Entradas las horas, mirando el tejado con música de fondo. Esas canciones que del baúl han sonado, colección de discos que me transportan al tiempo en que viví. Muchas canciones de jazz olvidadas en el tiempo. Y en mi memoria retumban como nuevas melodías que sueñan voces de versos y lugares de sueños. Luces, de verano, botones abiertos; que, te dejan entrar. Suena mi celular, y al mirar la pantalla veo el nombre de mi madre, quién me avisa que es hora de vernos vestirme para ir a su casa, tal vez logre triunfar y esta vez no me juzgue más. Escribir historias en mi cabeza para contárselas hoy. Historias que, ella quiere oír, de sueños de ella, en mí.
Desde muy pequeña, mi madre y yo; no hemos entablado una buena relación. Siempre peleábamos hasta por el color del tapiz, que viste el sillón. Y así, la música, las letras y las películas, fueron creando mi realidad, cuando era niña podía pasar tiempo en casa creciendo en la depresión de mi madre o rendir tributo al jazz; dibujar en mi melancolía imágenes a blanco y negro que narraban las vidas de aquellas mujeres seducidas por el piano , el tabaco y un poco de ron . Viajantes errantes de feminismos bajo cementerios de gaviotas que dejaron de volar. Cuando conocí, las mujeres con voz, en aquellas canciones de guerra y piedad. Escritos de razas y mujeres cazadoras, canciones de fiesta y victorias en sus credos. Empecé a crear mis sueños de brujas y cercana guerrera que a selvas de cemento quería irse a cazar. Vivir en el pueblo, de vírgenes, santos y el Señor de los milagros, gritando oraciones, buscando sanar, dejó de seducirme. Ella empañaba sus ojos justificando sus sacrificios por el amor de madre y gritando las pocas gracias que yo le daba, por intentar volar. Volar con la música, y las imágenes de dejar la física y química atrás, tratados poco explorados por mí. Cuando conocí el retorcido humor de la ironía y cuán valerosa era en mí. Disfruté de cada imagén qué, cada momento se quedó, la imperfección de un vestido azul en la poca coherencia de mi cuerpo.
Calles pintada de luz, bosquejos de nubes grises y a veces marrón. Soledades infestadas de calles con olores a salsa, sabor a chontaduro y pandebono, Arepa y guaro.
Cali, con sus palmeras, brisas y risas. Danzas y fiesta con piel morena, negra de raza; sabor a caña.Smog de calles y banderas. Donde los buses llevan a su gente en las mañanas, cuestiones de camello y colores de razas. Fotos sin color, quintas sin olvido, recuerdo de domingo, con las misas sin padres y monjas que pecan sin habito y sin su Dios.
Las tribus se metieron en la piel, astillaron mis sentidos. Olvidando cuando me fui y tal vez no volví.
En los años de academia, el viejo barril se rompió, las tenues mañanas de verano, inundaron con mucha lluvia mi cuerpo de melancólicos momentos de anorexia; mi cuerpo golpeado de tanto dolor y poca comida. Asesinando día a día mis sentidos y perdiendo la poca sangre que mi aliento corresponde a los minutos infestados de depresión y muerte permanente. El olor a muerte matutina cada vez seducía más mis sentidos, entre los sexos perdiendo la poca creencia en los ojos del perdido amante. Muerte que se pierde entre las calles mojadas y mi cama en el recuerdo del amante que traicionado siempre tuvo el estereotipo de vida en mí.
Volviendo a contar las veces que mi prosa se quedo encerrada entre los muros del insomnio y los anillos de coco que esperan en la mesa cada día. Para que, los coja y vuelva a buscar la misma oportunidad. Mi madre nuevamente me grita sin cesar su descontento permanente por no ser yo; esa mujer de casa, cocina y de actuar la escena un poco mas.. Donde ella podría tejer sus sueños y vender los míos al mejor postor. Dejándome desnuda sin dioses para creer. Mis noches se tornaron frías y suicidas con la ida de mi amante a otras camas y sin remordimiento de la nueva Luna que crecía en mí. Vidas de nuevos caminos, mundanos de nuevos encuentros, esqueléticos cuerpos con cervezas y con los senos llenos de cenizas del viejo cigarro. Las lunas se han caído, sus ojos melancólicos me perdonaron.
Sin mi amante, con la noche sin luna, con pesadillas y muchos helados de arequipe. lluvias sobre mí. Mis venas han manchado las escrituras de las canciones con pianos, que; ya dejaron el blanco y negro atrás. Esa colección de música que, me seduce y muerde los delirios de las noches de ayer. Con su caída, con su momento, Conocí la última gota de otoño entre sus ojos y las historias de sus dudas quebraron la marca de mi ombligo. Perdiendo la sangre y perdiendo el pensamiento, su minúsculo destierro y la creación de sus raíces, han escrito en los callos de mi voz. Sexos marcados en pieles de arena, que se pierden y callan, en un día.