Lo conoció en la feria del libro. Habían participado en una charla sobre Cortazar. Salieron hablando del tema, tomaron un café, y los cronopios y famas fueron el tema obligado. Discutieron los libros del maestro, coincidieron en que marcó un hito en la narrativa, pero la gente desconocía a Cortazar, gran poeta.
En un momento sus manos se rozaron y sintieron la misma sensación: un escalofrío, seguido por cosquillas en el estomago. Se atraían, se gustaban, se miraban a los ojos tratando de descubrir que sentían.
Comprendieron que se hacía tarde y debían despedirse, salieron juntos.
Cruzaron la Avenida Santa fe y en la esquina de Borges se despidieron.
-¿Me vas a llamar?
-Claro, pero no sé tu celular –rieron como chicos, buscaban cualquier pretexto para seguir hablando. Intercambiaron números telefónicos.
-¿El sábado nos vemos?
-En esta esquina a la una, ¿Almorzamos juntos?
-¿te diste cuenta que hace horas que hablamos y no sé tu nombre?
-¡Ja….! Yo tampoco sé el tuyo.
-Me llamo Federico.
-Yo soy Martín.
-Está noche te llamo.
Martín siguió por Borges y Federico se fue por Santa fe.