
Sin que su abuela lo viera, bajó al sótano, cerró y encendió la luz.
Tropezó con una bicicleta desarmada. Varias maderas en el piso y una silla rota lo obligaron a caminar con cuidado. Hacía calor y el olor a humedad era denso.
Sacó de su bolsillo una linterna y se ayudó con algo más de luz. Recorrió los rincones pensando que no sabía que buscaba.
Se apoyó en las paredes, ásperas y sin revoque. Un viejo cuadro, oscuro por la tierra acumulada, le recordó su infancia.
No sabía qué buscaba. Pensó en papeles comprometedores, dinero robado, no tenía idea.
Después de estar hurgando, decidió subir, su abuela llegaría pronto. Fue hasta la puerta y la vio llegar con su pasito lento. Ella le preguntó:
-¿Fernando estuviste en el sótano?
-Sí, ¿cómo te diste cuenta?
-No sé, lo supuse. Tenés ese aroma que tenía la ropa de tu abuelo cuando bajaba a ese lugar.
-Hay demasiadas cosas viejas allí. ¿Querés que haga limpieza?
-Sería bueno, tu abuelo no quería quitar nada, ni siquiera me permitía bajar.
-¿Por qué?
-No lo sé, tenía miedo que me caiga o golpeé con tantos trastos –la abuela quedó en silencio. Hacía apenas unos meses que el abuelo había muerto, el recuerdo le dolía al aún.
Fernando bajó al sótano y comenzó la limpieza. Mientras lo hacía pensaba; ¿Qué secreto mi abuelo quería ocultar?
En su lecho de enfermo, el anciano le había tomado la mano, y le había dicho con su voz queda y sin fuerzas:
-En el sótano está la prueba de mi crimen, que tu abuela nunca lo sepa –dichas estas palabras, entró en coma y nunca más despertó.
Al quitar los trastos, apareció un baúl, lo abrió, en su interior encontró cuadernos escolares, revistas y más papeles, nada importante.
Una vez vacío, el sótano no ofrecía ningún enigma, golpeó las paredes para ver si había algo hueco, nada.
¿Cuál es el misterio de tu crimen abuelo? –preguntó en voz alta.
Al salir, tropezó con un ladrillo que estaba levantado. Observó que eran varios los ladrillos en igual estado. Los fue retirando. Ayudándose con una pala removió la tierra, un ruido a metal fue la primera pista, algo había allí. Escarbó con cuidado. Halló una caja.
La levantó. Pesaba. Al abrirla, la repugnancia lo obligó a sostenerse de las paredes.
¡¡Dios mío!! ¿Quién era? ¿El abuelo lo había puesto allí? Era seguro. ¿Qué hacer en esta situación?
Pensó en su abuela. Si daba parte a la policía el disgusto la mataría.
La anciana había salido, aprovechó el momento y sin pensarlo mucho, lo subió y cargó en el baúl de su coche.
Por su cabeza cruzaban imágenes de sus abuelos, su niñez y su adolescencia junto a ellos.
Espero que oscureciera, a pesar del verano la noche era fría y ventosa, nadie se animaría a visitar la playa. Buscó una zona alejada y desierta.
Dejo el cajón en los acantilados y se alejó con una sensación de culpa y miedo. Pronto los diarios hablarían del tema.