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 ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA - NOVELA (décima entrega)

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 678
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ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA - NOVELA  (décima entrega) Empty
MensajeTema: ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA - NOVELA (décima entrega)   ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA - NOVELA  (décima entrega) Icon_minitimeMiér 30 Sep 2020 - 16:07

ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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10 - RECUERDOS
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Miguel tenía su estilo. Su fuerza. Su increíble poder de sugestión. Aquella naturaleza suya que enternecía de amor o de dolor, pero que borraba el espacio cautivante de nuestra Córdoba bohemia. Era fácil dejarse llevar por ese hechizo suyo, con la independencia juvenil creada en esta década del 70, destructora de moldes añejos.

Otra juventud. Nueva. Inquieta.  

Luego de ello, todos mis anhelos se disolverían entre sus brazos y más adelante, mis fibras iban a quedar prisioneras de sus necesidades. De su imperio. Y a partir de allí comenzar a olvidar las razones que me habían impulsado a formar parte de aquella bohemia constructiva, para disolverme también yo, en la desmaterialización de Miguel.

—“¿Recuerdas Miguel?— le dije nostálgica de un recuerdo —Una noche... después de mucho tiempo de conocerte a distancia, una noche de invierno caminamos bajo la atmósfera de esta ciudad... empapada en un rocío helado”

—“Sí, lo recuerdo muy bien. Fue un pasaje sutil. Una anécdota casi diluida ¿Dónde quedó, Viviana?— se internó en el tiempo y viajó por él

—“Creí verte como un personaje extraño, agudo, inquieto, penetrante. Una esencia de artista flotando alrededor tuyo ¿Recuerdas Miguel?”

—“¿Ya nada queda, Viviana?”

—“Ibamos juntos y nos acompañábamos. Las calles vacías a esa hora, se abrían delante nuestro como senderos de un final misterioso ¿Recuerdas?”

Adormilado por ese ensueño, Miguel me tomó de los hombros, apoyando su cabeza en ellos. Utilizó el momento evocativo, que para mí era tan importante, tratando de exprimirle toda la savia. Y su necesidad de hechizo buscó formas nuevas. Suaves. Pero yo viajaba en pensamiento.

—“Recuerdo aquella noche— continué —La ciudad estaba muy fría. El amanecer no tenía prisa y deambulábamos como dos jóvenes nostálgicos, mientras la urbe dormía. Tu mano me pareció una compañía tibia. Tu voz un consuelo fraterno. Y entre ambos creí entrever una estela, la extremidad de un cometa, cuyo núcleo central nos llevaba hacia un encuentro substancioso”

—“¿Qué habríamos de encontrar allí?”— preguntó

—“Otro orden”

—“Para evadirnos de nuestra escena”

—“No, Miguel. Para traerlo hacia nosotros y enriquecer todo el espacio. Toda la esfera habitable, donde tántos deambulamos”

Miguel volvió a replegarse, abandonando su magia envolvente. Recorrió con su mirada aquel entorno de su habitación. Y depositó sonrisas sobre las paredes cargadas de adornos.

—“Pero yo entonces— evoqué —veía mi anhelo propio, y creí que era el mismo tuyo”

—“Pertenecemos a la misma generación, Viviana, tenemos por fuerza semejanzas. Identidades comunes— observó él con entusiasmo —Necesariamente vamos transitando por la misma historia. Dejaremos el mismo paso por esta ciudad universitaria. Y nos recordarán como el conjunto de una misma generación con sus peculiaridades. Dolores y logros. Tal como se recuerda a las otras que nos antecedieron”— con estas palabras Miguel adquirió seguridad

—“Pero había desde el principio diferencias entre los dos— opiné —Yo intentaba en ese entonces resurgir de un mundo agotado. De costumbres societarias que habían llegado a su agonía. Sin mi culpa. Sin mi causa. Antes de que yo palpitara. Verdades concluidas. Y ésa era mi rebeldía generacional, sin necesidad de proclamas sangrientas. Sigue siendo la meta a alcanzar. Nuestra generación del 70 no es culpable de recibir una estructura vencida ¡Pero somos  responsables de nuestro presente y debemos abrir el camino del devenir!”

