historia por unas monedas a quien la requiera. ¿Me compran otra botella, por favor?




Ventana al campo


Traía entre las manos una caja incómoda y apenas podía ver por donde andaba. Ráfagas calientes de un invierno enfermizo lo hacía trastabillar en las esquinas y le enredaba partículas de polvo en las pestañas y papeles callejeros entre los pasos. La humedad cultivaba lo peor de la ciudad: yuyos peregrinos en las veredas, moho en las paredes leprosas, matas invencibles sobre los desperdicios acumulados; las heces de los perros y la basura arrinconada, todo estaba revenido esperando la lluvia que pasaba sin caer.

Tropezó en un desparejo de baldosas y si no cayó fue porque golpeó contra un muro abollando la caja y dejando la sangre de sus nudillos como otra mancha que pregunta. No le importó, todavía eran rudas sus manos aunque ya no se atrevía a lamerles las heridas como cuando gurí allá en el campo. Tampoco estaba su madre para restarle importancia o su novia para magnificarlas.

Unos muchachos o niños viejos y un gato tan asuciado como la tarde, lo vieron entrar con dificultad entre las hojas hinchadas de una puerta angosta y alta, de esas que parecen rajar los cimientos de la ciudad. La pensión era una ruina de la época de la opulencia, con una claraboya muy arriba que filtraba una luz turbia que las maderas se tragaban inmediatamente. Todavía le faltaba subir tres pisos por la estrecha escalera pero la rancia penumbra estaba fresca. Fue pasando ante puertas indiferentes hasta la última, la del altillo.

A la pieza la llenaba un camastro, un armario, una mesa y una silla. Y al escaso espacio libre, un caballete con un lienzo bastante definido hacia lo que sería. La única comodidad era la ventana que abría sobre techos herrumbrados, hijos seniles del cielo y la tierra. Debajo, muerta la quimera industrial, los obreros vagabundeaban su miseria esquivando las quejas de sus mujeres y los juegos de los niños.

Pero él hacía una ventana opuesta a la que no le gustaba, una por donde pudiera ver de verdad. La voz susurró “¿Llegaste?”

Puso la caja sobre la cama y abrió la ventana, el día malsano era preferible. Se sacó la ropa, la sacudió y la extendió sobre el respaldo de la silla. Luego fue sacando los víveres que comprara y el paquetito con el pincel y el pomo de óleo blanco. El pincel fue con los otros al tarro de aguarrás y el pomo junto a sus exhaustos compañeros.

Sentado en la ventana con los pies al exterior terminó de comer unos groseros refuerzos de mortadela y queso mientras las palomas se disputaban las migajas. El poniente mentía ser el final de la desgracia. Una vez asfixiados el cielo y el hambre, entró a desperezarse y tomar un poco de vino de oferta. La noche en ciernes disolvía la fisonomía de la ciudad. Oyó los gritos de una madre llamando al rezagado y encendió la potente lamparilla blanca que vivificaba la pieza.

Lo que naciera como un fondo miope de colores se había ido definiendo no bien tuvo su horizonte de luz. Entonces sí, a grandes rasgos, pudo ver lo que deseaba. Cuidadosamente fue afilando los detalles hasta que apareció la casita de sus sueños con tocado de santarita, telón de arbolitos otoñales y un álamo solitario donde colgar la luna. Un ojo entrenado podría descubrir el galpón para las herramientas y el aljibe para el agua. La bandera de la vida se izaba en volutas de humo pálido sobre un cielo muy azul donde todo es posible. Adelante, el camino de huellas que un perro recorría, se hundía y se ensanchaba para profundizar la distancia. Y en primer plano, las ramas del árbol de su niñez.

Trabajaba la luz en las hojas cuando las palomas cloquearon en el alféizar. “¿Qué son?”, preguntó; palomas, le contestó. “¿Traerás algunas?”, quiso; no, están sucias. Adivinó la decepción de la niña; ya tendrás tus propios pájaros. “¿Cuándo vienes?”; ¡pronto, pronto terminaré!

La lamparilla le sudaba la frente, la noche le erizaba la espalda. Hizo un alto y fue a la ventana para ver el cielo, el resplandor de la ciudad lo arruinaba. ¡Cómo le hubiera gustado pintar los del campo, con sus lunas límpidas derramando luz verdadera! Pero es imposible, no hay pintor por bueno que sea, capaz de reproducir la lejana intensidad de las estrellas. ¿Qué paleta podría recrear los destellos de las diminutas formas? Hay cosas que deben vivirse para que los recuerdos sean consuelo. Volvió al trabajo.

La vocecita arrumada de modismos y promesas, entonando arroyos y casuarinas, fue llenando de amor el silencio. Canciones del campo, cándidas ocurrencias, su única risa. Pero bostezó y tuvo conciencia de la hora, las palomas ya se movían. Tapó los pomos y metió los pinceles en aguarrás. Bebió el resto de vino, se asomó a la ventana y orinó sobre los techos que comenzaban a espejar otro día. Lo constató tan sucio como todos y se acostó para recuperar el calor de los sueños.

Fue uno que extrañaba una pérdida indefinida pero con soles de todos los colores floreciendo una ciudad digna. Y con un tren a la casita blanca donde se cocían los pasteles que no estaban prontos. La que ella limpiaba cantando, mirando de vez en cuando el camino donde el perro iba sin ladrar todavía, hasta el árbol por donde él llegaría, quizás con unos pájaros de regalo.




El jarrón de caracoles



“¡No hay nadie, no hay nadie!”, susurraba el Penca. Tito sabía que lo precipitaba demostrar que había encontrado algo bueno y estuvo a punto de chistarle para que se callara, pero prefirió que el augurio encarnase en los gurises. Estaban ocultos en el frágil silencio de la noche, a orillas de la luz encharcada por los plátanos sin poda que flanqueaban la calle. Un depredador condenado, asechando con sus cuatro pares de ojos hasta los más mínimos detalles de la casa semioculta por el salvaje jardín. La múltiple respiración contraía y expandía la angustia, y la mixtura de sudores marcaba el fugaz territorio. Tito lanzó el índice y Rata la última piedra que saltó la maraña de rosales, golpeó la puerta y se quedó esperando. Ni un perro, ni otro, ni el retemblor metálico de un camión, todo lejano, tuvieron que ver con la casa dormida. La agobiante incertidumbre había terminado. Rata y Chingo, sin saber quién contagiaba a quién, escurrieron un chucho, porque si Tito no decía nada, el trabajo se hacía.

Para su tamaño, Penca se agazapó cuanto pudo. Los nervios lo mecían y los rosales lo aquietaban sin que pudiera putear. Por suerte, sólo le faltaban un par de contactos para que pudiera independizarse. Se consolaba pensando en la hermana del Rata, que aunque feúcha, todavía era decente y lo aceptaría con tal de dejar el rancho donde vivía, atiborrado de generaciones que se superponían en inextricable parentesco. Él sabía muy bien cómo meterse de intruso en una vivienda del Estado; después de todo, el país estaba pensado para los más ricos y los muy pobres. Y si había traído al Rata consigo para que se ganase unos pesos, tendría que ayudarlo con la hermana.

Tito había hecho saltar la reja de una ventana trasera y los menores tironeaban para arrancarla. “¡Despacio, van a despertar a todo el barrio!”, rezongó al Chingo que en su debut ponía todo el celo que creía necesario; los perros se incitaban hasta muy lejos haciendo imposible precisar el origen de sus ladridos. La primera sonrisa apareció cuando el Rata, con mueca de duende perverso, se acampanó las orejas que le valieran el mote de “ratón” en una infancia remota que apenas sucediera ayer, porque había visto en la vidriera de una tienda un impresionante walkman amarillo que ahora se podría comprar.

Como en sus años de marino, el hombre sólo despertó cuando los ruidos se hicieron extraños. Por un instante bebió la quimera de que era su mujer y su hijo regresando y volvió a ver por la ventana cómo ella le abría el portón para que el niño entrara sin ensuciarse, pero la imagen era otra bruma del alcohol. No fue orgullo dejarlos ir, fue la certeza de que les hacía daño; ellos tan corpóreos y frágiles, él tan fuerte y navegado… En cambio, vio la espalda entre los rosales a pesar de que los ruidos provenían del fondo. Al levantarse para sacar el revólver de encima del ropero, removió a Pirata que maulló, resbaló en la hondonada del colchón y volvió a ovillarse en la tibieza.

Los demás ya estaban adentro cuando Penca fue sorprendido y obligado a rodear la casa para entrar por la misma ventana rota. Aunque oyeron su miedo, quedaron pasmados ante el grito del hombre que encendió la luz. Sólo el Rata atinó a esconderse en el dormitorio.

-¡Decile que salga! –intimó el hombre a Tito.

