"LA NIÑA TONTA" O LA MANZANA MÁGICA +++DESTACADO NOVIEMBRE DE 2010+++

DESTACADO





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Este relato es muy entrañable para mí
porque, como muchos de mis otros relatos
los personajes están sacados de la vida real.
Sin embargo, este tiene algo muy especial,
un recuerdo imborrable.



¿UNA MANZANA MÁGICA?



Era la hija menor de los porteros de la finca. La veía todas las mañanas en mi trayecto hacia el colegio cuando al pasar por delante del portal, aminoraba el paso para observar con disimulo, como la colocaban en un sillón lleno de cojines instalado donde, en aquellas tempranas horas, daba un poco de sol.
El acomodo lo realizaban entre la madre y la hermana mayor, que llevaban en volandas, con sumo cuidado, el cuerpo flaco de piel amarillenta pegada a los huesos que mantenía un movimiento incontrolado, mientras su boca babeante, dejaba escapar un quejido ininteligible.
Aquel esfuerzo lleno de afecto, despertaba en mi mente infantil reflexiones sobre el coraje de aquellas dos mujeres a las que me hubiera gustado interrogar para conocer sus sentimientos sobre esta circunstancia experimentada a diario. Sin embargo, mi corta edad, unida a la timidez, me lo impedía, por lo cual me limitaba a indagar en sus ojos para descubrir algunas de sus emociones.
Los de la hermana, muy oscuros, reflejaban valor y seguridad. Los de la madre no se dejaban ver con facilidad. Acostumbraba a tener la mirada baja hasta que, un día, cuando los levantó para mirarme, advertí en ellos una enorme tristeza.
A la pequeña enferma la llamaban en el barrio “la niña tonta”, aunque esta expresión no podía considerarse despectiva sino popularizada, con buena intención, por la manera coloquial del habla vulgar. Se comentaba que aquella acusada anormalidad padecida por la niña, provenía de una grave meningitis muy difícil de curar en aquellos tiempos cuando corría la década de los años cuarenta del reciente pasado siglo XX, algo muy preocupante para mi mentalidad infantil que no comprendía el alcance justo de los sucesos.
Aunque éramos vecinas, no conocía el nombre de la niña. Me enteré por casualidad, en cierta ocasión, cuando la hermana, mientras colocaba una manta alrededor de su escuálido cuerpo, le dijo:
-¿Estás bien así, Laieta?
Me gustó el nombre y desde aquel momento, la consideré como una gran amiga. Por entonces, yo conservaba con gran interés un cuaderno en donde escribía una lista con los nombres de mis amistades más íntimas, ordenada correlativamente de mayor a menor en la valoración referida a la profundidad del afecto y aunque debo admitir que los nombres cambiaban con frecuencia de lugar, a Laieta la incluí en un puesto privilegiado sin variación. Mi deseo ferviente era ayudarla, consolarla en su desventura, ofrecerle mi apoyo, pero no sabía como lograrlo y el no poder conversar con ella, me producía gran desazón ya que consideraba este distanciamiento poco apropiado para intensificar el cariño mutuo tan deseado y así, poco a poco, fui madurando la idea de hablarle.
La situación se solucionó de una manera muy simple y un tanto especial. Una mañana, en mi ruta diaria hacia el colegio, llevaba yo en la bolsa de la merienda, una manzana grande y colorada puesta allí por mi madre para comerla durante la hora del recreo. Es muy posible que, influenciada por las escenas de la película “Blancanieves” que por aquellas fechas se ponía en los cines, mi imaginación dotó al fruto de ciertas características mágicas benéficas en lugar de maléficas y aquello, me proporcionó la suficiente decisión para lograr mi propósito. Al pasar frente al portal de Laieta la vi sola ya colocada en su asiento y con rapidez pensé en aprovechar la oportunidad. Me acerqué y le dije:
-¿Quieres mi manzana, Laieta?- y mientras esperaba su reacción, puse la fruta sobre su regazo, encima de la manta azul que la cubría.
La niña me miró con sus ojos de un marrón desvaído, sin expresión, pero en lo más profundo de ellos, descubrí una chispita de luz que provocó un brinco de alegría a mi corazón. Observé como Laieta intentaba coger la manzana con movimientos torpes, sin acertar, y por temor a que se alargara la situación más de lo esperado y me pillaran en una actuación indebida, puse la fruta entre sus manos que sujeté con las mías mientras se las acercaba a la boca. Con intensa satisfacción contemplé como mordía la pulpa y la masticaba de una manera poco limpia que me llenó de compasión. Vi como al mezclarse el jugo de la fruta con la saliva, resbalaba por la comisura de sus labios un líquido que le goteaba por el pecho. Me costaba contener las lágrimas ante aquella falta involuntaria de control y cuando sacaba un pañuelo de mi bolsillo para adecentarla, oí la voz de su hermana que, en aquel momento, salía del interior de la casa. No sé si fue porque me asusté al pensar en lo inadecuado de mi proceder que yo sabía podía molestar a la familia, pero la reacción infantil de mis diez años fue echar a correr para alejarme del portal.
