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 La Leyenda del Monstruo Priapístico. (Cuento erótico reeditado).

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Leyenda del Monstruo Priapístico. (Cuento erótico reeditado).   La Leyenda del Monstruo  Priapístico. (Cuento erótico reeditado). Icon_minitimeLun Oct 11, 2021 1:52 pm

Capítulo 1/4


Dos Científicas en Busca de un Mito.

Las dos hermosas jóvenes caminaban con grandes dificultades por el escabroso sendero, siempre en dirección al ya cercano bosque.
—¡Ah, ya estoy cansada  y me duelen los pies!  ¡Campesinos brutos y supersticiosos, podían habernos prestado un  par de caballos siquiera!
Las malhumoradas palabras de la bella pelirroja hicieron eco en la morenaza  que usaba un pantalón ajustado, mostrando  sus generosas curvas. Su amiga, de hermosas piernas blancas, lucía con donaire una amplia y larga falda. En sus brazos llevaban vestimentas gruesas para cuando la noche las pillara en medio de aquellas soledades.
—¿Estás arrepentida de venir a estudiar la existencia del  “Monstruo del Bosque Negro”? Los colegas de  la universidad estarán satisfechos para dar por terminada  esa estúpida leyenda del  hombre lobo.
—¡Ja! Un pobre diablo de estos campos que quiere hacer fama a costa de los chismes  baratos de las campesinas—retrucó la pelirroja— ¿Quién  nos dice que es otro mito como el Trauco de las islas de Chiloé? Quedan embarazadas y le echan la culpa a un ser mitológico.
Exhaustas  se detuvieron  bajo los primeros árboles, bebieron agua muy fría de un arroyo que salía de entre la pequeña selva.
—Sospecho que esta noche dormiremos debajo de las retamas, no se ve un alma desde hace varios kilómetros.  Me estoy arrepintiendo de verdad haber iniciado esta loca aventura.
—Mira, Luisa, mi querida amiga pelirroja por lo menos volveremos para dejar en claro que no existe ningún ser mitológico, fauno o similar.

El sol ya estaba muy bajo,  tenían al menos un par de horas de luz diurna. Recostadas en el mullido pasto junto a las cantarinas aguas, un ruido de hojarascas las hizo volverse hacia  el bosque. Ambas dieron un grito de horror cuando un ser monstruoso  se aproximaba con agilidad; era  una mujer con una horrible cabeza con pelos largos y desgreñados, pero que debajo de una amplia túnica se alcanzaba a adivinar  voluptuosas redondeces.
De pie ya, quisieron huir, pero otras tres mujeres tan feas como la primera les cortaron el paso.
—¿Qué buscan aquí, forasteras?—la voz dulce y bien modulada  en contraste con su horrible apariencia, las paralizó y recién se dieron cuenta que las cuatro tenían una misma y fea máscara con un remedo de largos cabellos.
Perplejas se miraron ambas y enmudecieron de asombro cuando las hembras, especie de sacerdotisas quizás de qué, se arrancaron las máscaras y dejaron ver el esplendor de sus bellos rostros sonrientes.
—Buscamos vestigios de una leyenda de un ser monstruoso. Quizás ustedes nos puedan ayudar.
Ahora fueron las cuatro bellas que se miraron y sonrieron.
—Si es eso, podemos guiarlas hasta la cabaña de ese ser. ¡Ah! Debo aclararles que sólo las mujeres pueden llegar hasta aquí.
Callaron ante esta declaración, ya sabían que los campesinos varones no llegaban hasta allí asustados por cientos de horrorosas historias.
Se internaron entre grandes y aromáticos árboles, hasta que dieron con un sendero que las llevó  a una cabaña mucho más grande que lo habitual.  El sonido de un hacha cortando maderos las hizo mirar y  con sorpresa vieron el hermoso torso desnudo de un hombre de larga cabellera que le cubría el rostro con los bruscos movimientos.  Musculoso y muy bien hecho, el desconocido sólo prestaba atención a su trabajo; desde su cintura colgaba por delante una camisa de varios colores, contra la costumbre de los machos  que se tapan el trasero cuando la usan así.
Con mirada interrogante a la “sacerdotisa” que alzó su pecho en un profundo suspiro,  sus  grandes senos se dibujaron debajo de  la rústica túnica. Sus perfectos dientes se mostraron  y con un gesto  dijo:
—Ahí está lo que buscan —nuevo gesto de sorpresa al observar al “monstruo”— ¡Hey, Juan, tienes visitas!
El joven volteó hacia las científicas, sacudiendo su cabeza los cabellos dejaron al descubierto su hermoso rostro con un brillo de curiosidad en sus oscuros ojos.
Luisa, la pelirroja, se sintió desencantada y sin mucha cortesía se sentó sobre uno de los tantos troncos, señal  inequívoca  de la mano del hombre y sus malditas motosierras que cercenan la floresta. Si bien le agradó la vista del personaje, esperaba ver una bestia o algo así; se acomodó en el improvisado asiento con desparpajo y abrió sus rodillas. En su descuido la falda subió hasta vérseles sus pequeños y modernos  calzones blancos.
Sucedió lo increíble, el rostro del hombre enrojeció y una especie de rugido salió desde su pecho. Comenzó a caminar felinamente hacia las desconocidas, sus ojos brillaban malévolamente;  la luz del sol del atardecer iluminó la camisa que llevaba tapando su pubis, sólo entonces ambas mujeres, libre de prejuicios por su trabajo como investigadoras biólogas, se percataron que un bulto se destacaba sobre la ropa y que ni el pantalón era capaz de detener.  Ellas se juntaron, presintiendo que un hecho extraordinario estaba por ocurrir; el joven continuó deslizándose hacia las féminas, como si estuviera a punto de caer sobre sus presas.
Con rabia animal se arrancó la camisa y …