Creyeron que la cara roja iba a balearlos; sin embargo, imponiendo silencio de puño y gesto, el hombre los fue apilando con pequeñas indicaciones de revólver hasta dejarlos de espaldas a la puerta entreabierta y con la mesa que llenaba el comedor de por medio, antes de sentarse en un sillón que golpeó la pared al hacerlo.

Desde el rincón opuesto, Tito buscaba lo que ocurriría. El viejo parecía bastante entero pese a la gran barriga que le mortificaba el calzoncillo y a la cara más borracha que dormida. Un tipo de cara que él había tenido que aprender antes que cualquier otra cosa en la vida. Espantó los recuerdos para salir del pozo y se concentró en el seis tiros que manejaba con seguridad, quizás fuese un milico retirado. De los cuatro él era el que estaba más alejado de la puerta y los otros bloqueaban el espacio entre la mesa y un sillón largo bajo la ventana, pero si se ponía pesado, tenía al alcance un enorme jarrón de caracoles que podría arrojarle mientras se zambullía afuera. Empujaría al tarado del Penca para que lo cubriera, seguro que no disparaba contra los gurises.

¿Estaría pensando robarle el jarrón? ¿Sería posible que esta lacra no cambiase nunca, que hubiese que exterminarlos como a alimañas? ¡Si lo agarra le prendo bala! Vio a su hijo sosteniéndolo a duras penas, a la madre atenta de que no se le cayera; era la época de los cumpleaños y éste el que más recordaba. La habían engañado, no eran caracoles marinos; ¿pero cómo decírselo? Entonces él callaba mucho y ella haría otro tanto.

Me gustaría vivir aquí, pensaba Chingo. Que las cosas que veía fueran suyas; no robadas, suyas desde siempre. Haría los deberes sobre esta misma mesa hasta que su madre le sirviera la leche, y su hermana vendría a comer los domingos y él cuidaría que los sobrinos no rompieran nada. Sería fácil decirle sí señor o sí papá a ese hombre que no tenía miedo ni de Tito. No se atrevía a mirarlo mucho, prefería el cuadro que tenía sobre la cabeza; un barco de grandes velas entre olas puntiagudas con un cielo de bonitos colores.

Más que el hombre armado, a Penca le preocupaba haber metido a Tito en semejante lío. No era violento, pero si decía ¡nunca más!, mejor irse del barrio porque nadie le daría bola. ¡Todo se había ido al carajo! También, ¿quién iba a suponer que el viejo se sucuchaba en esa piojera? Pa´ colmo no había nada qué robar, las cosas eran viejas y vulgares y seguro que no tenía un peso partido a la mitad. Lo único que podría salvarlo sería quitarle el fierro; si pudiera conversarlo…

-Disculpe don, pero si nos deja ir le prometemos no volver a molestarlo. Y además, podemos arreglarle la ventana.

-Desnúdensen.

-¿Cómo dice?

-¡Qué se quiten la ropa, idiota!

Tito cerró los ojos y cayó otra vez en el pozo; una oscuridad con manos que empezaba con tufo a mugre, orina y vino. De acuerdo al primitivo juramento de su dignidad, quiso apretar los ojos para impedir el llanto pero ya lo había hecho. Sin embargo, en algún lugar inexistente de la memoria, más cerca que su madre que dormía en el vacío y que su padre que aplastaba la rigidez de sus bracitos, aparecía ahora un gran jarrón de caracoles. Abrió los ojos y comenzó a desabrocharse sin apuro. Cuando soltaba el cinto vio que el Rata le sonreía al amparo de la remera que se quitaba. El Chingo los imitó y el Penca, que se había quedado pensando, se apresuró a bajarse los pantalones. De los championes no dijo nada, pero como Tito se los sacó, todos lo hicieron.

Desnudos, tensos, sorpresivamente enhiestos, al hombre le hizo gracia verlos. En cueros no parecían el creciente peligro que según la radio amenazaba a la sociedad; ni el jefecito tenía pelotas. Le hubiera gustado obligarlos a bañarse y a que se laven la ropa, pero no eran los sucios que hubiera imaginado. Incluso la ropa, aunque medio estrafalaria, estaba bastante nueva; se preguntó si su hijo andaría así vestido. Recordó otros desnudos de su juventud, marineros en cubierta a baldazos de agua salada; ¡ésos sí eran hombres!, pero estos… El botija que temblaba como vara verde ni emplumado estaba, el de las orejas paradas era uno de esos animalitos escurridizos que nacen bandidos y no hay nada que hacerle, y al flaco se le veía en la cara que daba el culo con tal de salvarse; en el jefecito estaba toda la resistencia de la pandilla. Parecía una de esas estatuas que se ven en los museos, delgadito y dibujado, con tetillas como lunares y el pito haciendo uno con las bolitas. Le molestaba que lo mirara y disimulaba desafiando, como midiéndolo a él también. Talvez si se acercaba lo suficiente podría quebrarlo. No tenía apuro, pero eso sí, no lo dejaría hasta que pudiera olerlo de lejos.

Chingo estaba erizado, por la puerta entraba una corriente que le daba la sensación de tener la cola mojada. Era el único expuesto de cuerpo entero y eso lo ponía nervioso. Era como estar en penitencia pero desnudo. Trataba de cubrirse sin agarrarse, como si hiciera barrera en un partido de fútbol. Contra la pared había un mueble largo un poco más alto que la mesa y después estaba sentado el hombre. Llenaba todo el sillón, el cuerpo muy blanco con pintitas rojas y negras. Solamente bajo el cuello la piel era rosada. No tenía cara de malo, sólo de enojado. Si parecía loco era por los ojos como mojados y el pelo alborotado; todo gris, como el que se le enredaba en el pecho. Si no fuera por eso parecería con tetas; no como las de su hermana, al contrario, grandes y chatas. Tenía tatuado uno de los brazos gordos no veía con qué. Las rodillas muy separadas le brillaban y los pies y las manos eran enormes. En una el revólver como dedo de robot. Casi no se le veía el calzoncillo por la posición y la gran panza, pero por la bragueta asomaban pelos sobre algo blanquísimo. Y contra una pierna le abultaba mucho, como si aprisionara un globo colorado.

-A ver, botija, andá al cuarto y traeme la botella, los cigarros y el encendedor. ¡Prendé la luz, no vayas a romper nada!

Chingo se avergonzó de tener que pasar frente al hombre, como si también pudiera verle los pensamientos. Pasó rapidito cerca de las manos y encendió la luz, sobre la cama se lamía un gato. Había un olor acre que no supo a qué porque eran varios. La botella estaba en el piso y los cigarrillos sobre la mesita de luz junto al portarretratos; una mujer con sombrerito gracioso sujetando de la mano a un chico vestido de marinerito. Pirata se le acercó con un remedo de ronroneo olfateándole los genitales. Con la vista fija en la pálida fotografía, fue mesándole el lomo desde la cabeza hasta la cola que se paraba cada vez.

-¿Y, para cuándo?

El cerdo pensaría quedarse toda la noche ahí sentado fumando y bebiendo. ¡Una lástima!, porque si se calentaba con el Chingo que es bonito o fuera de ésos que les gusta que los pinchen y entonces Tito tendría que encargarse, él podría reducirlo. Con el Rata no se podía contar, no sólo era asqueroso hasta desnudo si no que el muy sabandija se las tomaría apenas pudiera. ¿Y a él? ¡No, con él no se metería! Pero si lo obligaba a chupársela lo mataría; no había matado a nadie pero lo haría. De todos modos no tenía de qué preocuparse, Tito no dejaría que le tocase un pelo, le estaría siguiendo el juego no más.

La botella estaba vacía, lo cual no tenía nada de raro; tampoco que otro paquete de cigarrillos fuese basura. Pirata regresó de la cocina y al no encontrar su comida comenzó a maullar restregándose entre las piernas de su dueño. El frío de la madrugada estacionaba en el comedor, hacía rato que los muchachos se apoyaban en lo que podían y la cortina a sus espaldas se iba trasparentando. Supo que era el final; como decía el Capitán, “Por más embravecida que esté la mar, el viaje siempre ha de terminar: a puerto o a pique”. Se puso de pie metiendo la cabeza en el humo que él mismo hiciera. Los vio agitarse, chocar entre sí, con la mesa, con el sillón; se bamboleó el jarrón de caracolas. Las manos iban venían de las bocas a los pitos, los codos se anteponían por la fuerza, sostenían posiciones grotescas. Todo con tal de no provocar al revólver que apuntaba cada paso del hombre que rodeaba la mesa despacio para encarar directamente al jefecito. Sin resistencia vio el pecho infantil que nunca más quería extender los brazos inútilmente; intuyó un mensaje desconocido.

