animalSON Escritor activo


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 | Tema: Portadora de luz - 02 Vie Oct 30, 2009 1:42 am | |
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Portadora de luz PARTE II
El lago cristalino reflejaba la escena a plena luz del mediodía. En la orilla próxima, verdes praderas cubrían el suelo por donde atravesaba el sendero empedrado. Un poco más allá, sobre las colinas, un bosque impenetrable acompañaba al camino haciendo las veces de muralla. Y tapando el horizonte, en la orilla opuesta del lago, se imponía la cadena montañosa de Athan, fundiendo en las nubes sus picos nevados. El paisaje se mantenía puro e inmutable, y el grito de un halcón llenaba los aires de música. El pueblo de Ajax esperaba al final del camino.
Un oso pardo que se dirigía al lago, se compenetró en los bosques al sentir vibrar la tierra. Varias aves rompieron en vuelo desde las tupidas copas, suscitando en los vientos el sonido de su aleteo. Desde esas alturas, se veían cientos de personas, a lo lejos, caminando rumbo a la villa, cuesta arriba por el pedregoso sendero.
-¡Solo un poco más! –se oyó el grito de aliento de uno de los hombres que encabezaba la caravana -¡Un kilómetro más hasta Ajax!
Hombres, mujeres y niños marchaban a paso penoso por la senda. La columna de gente se extendía por unos doscientos metros. Los rostros denotaban el agotamiento de una caminata sin descanso de muchos días. Solo a pocos kilómetros del pueblo habían dejado de oír el estruendo de las bombas. La mayoría ya no recordaba el silencio.
-Pedo no ez pozible, eztamoz dezien en pdimaveda –agregó indignado el anciano sin dientes.
-Un error de cálculos, puede que haya habido –continuó el anciano más pequeñito.
-Tal vez un pequeño desfasamiento. No desesperen, si ella está ahí, sin dudas la encontraremos –concluyó el anciano más lúcido mientras fumaba su pipa.
La multitud comenzó a entrar en el pueblo, cruzando bajo el improvisado arco de tronco que marcaba “Ajax” en un cartel. Un poco más lejos, sobre el mismo sendero que ingresaba en el poblado, los tres ancianos esperaban sentados en sus mecedoras junto a una cabaña.
Los pueblerinos observaban de reojo a los recién llegados que avanzaban desconsoladamente y sin separarse por el camino principal. Llevaban sus pertenencias en pequeñas bolsas y mochilas.
-Aquí vienen –dijo el anciano desdentado mientras observaban con atención la fila de personas que pasaba frente a su cabaña.
Los tres viejos analizaban minuciosamente a cada uno de los marchantes. Cientos de personas cruzaban frente a sus narices. El anciano de la pipa, que llevaba puesto un vestido negro, se paró casi de un salto y se inmiscuyó entre la multitud. Los otros dos, que vestían con tiradores, se quedaron mirándolo desde sus mecedoras. La gente continuaba caminando con la cabeza gacha, esquivando al viejo errante que los examinaba con detenimiento. De pronto, tomó a una joven por la barbilla con su mano huesuda, y le levantó el rostro. La muchacha se quedó viéndolo con un dejo de tristeza en los ojos.
-No es ella –anunció soltando a la chica, y continuó caminando en contra de los inmigrantes. Sus ancianos compañeros lo perdieron de vista.
-Depito que no ez pozible –comentó el desdentado desde su silla –Debedía zed inviedno –aseguró resentido.
-Exactos no son, siempre los tiempos –replicó su compañero –A ver qué sucede, esperemos.
Los ojos del viejo del vestido se abrieron haciéndose notar bajo sus enormes cejas. La pipa cayó de su boca abierta hasta su mano.
-¡Santo Octavius! –se dijo atónito.
Una jovencita vestida de blanco se detuvo justo frente a él ante el inminente impacto. Estaba notablemente embarazada y no parecía tener más de veinte años. El viejo apartó los largos cabellos negros que cubrían el rostro de la muchacha, y continuó observándola sin quitar el estupor de su cara arrugada. Tenía los ojos de un águila.
-Ven conmigo muchachita –le pidió sin más el anciano tendiéndole la mano. La joven lo acompañó hasta la cabaña sin decir palabra.
Los otros dos ancianos que discutían cerraron sus bocas y se pusieron de pie al ver a su compañero acercarse con la chica.
-Por aquí –señaló el viejo del vestido apuntando a la entrada de la cabaña.
Luego de vacilar un instante, la jovencita embarazada se encamino hacia adentro, mirando de reojo a los otros ancianos que no le quitaban las miradas de encima.
-Muy bien, muy bien… Aquí estamos al fin –dijo el viejo colocándose la pipa en la boca y acariciando su extensa barba –Philip cierra la puerta –mandó.
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