Continua Capitulo 2

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MensajeTema: La Leyenda del Monstruo Priapístico. (Cuento erótico reeditado).   La Leyenda del Monstruo  Priapístico. (Cuento erótico reeditado). Icon_minitimeLun Oct 11, 2021 2:00 pm

Capítulo 2.

Es Peligroso Ser Investigadora Científica.

Con rabia animal se arrancó la camisa y desde la bragueta de su pantalón sin abrochar saltó su pene erecto y rojo, como si hubiese desenvainado una filuda espada. Como hipnotizadas las dos mujeres lo miraban, pensaban que vivían un sueño erótico;  pero no, era la realidad cruda y sintieron que sus piernas no las sostenían. Cayeron sobre el pasto y trataban de sentarse para escapar, parecían  arañas que caminaban con su vientre hacia arriba, pero como en una pesadilla la espada enrojecida  caminaba inexorablemente hacia ellas que no quitaban sus ojos de tan hermosa verga.
La joven pelirroja presintió que ella era la causante del desaguisado y sin darse cuenta se echó de espaldas con las piernas abiertas para recibir dentro de ella a aquella bestia magnífica. Un cántico extraño  salió desde las gargantas de las cuatro hermosas sacerdotisas, quienes caminaban detrás del “fauno” enardecido.

Sin muchos miramientos,  el hombre le arrancó la delicada e íntima prenda de su entrepiernas y con una rara suavidad le acarició su vagina que sorprendentemente estaba humedecida sin que ella se hubiera dado cuenta. La traspasó  lentamente, mirándole sus ojos agrandados por la sorpresa y el placer; Luisa dio comienzo a un meneo  que la enloqueció de goce y la hacía gritar, mientras él le arrancó la ropa y dejó al descubierto sus hermosos pechos. Indudablemente él sabía besar los pezones de la bella pelirroja, quien se agitaba como con un paroxismo que ahora la hacía  gemir entre uno y otro orgasmo en forma interminable.
Al lado, Lidia contemplaba entre horrorizada y fascinada la escena, veía la delectación de su colega y amiga. Aunque excitada al grado máximo, su fría mente científica le indicó que este era el ser legendario  que buscaban. Pero …, ahora ¡Qué iban a hacer!  La pelirroja reía, lloraba, suplicaba y pedía más y el largo acto sexual continuaba.

Lidia comprendió que su amiga podía morir, pues el sudor y la agitación de su respiración indicaban que su corazón galopaba como si estuviera corriendo la maratón.
Lanzó un grito “¡Basta”, tan fuerte que el  “lobo” debió dejar a su presa, desenvainando de la vulva su erecto miembro humedecido. Con malévola sonrisa la miró y Lidia comprendió que estaba perdida ante el monstruo; vagamente entendió que era la presa que continuaba, no se dio cuenta cuando su pantalón  y sus bragas fueron lanzados lejos, quedando a la vista la magnífica belleza  de sus partes púdicas  y el insaciable animal la ensartó en su poderoso miembro.  Sintió el placer que al inundarla en su imaginación se sintió levantada hasta las nubes; la voluptuosidad la hizo perder toda noción de tiempo y de  razón.