Tito implotó. En un instante quedó hermético sobre el sillón protegiéndose absurdamente con el jarrón. Sus entrañas salmodiaban SI ME TOCA LO MATO SI ME TOCA LO MATO SI ME TOCA… Se apretaba con todo el cuerpo: con la cabeza las rodillas, con las piernas el pecho, con los talones las nalgas, con los brazos las piernas, con el jarrón los pies. …LO MATO SI ME TOCA LO MATO SI ME TOCA LO MATO ¡NO PAPI NO!, ¡TRANQUILO M´ HIJO TRANQUILO! SI ME TOCA LO MATO SI ME TOCA LO MATO SI ME TOCA…

Penca fue el primero en salir corriendo y a su espalda el Rata con una dulcera que manoteara a la pasada; de vidrio, con pie y tapa de madera y una cereza de adorno. Luego Pirata desperezándose. El sol llegó muy adentro, hasta el cuadro del barco de grandes velas. Chingo, que había quedado encerrado entre la puerta y el rincón, asomó su asombro mientras el hombre lo entendía todo.

-¿Qué te han hecho, botija; qué te han hecho?




Frutilla, chocolate y sambayón


Hay certezas que sólo pueden existir en la adolescencia. Luego se guardarán inconfesas o se intentará exorcizarlas. No sé qué es lo correcto ni me interesa, ésta es mi historia.

Por aquel entonces el balneario era de medio pelo, tal como mi madre podía pagar. Bastante agreste, lo caracterizaba un chorro de agua subterránea que vertía sobre la barranca de la playa en caída libre. En él los bañistas se sacaban la salitre haciendo prestidigitaciones con pastillas de jabón que entraban por un lado y salían por otro en sus trajes de baño. Y sobre las piedras quedaban tantos restos, que con mucha suerte se evitaba el porrazo.

Ese año mi madre no consiguió licencia en temporada y fuimos el mes anterior; había poca gente y menos de mi edad. El lugar más popular, con maquinitas, pool, futbolitos y tejo, estaba semivacío aunque como de costumbre, para los buenos juegos había que esperar que el suertudo de turno terminara el montón de fichas que le habían comprado. En la heladería no había problemas, casi te aplaudían si entrabas por ocio. El clima era bueno pero fresco y algo ventoso, y sólo las viejas se asoleaban en la playa.

Para matar las horas interminables anduve bicicleteando mucho. De repente, en uno de los típicos mandados de mi madre que siempre olvidaba algo para cocinar, la vi de pasada. ¡Una sonrisa en marco de oro! Fue como un relámpago en el alma. Regresé de inmediato pero no estaba y me quedé prendado de la fugaz visión.

Dediqué los días a cazarla y las noches a evocarla. Recorrí agua, arena y rocas; comercios, jardines y ventanas; todas las casas y todas las calles. Si la presentía en algún sitio no dejaba de rondarlo con paciencia. Fue una búsqueda meticulosa y obsesiva, sigilosa y vehemente, egoísta de su secreto.

Entrada la noche salía por la ventana y, bajo el cielo estrellado y sobre la arena fría, desfogaba mis anhelos como quien siembra al viento, con la esperanza de que la intemperie pudiera llevárselos. Días que ahora parecen horas y mañana serán minutos, signaron mi vida como una frontera, impregnándola de un sabor que aún permanece incólume.

¡Y por fin la encontré! Compraba helado en el carrito de una plaza. Aunque de espaldas, fue como si el universo la espejara. Solté la bicicleta que desapareció entre mis piernas y corrí sobre todo lo que había. A ella, que se volvía para enfocar mi carrera.

Nos vimos primitivamente, para toda la eternidad. A lo mejor el heladero quedó esperando que le pidiera, yo sólo sé que me llevaba, que caminábamos juntos, que me hablaba y talvez yo también lo hacía, que era una delicia verla mirarme mientras besaba su helado de frutilla. Y sé, sobretodo, que pudo ser la tarde más feliz de mi vida, si el banco al que me conducía hubiera estado vacío. Pero allí estaba, inexplicablemente sentado, esperando que llegásemos, un muchacho de color como de nuestra edad.

Contrariado, con la amargura de comprobar que existe otro mundo allende a mis deseos, procesé vertiginosamente las posibilidades. Acaso fuera el canalla del padre, seguramente un alcohólico empedernido, que abandonado por la madre (¡cómo sufriría mi ángel!) habría formado hogar con una mujer de raza negra por despecho (¿quién más lo aceptaría?), imponiendo ahora (hora del perdón) a este hermanastro que mi diosa aceptaba con prodigiosa bondad. O quizás fuese un tío libertino (sin duda la oveja negra de la familia) el origen de este primo con quien desde la niñez cultivaba los lazos de la consanguinidad, demostrando mi santa que no hacía diferencias entre sus parientes.

Por enterarme de que se llamaba Romina pagué que el otro era Fabio, un amigo de hacía tiempo que vivía en el balneario. Resistí el impacto pensando que únicamente un corazón puro podía albergar tanta generosidad y me perdí definitivamente en el canto de sirenas de su conversación, hasta el punto en que no hubo nada más, ni siquiera cuando las hebras de oro espantaban la mariposa de su sonrisa hacia el otro lado.

Como un ritual llegábamos a la plaza cada cual por su lado a las tres de la tarde, comprábamos cada quien su cucurucho de helado, frutilla, chocolate o sambayón, y nos sentábamos a la sombra densa del banco que se convertiría en nuestro barco. Mientras, en la oscuridad de mi cuarto arreciaba la tormenta pasándome de un sueño a otro hasta que visitaba el templo de su sonrisa gracias al montón de discretas recopilaciones hechas furtivamente. Pero por desgracia, en mi fidelidad no lograba aislarla del entorno. Y si el contorno del pecho se alzaba en la risa, era contra el fondo de otra camiseta; y si descubría el campo de miel bajo su ombligo, detrás aparecía un muslo magro refractando el día; y cuando el cuello se tensaba por la sorpresa, lo recortaba la arena oscura del rostro intruso.

Pero el banco seguía navegando incólume al clima de las tardes y la familiaridad nacía de su costumbre de tocar a quien le hablaba. Lejos de disfrutarlo, tenía que evitar incendiarme y apretaba las piernas haciéndome más notorio y las volvía a aflojar tocando las suyas y era aún peor. Tuve que apelar a todas las inmundicias conocidas para que el pensamiento desinflamara la zona. Y como cree el ladrón que todos son de su condición, no dejaba de espiar la tienda enemiga. ¡Casi lo mato, era tan adhesiva que hasta una monja lo hubiera dibujado de memoria!

Por las mañanas tardías del verano, con las manos en la nuca y siendo ya experto en cómo pasearíamos nuestras horas, la sentía frágil y tímida, alegre, feliz, toda sentimientos y dulzura, e inventaba mil caprichos que satisfacerle superando cualquier vergüenza. Pero por más que me esforzaba, ninguna imagen de archivo le correspondía a su cuerpo desnudo.

Cada vez los varones llegábamos más temprano y fingíamos no vernos hasta que amanecía la mano saludándonos desde lejos. Fue inevitable que nos conociésemos, Fabio estaba muy lejos de ser la mascota que yo hubiera deseado. Fragmentos de nuestras vidas fueron perforando las corazas y se instalaron como tercos datos precisos. Romi sería asistente social, ¡cuando no!, y trabajaría con niños; él pondría una tienda de artículos varios allí mismo en la zona; y yo declaré que me tiraría para el lado de la medicina sin saber todavía en qué especializarme, porque la idea de ser ginecólogo me pareció entonces de lo más tonta.

Ya llegábamos más sobre la hora y nos sentábamos intercalando frases de ocasión hasta que Romi ocupaba su lugar. Sin embargo, el día que faltó supimos sobre qué abismo se tendía su preciado puente. Todo intento por conversar fracasó y cruzamos excusas simultáneas para irnos. Pero al día siguiente volvimos a navegar y Romi, más espontánea todavía, deslumbraba en todo su esplendor. Henchidos por la admiración con que nos alentaba, rezumábamos satisfacción entretejiendo nuestros destinos. Y fue natural que me consultaría por la salud de los niños que tendría a cargo y a él sobre qué comprarles. Por un tiempo demoré mi ambicioso objetivo y fuimos tres amigos equidistantes. A cambio, nos sentimos dueños de nuestras vidas y las entregamos generosamente en un viaje que prometía no tener fin. Pero jamás claudiqué en mi deseo y me juré tenerla sin importar lo que costase. La paz implícita serenó mis noches aunque curiosamente me exigí más audacia en lo privado.

Fabio se quebró un brazo y la oportunidad me cayó encima con la guardia baja, no bien pensaba que ya caminábamos tierra adentro buscando la dirección de su casa. Condolida, Romi me dejó consolarla a través de la mano que apretaba suavemente la mía. ¡Ah, si esa caminata hubiese sido infinita! Yo tan hombre calmándola, postergando mis ganas de besarla... aunque al pasar por una heladería no pude evitar sentirme sucio de chocolate.

