Secretos Desvelados por un Sueño Indiscreto (Reeditado).

Anoche desperté con el bello rostro de ella y, como antes, sus grandes ojos azules me miraban a través del vidrio de la taquilla del cine.

Ya la había olvidado en la placidez de mi vida cuando jubilé a los 46 años de edad, quizás porque ésa sea la edad de la razón.
La inquietud de ver sus bellos ojos en ese sueño, mirándome desde ese pasado tan lejano, me mantuvo despierto y los recuerdos felices de aquel amor imposible llegaron a sacudir mi pacifico deambular sin preocupaciones.
Ambos de la misma edad, 25 años, con la diferencia que se casó con uno de mis amigos. Antes me miraba con desdén por mi demencia de conquistar a mujeres hermosas que admiraban al nuevo héroe de la ciudad.

Pese a su boda, nos seguíamos mirando a hurtadillas. Sabíamos del veneno de las lenguas viperinas de las vecinas y comenzamos nuestra relación tormentosa y secreta, cuando fue golpeada por su marido y el destino quiso que la investigación judicial la hiciera yo. No sé si fue bendita o maldita la ocasión que tuve al entrevistarla a solas y en su dolor me abrazó y, con su respiración anhelante, me dio a entender su pasión.
Desde que nos besamos el fuego se apoderó de ambos y acordamos vernos en el muelle, paseo cauteloso de los enamorados. Con la complicidad de esa noche apenas alumbrada por las estrellas, el apasionamiento nos llevó a la escalera que conducía a la plataforma de las pequeñas embarcaciones.
Hoy he recordado el ardor que se apoderó de un joven policía y una bella infiel. En medio de sus gemidos y pequeños gritos consumamos nuestro pecado.
Luego, mientras estábamos abrazados y arrullados por el golpear de pequeñas olas, ella me besó largamente y me hizo comprender que nunca más debíamos juntarnos.

Fui trasladado de ciudad en ciudad y poco a poco fui olvidando aquella maravillosa noche.
Regresé un verano después de 13 años y en medio de la multitud de la playa, gozaba del sol en mi cuerpo desnudo cubierto por un pequeño pantalón de baño. Sentí que alguien me miraba y allí, a pocos metros, estaba ella mucho más hermosa aún en su ajustada malla. Estaba abrazando a un muchachito que evidenciaba ser un deportista quien, con sus ojos café oscuro me observaba, con curiosidad; seguramente miraba al conocido héroe que muchos saludaban alegremente.
Su rostro y el cabello negro con tonos azules que caía rebelde sobre una de sus cejas, me recordaban a alguien. Desistí buscar en mi memoria.
La bella cogió la pelota de playa y la lanzó hacia mí, corrió sonriendo y en voz alta me pidió disculpas por una supuesta torpeza.
Con caballerosidad me levanté y le devolví el balón en sus manos.
—Es tuyo —dijo casi en mi oído. No entendí y la miré interrogante.
El chico se aproximaba caminando lentamente y ella me habló casi con un grito.
—¡Es tu hijo!
Estudié el rostro del púber. Era yo mirándome en un espejo cuando tenía su edad.
Me arrodillé y lentamente fui abrazando la candente arena y, ocultando el rostro, solté un sollozo.
Comprendí que nunca me diría padre.

Situaciones de vida. En este caso pudo cambiarse el final, por qué no?

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