Las cuatro muchachas continuaban su extraño cántico y Luisa, adolorida en su tesoro más íntimo, se dio cuenta  del peligro que corría su amiga ante la bestialidad del gallardo joven. Lo golpeó con sus puños, con un garrote… nada, hasta que vio un balde lleno de agua fría que sin vacilar dejó caer sobre el individuo transformado prácticamente en un pene gigante.  Con sorpresa y alivio vio que se sacudió el agua y se puso de pie.  No la atacó, es más, parecía un muchacho culpable de haber cometido un pecado y se fue caminando hacia el arroyo cercano.
Acariciando a su amiga, que ya se encontraba consciente, abrazadas  contemplaron al “animal” que se sentó en las frías aguas y fue recuperando la normalidad.  Ya no tenía excitado su miembro viril, incluso corrió hacia arriba el cierre, tampoco estaba el  bulto que las alarmara ni excitara. Luego entró y se encerró en la cabaña.

Las guardianas les llevaron  dos  túnicas amplias similares a las de ellas que ocultaban un tanto el atractivo de sus cuerpos.
En la noche, junto a una fogata tomando café y comiendo trozos de carne,  adoloridas en sus partes más deliciosas, escucharon la historia más extraordinaria de sus vidas ….

Continua Capitulo 3
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Capítulo 3.

Como un Hermoso Doncel Perdió su Virginidad.

“Juan Lobos era un muchacho campesino como todos …, bueno, como casi todos, pues tenía una rara belleza masculina que atraía las miradas femeninas.  A sus dieciséis años aún era virgen, algo extraño en esos campos donde las arboledas  y malezas eran cómplices para la lujuria desatada en cuanto los amantes se unían con las “huasas”, a veces en forma violenta.
“La Micaela, era una joven mujer atractiva y con su cuerpo muy bien formado; con sus 25 años, ya separada de su esposo, quien la repudió por ser demasiado excitable y por no perder oportunidad para ponerle los cuernos con cualquier macho bien dotado.
“Cuando sus ojos descubrieron al joven Juan Lobos, su afiebrada mente maquinó una trampa para atraparlo.  El inocente  aceptó de buen grado ir a ayudarla a recoger leña al bosque  al lado de una sementera cuyas espigas estaban cercanas a entregar su trigo.
“No alcanzaron a llegar a los árboles cuando la Micaela fingió tropezar y quedar de espaldas con  la falda recogida hasta quedar a la vista sus calzones negros que contrastaban con la blancura de sus hermosas piernas. Con un gesto de dolor se tomaba un brazo, mientras el  mancebo quedó embobado mirando tan atractivo espectáculo; la naturaleza hizo lo que correspondía, su  virgen y gran miembro viril se puso enhiesto  sin que él lo quisiera. Su pantalón de tela delgada dejó al descubierto su excitación que a la Micaela no le pasó inadvertida; la bribona lo llamó para que la ayudara a ponerse de pie y en cuanto Juan quedó a su alcance lo tomó con brusquedad  y lo arrojó sobre las espigas que los ocultaban de cualquier mirada indiscreta.
“El joven no era tonto y había escuchado a sus amigos cómo era la cosa. Se resistía, pero poco a poco  el deseo se apoderó de él  y sintió como la gozadora mujer le cogió su miembro y con un grito de placer lo clavó entre sus piernas.
“Juan nunca había sentido tal placer en su corta vida y se dejó llevar por la ardorosa fémina. Sin embargo no todo es tan hermoso,  de  pronto el muchacho sintió un fuerte dolor, similar a la quemadura de un cigarrillo en su pierna derecha; pensó que la enloquecida campesina le había clavado sus uñas, por lo que no le dio mayor importancia, aunque su pierna ardía.
“La energía de su pubertad hizo gritar de gozo a la ardiente campesina, pero un nuevo ramalazo cerca de sus genitales lo hizo lanzar una exclamación de dolor que su compañera confundió con placer. Ya sentía saciada su calentura, pero notó con agradable sorpresa que el muchacho seguía cabalgando sobre ella sin ninguna señal de querer terminar. Un tercer grito de él, quien se tomó  el cuello con un gesto de sufrimiento, la hizo comprender que algo fuera de lo normal estaba ocurriendo.
“La Micaela estaba exhausta, nunca la habían dejado satisfecha completamente, pero este púber era  terrible. Cuando quiso acariciarlo, lo vio rojo y con cara de sufrimiento; asustada porque creyó haberle dañado su pene, lo miró y sorprendida lo vio erguido como si recién hubieran comenzado el coito. El pobre muchacho se quejaba y se miraba su miembro enrojecido.
“Campesina  y ardiente sería la Micaela, pero nunca mema. Dentro de sus conocimientos recordaba  la picadura de la araña del trigo, la de vientre rojo; comprendió que Juan había sido picado no una  sino varias veces.