La madre de Fabio nos recibió con incómodos silencios que parecían reprocharnos el calvario de su hijo, pero Romi la besó y se abrió paso hacia un interior modesto y aseado a rajatabla. El escaso desorden que daba una pincelada de hogar, atañía directamente al monarca de esos lares. Lo encontramos desamparado y pudimos palpar su vergüenza. La sábana por la cintura y el yeso, a cual más blanco, le daban un aspecto de muñeco roto. La presencia rectora de la madre atravesaba la habitación pujando con la dulzura de Romi, que preguntaba e historiaba cada objeto a la vista obligando a que Fabio se soltara. Yo contaba con que aquella dura mujer no permitiría que su hijo me sacara ventaja de su condición y me disculpo con que los celos son la cara fea del amor. Pero se fue y la culpa me hizo ver fantasmas hasta entonces no nacidos. Los había por donde mirara; en el espejo que mostraba el abrazo, en la ventana que reflejaba el largo beso, en las manos que se tomaban sobre la cama, en los dedos que araban el pecho
oscuro... Cerré los ojos y saboreé la dualidad de la pasión; furia y deseo, bronca y hambre. Y sobretodo, comprendí que no solamente éramos tres sino los tres a solas.

No pudimos ser en la plaza durante algunos días pero sí en mis noches donde me habitué a las fantasmagorías previstas. Fui delineando los detalles del cuerpo amado y vi en el otro cómo la sangre se retiraba para que la caricia calara más hondo. Descubrí que no hay mayor placer que el que se causa sin saber, que el goce se desnuda hasta el alma, que la satisfacción es pura en sí misma sin importar qué la causa.

Y llegamos a puerto. Nos engañábamos con que el año pasaría volando y que otra vez estaríamos juntos, mas el naufragio era inminente y la pregunta me nació espontánea: ¿y bien, qué preferís, chocolate o sambayón? Quedó desconocida en la traición, quizás porque no sonreía, y como siempre nos llevó consigo. Portábamos nuestros helados como ridículas antorchas, símbolos que ya no nos complacían, con las primeras gotas chorreándonos las manos. Y entonces ella, ¡cuándo no!, en vez de sentarse, aplastó el cucurucho contra el banco. Lo contemplamos un instante mancillado hasta que Fabio puso el suyo encima y yo lo imité de inmediato. Nos fuimos riendo, felices de dejar allí la flor desnuda de nuestros deseos.

Lo demás, lo de hoy, lo de siempre, sólo a nosotros nos concierne. Hay certezas que sólo pueden existir en la adolescencia. No sé qué es lo correcto ni me interesa, ésta es mi historia.





El puñal anacarado


Era muy tarde, otra vez tendría problemas con su mujer. Ella no comprendía que a veces el trabajo se complica, que demanda más tiempo del que el horario prevé. Exigía puntualidad en la llegada a casa como si de otro empleo se tratase. Y cuando insinuaba retirarse el gerente le ponía cara de ser supremo ajeno a las trivialidades; “Eso es para mañana, ¿no?”

Su rechazo a la autoridad iba in crescendo. No la toleraba ni aspiraba a tenerla, sólo quería que lo dejaran en paz. Estaba dispuesto a atenerse a las consecuencias, a quedar por el camino en esa carrera feroz que no sabía cuándo ni porqué había comenzado. ¡Cualquier cosa daría por verse libre!

Aferró el cortaplumas como si fuese un puñal. La hoja de plata con mango de nácar era un símbolo de status. ¿Y qué pasaría cuando él no estuviese? Nada. Otro ocuparía el lugar sin importar que estuviese disfrutando el retiro o se hubiera muerto en el intento.

Una vez en la calle se enteró que había paro sorpresivo de transporte. Nuevamente habían matado a un taxista para robarle la recaudación del día. Todos caminaban de prisa; algunos enardecidos, otros temerosos. Era la hora sin sombras, cuando el cielo ya no tiene fuerza y el alumbrado público todavía no alcanza. Caminó las dos cuadras hasta el garaje cuidando que no le estropeasen el abrigo ni el veliz. Lo encontró cerrado por el paro, no podría sacar su coche. ¡Eso sí que era el colmo!

Esperó inútilmente en la avenida, los taxis no pasaban y las paradas de ómnibus estaban atestadas de gente exaltada exhortando a la violencia y de adeptos circunstanciales que asentían en silencio. Reclamaban cambios a una autoridad que no estaba presente y convertían las calles en tierra de nadie. El servicio de emergencia no daba a basto, sólo le quedaba probar suerte en la terminal de ómnibus en la zona portuaria, a unas diez cuadras de distancia.

La noche se escarnecía con las estrechas calles, de pronto desconoció la ciudad. Las mismas aceras que había transitado tantas veces, ahora pertenecían a otro mundo.

El hombre salió de la nada interceptándole el paso. No pudo evitar la cercanía con el rostro desfigurado por la demencia y cayó de espaldas tratando de repelerlo. Vio que empuñaba algo siniestramente filoso y levantó instintivamente las manos. El extraño se abalanzó sobre él golpeándolo con la acidez de su hedor; su jadeo se fue atenuando a medida que dominaba la situación. Se obligó a abrir los ojos en el preciso momento en que le colocaba algo en la mano.

El desconocido desapareció como había llegado, el objeto era un puñal que soltó inmediatamente. Se puso de pie tan rápido como pudo y recogió sus cosas. Esperó al asecho tratando de serenarse y comprender. Iba a emprender camino cuando decidió guardar el puñal en uno de los amplios bolsillos de su gabán.

En la terminal se abrió paso entre la multitud como pudo, una bestia más. Un malón golpeaba un ómnibus con puños e insultos. Por fin el conductor abrió la puerta y la marejada lo inundó llevándole consigo. Los que quedaron afuera continuaron golpeando las chapas y se colgaron de lo que pudieron trompeando las ventanillas. Pero el engendro tras el volante fue implacable y arrancó.

Bajó cerca de su casa en una esquina ligeramente familiar. No se veía a nadie en las calles pero las ventanas estaban iluminadas. Encontró forzada la entrada de su edificio y corrió por los pasillos con un presentimiento atroz. Frente a la puerta de su apartamento soltó lo que traía al piso buscando desesperadamente las llaves.

Recorrió el silencio de su hogar cada vez más convencido. El cuerpo de su esposa yacía en la cocina con un puñal enterrado en el pecho. Corrió gritando ayuda, volvía a ser el mismo. Nadie en las calles ni una sombra en las ventanas, pero la avenida tenía tránsito. A medio camino supo que algo andaba mal, una certeza horrible quería darse a conocer.

Lo perseguían, se escondió en el marco de una puerta. Se adosó a la madera empujándola con la espalda para que no temblara. Los pasos se acercaban, crecían, se demoraban, eran interminables. Metió la mano en el bolsillo y aferró el puñal.

Los pasos eran sigilosos y estaban alerta, podía escucharlos dudar. Si no lo traicionaban los nervios tendría una oportunidad. Contuvo el aliento y los oyó avanzar de nuevo. El puñal le dolió en la mano. Ya no pudo más y salió dispuesto a atacar.

Casi apuñala a un inocente, el hombre se cayó del susto. Boqueó desesperadamente para oxigenarse, ¡su esposa estaba muerta! Sólo atinó a soltarle el puñal encima antes de continuar su camino.

En la avenida el tránsito era normal. Esperó un poco y le hizo señas a un auto. Se subió y en ese instante lo comprendió todo. La horrible certeza se develaba. El puñal en el pecho de su esposa tenía el mango anacarado, era un símbolo de status. Iba a decir adónde pero el auto ya estaba en marcha.




Vacunas sociales


¡Secuestrado, qué increíble! Lo que tanto temiera la vieja al fin ocurría. Y por gente fina, ¿eh? Nada de chapuceros, profesionales. ¿Cuánto valdría? ¿Cuánto le sacarían al viejo? ¿200.000, más? ¡Pobre, qué bajón! Él que lo había hecho todo por la familia, ahora tener que perderlo así.

Juan Andrés se levantó y apoyó la oreja contra la puerta. Nada. Silencio, un ruido indescifrable, más silencio. Volvió a la cama y continuó repasando, no podía perder detalle. Tendría que contárselo a mucha gente; a los amigos, a los compas del liceo y del club, y quizás, también a los profes. Y por supuesto, a sus padres y hermanos. Es más, la casa estaría llena para recibirlo; el Doctor, abuela, los tíos, los primos… Hasta Magdalena andaría por ahí chusmeando mientras servía.Todos querrían saber. ¡Ay, primo, qué historia! ¿Y la policía, estaría al tanto?

