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 LA DAMA DE EL ESCORIAL

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Xanino
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MensajeTema: LA DAMA DE EL ESCORIAL   LA DAMA DE EL ESCORIAL Icon_minitimeJue Dic 10, 2009 5:40 am

EL MISTERIO DE LA DAMA DE EL ESCORIAL

Relato intimista


Como madre de familia numerosa que soy, he podido comprobar que la afinidad de caracteres es más acusada con unos hijos que con otros, sobre todo al hacerse mayores, sin que esto pueda mermar ni un ápice, el cariño que se siente por todos y cada uno de ellos. A mi, personalmente, me ha ocurrido algo muy curioso con el antepenúltimo de mis hijos. Siendo niño era el más revoltoso y el que siempre me ocasionaba más enfados y preocupaciones, sin embargo, al hacerse adulto, ha sido con el que más sentimientos afines he compartido y de quien más demostraciones amorosas he recibido.
Este, quizás, ha sido el motivo por el cual hemos participado en momentos de ocio que no he conseguido con otros. Así, cuando adquirió su primer coche, nos dedicamos a viajar por diferentes ciudades de España aquellos días festivos en los que él se encontraba más solo o más proclive a mi compañía
Aparte de toda esta situación, este hijo mío que ocupa el quinto lugar en una lista de siete, posee unas características esotéricas dignas de mención que, con frecuencia, han sido desencadenantes de sucesos sin explicación posible.
Tal vez, también esta sea la causa por la cual nos han atraído los lugares misteriosos y, unas veces por casualidad y otras en busca de soluciones nunca alcanzadas, acostumbrábamos a visitar las zonas más conocidas por sus enigmas.
En una de tantas visitas nos ocurrió algo muy sencillo pero en extremo incoherente que voy a explicar.
De todos –o por lo menos de muchos-, son conocidas las leyendas existentes en torno al Monasterio de El Escorial, construido por orden del Rey Felipe II a mediados del siglo XVI. Su arquitectura en forma de parrilla, el lugar donde fue ubicado, ladera meridional del monte Abantos en la Sierra de Guadarrama que ya era célebre como punto esotérico y lugar de culto para nuestros ancestros Íberos; en donde, en la actualidad, existe la creencia de que el alma del Rey Felipe II vaga por dentro y fuera del edificio además de la figura espectral de un monje que aparece por la zona, gritos por las estancias sin conocer el origen, cambios de temperatura que algunas veces son muy acusados (eso lo he podido comprobar personalmente), soplos fantasmales que llegan de pronto y un sinfín de anécdotas de las que más de uno, hemos sido testigos en aquellas enormes y antiquísimas dependencias, aparte de la belleza panorámica del entorno, fue el principal motivo que nos llevó a pasear por sus alrededores.

Era un sábado otoñal, de esos días claros y soleados aunque algo fríos, muy característicos de nuestra región madrileña. Mi hijo, al que llamaré Raúl, y yo, decidimos acercarnos hasta aquellos parajes y dar un paseo mañanero por los frondosos caminos de sus montes. Aparcamos el coche entre unos matorrales del camino, antes de entrar en el pueblo o Villa de el Escorial y nos dirigimos hacia un sendero de tierra que no sabíamos donde desembocaba. La mañana era muy agradable, la tibieza de los rayos del sol iluminaban el cielo de un azul intenso sin nubes, el silencio y la soledad, nos ayudaban a caminar disfrutando de los olores, colores y esos sonidos imperceptibles por nuestra mente cuando la barahúnda del entorno la envuelve.
Mis pasos, algo más retrasados que los de Raúl, a causa de mis continuas paradas para observar un árbol, descubrir la ubicación del pájaro que nos sorprendía con sus trinos u observar el reptar de una oruga, me distanciaba de él pero no lo suficiente como para no oír nuestras voces si se nos ocurría hacer algún comentario.
Por aquel entonces, todos mis hijos habían optado por la independencia familiar y yo vivía a solas en una casa grande después de mi viudedad. Como me gustaba refugiarme en un rincón apartado del ruido de la ciudad para dedicarme a escribir,-afición a la que, anteriormente, no había podido entregarme a causa de mis obligaciones familiares-, en aquella paz del lugar, se me ocurrió comentar:

-Bonito lugar para alquilar un piso pequeño y dedicarme a escribir.

En aquel momento, en el borde del camino, sentada sobre un murete que protegía la bajada de un río no muy caudaloso, vimos, como aparecida de la nada, a una mujer de mediana edad que nos sonreía. Al llegar a su altura, saludó muy atenta y dijo:

-¡Qué mañana tan bonita para pasear!