“Acudieron donde la  Machi   Tomasa, la curandera  de esa zona; el pobre llevaba una manta delgada que le cubría la vergüenza de continuar con su miembro viril erecto y doloroso;  la “médica” , una matrona gorda ya entrada en años, miró el sexo y dio su diagnóstico:  priapismo provocado por la picadura de araña del trigo. Tratamiento:  sentarse en un riachuelo con aguas muy frías, hasta que el  pene quedara naturalmente fláccido.
“Avergonzado por haber sido violado por la Micaela y adolorido en sus genitales, Juan guardó silencio acerca de su  aventura  con tan terribles consecuencias. Lo consolaba el hecho que todos los  “picados por la araña”, mote que se les da a los hombres que andan con su miembro viril siempre listo para entrar en batalla o que han sufrido tal percance, se alivian rápidamente.
“Pero no en su caso, fueron demasiadas las mordeduras de esos curiosos arácnidos, actualmente estudiados para descubrir sus cualidades.  Así comenzó una verdadera leyenda, pues  este joven no podía evitar las erecciones cuando veía una mujer que le gustaba; fue tanto que sus antiguos amigos querían golpearlo, no se escapaba hembra que lo perseguía y debió huir hasta esconderse en la profundidad de un bosque.”
Marta, la que hacía de vocera  del grupo de sacerdotisas, terminó de contarles la historia de Juan Lobos y su desgracia. Las cuatro muchachas se enamoraron perdidamente del joven y le servían como amigas, pero mantenían relaciones sexuales con el joven monstruo y sabían controlarlo. Se disfrazaban para espantar  a los campesinos, pues temían agredieran al “monstruo” y se encargaron de echar a correr la historia de tal bestia monstruosa.
—Pero… , aún no queda claro por qué se transformó en un verdadero … fauno.
—¡Ah, eso! Pues bien,  vino desde la gran ciudad un médico, quien no lo pudo sanar, pero le dijo que debería ser examinado por especialistas  neurocirujanos. Sospechaba que el veneno de los arácnidos se había depositado de algún modo en el cerebro; esa era la única explicación para tales ataques de excitación.
—Lo acompañamos a la capital…, pero fue un desastre cuando una joven doctora tuvo la curiosidad de saber más y le mostró algo más de lo prudente…

Finaliza Capitulo 4
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Capítulo 4. (Final).

El Lobo y la  Caperucita Roja.