¡Lolo, Maxi, oigan! A lo grande che, me trataron a cuerpo de rey; esos tipos sí que saben lo que hacen. Yo estaba en la nave de la vieja con la radio al mango… El sábado, de mañana, en el estacionamiento del súper. La vieja estaba adentro… ¡Sí, una suerte, si no le da un ataque! Bueno, apareció de golpe y me lo puso acá, así; te agujereaba sólo de apoyártelo. ¡Cerrá los ojos!, me dijo... Y lo hice, ¿qué querés que hiciera? ¡Sos bobo, mirá si iba a arrancar el auto! El tipo abrió la puerta, me dijo que bajara y que no mirara, que me dejara llevar. Enseguida paró una camioneta cerrada de esas que abren de lado y ¡zas!, pa´ dentro.

Volvió a la puerta, revisó el baño, otra vez la puerta y se echó nuevamente. ¡Claro, cómo no iba a estar enterada la policía! No señor, no podría decirlo; eran tres hombres mayores, como de treinta o cuarenta años. No, nunca los había visto. No sé, me llamó la atención que no eran reos, más bien parecían gente educada. Como profesores o empleados de banco; ya sabe, como el de donde fue director mi padre. No, ninguna seña particular. Sí, hice todo lo que me dijeron. ¿El lugar? Bueno, parecía el cuarto de servicios de un apartamento grande. Dormitorio y bañito, en un piso alto; subimos mucho por el ascensor. No, ni idea. No, no tenía ventanas y la banderola del baño estaba trancada; pero entraba luz rara, como si diera a un ducto. Al cuarto le habían sacado todas las cosas, se veía en las paredes. Estaba la cama, una mesita de luz vacía y un ropero cerrado con llave. No, nada más, estoy seguro.

Saltó a la puerta, puso una oreja, la otra, nada. Como si no hubiera nadie; pero estaban, estaba seguro. Metió la mano en el pantalón y comenzó a rascarse, se sentía raro sin ropa interior. Lo habían metido al baño y obligado a desnudarse. Por la puerta fue tirando prenda tras prenda hasta quedar en bolas, en ese momento se asustó. ¿Le devolverían sus cosas? El reloj, la pulsera, el anillo, la cadenita… Por suerte el cel quedó en el auto. Salió del baño cuando ya se habían ido y sobre la cama encontró un pantalón deportivo viejo.

¡Ay, má! Sí, la comida era buena, de esas que se compran por ahí. Sí, bastante, con postre y todo. Claro que estuve limpio, podía bañarme si quería. ¿Puedo ir al recital? De rock, má, en Buenos Aires. Con Maxi y Lolo, ¿te acordás que compré el paquete? ¡Pero cómo me van a secuestrar de nuevo!, ¿te creés que soy bobo? ¡No, no me saques hora!; estoy bien, no necesito terapia. Lo siento viejo, caí como un angelito; ¿pero quién se iba a imaginar, no?

¿Y la prensa? No, ni soñarlo. El viejo jamás permitiría que su familia apareciera en el informativo. Al principio todo bien con sociales, pero después, con el asunto del Banco… Bien que había temblado cuando el tema no se enfriaba. Por suerte todo quedó tapadito, tapadito.

Entraron de madrugada, a oscuras, recién se había dormido harto de desvelos. Lo destaparon, le arrancaron el pantalón, se le echaron encima cubriendo las quejas que crujieron como la cama. ¡Callate, colaborá! Malgastó las fuerzas defendiéndose inútilmente. Desarticulado, lloró de bronca pautado por las protestas de los agresores. No sabía qué hacer, ellos tampoco; los hombres fracasaban una y otra vez. El dolor le prendía en todas partes, en la nuca atenazada, en los brazos retorcidos, por las rodillas que se le incrustaban en las piernas, en la espalda. Por fin, unos dedos lo abrieron brutalmente…

Vio el culito de su hermano abierto por los dedos de la madre. Tendría cinco o seis años; “¡no, mamita, no!” Espantado, daba vuelta la cabeza sólo para verlo a él. Su hermana ya señorita ayudaba a sujetarlo. “¡Andate, Juan Andrés, andate!” “¡Andate vos!” Y todo mientras su madre, melena rubia que susurraba palabras dulces, le introducía un supositorio. ¿Gritaba de dolor o de vergüenza?

Dolor es el principio de la resistencia, el supositorio es el crimen de la cura. ¡Tragá, tragá que son calmantes!, le habían dicho. Quedó como lo dejaron, cobija revuelta que denuncia el lecho usado. Las nalgas erizadas, el frío entrándole piadoso, calmándole las punzadas del desgarro. Y ese líquido repugnante, que refluyera tibio, lenta e interminablemente. Le habían orinado en lo más profundo.

¿Por qué? La pregunta despertó con él doliendo como las entrañas y las magulladuras. Respuestas ramificadas desde la monstruosidad se abrían paso por los campos fértiles de su alienación. Echado de costado apenas probaba las papitas fritas endurecidas sobre el regusto de más calmantes hallados con la bandeja; lo mismo hubieran dejado la puerta abierta. ¿Es que el viejo no había querido pagar, estaría regateando? ¿Entonces por qué no lo dejaban hablar con él? ¡Él le diría que pagase, que lo matarían, que estaban dispuestos a cualquier cosa! Al fin y al cabo la plata ni siquiera era suya.

Pensó en todas las películas que conocía imaginando cómo escaparse, cómo matarlos lentamente para que sufrieran hasta lo último. Comió otra papita. ¿Pero si querían sexo, por qué no habían secuestrado a su hermana que tenía veinte años y era bonita? ¿Serían degenerados? ¡Mierda que se iba a bañar! Cagaría sólo para no limpiarse. ¡Ay, qué dolor tener que ir al baño!; soltó la papita. ¡Huelga de hambre, eso! Lo soltaban o se moría allí mismo e iban todos presos de por vida. ¡Lástima que no hubiera pena de muerte!

La puerta del baño estaba abierta y sacaba las últimas gotas de luz. La noche crecía inexorable, el ropero ya era un fantasma. Tenía la cabeza embotada por los calmantes y las quejas, pero permanecía en vigilia por los ruidos esporádicos. Hubiera querido fumar como Lolo o beber como Maxi. Hubiera querido hacer una ventana como el albañil hizo en la barbacoa; una ventana para arrojarse a la libertad sin importar qué tan lejos quedase o que fuera lo último que hiciese.

Oyó pasos, ¡venían! Se incorporó para golpearlos, el dolor le daba coraje. Sin embargo, la puerta se abrió sólo un poco.

-¡Hijos de puta! -les gritó.

-Tranquilo, pronto te vas.

Una larga pausa de alivio lo aflojó. El hombre seguía en la puerta como la pregunta.

-¿Entonces…?

-Porque ustedes son siempre los mismos. Y cuando vos estés a cargo, mucha gente va a depender de lo que hagas. Personas que nunca verás ni sabrás que existen o lo mucho que pueden llegar a sufrir.






Memoria visual


Cuando le recomendaron el lugar prestó atención, pero quedó convencido de que no era posible. Hizo el viaje como si de una excursión cualquiera se tratase. Y ahora que estaba llegando, veía que era cierto; ¡había gente bañándose en el río! No detectaba más presencia que la del muelle ni de vehículo alguno, quienes quieran que fuesen eran de la zona.

Desinfló el vehículo, tomó la mochila y descendió; la brisa inodora abrazaba pero sus valores eran tolerables. Desde allí podía ver un amplio segmento de río y el sendero que bajaba al muelle. Más lejos la visibilidad era excelente aunque no pudo evitar sonreír al comprender que no había nada digno de verse.

El paisaje le despertó un impulso ancestral. Se llevó una mano a los lentes y formando delicada pinza comprobó que estuvieran ajustados. Era un acto reflejo, pues la nítida visión de lo hermoso bastaba para comprender que funcionaban perfectamente. Hacía poco que los había adquirido y aún no se acostumbraba al cuerpo extraño que trabajaba directamente en el cerebro.

Desactivó las botas y supo por el andar seguro que el sitio estaba despejado. Bajo un cielo inexpresivo, el ancho río parecía vivo. En el muelle de cuatro cuerpos que cortaba la pequeña ensenada, unos adolescentes desnudos, hermanados por el color de la piel, se daban ánimos para comenzar un juego. Pasada la curiosidad, cuando le sonrieron, no le dieron mayor importancia. No tenían protección y eso le produjo un escalofrío.