—“Responsabilidad suma... ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué a mí” — comentó él

—“Porque tenemos deudas con el pasado. Deudas con esta ciudad valiente cuya edificación fue muy difícil dentro de un territorio primitivo y aislado, que lograron realizar familias sacrificadas y estudiosas. Con una Universidad de cuatro siglos levantada desde la nada por los Jesuitas, maestros vigorosos que nos antecedieron ¡Y no podemos ser menos que ellos! Debemos merecer esa herencia, tal como fue en ese tiempo mucho más difícil que el nuestro. Donde sin embargo, marcaron épocas ¡Nosotros somos más ricos aún! Vivimos en un siglo integrador”

Nos mirábamos altivamente. Principiaba el planteo de nuestras diferencias y ambos percibíamos ya, la distancia insuperable.

—“Has mencionado una riqueza. Quiero verla”— me espetó

—“Sí. Somos jóvenes y libres. Elegimos nuestros horarios y caminos, a diferencia de las generaciones anteriores que llevaban sobre sí sellos de ataduras, que ya no existen ¿Es poco acaso?... Piénsalo”

—“Voy a pensarlo, te lo prometo, Viviana”

—“Nosotros somos muy ricos, Miguel, dueños de esta urbe creativa e ilustrada. Seguros de la propia identidad y sin limitaciones de vida. Con la protección económica de nuestras familias. Con la energía del pensamiento elaborado largamente, en esta ciudad llamada la Docta, como un regalo que los dioses celeste otorgan con placer a ciertas comunidades elegidas. Para probarlas. Pero debemos responder a la fe que depositaron esos seres divinos en nosotros... Y no arrojarlo todo al vacío”

Dije aquello con convicción, muy emocionada. Miguel me tomó de las manos intentando calmarme. Me serené, pero seguí mi pensamiento:

—“Esa era mi oferta. Mi propósito. Mi espera. La puse entre los dos. Pero entonces ...¡Trajiste la angustia!... Esa insólita angustia tuya”

—“Es nuestro 70... Yo no soy el único en vivirla”— contestóme él  

—“¿Olvidas la libertad que posee nuestra generación? Integral. Es un tesoro incalculable. El preciado bien que todas las juventudes reclamaron a los cuatro vientos por diversos tiempos.  Libertad para construir o destruir. Yo elegí la faz constructiva desde el comienzo. Miguel... ¡has elegido la destructiva!”

—“¿Estás segura de ello?— inquirió con disgusto —¡No soy un subversivo! No coloco bombas. No busco la violencia ni la incito. Pues hay subversivos de palabra y discurso, incitadores en las aulas, quienes luego se escudan detrás los jóvenes que forman la “carne de cañón”, produciendo los hechos físico. Soy testigo. Y después aquél que los ha convencido se mesa los cabellos cuando queda señalado. Porque al no actuar en forma directa, se considera a sí mismo limpio de todo cargo. He asistido a esta escena con sorpresa. Me sorprende la cobardía de los incitadores que se valen de la palabra”

—“Pienso lo mismo de esto último, y he sido también testigo de ello. Pero cuando se detiene el estampido de las bombas y los vidrios pulverizados, hay otras formas de estar en subversión”— le respondí

—“¡Entonces entra en juego mi angustia generacional!”— exclamó exaltado

   —“Sí. Tu angustia. Tu deambular juvenil pudo haber tomado un camino más positivo. Podría bien llevado, haber sido un deseo de búsqueda. Un anhelo de continuar hacia delante tras la salida, para atravesar el monte empinado y el río cubierto de remansos. Pero no. Tu angustia era sólo el deseo de quedar atascado e inmóvil en el laberinto, para culpar a todos de tu tragedia ...No...No había tragedia alguna ¡Pero lograste crearla”

—“Esperabas de mí la arrogancia de un Cóndor”— burlóse



000000oooooooooo000000

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