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 Depresión Aventurera ( Reeditado ) Cap. 2/6

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Jaime Olate
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Jaime Olate


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MensajeTema: Depresión Aventurera ( Reeditado ) Cap. 2/6   Depresión Aventurera ( Reeditado ) Cap. 2/6 Icon_minitimeSáb Ene 14, 2023 9:27 pm

La Estupidez de No Trabajar

Esos cinco años pasaron rápido, pues con mis colegas Carabineros, Detectives y de las Fuerzas Armadas en retiro nos entretuvimos a más no poder. Los delincuentes eran perseguidos hasta por los vecinos civiles, armados con fierros y garrotes y nosotros que portábamos armas de puño y disparábamos cerca de sus pies, sin herir a ninguno; el entusiasmo era tan grande, que se extendió a los otros pasajes.
Debo destacar que soy vecino al Edificio de Tribunales que tienen que ver con los delincuentes. Mi pasaje es el primero justo detrás de esos juzgados, pero, después de haberlos arrojado de nuestro pasaje, no entraron más.
Como siempre los vecinos varones nos aplaudían, pero las señoras “piadosas” no nos tenían simpatía, por cuanto decían que “masacrábamos” a los pobrecitos que robaban para comer. Sabíamos que hablaban así delante de nuestros prisioneros con la esperanza que las reconocieran y no las asaltaran. Les aclarábamos que esos facinerosos “asaltaban hasta a sus abuelas, con tal de tener dinero para comprar drogas”.

Como todo en este mundo se acaba, se nos terminó la diversión de aporrear bandidos, que no son tontos y no tenían ninguna gana de recibir feroces “friscas”. Así pasaron dos años en que había paz total y … comenzó sin aviso mi problema.
Se inició con una leve sensación de aburrimiento, Jaime Patricio mi hijo mayor, que trabajaba en una tienda de arrendamiento de películas, me llevaba las más violentas. Me preocupaba que estudiara Refrigeración Industrial, de modo que se sacrificó mucho hasta que obtuvo su título de Técnico en tal especialidad; trabajó para una empresa, pero esta quebró y se asoció con uno de sus colegas, un muy buen hombre con el que somos amigos desde entonces. Formaron su propia empresa y viajan por todo el país reparando en especial supermercados; desde hace años, gracias a Dios, vive con su esposa que es Ingeniero Comercial y agente de un banco, tienen dos hijos y su enorme casa está en un barrio de acomodados. Cosas de la vida, varios amigos tienen hijos que son Ingenieros en Refrigeración, pero … empleados de empresas y no dueños como Jaime Patricio.
Llevaba unos ocho meses sin hacer nada, fuera de ver televisión e ir de visita donde amigos y familiares.  Tuve la sensación que mi corazón fallaba; me cansaba al caminar y dejé de hacer gimnasia; ya no tenía ganas de salir y las únicas veces que me sentía bien ocurría cuando los ladrones trataban de asaltarnos, a Nany y a mí.
Sólo entonces renacían mis mermadas fuerzas y … sí, tal como lo escribo … los enfrentaba,  fueran dos o tres con feroz sonrisa y les preguntaba “ ¿Están aburridos de tener buena salud, muchachos?”, mientras ocultamente tenía mis pistola lista para disparar. Pero no, definitivamente los malhechores nunca han sido tontos. “ Cálmese caballero … no somos ladrones”  y se retiraban muy serenos.

Habían transcurridos dos años y ya era incapaz de salir a la calle. Intentaba ir de compras en los boliches cercanos, pero mi corazón latía con gran fuerza, terminando por apoyarme en las rejas de las casas vecinas.
“Vamos a ver un médico … estás enfermo”, decía Nany.  “Ni a las balas o cuchillazos les tenía miedo y le voy a temer a una enfermedad del corazón” respondía de malos modos. “Si he de morir de un ataque cardiaco … Dios lo dispone”, aparecía mi carácter tozudo que era muy conocido por mis colegas.
Así languidecía encerrado, hasta que un día enojado salí a la calle y caminé hasta la esquina. Mi corazón latía con fuerza, mi respiración sonaba como ahogado y debí detenerme para sujetarme a la reja del antejardín de mi vecino. Justo pasó mi valiente vecino Ramón en su furgón amarillo de traslado de niños colegiales, quien se detuvo apresuradamente cuando iba a entrar al pasaje.
—¡Qué diablos te pasa, Eduardo! —y me tomó el pulso, pues había trabajado como enfermero en un hospital.
Me llevó a mi casa y le preguntó a Nany qué me pasaba. Ella, enojada, le respondió que hacía tiempo me encontraba así. Sin pensarlo dos veces, le dijo a mi esposa que lo ayudara a subirme al transporte escolar y rápidamente me llevó al Hospital de Carabineros.