Encontró las bicicletas contra los árboles, más allá de las escasas mesas aparentemente de hormigón, vacías excepto la que tenía vestimentas. Eligió la última y le puso la mochila encima, consultó una vez más el sensor de valores y se quitó el casco, los guantes y el mono, quedando expuesto a la intemperie. Fue un paso decisivo que jamás pensó que pudiera dar. Sólo conservaba las botas y los interiores, un viejo pudor de la época del sexo y la fertilidad. Inmediatamente extrajo una loción y vertió sobre su mano una generosa cantidad que extendió rápidamente por las partes expuestas de su cuerpo, que quedó anaranjada y fría. Puso otra porción igual y la frotó piernas abajo con el mismo esmero. Para entonces sus brazos ya tenían el color natural y sólo permanecía la frescura filtrándose piel adentro. Satisfecha su seguridad, levantó la vista al árbol a cuya sombra estaba. Los lentes componían bien las hojas lozanas pero no alcanzaban a recrear la imagen de los pájaros. Los muchachos se zambullían al grito de “¡Loba, loba!” y regresaban al muelle una y otra vez trepando por las escaleras de metal.

La otra orilla era una cinta que evitaba que el cielo se mojara. Sus verdes
soleados o profundos tentaban a recorrerla. Pensó en la Escuela Ecologista, donde pasaban meses enteros meditando la naturaleza perdida. Decían que algunos tenían tal poder de concentración, que lograban el orgasmo de llegar hasta las primaveras donde podían empaparse de lluvia respirando la fragancia de las flores, o escuchar el canto de los pájaros saboreando frutas. Y sobre todo, viendo cosas cuya memoria estaba olvidada y no sabían nombrar.

Pero él no quería ser un mero viajero del espíritu, se negaba a renunciar a sus propios y atrofiados sentidos. El paisaje nuevo creado ante sus ojos le serenaba angustias y le incitaba una promesa atrevida. Estaba tan orgulloso de su última adquisición que la volvió a tocar, esta vez en agradecimiento.

Ya los muchachos habían terminado de descansar y volvían a romper el silencio del agua con las explosiones de sus cuerpos. Tras el bautismo del río la felicidad resplandecía en sus rostros, cantaba en sus gritos y volaba de sus brazos.

El último temor cedió ante el deseo. Sumergirse en el río era volver al principio olvidando la tierra de cobre y el cielo de zinc. Era reverlo todo con la vieja mirada, la que no existía más que en la recreación de la tecnología. La nueva visión no era más que la memoria de lo que se había perdido.





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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMiér Sep 26, 2012 6:00 am

Hombre, compadre, creeme que nunca te habia leido en serio, o, mejor dicho, nunca te habia tomado en serio como escritor. Y bueno, en esta madrugada angelina me has dejado un muy agradable sabor de boca. Lei tres historias, la de "Confesionario", "¡Ah, mi Agustín! y "Solución S.A."

De las cuatro que te he leido hasta esta fecha, incluyendo la que lei antes que estas tres, me gusta "Confesionario". Que, aunque yo esperaba otro final, el que le das a la historia es muy bueno. Lo que veo en estas tres historias que he leido esta noche, es que dejas que el lector saque sus conclusiones propias. Debo confesar que tuve que releer "Solución S.A." porque no me quedo claro a la primera leida cual seria mi conclusion. Pero bueno, te felicito compadre, realmente te subestime como escritor. Seguire poco a poco leyendo esta excelente coleccion que compartes con nosotros.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMiér Sep 26, 2012 11:12 am

Haré como Roberto. Leeré de a una historia por vez (no sólo para que no te suban los humos, sino con tiempo/da tiempo al lector).

Comenzaré por dejarte mi impresión (una más que no tiene por qué coincidir ni aportar con nada o nadie; pero es) sobre el título que le otorgas "Bolazos para la gente seria y viceversa" (le doy importancia porque creo que es fundamental en la/s historia/s). Me trae a la memoria esto que dice Donna Levin sobre Anne Rice y su "Entrevista con el vampiro" (cuando se escribe, lo importante no es la realidad en si de lo que se escribe, sino la capacidad del autor de hacerle creer al lector que lo que lee es real). O cuando menciona a Picasso en la frase atribuída a él: "el arte es una mentira que nos deja ver la verdad"

En cuanto al primer relato: "La piscina de los holandeses", me deja la impresión de una gran metáfora sobre la imaginación de la que se alimenta el ser humano para redimensionar la experiencia, para escribir, para dibujar o pintar, para componer, para jugar, para redimensionar la opacidad de una realidad determinada. Por ahí también lo muestras ésto de darle vida una historia o que el lector viva la historia. Buen logro!

Seguiré luego. Felicitaciones, por la narrativa, los recursos y el efecto que deja en el lector. Gracias, por compartirlo.

Nota: cita sobre Donna Levin: "The complete handbook of Novel writing. Chapter 19: Killer-diller details bring fiction to life"

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeLun Oct 01, 2012 11:31 am

2- "Nadies mata"
Además de lo que aporta Roberto (coincido con ésto de la habilidad de restarle protagonismo al hecho en sí para resaltar otros elementos y darle flexibilidad a la historia), interesante el recurso de personificación (pues eso me resulta en la lectura los personajes (no, tales sino personificaciones de conceptos más abstractos). Interesante la imágen de la idea "metida" (como harina que fermenta en la mente o "pan" aleudando).
Excelente narrativa!
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeLun Oct 01, 2012 9:45 pm

Me voy colando al furgón de cola del trencito de lectores. Si bien alguno de estos cuentos (al menos de uno estoy seguro, "La Piscina de los Holandeses") ya los leí anteriormente, de los otros no me acuerdo o, simplemente, no los leí. Así que iré despachando mi avidez de lector de a poco y saboreando cada texto. Comentaré a medida que progrese con la lectura. Un saludo afectuoso,
José
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMar Oct 02, 2012 10:49 am

Naides mata es el tipo de cuentos que a mí más me gustan. Tanto para leer como para escribir. Me pareció buena la idea de la trama y me gustó mucho como se desarrola la historia y el final, que a mi juicio es una parte de tanta importancia, que puede poner la cereza al tope de la torta o hundir un cuento irremediablemente. Muy bueno Federico. Voy por más. Saludos,
José

P.D.: La srta. Chones Coll...??? Jajajajaja..., esa si que me mató y como un salame me había olvidado de mencionarlo! Será que su padre había sido cardador?
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMar Oct 02, 2012 11:00 pm

Bueno estimado amigo Federico. Angel dijo llevarse una sorpresa al descubrir que eras un escritor en serio. Yo ya me hallaba un poco mejor preparado. He leído ahora Confesionario - Ah, mi Agustín! y Solución S.A..
Para ser absolutamente sincero, todos me gustaron. Pero Solución S.A. me hizo estremecer. Está escrito en forma impecable, según mi particular gusto literario.
No quisiera que se te suba al marote, pero te juro que desde ayer tus cuentos están reemplazando a un libro con cuentos de Borges que tengo sobre la mesita de luz, cuyos cuentos algunas veces son fascinantes y otras un embole total, de los que no logro entender un pepino.
Voy por más. Esto se está poniendo muy bueno. Saludos,
José
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Oct 04, 2012 2:15 pm

Muy buena producción, Federico. Ahora que los leí a todos recuerdo que "Ventana al campo", "El puñal anacarado" y "Frutilla, chocolate y Sambayón" ya los había leído con anterioridad. Pero, como dije recién, el conjunto me pareció una excelente producción literaria. Un saludo cordial,
José
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Oct 04, 2012 9:59 pm

Vacunas Sociales me pareció excelente. Creo que para escribirlo te movieron algunos de los mismos motivos que a mí mismo me dan combustible de sobra para algunos de mis cuentos.
Voy a obviar caer en la tentación (mentiras...) de preguntarte donde se pueden conseguir esas vacunas. Tengo tantos candidatos para ellas...
Un saludo con afecto,
José
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Oct 04, 2012 11:42 pm

Gracias, José. Terminaste!

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeVie Oct 05, 2012 11:29 am

3-Confesionario. Vaya impronta la del título! Excelente. El protagonista lleva al lector a entrar en esa misma frase introductoria (gran acierto para mi) "Pero convengamos que, a veces la trama es tan perfecta que sospechamos del azar y otras tan cruel que desconfiamos de Dios. En todo caso, si de algo he de quejarme, es de no haber podido convivir con esa duda razonable como con un parásito cualquiera." Como dije anteriormente cre (sip, estoy segura de haberlo leído antes), los recursos justos (ni uno más, ni uno menos).
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeSáb Oct 13, 2012 10:23 am

4-"A mi Agustín": para qué te voy a adular con la narrativa... Lo descriptivo como pinceladas que le dan el brillo justo. En general, me encantó y me dejó el sabor agridulce del color sepia.
(Si, continúo leyendo aunque con efecto slow-motion como dice alguno de mis duendes. Y siempre preferí el personaje de la torguga al de la liebre en la fábula).
Muy muy buenos relatos.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeDom Oct 14, 2012 7:21 pm

Sí, Silvina. En lectura yo leo despacio y oyéndome en el cerebro. No había querido agradecer para no importunar.