A partir de aquel día, dejé de ver a mi infortunada amiga. Después de una semana sin verla, comencé a inquietarme, sin embargo, como por aquellas fechas terminaban las clases con el comienzo del verano, las vacaciones impusieron a mi familia la marcha de la ciudad hacia el campo donde transcurría nuestro tiempo de ocio. Aquel descanso estival, alejada de mi rutina escolar, favoreció el olvido de Laieta.
Volvimos a la ciudad a principios de Septiembre. El camino diario hacia el colegio comenzó otra vez y mi paseo por delante de la casa de la niña hizo renacer su recuerdo con más fuerza si cabe. Laieta seguía sin aparecer. Intrigada por cuanto pudiera haberle sucedido, intenté escuchar con atención las casuales conversaciones que llegaban a mis oídos para averiguar algo sobre ella pero nadie decía nada. Como si no la recordaran. Cuando, incluso yo parecía comenzar a olvidarla definitivamente, un domingo por la mañana, al salir de la iglesia, la vi.
La sorpresa me dejó paralizada. Atravesaba la plazoleta flanqueada por su madre y hermana que la sujetaban cada una por un brazo. ¡Laieta andaba! ¡No podía creerlo! Torpemente, como un niño que comienza a dar sus primeros pasos pero ¡andaba!. Fue en aquel momento cuando advertí un detalle sin mayor importancia pero que, tal vez por haber pasado desapercibido, llamó más mi atención, fue su estatura. Al haberla visto siempre sentada, nunca había calculado su altura que ahora, podía comprobar, sobrepasaba, en mucho, a la de sus acompañantes. Sus piernas eran largas, delgadas y me hizo sonreír ver como uno de los calcetines que le llegaban hasta la rodilla, se deslizaba con lentitud hasta arrugarse en el tobillo. Me detuve a observarlas embobada. Caminaban de espaldas a mí en dirección a su casa. Los movimientos de Laieta eran descompasados, muy difíciles de dominar. La madre, algunas veces, la cogía por la cintura con fuerza mientras la hermana, intentaba sujetar un brazo que manoteaba como si fuera un remo roto.
No aprecié el intenso nerviosismo lleno de júbilo que me invadió hasta que desaparecieron en el interior del portal, cuando mis piernas empezaron a correr al mismo tiempo que mi voz gritaba sin ninguna discreción:
-¡La niña tonta anda! ¡La niña tonta anda!
Al día siguiente iba muy contenta al colegio ante la perspectiva de poder hablar con Laieta pero ni en aquel día ni en los días sucesivos, conseguí verla.
Así transcurrieron algunas semanas. Se acercaban las fiestas navideñas y el camino hacia el colegio cada vez me resultaba más fatigoso. Había descubierto que la expectativa de encontrar a Laieta a diario, le daba un aliciente a mi vida que, al perder ese estímulo, cambiaba lentamente hacia la tristeza.
Con este desánimo pasaba otro día más por delante de su portal cuando, al fin, la vi salir de su casa. Iba sola. Había engordado y su piel no era tan amarillenta. ¡Estaba guapa! Bien peinada, con un broche que le sujetaba el pelo en una sien. Sus movimientos, aunque todavía con dificultad, los controlaba, y su boca estaba limpia, sin babas. Al pasar por su lado le dije sonriente sin atreverme a más:
-Adiós, Laieta.
Me miró. Adiviné su nerviosismo al aumentar visiblemente su agitación. Ella también sonrió con aquella boca grande de rasgos extraños todavía dañados por la enfermedad y, cuando ya me alejaba, oí su torpe voz que intentaba decirme:
-¡Aaadiooos...!
¡Qué contenta me puse! Mi amiga preferida, Laieta, la primera en la lista de mis amistades, mejoraba visiblemente y sólo yo sabía el origen de aquella recuperación. Tenía la firme seguridad de que la manzana “mágica” ofrecida por mí un día ya casi olvidado, había sido el talismán para su curación. Todavía no sabía que el amor realiza milagros.
A principios del nuevo año me trasladé con mi familia a vivir a otra ciudad. No he vuelto a ver a Laieta nunca, sin embargo, su recuerdo ha permanecido en mi corazón a lo largo de los años. MAGDA.-

Gracias por leerlo poesía. Como digo al principio, es una historia que ha quedado grabada para siempre en mi corazón. Un beso.

