Cigarros

CIGARROS
Cuando la noche llega, cada noche, de cada día, la rutina se inserta en la cocina, intocable, inevitable, nada se puede hacer. Esa cocina comedor de tres metros por tres metros y medio, con piso de ladrillos.
Una mesa de madera desprolija, rustica, de un metro cuadrado, que cubre su desnudez con una lona de arpillera una vez que la cena terminó. La misma lona enrollada, que encierra hojas de tabaco, ramas, secas, muy secas. Desplegarla cada noche sobre la mesa y dejar al descubierto ese color marrón con matices de tonos que despiden un profundo olor. Tabaco – imagen de la niñez que no se va.
El silencio de la noche desaparece cuando la radio empieza a regalar la música folklórica del momento.
Mi madre selecciona las hojas grandes, que humedeció la noche anterior, las estira prolijamente y con una tijera – que guarda en la lona con el tabaco- corta varias fracciones de la gran hoja. Una forma muy particular, algo ovoide, como la hoja del árbol de pomelo que hay en el fondo de casa, apoya una y sobre esa porción de la hoja deposita ramitas prolijas de otras hojas de tabaco no tan lindas, las envuelve con la hoja cortada, y va haciendo un rollo muy prolijo, al terminar, un poco de engrudo cierra el cigarro. Prolijamente corta cada extremo y el cigarro está listo. Repite esta operación una y otra vez, y los cigarros van a parar en una caja de cartón.
Son dos cajas, en una coloca los cigarros de tamaño habitual, en otra, cigarros grandes, para clientes que piden así: más grandes.
Un palo corto de pocos centímetros de diámetros es la base de una especie de ovillo donde va colocando las hojas que humedece, para la noche siguiente.
Es cuidadosa al clasificar el material, hojas de tabaco para envolver y hojas de tabaco para relleno. La preparación del engrudo se hace en una latita de salsa, coloca harina y agua y revuelve durante un ratito en el fuego, cuando tiene la consistencia deseada retira del fuego y deja enfriar, ya está listo el pegamento. Y la compra del tabaco también es especial, selecciona bien el producto. En algunos comercios venden los paquetes, de dos tamaños.
Pero en la esquina de mi casa, hay un señor de apellido Navarro que cultiva, no en grandes cantidades, pero siempre le vende a mi madre una cierta cantidad y ella dice que es de muy buena calidad. Así que entre el tabaco que compra del almacén y este de la plantación, hace combinaciones que permiten que el cigarro que ella hace y vende sea muy conocido y buscado en el pueblo.
Elegir hojas grandes, húmedas, extenderlas, cortar, armar rollos, dar formas, pegar el extremo y controlar la prolijidad de cada uno. Prepara cada cigarro como si fuera el único. Secuencia de un proceso que no tiene fin, mientras la música no para de sonar suavemente. Por momentos Julio Marbiz presenta nuevos cantantes, anuncia discos nuevos, a veces Luis Landricina, despierta la nostalgia de la tierra chaqueña donde mi madre nació y a la que hace muchos años no va.
Las docenas de cigarros con olor a tabaco fresco, con color especial, con una maestría que evidencia el trabajo de años.
Pasó tanto tiempo, tantos años, yo era una niña, cada sábado cargaba las bolsitas con cien, ciento cincuenta o doscientos cigarros que repartía en comercios locales donde se vendían. También en mi casa se vendía, por unidad, por decenas, como las personas fueran a comprar.
Un trabajo nocturno muy particular. Durante el día ella ejercía la tarea docente, durante la noche esta actividad productiva.
No sé en realidad si es un trabajo, un arte, un oficio, una actividad comercial. Hoy tal vez sería denominada micro emprendimiento, Solo sé que me sirvió en la infancia para conocer a mis antepasados, porque cuando empezaba con el armado de los cigarros, me sentaba en una sillita de mimbre, a escuchar anécdotas, a conocer a mi abuelo que murió antes de que yo naciera, para saber cómo fue la vida de mi madre cuando yo no existía.
Estos momentos cortaban la soledad de esta humilde familia compuesta por una madre y una hija, en una modesta casa de dos habitaciones con paredes de ladrillos y barro.
Cuando me despedía con el beso de la noche, ella prendía la radio y empezaba este rito, este misterio que aún hoy no sé por qué empezó, que aún hoy, me trae recuerdos de infancia, con olor a tabaco, nostalgias de color marrón.
Hoy 21 de mayo de 2019, cumpliría 82 años, hoy la recuerdo como ayer, quién diría que ya hace 33 años, con tan solo 49 años se fue a elaborar cigarros en un mundo de elegidos, privilegiados por Dios.

Gracias Alejandra. Es una parte real de mi vida.

Nilda, los recuerdos que nos vuelven a traer la vida, así sean pesarosos, pero siempre con la confianza que el lazo de amor nunca termina, confío que ellos también desde donde están nos recuerdan con el mismo amor que nosotros les tenemos. Entre más años pasan más los extrañamos.

Un abrazo

Gracias Ethel y Jaime.