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeLun Oct 15, 2012 9:24 am

He regresado. Hoy he leido Memoria visual y el Puñal anacarado. El primero, Memoria visual me hizo preguntarme: Y hacia donde me lleva Antifaz? Un hombre entrado en años que va a bañarse a un rio... y que? Aqui no hay historia, hay una mera descriptiva pero nada mas. Y bueno, el ultimo parrafo de la historia es la que le da dimension y razon de ser a todo el escrito. Y esta reflexion mia me lleva a preguntarme: Que fue lo primero que se le ocurrio a Antifaz? El final excelente de esta historia o el por momentos aburrido y sin sentido, segun yo, principio y desarrollo?

El Puñal anacarado es muy bueno pero tuve que releerlo porque de golpe y porrazo, en la primera lectura, me descolocas! Sucede que ni como escritor ni como lector me gustan las historias que pueden tener varias interpretaciones. Al final de cuentas no me queda claro si todo es un sueño, o si el protagonista sufre de multiplicidad de personalidades aunque lo obvio es que el tuvo que ser el asesino de su esposa pues el arma homicida fue el puñal anacarado... en fin, solamente la policia, tu y el protagonista sabran la verdad!

Seguire despues con otro par de historias. Saludos a Silvina y a Fobio.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeLun Oct 15, 2012 2:26 pm

Gracias; Roberto. Sólo practico ciencia ficción (Sin Programación, Solución S.A. y Memoria visual) como medio para reflexionar hacia adónde vamos.
El puñal anacarado no es un policial y por eso no tiene un final explícito. ¿Qué es lo que mata? ¿Un puñal maligno que pasa de mano en mano (género de terror, prohibir las armas)?, ¿una sociedad que explota y hace explotar? Si el cuento menciona un culpable, el lector reduce el miedo a que lo encuentren y castiguen o a que se destruya el objeto maligno. Sin saberlo a ciencia, hay que pensar y eso le corresponde a cada quien.
Todos estos cuentos fueron escritos entre 1978 y 1990.

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMar Oct 23, 2012 9:06 am

"Solución S.A." lleva a reflexionar sobre la manera en que las decisiones van marcando el rumbo. Bien escrito para no abusar de detalles y dejar al lector haciendo su propia digestión.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeSáb Nov 24, 2012 3:43 pm

Acabo de entrar en este post y creo que ha sido el descubrimiento más importante desde que navego por este foro.
Hoy he leído “La piscina de los holandeses” y he decidido no leer más de momento para darme tiempo de saborear todos los detalles de este cuento epistolar tan sabroso y sutil. He leído “nadando” en la melancolía de los pequeños detalles y las grandes afinidades con los dos protagonistas, que son las dos partes de cada uno de nosotros: el aventurero y el espectador.

Tengo que confesar la envidia que me produce el saber narrar de forma tan intensa y mi alegría por saber que en los próximos días tengo más cuentos en los que perderme. Iré comentando a medida que avance.

Muchas gracias
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Edito para dejar constancia de haber leído la segunda entrega “Nadies mata”. Espectacular retrato psicológico del protagonista.
Ovidio Nadies, La Sta. Chones Coll, Galán y Moratorio: la elección de los nombres de los personajes siempre pone un acento sabroso si se encuentra el adecuado. Uno casi puede ver los muebles viejos y el polvo de la oficina pasada de moda, y la incomodidad de Nadies al cotejarse con sus colegas. Gran relato, maestría en el uso del ritmo para imprimir ese sello tuyo para contar historias con sosiego.
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Vuelvo a editar después de haber leído "El confesionario". El relato me ha transportado al día, hace ya varias décadas, en el que descubrí que la verdadera libertad comenzó cuando pude elegir no ir más a misa y pude dejar de fingir ante mis padres y los curas de mi colegio. Gran semblanza de tan extendido servilismo.
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Leído "Ah, mi Agustín". El autor, generoso, nos da a elegir con quién empatizar: si con la nostalgia de la señora o con la nobleza del jóven o con ambos. Un curioso ejercicio que demuestra que no hay que contar toda la historia (¿Qué pasó con Agustín?) para cerrar un relato.

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Leídos "Solución S.A." y "Sin programación", un giro de temática y género que coge desprevenido hasta que se asimila, sin desmerecer la calidad de la narración.
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Edito después de haber leído "Las visitas del marqués". Detrás de cada borracho hay una historia en el límite de lo soportable y nunca sabremos qué grado tienen de fantástica o de verosímil. Muy buena semblanza de esa realidad.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMar Dic 04, 2012 10:50 am

"Sin programación" otra factura a la adecuada dirección de los detalles. "al borde mismo de la seguridad"y "el gastado sueño" creo que tienen mucho que ver como imágenes que dicen muchas cosas ala vez sobre el relato. Ya lo había leído. Al comienzo, como un zapping mental; luego, redimensionando la lectura con esas dos frases. Narrativa impecable.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Dic 06, 2012 3:25 am

Naides Mata.. Uff... Sin palabras..
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeVie Mar 29, 2013 6:06 pm

QUERIDO ANTIFAZ. ME GUSTARIA LEER LO ACTUAL QUE ESTES ESCRIBIENDO.
CON CARIÑO VERUSHKA
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMiér Jun 05, 2013 12:50 pm

Es muy difícil escribir después de cierto tiempo, si uno no es un profesional con contratos por cumplir.

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeVie Sep 13, 2013 11:27 am

ADMIRADA DE TU OBRA LITERARIA DADA EN FACETAS MÙLTIPLES, GRACIAS POR TANTO DELEITE ESPIRITUAL, QUE SUBIRÈ A SEGUIR DEGUSTANDO PROGRESIVAMENTE. UN CORDIAL SALUDO.

TRINA
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeLun Oct 21, 2013 5:10 am

Gracias, Tina!

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Mar 31, 2016 12:12 pm

Hoy he leído tu primera historia, querido maestro y amigo. Soy de esos  lectores que leen dos veces o más una historia interesante; me deslizo con cuidado en la primera lectura para ver el tema. En la segunda voy examinando la calidad de un castellano perfecto y el uso de palabras poco usadas, pero precisas para el texto.
De tal manera que iré leyendo y degustando esta mesa repleta de manjares en forma lenta, como ya lo dije.
"La Piscina de los Holandeses", una historia de un niño que termina con un joven que ya ha entendido la realidad de lo ocurrido, pero, quizá como todos nosotros, quiso quedarse en esa edad donde la imaginación está exacerbada.
Admirables el estilo y las figuras literarias -es probable que lea nuevamente este primer texto y estoy seguro que habrá nuevos hallazgos- con los cuales me sentí llevado de la mano al mundo de la imaginación del personaje.
Aún no entiendo por qué no había leído esta publicación magistral. Pienso que el tráfago por escribir me atrapó en esa época y decidí que después me empaparía en el arte que tu pluma deja en esta hermosa página.
Continuaré leyendo cada historia, escarbando desde diferentes ángulos con mi propia manera y, naturalmente, aprendiendo de quienes saben más que este humilde aprendiz de escritor.
Un abrazo para un maestro desde Chile
Jaime
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeLun Abr 04, 2016 9:34 pm

Nuevamente leí La Piscina de los Holandeses. Ja, me sentí como un alquimista, leí las mismas palabras, el mismo texto, pero en diferente día, hora y temperatura. Este experimento me permitió ver los inicios de la sexualidad en un niño y me hizo meditar acerca de mi propio descubrimiento cuando pequeño, más por la curiosidad que por interés en perder la virginidad. Mientras más avanzaba nuevamente en tan magnífico cuento, más situaciones prohibidas acudían a mi memoria.
Mmmm, recuerdo que ya era un bigotudo de diecisiete años, desarrollado casi plenamente, cuando entré en la plenitud de varón llevado de la mano por una bella rubia casquivana, un par de años mayor. Curiosamente no recuerdo mucho, sólo que la vi un verano en la playa luciendo su extraordinaria belleza y de pronto recuerdo sus ojos azules, pestañas y cejas tan rubias que de lejos no se veían. Nos encontramos una noche en un boliche y, con el valor que me dio una cerveza, la invité a pasear por la playa solitaria; y, tal como relato el cuento Plenilunio de mi Juventud, donde mi amada debió guiarme ante la inexperiencia, fui llevado al Walhalla nunca antes conocido. Una sonrisa acude a mis labios, pues ella era conocida como “La Pantera Rubia”, una bella mujer de las historietas de la revista Okey y hoy recordé su tan bien puesto mote.
Encuentro extraño que  en la anterior lectura no haya surgido ese recuerdo, bueno la epístola enviada a un supuesto (¿?) amigo, escrita magistralmente, despertó mi memoria.
Los retruécanos de tu hábil pluma tuvieron la virtud de regresar al  pasado.
Felicitaciones maestro, me alegro de haberte conocido a través de esta hermosa página literaria.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeDom Abr 24, 2016 2:44 pm

