DESPEDIDA
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Profundo y enmarañado como el silencio del monte, era aquel atardecer perfumando de aromas salvajes. De cada mata, de cada ramaje adornado de dedos espinosos, surgía la melancolía con su sonora presencia de ranas y chicharras.
Era mi último día. La partida puede significar un manojo de flores luminosas o un manojo de flores espinosas. Todas se dan en el monte, con su fragancia cautivante, con su misterio eterno de lujuria natural, como los dioses olvidados que rigieron milenariamente, los destinos de nuestras sierras.
Entonces éramos todos parte del monte. Yo, Y ...los múltiples primos. Era aquel tiempo cuando para mí, la magnificencia de los talas erguidos sobre las rocas, relatábanme leyendas de un mundo vivo y cercano. De un escenario de magia inagotable que golpeaba sobre los vidrios de mi ventana, en las noches tormentosas, cubriendo de relámpagos las sierras.
Era el inmenso panorama donde pervivían los fantasmas de aquella eternidad, que a través de las rocas incrustadas en las laderas, invocaban los nombres perdidos de sus antiguos dueños y habitantes indios.
Eran los tiempos en que el arroyo manso y cristalino, escondía bajo una sonrisa enigmática, sus amenazas de crecientes. La fuerza oculta y terrible que arrastraba por los valles el ganado, las piedras, los cercos, las pircas, la vida ...Débil como un hilo de plata, serpenteado de collares parduscos, en su lecho de piedrecillas inocentes, rota su energía del verano y en aquella melancolía de marzo, que anuncia ya la aridez de la sierra invernal... el arroyo gimió, doloroso, impotente, ante mi partida.
Yo conocía esa voz. Su resonancia y su ritmo. Pero no comprendí el mensaje.
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-¡Quédate!- me imploró -Si hoy partes ya no volverás al monte, ni oirás más este coro nocturno de coyuyos arrullando tus sueños.
Pero yo cautivada por mi viaje , su reclamo ya no oía.
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