-Sí. Estos parajes son ideales para relajarse-dije yo. Y entonces se me ocurrió preguntarle: -¿Es usted de aquí?

-Sí- dijo escuetamente.

-Me gustaría encontrar un apartamento pequeño ¿sabe si se alquila alguno por aquí cerca?

-Si. Suban por esa cuesta donde hay casas y en una esquina se alquila uno.

Se lo agradecí y me reuní con mi hijo que permanecía un poco retirado. Al volverme para despedirme, la mujer había desaparecido, ya no estaba sentada en el murete ni se la veía en la carretera. Tanto Raúl como yo nos quedamos sorprendidos y, algo asustados, nos acercamos al río por si pudiera haberse caído, pero allí no había nadie y aunque bastante extrañados, continuamos camino.
La paz del lugar nos hizo olvidar el suceso si no hubiera sido porque, al llegar a un grupo de edificaciones, vimos en una de ellas el anuncio del alquiler de una vivienda. La casa hacía esquina y estaba rodeada de una verja bastante deteriorada, en donde una puerta entreabierta de hierro, dejaba paso a un jardín descuidado, lleno de hierbajos y cardos. La puerta de la casa propiamente dicha, era de madera más deteriorada todavía que la verja del jardín, y cuando íbamos a llamar, una anciana de aspecto dulce, pelo canoso muy corto y unos ojos de un límpido azul que, en su juventud, debieron de ser muy bellos, apareció en el umbral.

-¿Creo que se alquila esta casa, no? ¿Podríamos verla por dentro, por favor?- le pedí a la señora.

Me miró como si ya conociera la petición y, haciéndose a un lado me dejó el paso libre mientras sonreía.
El interior me dejó sorprendida. Una mullida alfombra cubría toda la superficie del salón donde unos muebles antiguos, de calidad y muy bien conservados, le daban un aspecto confortable. Destacaba un escritorio grande, un barqueño con incrustaciones de lo que me pareció marfil y un arca con herrajes, muy antigua, colocada bajo un gran ventanal por el que se divisaba la parte trasera del jardín. Lo que vi a través de él me dejó tan sorprendida que, en un momento, no supe reaccionar.
En contraposición con el de la entrada, éste era un jardín muy bien cuidado, con macizos de grandes margaritas, rosales florecidos y suelo embaldosado donde, una pareja de niñas de entre cinco y siete años, jugaban con una muñeca que yo hubiera catalogado como de coleccionista. Ambas lucían unos vestidos blancos de falda hasta media pierna, por donde asomaban unos pololos adornados de encajes que llegaban hasta los pies calzados con unos zapatos negros de charol. Peinaban unos largos tirabuzones, recogidos en una sien por una enorme lazada azul y eran observadas por una dama sonriente que, sentada en una silla de jardín, bajo un árbol, sujetaba en sus brazos a un bebé envuelto en encajes y puntillas.
La dama en cuestión vestía a la moda de finales del siglo XIX un vestido, también blanco como el de las niñas, largo hasta los pies y su peinado ahuecado alrededor del rostro, se sujetaba en la parte central de la nuca, con un moño. Cuando me repuse de la sorpresa y busqué la puerta para salir al jardín y poder contemplar aquella absurda realidad, me encontré sola en el salón y al pasar a la siguiente habitación, todo cambió. La entrada al patio carecía de puerta y desde allí se divisaban los matojos creciendo sin control por todo el espacio. El jardín, abandonado, estaba solitario.
Oí la voz de mi hijo detrás de mí, que decía:

-Mamá, vámonos de aquí. En esta casa hay una energía muy rara.

Y sin decir media palabra más, abandonamos el lugar agradeciendo su amabilidad a la señora, que por cierto, no hizo ningún comentario.
Ya en la calle, le expliqué mi visión y él respondió:

-Eso no es todo. La mujer que vimos en el camino y que nos advirtió de un alquiler, estaba sentada en una mecedora en la cocina. O hemos traspasado un espacio temporal y hemos vivido por unos momentos en otro tiempo, o… eran fantasmas.

Ya en el coche, emprendimos la vuelta a casa. Fuimos en silencio, cada uno con sus recuerdos. ¿Fue fantasía o realidad?