Amiga Xanino, como me gusta leerte. Cada relato tuyo tiene algo de vida corriente y mucho de magico. No se, pero cada vez que te leo me siento bien despues. Excelente relato, amiga. Y como siempre un absoluto placer leerlo. Un gran beso de admiracion,
Jose

Como dicen José y Cynthia, se lee ternura; un baúl de recuerdos; magia y una se siente tan bien después de leerte...es realmente gratificante. No sólo es un relato escrito con exquisitez de vocabulario y calidez humana, sino que nutre el alma.
Otro abrazo de admiración de mi parte, Magda.
Silvina.

No se puede agregar más a lo que ya han dicho los compañeros, tus letras tienen ese aire que nos deja siempre muy calmos al leerlas, es muy gratificante siempre pasar por tu espacio

Para no reiterarme,
te diré que eres para mí
como una vieja guitarra de buena madera
que nunca dejó de tocarse.
Que exige un oído educado y sensible,
para que pueda apreciarse en todo su valor.

Quisiera teneros a todos frente a mí, amigos, y poderos abrazar uno a uno pero como la distancia lo prohibe, recibid un abrazo fuerte a través de las ondas, mejor y más romántico, montado sobre una nube, con todo el afecto de mi corazón y mi agradecimiento por vuestras siempre hermosas y halagadoras palabras.
Gracias, Jose, me alegra hcerte sentir bien cuando me lees. En realidad ese es mi propósito.
Gracias, Silvina, siempre lectora exquisita y amiga. ¡Tantas veces me abruman tus palabras que no merezco!
Nomade mi jove amigo, que también por esa diferencia de edad, me gratifica más tu lectura y tus comentarios.
MI ya viejo amigo Jaime (y no por edad) estupendo escritor quien siempre tiene una palabra bella para mis escritos.
Antifaz, amigo. ¡Casi me dedicas una poesía! ¡Cuánto lo agradezco!
¡GRACIAS A TODOS AMIGOS!
Un beso muy fuerte y agradecido. MAGDA.

COMO SIEMPRE,QUIENES SE TOMAN LAS LETRAS EN SERIO LLEGAN Y MUCHO SABEN TRASMITIR COMO VOS LO HACES.
ME ENCANTAN TUS TEXTOS, LOS CUALES TE MUESTRAN COMO UNA DE LAS MEJORES ESCRITORAS DEL SITIO

Gracias mi querido Mateo, tus palabras están llenas de benevolencia que agradezco muchísimo. Un abrazo muy fuerte.

Felicidades por este reconocimiento

¡Precioso cuento!, bien merecido tienes el destacado. Gracias por escribir tan bello querida Magda.

Un relato excelente, lleno de ternura y emotividad, y donde queda claro el poder del amor. Desde el comienzo nos insertas en esta historia de la niña tonta, que en realidad, uno se emociona, y al final, da esa alegría de la recuperación, Me imagino que queda como marca imborrable, y por supuesto que la manzana fue mágica, le dio a entender que había algo más. Excelente relato Xanino y felicidades por el destacado.

Un beso,,

Ignacio

Muchas gracias a vosotros, migos, por este reconocimiento que, como siempre, considero inmerecido. Lo importante, aparte de vuestra valoración, es que, mis letras, os lleguen al corazón. Ese es mi propósito. Gracias a todos. Un beso.

Magda... me siento que no tengo nada nuevo que decirte. Todos han expresado exactamente lo que me sucede a mí cuando te leo. Esa sensación de bienestar que no es poco, y debo agradecer. Tus relatos son exquisitamente emotivos, y a eso cotidiano y sencillo de la vida, le pones un toque tan especial que es necesario ir a por más... Como un rico postre! Creo que Destacarse era la consecuencia lógica a esta maravillosa historia.
Un gustazo leerte! Un fuerte abrazo con mis congratulations!!

Zeltia, querida amiga y mi amigo querido Jaime. Es para mi un orgullo que mis escritos sean alabados por tan grandes escritores como sois vosotros. Muchas gracias. Os quiero.

Preciosa historia, y maravillosamenta narrada.

Gracias, amigo. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.

¡Muy bello! Con este relato se adivina un gran corazón en usted. Saludos.

¡Muchas gracias por tus palabras amables y por pararte a leerlo! Un abrazo.