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 LA ALAMEDA DE SAUCES (PARTE 1)

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AutorMensaje
Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 683
Fecha de inscripción : 07/10/2015

LA ALAMEDA DE SAUCES (PARTE 1) Empty
MensajeTema: LA ALAMEDA DE SAUCES (PARTE 1)   LA ALAMEDA DE SAUCES (PARTE 1) Icon_minitimeSáb Sep 24, 2022 5:10 pm

[b]ALAMEDA DE SAUCES DE LA CALLE ANCHA
...........................................................

(Siglo XVIII )
Estampa Colonial por Alejandra Correas Vázquez


1) CITADINOS

La Alameda de Sauces hallábase en un día glorioso. Pequeñas motas color verde de un pálido casi cristalino, comenzaron a asomar por sus ramas lloronas coloreando toda la Calle Ancha. De un extremo al otro, mientras los paseantes salían al mediodía para aspirar el aire entibiado con la entrada primaveral de comienzos de octubre.

Empezaban a confundirse las vestimentas de todos ellos. Algunos conservaban sus sobrios atuendos de sombreros aludos y barba mosquete. Las damas, con su honorable ropa obscura, siempre señorial. Otros en cambio salían a la calle envueltos en ropajes claros de seda, en suaves lilas o luminosos celestes. Ciertas cabezas de blancas pelucas —muy pocas aún— atinaban a emerger por la Alameda, con algo de cohibición. Casi inseguras.

El Marqués de Sobremonte, ataviado con su característico traje celeste, pasaba frente a ellos en su carroza blanca a la media mañana y también la tarde. Siempre que él se hallase en la ciudad cabecera, antes o después de cada gira por esta inmensa Provincia de Córdoba del Tucumán (cinco provincias argentinas de hoy) de la cual era su Gobernador. Y todos los paseantes de la Alameda de Sauces por él plantada en la Calle Ancha, con su rumorosa acequia, lo aguardaban.

La foresta andaluza habíase trasladado junto con él desde Sevilla, llenando de espacios verdes y fuentes ornamentales a esta pétrea ciudad universitaria, rodeada de sierras , a la que él iba consiguiendo poco a poco, adornar con jardines aromados. Los cordobeses lo esperaban de pie sobre las calles empedradas y ahora florecidas. Algunos en su propio carruaje, todavía obscuro, y como un cortejo improvisado daban la orden a su cochero angola de continuar atrás suyo... ¡Era el desfile de toda una ciudadanía siguiendo a su Marqués!... Como un ritual.

Gozando de un paseo citadino antaño desconocido para esta aislada ciudad mediterránea, orgullosa de su vida erudita con claustros en latín, pero que desconocía hasta entonces, hasta la llegada del marqués de Sobremonte, el significado de la vida social y de salón. Un paseo que echaría raíces hacia delante. La vida urbana nacía por medio de esta promenade. De improviso, iban todos a detenerse. El Gobernador ingresaba en el Campo de Marte y subía al Cabildo, junto al Iglesia Mayor. Su batallón le rendía honores.

Frente a la Catalinas, en la cuadra anterior, detúvose el cortejo de ciudadanos con sus carruajes y ellos se apearon. Los habitantes de esta ciudad participaban por primera vez de un acto cívico ante sus ojos y aquello les emocionaba. Era un acto presencial para el que todos se preparaban en esta antigua ciudad monasterio, que comenzaba ahora a dejar de serlo, recientemente poblada por gente laica, pero que tenía dos siglos de existencia distinta. Todo era allí nuevo, y sus pobladores eran también gente nueva, llegada desde sus Mercedes Reales en el interior provincial.

La dinastía Borbón proponía el crecimiento ciudadano, como hiciera Luis XIV cuando llamó hacia París a los nobles campesinos, para cubrir los cargos políticos, empresariales y académicos. La formación de una clase dirigente a partir de ellos. En España las aldeas como Madrid se transformarían en ciudades. Era la consigna imperial de Roma aplicada por esta dinastía para crear un imperio fuerte, y que derivó su proyecto hacia las colonias españolas.

En Córdoba estos hidalgos campesinos, Indianos ricos tanto tiempo aislados, Encomenderos de la corona, autócratas en sus predios, de ascendencia hispano-lusitana entroncados allí por dos siglos, comenzaban a volverse ciudadanos. La convocatoria del Gobernador habíalos atraído hasta la ciudad, junto con sus hijos, sus esclavos, su familia y sus temores. El propúsoles ingresar en este tiempo nuevo, con casas también nuevas que ellos comenzaban a edificar multiplicando la ciudad. Sus dudas eran comprensibles. Pero el carisma del Marqués de Sobremonte hacíales superar sus incógnitas mirando al futuro, a través suyo... Y seguían a diario sus pasos como temiendo equivocarse.

Poco manejaban la lengua de Castilla arreglada con muchas infiltraciones lusitanas, pues la mayor parte de aquellas familias llegaron bajo los reinos de Felipe II y Felipe III (el primero fundador de ciudades y segundo creador de universidades en el imperio colonial) quienes fueron asimismo reyes de Portugal. Lo cual atrajo a Sudamérica una gran cantidad de familias de esta etnia, llegadas principalmente de las colonias portuguesas de Oriente arribando al Callao a través de Filipinas.

Algo había también en el lenguaje cordobés de voces indias, quichuas y guaraníes, especialmente en la conversación gauchesca. No faltaban tampoco términos árabes y hebreos llegados con los fundadores, quienes provenían del antiguo reino Al-Andalus. La ciudad de Córdoba se fundó (1573) a sólo cuatro años del levantamiento morisco de las Alpujarras (1569) capitaneado por un príncipe Omeya, cuando el Reino de Granada estuvo a punto de reconquistar su independencia. Siempre se ha pensado que los dos fundadores, Cabrera y Jaimes, o sus cuarenta familias acompañantes, procedían de esa emigración forzosa.

¡De pronto! ... el Marqués de Sobremonte presentóse ante ellos dirigiéndoles la palabra en el idioma castizo puesto al día, con la gracia de su estilo sevillano. De pie desde su balcón esquinado, con una mano apoyada en la baranda de hierro y la otra en su bastón, sobre el primer piso de la blanca casona colonial donde aún se lo recuerda (hoy es Museo) y que se erguía entonces frente al Cabildo detrás del gran Campo de Marte. Hoy día una manzana entera separa ambas construcciones y en aquel tiempo todo ese espacio se poblaba de ciudadanos. Su público propio, cabildo abierto ciudadano, lo escuchaba cautivado.

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