Vaya que me dejaste pensativo con la historia Ovidio Nadies mata. Primero, al comenzar la lectura, me llevaste a mi época en que entré al Liceo y, como no entendía a los " vivarachos " de mis compañeros de curso con sus historias sexuales, al principio quedé callado y fui la burla de ellos. Me avivé un poco y cada vez que relataban sus fábulas de extraordinarios conquistadores de mujeres, reía con ellos, aunque todavía no entendía ese lenguaje procaz que tan mal me caía.
Cuando llegaste a la parte policial propiamente tal, francamente te admiré. Hiciste una historia policial "mirada desde el frente", es decir no era el policía quien meditaba acerca del criminal, sino este mismo aclaraba con sus pensamientos y venganza, tal vez de la vida o de los estúpidos que lo hacían sufrir con sus chanzas a costa de su vida pulcra y sin jactancias inútiles. De hecho me hizo recordar a mis propios colegas Detectives, cuya mayoría está RIP por tanto comer y beber; el "gilcito" sigue ahora escribiendo sobre los setenta y cinco años de vida que le ha dado el Creador, en tanto que los que aún están vivos sufren los achaques del infierno en esta vida por haber sido tan "inteligentes" en el transcurso de los años. Bueno, eso sólo es un recuerdo y un ver con lástima a mis compañeros "vivarachos", que miran con envidia a este loco sobrio y quitado de bulla, cuando nos reunimos una vez al año.
Volviendo a la "mirada desde el frente", encontré muy bien urdida la trama. Naturalmente la policía  quedó totalmente descolocada con el asesino "dominguero". Francamente, de existir uno así en mi país, dudo que la policía lo descubra.
Me hiciste sonreír al ver un final tan irónico, donde sus "despiertos" compañeros no se daban cuenta que prácticamente estaba confesando ser el asesino dominguero al decir que aquel tal vez se estaba retirando de ese "trabajo" como lo estaba haciendo él mismo. Claro, aún le quedaban balas en la caja ... para cuando se encontrara un poco aburrido y saliera de nuevo  a matar .
En fin, una historia policial atrapante donde muestras que cualquier persona acosada por idiotas que se creen inteligentes, termina por soltar  un tornillo en su mente o detrás de una personalidad aparentemente pasiva, deja libre sus instintos y a su vez, en secreto, se ríe de los tontorrones que se creen tan despiertos.
Felicitaciones maestro. He visto que pueden ser muchas las diligencias que resultan vanas para
atrapar a un asesino, sólo porque no nos metemos en la cabeza del mismo.
Mmmmm, no es por nada, pero aunque ya hace muchos años que estoy retirado de la PDI, me asalta la terrible duda ¿ no te habrás echado al espinazo a unos cuantos cristianos, con esa cara de santo católico que Dios te ha dado? Bueno, es solo un mal pensamiento que se me vino a mi sesera de policía retirado y que no deja de pensar en que a mis subalternos más jóvenes les enseñé en terreno que hasta un marciano podía ser el asesino, haber tomado su nave y dejarnos el fiambre en la cresta del monte Aconcagua, sólo para divertirse.

Sigo leyendo con calma, pero seguro que voy a encontrar buenos relatos.

affraid
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Jun 30, 2016 12:24 pm

A tu primer comentario respondo que yo hice lo mismo con tus cuentos. Debe ser cuestión de edad, que emparenta más allá de las fronteras.

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Jun 30, 2016 12:30 pm

A tu segundo comentario, me alegra que el cuento no se agote en su primer lectura, que siga provocando y proponiendo.

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Jun 30, 2016 12:49 pm

A tu último comentario, te tranquilizo diciendo que “yo” no maté a nadie, pero que al examinar el tema, creo que la ficción que propongo es posible.
Hoy se habla de “bullying” con naturalidad. Es decir, ya es un problema y hay que combatirlo. Pero cuando hice el cuento, el problema estaba en ciernes.
Pedro Nadies es una persona cualquiera, con más defectos que virtudes, pero que se comporta y merece ser respetado. Cuando esto se le impide, se ve obligado a pelear y triunfa a costa de los demás, tal como sus compañeros de oficina le enseñaron sin querer.
El posible éxito del cuento es que la gente sospecha que debe haber varios Pedros por ahí aunque todavía no hayan matado. Y la mayoría hace a la sociedad en que vivimos.

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Jun 30, 2016 12:50 pm

Gracias, Jaime. Mis cuentos necesitaban tu mirada.

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMar Jul 12, 2016 10:01 pm

Confesionario
Imaginaba, por ejemplo, que el Espíritu Santo se manifestaba en la alta claridad de los vitrales y que un arcángel descendía caminando sobre un rayo de luz para escogerme de entre todos los sorprendidos.
Esta vivencia (naturalmente, por tratarse de un tema infantil,  uno piensa que es personal)  clara, con descripciones diría que hasta precisas, en el medio ambiente en que se desarrolla la historia; está tan bien descrita que nos paseas a nosotros tus lectores por todos los rincones de un templo católico.
Sigo admirando la pulcritud de tu castellano y redacción que son un muy buen ejemplo a seguir. Me he preguntado si eres, además de escritor, profesor de castellano. Personalmente tuve la suerte de contar con maestros preocupados hasta de la pronunciación de determinados vocablos, como fue mi maestro de Artes Plásticas don Jaime Catalán, quien llegó a Chile con evidentes huellas de la guerra civil española. Aunque sigo aprendiendo, Don Jaime, con su carácter especial para hablar con los liceanos y Don Matías, profesor de Psicología y Filosofía, permitieron que este tímido estudiante que apenas se atrevía a hablar delante de sus condiscípulos, llegara a hacer aceptables piezas de oratoria, que  sirvieron en mi carrera policial.
Me gusta leer historias como esta en completa calma, difícil donde hay pequeños nietos revoloteando, pero me las arreglo para releerlas hasta saborear el contenido en frases que me arrancan una exclamación, admirando una descripción como la que puse al inicio de este comentario.
Sabes, compadre, ya no me siento capaz de felicitarte, encuentro que no soy alguien capacitado para hacerlo. Simplemente me empapo en el trabajo de un gran escritor.
Un abrazo
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeMiér Jul 13, 2016 11:37 am

Suele creerse que uno escribe para las nuevas generaciones. Pero no, éstas son un incentivo. Escribimos para nuestros pares que realmente nos comprenden.
Gracias!


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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeDom Jul 17, 2016 9:46 pm

¡ Ah, mi Agustín!
Esta historia, tan bien escrita como las otras que te he leído, dejó en mí un extraño sabor. Quizás de lástima a la pobre mujer ya envejecida y sin la belleza del retrato.
Bueno, sin más rodeos, me hiciste imaginar cómo habría sido yo, solitario y achacoso con los años; recordando un antiguo amor que nunca llegó al matrimonio y hablar con alguien desconocido acerca de una mujer que pasó por mi vida, sin imaginarme que estaba ante su hijo.
La soledad de la mujer, cuyo único quehacer en esta vida era cuidar su huerto, me golpeó fuerte. Claro, en mi caso es probable que también me dedicara a regar lechugas y otras hortalizas, pues sigo siendo un campesino del sur de mi país.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeLun Jul 18, 2016 12:11 am

Entiendo!

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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeJue Sep 29, 2016 9:39 pm

Mmmm, Soluciones S.A. me tuvo atascado mucho tiempo, quizás por mi mente de investigador.
Llegué a la conclusión que tan feliz relato desde el fondo del alma del protagonista principal será en un futuro donde se permitirá un Divorcio a la Italiana legal. Espero equivocarme, pues tal empresa la encuentro tenebrosa.
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MensajeTema: Re: Bolazos para gente seria y viceversa   Bolazos para gente seria y viceversa Icon_minitimeSáb Abr 29, 2017 8:59 pm

Sin Programación, historia que en forma muy resumida cuenta las vivencias de un alto empleado de una empresa mientras da por terminada la jornada tediosa. Creo que casi todos soñamos despiertos con una placentera situación; mientras transcurre su viaje a casa, esperaba ver lo acostumbrado, pero esta vez algo cambió en el paisaje. Una programación rápida, lo llevó a aquel paseo soñado. donde cumpliría ese deseo.
He quedado deslumbrado con tu habilidad para emplear pocas palabras y relatar un día en la vida de un burócrata. Me agradan los paisajes y la noche de plenilunio plateada que logras pintar.
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