Alejandra sostenía a Marina entre sus brazos, siempre fue la más fuerte de las dos pero ahora la veía tan débil, que sentía la necesidad de cuidarla y de protegerla. La amaba con locura, no soportaba verla sufrir. Le dolía su propio corazón por su dolor. La estrechaba aún más entre sus brazos, contra su pecho, sintiendo el latir de su corazón, intentando controlar sus espasmos por el llanto desesperado.
Marina se acomodaba contra el pecho de Alejandra, se sentía cada vez más segura, más tranquila. Se sentía protegida entre los brazos de su amiga. Podía sentir los latidos de su corazón, su acompasado respirar. Por ellos se dejó acompañar. Su llanto y sus espasmos disminuyeron poco a poco, su cuerpo se fue relajando.
¿Qué te hizo Marina? ¿Qué te dijo que te hizo tanto daño? Se preguntaba Alejandra en silencio. Su dolor le dolía, tanto que las lágrimas por sus mejillas resbalaban.
Su corazón latía ya tranquilo y sereno, acompañado de otro corazón, de otros latidos que sentía como suyos. Respiraba pausadamente guiada por otra respiración. Sentía el cuerpo de Alejandra contra el suyo, su calor, su fuerza, su serenidad. Ahora era ella quién se abrazaba a Alejandra, quién buscaba su cuerpo.
Sus corazones latían en un mismo ritmo, en un mismo latido, respiraban en un solo tempo.
Marina. Alejandra. Dejaron de ser dos para ser solo una. Se separaron despacio, muy lentamente, buscando prolongar el momento.
Se miraron, se sonrieron… Marina acaricio el rostro de su amigo para quitarle las lágrimas que sus ojos lloraban. La sonrió con la mayor ternura que pudo encontrar dentro sí. Alejandra dejó escapar un suspiro ahogada ante tan hermosa sonrisa, mientras acariciaba la mano de Marina.
Se miraron, se buscaron y en sus miradas se encontraron.