INOCENCIA ULTRAJADA (PRIMERA PARTE) ++++DESTACADO MES DE MAYO DE 2009++++

Luisa era una muchachita de hermosos ojos color avellana, sonrisa clara, alegre, inteligente, querida por sus amigos, por su familia, que vivía en un pueblito del sur del país. Tenía casi trece años de edad, cursaba el primero medio y viajaba todos los días a su liceo que se ubicaba en la ciudad más cercana. Criada con valores y principios muy marcados, a pesar de tener una situación económica muy cómoda, lo que permitía que en su casa hubiera dos personas que realizaban los quehaceres hogareños, su madre, doña Mercedes, siempre la mantuvo inserta en ellos. Debía participar, arreglando su cuarto, aprendiendo a hacer comidas, mermeladas y conservas. Su vida era armoniosa, completa de felicidad.
Todos los días se levantaba a las seis de la mañana, para alcanzar el primer bus que salía a las seis cuarenta y cinco, con destino a la ciudad. Viajaba acompañada siempre de sus dos amigas, Andrea y Elena, más su amigo Pablo. Conversaban de distintas cosas en el trayecto y repasaban materias que a veces eran complicadas.
Los fines de semana, Luisa se dedicaba a ordenar su ropa, a bordar junto al fogón en invierno y a escribir. Había nacido en ella el deseo de escribir cuando tenía diez años. Lamentablemente, no le hacían honores a sus escritos, así que ella los guardaba celosamente en un cajón de su cómoda.
Fue en el mes de julio, cuando el invierno era cerrado, sin dejar un día de llover, vientos constantes y fuertes sacudían hasta los árboles más firmes del lugar, cuando como cada mañana ella se marchó al liceo. No encontró a sus amigos de siempre, seguramente por la lluvia no había asistido a clases. Le llamó la atención que el conductor del bus no fuera el de siempre. Era desconocido y tenía muy mal aspecto. Se acomodó en uno de los asientos y se dedicó a pensar. Pensaba en aquel muchacho de ojos verdes, sonrisa bella y andar gracioso que siempre la observaba cuando llegaba al Terminal. No sabía como se llamaba, pero si le habían dicho sus amigos que estudiaba en el liceo San José y cursaba tercero medio, o sea que era mayor que ella. Sólo lo dijo en broma un día a Andrea, que le llamaba la atención que el muchacho siempre estuviera tan atento de ella. Así, pensando y sonriéndole a sus pensamientos, llegó a la ciudad. Se apresuró en alzarse de su cómodo asiento para dirigirse hacia la puerta de bajada. Al descender, el conductor estaba frente a ella y le sonrió, sin que ella le dijera nada, él la tomó de la mano y le ayudó a bajar. Le molestó esta actitud de él y sintió recelos de las manos del hombre. Se alejó rápidamente del lugar.
Fue el día más largo, aburrido, como la ausencia de compañeros era bastante en número, el profesor se dedicó a repasar y repasar.
Por fin llegó la hora de marchar de regreso. Cómo era día miércoles, la última clase terminó pasadas las cinco de la tarde. Lo que significaba que debía alcanzar el bus de las cinco y media. Cuando iba a tomar el micro que la llevaba al Terminal, se dio cuenta de que su monedero se había quedado en la biblioteca del liceo, así que tuvo que volver, justo llegó, cuando la señora Ana estaba por cerrar.
- ¡Que niña!, en que andarás pensando Lui, - le dijo la mujer. La muchacha con una sonrisa graciosa le contestó y salió rápidamente. Cuando llegó al Terminal, el bus se había ido ya, lo que significó esperar la salida del próximo en una hora más. Hacía frío y no paraba de llover, ya había caído la noche y no había mucha gente en el lugar. Estaba sentada en una banca, encogida y casi pálida, tenía hambre, los zapatos mojados y su cuerpo comenzó a temblar. Fue en ese instante, que se acercó el muchacho de ojos verdes. Estaba tan distraída que no lo vio hasta que el muchacho estuvo frente a ella.
– ¿Que frío, no?- dijo el muchacho y luego agregó: - Me llamo Mauricio y soy de Imperial. Hoy no quería venir al liceo, pero mi madre insistió, además teníamos un examen, por supuesto no se realizó, por haber muy pocos alumnos –
Y se acomodó al lado de la muchacha. Luisa sintió que el frío se hacía un intercambio con el calor, sentía sus mejillas ruborizadas y latir muy rápido su corazón.

Mauricio, siguió hablando, contándole de él, que vivía con su madre, que su padre había fallecido hacía tres años y que desde entonces creció mucho más la relación con su madre. Siempre su padre había sentido celos de él, se molestaba cuando estaba siendo mimado por su madre y cuando ella se quedaba largo rato por las noches acompañándolo en su cuarto. Y finalmente, se lo dijo:
– Me gustas Luisa, se tu nombre porque se lo pregunté a una de tus amigas. Quiero que seas mi polola y no aceptaré un no –
La muchacha lo miraba muy callada, pero ¡cómo le pedía pololeo!, si era la primera vez que hablaban, además ella no había pololeado antes, no sabía que responder. Mauricio, percibió el nerviosismo de Luisa, por lo que le dijo:
– Mira, te dejaré pensarlo sólo hoy, mañana cuando llegues en la mañana, me harás una seña con tu mano y será un sí. - ¿Qué tal te parece? – La muchacha, se sonrió y contestó:
- ¿Una seña con mi mano? Pero, ¿No te molestarás si no la hago, no? – Mauricio, se sonrió, dejando ver sus blancos y bien formados dientes y agregó – Claro que no será un no, ya verás.-

En ese preciso momento, llegaba el bus de Luisa, por lo que ella se levantó rápido para dirigirse a la pisadera. Mauricio, la giró suavemente, la miró a los ojos y le dio un beso cálido cerca de sus labios, fue un roce, pero que a la muchacha, mil campanillas con sus sonidos envolvió.
– Hasta mañana, bella Luisa, piensa en mi – Y se alejó el muchacho, sonriendo, seguro de que esa niña, iba a decirle que sí. Hacía tiempo ya la observaba, conocía sus pasos, su andar, se había nutrido con su risa, estaba fascinado por el encanto, estaba según él, enamorado, además, ella era diferente a las demás, siempre delicada, tierna, seria, femenina y de muy lindos modales.