FIESTA EN LOS CIELOS

Al amanecer de aquel viernes de verano, los colores del jardín brillaban como nunca, el sol vistió el paisaje con sus mejores galas. Tomamos el cafecito mañanero, ritual que compartíamos cada día de mi vida, cuando sentados juntos esperábamos el alba... Reía alto como siempre, con algazaras de adolescente enamorado acompasaba el trinar de los azulejos. Sin embargo, esa mañana su risa tenía un halo de alegre tristeza, esa que sentimos un día cuando dejamos la patria en busca de nuevos sueños, o cuando el amor nos deja, o como la que dejan los hijos cuando desplegando sus alas a la vida vuelan.

A las once de la mañana, lo acompañé a la cama... me pidió que pusiera mi cabeza sobre su pecho, mientras circundaba mi cuello en un abrazo que me impedía cualquier movimiento. Mi oído escuchó en su corazón el redoblar de tambores... Luego un sórdido ruido saldría de su garganta, y aquel gorgojear profundo y funesto que deja el alma cuando abandona el cuerpo, sus ojos abiertos miraban por última vez la vida, el ritmo cardíaco se hacía cada vez más quedo, como pude busqué sus ojos, nos miramos y me sonrió.

.....Silencio..silencio...helado silencio, un latido quedó suspendido en el tiempo. Su llama se extinguió, mientras su luz regalaba una sonrisa jubilosa y eterna al mundo, ...y a mi, un profundo vacío en el alma y el recuerdo del sublime regocijo de la muerte.

Las once y media de aquella mañana de verano, ...murió un anciano, ... hubo una fiesta en los cielos.