Me has mandado desnudar, sé que es el fin, la ropa de presa que me impusiste cae con una facilidad que hace daño por mi cuerpo semi-muerto, casi una línea de tiza dibujada en la pared. La ropa rayada se abraza a mis pies porqué también tiene frío en ese embaldosado cruel. Mírame. Fui bonita, soy joven aún. Fui una linda chica de cuerpo bien construido, atractivo a los hombres por mi feminidad. Tú has inventado un nuevo cuerpo para mí, que los huesos lo revientan.
Sígueme. Ya sabes donde. Donde te llevo desde que te capturé. Muchas noches he pensado en tí. Pero lo mío solo era vicio. No puedo ni tocarte, no puedo ni mirarte, a pesar de tus hermosos ojos negros tan encendidos. Tenemos un plan para todos vosotros. Entra en esas duchas. Como las demás, tú también.
Eres mi asesino. Eres algo mío. Mi madre me dio la vida, tus camaradas me dieron el sufrimiento y tú me das gas para que caiga redonda al suelo y nunca más sufra. Eres mi asesino, pero sé que nunca me vas a olvidar. No podrás.
Temo llorar cuando te haya gaseado, cuando haya acabado con tu vida de rata judía. Temo, que al pasar los años, sienta una culpa terrible por quitarle la vida a alguien como tú. Tengo miedo de tí. De llevarte clavada en mi corazón como un arpón, que seas la daga que abra mi alma... que cuando envejezca me emborrache en los bares porqué hayas sido la mujer de mi vida... para acabar siendo la mujer de mi muerte. Tengo miedo de tí y de lo que hago contigo, Rita!
Y el oficial alemán abrió todos los grifos vacíos de agua. Tras la espalda de Rita, ante aquel mapa humano tan blanco y precioso, decidió no salir de las duchas. Tuvo miedo de hacerlo.