Del álbum de los recuerdos:
Hace algunos años, cuando aún era una jovencita (no vayan a creer que ya no lo soy) me esmeraba mucho más en mi presentación personal, estaba empezando a trabajar y por supuesto tenía el salario solo para mí. No me gustaba ceñirme mucho a la moda, pero si me acercaba a ella. Por esos días se usaban postizos en el pelo y pantalones anchos… Además era la época de impresionar a los chicos.
Compré un postizo porque siempre quise tener mi pelo largo y la verdad es que el mío, no me ha dado para ello, siempre he vivido de pelea con él, un poco crespo sobre todo adelante y no me escapaba de las burlas de mi hermana (quien tenía el pelo liso) decía que tenía pelo de negra (no quiero ofender a nadie) pero yo le decía que simplemente era enresortado. Eso me hacía la famosa toga, (estiramiento con pinzas) pero cuando salía a la calle y me daba una medio brisa, entonces el bendito se encogía y perdía todo mi tiempo cepillándolo y durmiendo con pinzas en mi cabeza.
Mi vanidad femenina no era mucha, creo que era lo normal, entonces cada 8 días iba al salón de belleza para que me pusieran mi postizo después de haber trabajado una hermosa moña llena de bucles y laca suficiente para sostenerse el peinado. Aprendí preguntándoles a mis otras compañeras de trabajo, cómo era que uno tenía que dormir para que el peinado no se desbaratara. A dormir de lado y la famosa moña me duraba 8 días, mucho más que a mis amigas.
La cuestión es que una vez empezó la cabeza a rascarme un poco, y como respuesta pensé que eran las pinzas del postizo que tallaban, viajé hasta una ciudad cercana donde vivía mi hermana y le dije que me revisara, me desbarató la moña y me dijo que todo estaba normal y no veía nada.
La semana siguiente como no quería parecer retrato, no fui al salón y dejé mi pelo tal cual. Al sábado siguiente volví a que me hiciera otro peinado con mi postizo, ¡me gustaba tanto!
Por el día viernes me fui nuevamente a visitar a mi hermana, porque la piquiña de la cabeza no me dejaba en paz, cuál no sería la sorpresa que cuando ella me desbarató el famoso peinado, los piojos empezaron a salir por toda parte, jejejeje…
De inmediato preparó azufre con ¡manteca! Y me embadurno toda la cabeza, ¡guácalas! ¡Qué olor tan horrible!, me envolvió en una toalla la cabeza y a dormir esa noche así. Al otro día a sacarme semejanza empanizado de manteca, no se cuánto jabón y agua necesité, y por supuesto que mi pelito quedó feíto y con olor horrible, pero me había liberado de los benditos piojos. El postizo, a lavarlo muy bien y dejar de usarlo por un tiempo, mientras morían hasta las liendras que tenía…
De modo que ya saben que yo era tan picadita, pinchadita, creidita y con piojos a más no poder… Ahí les dejo una foto para que aprecien la vestidura, lástima que la bendita moña no se observa mucho porque la foto me la tomaron de noche.