—Fue terrible —rememoró la hermosa sacerdotisa—.  La bella doctora  cayó rendida a los pies del hermoso joven y no encontró nada mejor que pedirle, cuando estaban a solas en la clínica, se echara sobre una camilla y ella le haría masajes en el cuello. No niego que nosotras las mujeres sabemos seducir a un hombre, pero no a un monstruo del sexo;  se subió sobre las espaldas de él y con picardía le pidió que se volteara hacia arriba.  Sus hermosas piernas al aire fueron suficientes para que Juan desenfundara su poderosa espada que ensartó profundamente a la liviana médica, quien sintió la demencia del amor. Cuando aparecimos con  los médicos ella reía y gritaba de placer como una loca; el bestial varón la tenía agarrada con fuerza y la penetraba con su poderosa lanza una y otra vez, la joven estaba desfalleciente y en letal peligro. Ayudamos a controlarlo con agua fría, pero Juan se dio a la fuga; tenía razón en huir, porque la burla del personal del centro de salud fue total, tanto que debieron mentir y acusaron  a nuestro amigo de haber violado a la doctora.
“Logramos sacarlo de la ciudad y en secreto lo trajimos a este bosque. Así Juan Lobos pasó a llamarse simplemente Lobo, como en el cuento de la Caperucita Roja.  Por desgracia regresó  deprimido y se nos escapó; estuvo varias semanas desaparecido, hasta que supimos la extraña historia deformada  precisamente de la Caperucita Roja. Fue así como lo encontramos.
—¿Cómo fue eso?—preguntó la pelirroja.
—¡Uh, la historia tuvo ribetes cómicos, pero casi atrapan a nuestro amigo!
 “En una oportunidad Juan, hambriento y cansado de vagar por bosques desconocidos, encontró una cabaña donde una  señora muy atractiva, de unos cuarenta y siete años, quien se apiadó de él;  le dio comida y albergue, mas no sabía que era un peligroso monstruo disfrazado de hermoso ángel.
“Había pasado un par  de días de paz y tranquilidad; ayudaba a la señora solitaria con la leña y todo lo que un hombre con su fuerza puede hacer, pero …pero el Diablo tuvo que meter su cola en ese pequeño paraíso.  Llegó de visita la nieta de la amable dama, una jovencita, al parecer no muy inocente, y comenzó a coquetearle a nuestro amigo, quien no le hizo caso, pues apenas tenía unos 16 años.
“La abuela, que era muy despierta, se dio cuenta de la maldad de su nieta y la regañó. Furiosa la muchacha la acusó de acostarse con el apuesto  joven.
“Hasta ese momento la buena señora no había tenido ninguna idea lasciva, pero las palabras de su nieta despertaron su apetito sexual. Ya no miraba con cariño de madre a Juan y no podía dormir de noche;  él soñaba como un bendito en un dormitorio contiguo, libre de la maldición que el destino le dejó.
“La Caperucita, digo la nieta,  dormía junto a su abuela, quien no soportó más el llamado de su olvidado entrepiernas, húmedo de ganas de entrar en acción después de mucho tiempo y en silencio se acostó al lado del hermoso durmiente.  Desnuda como estaba, la adulta hembra lo abrazó con la extrañeza de Juan, quien encendió una vela; la hermosura que conservaba todavía  la mujer  hizo que sufriera  el conocido síndrome de priapismo que ella, muy inteligente, descubrió con alegre placer al levantar las sábanas.  La bestia acometió contra la pobre abuelita, que no sabía el lío en que se metía.
“La muy despierta nietecita, se levantó ante los quejidos de deleite de su abuela;  a la luz de la candela vio al lobo que enterraba su gran clavo una y otra vez en la ardiente abertura de la mujer, quien ya lanzaba grititos de goce. Se asustó, pero al verlos desnudos la hizo comprender que estaban en medio de una encendida cópula y fue presa de un exacerbado placer en su joven genital que se humedeció como por arte de magia. Con decisión  se desnudó y comenzó a acariciar a Lobos, quien, en un momento de lucidez, descubrió a la jovencita  y soltó  a la señora.
“Nunca supo la jovenzuela  que  había salvado la vida a su abuelita;  su vagina era atacada bestialmente por el monstruo de los bosques y ahora era la moza que se quejaba fuertemente de tanto gusto por tener dentro la ardiente espada del irracional ser.  La buena señora, caída en la tentación, cuando recuperó el aliento y su corazón funcionó  casi normalmente,  entendió que estaba con un monstruo y en su desesperación  comenzó a dar grandes gritos para que  Juan Lobos soltara a la muchacha.
“Un guardabosques que iba de regreso a su cabaña, acertó a pasar por el lugar y escuchó los alaridos de la dama. Logró echar la puerta abajo y vio con asombro como la bestia hacía reír y gritar de gozo a la mozuela, mientras su abuela, desnuda, gritaba pidiendo ayuda.
“Lobos sintió  fuertes golpes en su cabeza,  malignamente miró al guardabosques  y con un fuerte manotón lo dejó fuera de combate; tuvo que abandonar a las mujeres y salir de la cama con su miembro húmedo y erecto, instintivamente tomó sus ropas y se dio a la fuga. Como siempre el gran remedio fue llegar a una corriente de agua fría y permanecer sentado hasta calmar a la bestia que tenía entre sus piernas.
“Naturalmente que en esos lugares el cuento de Caperucita Roja  tuvo un cambio desde entonces, aunque las dos mujeres cerraron sus bocas  no lo hizo quien las salvó. Nuevamente debió huir de ese lugar, pero llegamos nosotras y lo rescatamos.
Epílogo.
“De ahí la razón por la que lo cuidamos y nos disfrazamos. Nuestro Juan debe permanecer en lo más hondo del bosque. Esperamos que ustedes guarden el secreto de este legendario hombre lobo que algún día sanará solo, sin otra ayuda que la nuestra…. Por supuesto que lo socorremos… con placer.
“Amigas,  si desean venir a pasear al bosque … nosotras no somos egoístas. Creo que podemos dominar al demonio que se apoderó de nuestro querido amigo, serán bienvenidas siempre que guarden el secreto.”

Ambas científicas se alejaron de la cabaña, prometiendo no hablar acerca de Juan Lobos y sus desventuras; que nunca más regresarían a exponerse a morir de amor.
No obstante, cuando ya llegaban a la civilización,  ambas se miraron y rieron: habían tenido la misma idea … volver a ser presas de la peligrosa lujuria de Juan el Lobo, total ya conocían el remedio del agua fría.


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