Allí fui atendido por un médico muy joven, le calculé unos treinta años de edad, Curiosamente me sentía bien y el doctor me ordenó desnudarme ante los síntomas que le explicó mi esposa. Me auscultó y tomó mi presión arterial, para quedarse mirándome vestido solo con calzoncillos.
—Dígame, don Eduardo, ¿usted hace gimnasia con pesas? Es curioso verlo tan delgado, flaco diría, pero … me recuerda a un karateca del cine.
—Síiii, mis colegas Detectives me apodaron Bruce Lee … tanto por pelear como por el físico logrado en la barra fija.
—Uuuh, se ve bien con sus 55 años de edad; me gustaría llegar a su edad con su físico. Encuentro raro que esté enfermo del corazón.
Procedió a darme varias órdenes para exámenes médicos, francamente olvidé de qué se trataban … menos uno que hasta la fecha me hace reír.

En ese Hospital, está todo muy ordenado. Busqué en un plano donde atendía para uno de los exámenes y tuve la suerte que estaba desocupada; me hizo pasar a una sala pequeña, donde vi instrumentos, una camilla movible muy firme y casi en el techo una pantalla que mostraba los resultados.
Se trataba de una señora de unos 40 años de edad o más, muy atractiva; su fuerte personalidad la hizo mirarme sin ni pizca de timidez. Pensé en que me examinaba tal como los hacemos los Detectives: peso, estatura, capacidad muscular, debilidad, agresividad, etc.
Supongo que le desagradó que le mantuviera la mirada sin pestañear y que le devolviera descaradamente el examen físico que hacía de mi persona. Mientras leía la hoja que le enviara mi médico, siguió la conversación que llevaba con su joven ayudante y que interrumpí. La muchacha era tímida, la sorprendí mirándome a hurtadillas. Conjeturo que se trataba del Complejo de Electra, pues yo podría haber sido su padre.
Cuando estuve listo y vestido solamente con un delantal, con pequeños nudos atados en mi barriga, la doctora me hizo subir a la camilla móvil, a la que me ató con correas en el pecho y en mis rodillas.
—Veamos don … Eduardo —ya enterada qué examen quería el joven galeno, abandonó el documento— Y ahora, no tenga vergüenza, abra la bata en su barriga y … esto andará rápido.

¡Diablos, cómo iba a pensar yo que por hacer gimnasia en la barra iba a tener problemas en un examen médico!
En sus manos llevaba el instrumento, como un pequeño puño cerrado, que lo aplican a la piel con vaselina. Lo empleó sobre mi vesícula biliar y trató de hundirlo, pero fue inútil y me pidió que me relajara;  “No estoy para admirar músculos abdominales”, agregó.
Le expliqué que desde niño era gimnasta de la barra fija. Me sugirió varias maneras de relajo … no hubo caso, seguía tan duro que no podía vencer mis abdominales.

Se mostró algo impaciente. “Veamos … esto no me va a ganar…” y sin decir agua va  alzó su falda y, cual jinete, se montó sobre mi barriga,  quedando con sus hermosas piernas y calzones a mi vista.
—Aproveche de mirar el paisaje, don Eduardo, que no estoy acostumbrada a dar este espectáculo.
Entre tanto la joven auxiliar estaba sonriente y al lado de la profesional; pero después se puso roja la pobre, cuando la porfiada médica SE SENTÓ EN MIS GENITALES, que ya estaban algo alborotados y …

(Continúa “ Perdón Doctora, Soy Inocente” )
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