Como he dicho al principio, es una sencilla historia, una más que forma parte de esos hechos inexplicables guardados en el recuerdo y que dejan un sabor agridulce, con deseos de haber tenido la valentía para indagar más a fondo y al mismo tiempo un cierto miedo hacia lo desconocido.
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MensajeTema: Re: LA DAMA DE EL ESCORIAL   LA DAMA DE EL ESCORIAL Icon_minitimeJue Dic 10, 2009 12:20 pm

definitivamente, una gran escritora.
difícil defender mi juicio, sólo espero que lo compartan.
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MensajeTema: Re: LA DAMA DE EL ESCORIAL   LA DAMA DE EL ESCORIAL Icon_minitimeJue Dic 10, 2009 12:40 pm

Me siento plenamente satisfecha y orgullosa de poder ser la receptora de esas palabras. No sé si ya lo he dicho aquí en otra ocasión pero, llamarme "una gran escritora" es el mayor halago que se me puede ofrecer. Sobre todo si se tiene en cuenta que ser "una gran escritora" es mi vocación frustrada.
¡Muchas gracias, amigo antifaz, por tus palabras que me emocionan! Las guardo en mi corazón. Gracias. Espero que todos mis relatos te sigan gustando. Un abrazo fuerte.
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MensajeTema: Re: LA DAMA DE EL ESCORIAL   LA DAMA DE EL ESCORIAL Icon_minitimeVie Dic 11, 2009 9:20 pm

A título de comentario me gustaría dejar aquí y ahora un pensamiento que siempre he querido no sólo expresar como necesidad ética y moral sino incluso profesional acerca de lo que significa el acto de escribir con el afán de informar más que de "adiestrar" a una sociedad cada vez más indefensa.

Siempre me ha llamado la atención las aspiraciones, en el campo periodístico y/o literario, de muchas personas que por lo general y salvo excepciones ignoran muy profundamente qué significado tiene el acto de escribir; parece ser, hoy, que escribir con la intención de lograr notoriedad es un acto en alza en la sociedad en que vivimos, damos por hecho, porque así nos educan - mal pero nos educan -, que debemos entender que una persona que escribe está en pos de la verdad absoluta o casi, y no es así en absoluto menos aún si esta persona se debe o somete a los medios tradicionales de comunicación sujetos todos ellos, TODOS, al imperio del orden establecido.

Hoy, y salvo excepciones muy muy contadas, no se es escritor aquél que escribe bajo la discilplina de casi ningún medio de comunicación puesto que lo que éstos y éstas ejercen no es el sano y libre ejercicio de la información sino un puro acto de prostitución intelectual ( lo de intelectual es por llamarlo de alguna manera ) que obedece, ya digo no sólo a los medios en los que escriben y a los que se someten sino a los que pagan, esto está mas que hartamente demostrado y no hace falta mucho para hacerlo ver con datos y pruebas concretas.

Para llamarse o creerse esritor o periodista hoy no es necesario en absoluto pasar por universidad alguna y menos aún obtener título que lo acredite y como ejemplo de lo que digo sólo expongo algún ejemplo significativo: ni D. Benito Pérez Galdós, ni Gabriel García Márquez, ni Miguel de Cervantes, tres de los más universalmente reconocidos como escritores de las letras castellanas jamás pasaron por universidad alguna lo cual dice mucho de su gran valía y capacidad intelectual precisamente por ello. Pasar por una universidad hoy para obtener un título de escritor o periodista viene a significar, precisamente, todo lo contrario de lo que se persigue y entrar en ese mundo obsceno y falso que significa precisamente desfraudar a la sociedad que dices y crees que representas.

Cuando una persona que escribe dice y menciona el placer de sentirse alagada por lo que escribe debería tener un grado más alto de conciencia y saber que si es así debe estar no sólo preparada para cuando llegue el momento de que lo que escribe no es del agrado de la sociedad a la que se debe sino algo peor aún: tratar de saber y adivinar a qué parte o en qué parte de la sociedad está para sentir siempre el falso e idiotizado alago que la hará sentir bien porque lo necesita. Un escritor no es sino aquél que siente la necesidad innata de saber, conocer y compartir los conocimientos con una sociedad que está dispuesta a querer superarse así misma; escribir no significa satisfacer nuestro ego, ni complacer a un sector o parte de la sociedad con ansias por lo generar de mas poder, no. Escribir lo puede hacer cualquiera y escritor puede serlo también cualquiera que sienta la necesidad de ayudar y no ver en esta actitud un medio del cual servirse de una sociedad pobre y empobrecida.

La mayoría de los "intelectuales" hoy - salvo excepciones - se ven necesitados de estar y servirsen del sistema, ésto es así porque sienten la necesidad de sentirsen bien pagado en lo económico y en lo material e incluso en lo emocional porque lo que buscan son premios y reconocimientos de lo cual se traduce que la mayoría de éstos son el fiel reflejo de una sociedad ya muerta e incapacitada para mas...Y así nos va.

Teknarit, África.
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