Cántame rapsoda, en la legumbre de tus olas.
Afanarme ansiosa con cinco vendas en los ojos,
mientras tú abjures a las comarcas, sin tafia que queme tu garganta;
un soneto final, que mi pecho rehúye.
Incontable la distancia, que acaricia mis mejillas,
y en el exuberante lugar, donde la imaginación se mezcla con la fantasía.
Nuestros cielos fusionan, tus mares en mis mares,
sin incumbir la latitud prepotente; junto a la autonomía.
Laceramos los verbos, pero masoquistas y tercos continuamos la escena.
Tracé los lados, para cerrar nuestros triángulos, y así fijarnos juntos,
si fuera por toda la vida, aunque la vida se entrecorta en tu despedida,
y frena el tiempo, sin querer continuar, hasta juntarse nuestros mundos.
Cántame rapsoda, ahora grítame en silencio.
Tus juncos extensos, arremolinan los ojivales, llenas de mí,
y todo aquello, aromatizado de incienso.
Hemos profetizado, ya, una nueva era para ambos.
Hoy, puesta un vestido tejido de lágrimas,
me hundiré sin aba, en el albor de tu lago
esperando tu pronto regreso, con un sueño guillotinado.