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 NIEBLA SOBRE CÓRDOBA - NOVELA (septima entrega)

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 681
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NIEBLA SOBRE CÓRDOBA - NOVELA (septima entrega) Empty
MensajeTema: NIEBLA SOBRE CÓRDOBA - NOVELA (septima entrega)   NIEBLA SOBRE CÓRDOBA - NOVELA (septima entrega) Icon_minitimeMiér Sep 23, 2020 9:46 am

NIEBLA SOBRE CORDOBA
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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7 -TRASNOCHE
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—“¿No puedes dormir? Oí cuando te levantabas. Mi sueño esta noche es también frágil”— preguntóle la jovencita

—“Te dije porque me conozco: ésta es una noche de insomnio para mí”

—“Pero ya han sido muchos tus insomnios durante estos últimos tres años”

—“Hace tres años fue un adiós prematuro y me despedía de él sin saberlo, en forma definitiva”

La sobrina sentóse junto a su tía, ambas en batón, dominadas al mismo tiempo por el insomnio. Una cafetera caliente emanaba su fuerte perfume y la tía sirvió otro pocillo para la recién llegada.

Tras los vidrios totalmente empañados por la Niebla, veíanse los faroles del paseo que emitían una luz difusa, mientras una lucesita más pequeña y zigzagueante parecía querer traspasar ese límite infranqueable de la ventana cerrada. El ánima penando volvió a contemplarlas juntas, en unión indisoluble, frente a las dramáticas circunstancias de quien era su principal protagonista.

—“Esta es una noche larga y cansadora, deberías haber permanecido en cama. Es una vigilia inesperada luego de habernos las dos acostumbrado al mutismo, en relación a su persona”— expresó la sobrina

—“Ambas conocíamos nuestras mutuas reflexiones, de modo que llegaría el momento para hablar de él”

—“Es una noche muy larga, tía, luego de una lenta lejanía. Pero lo debes observar de otra manera”

—“¿De cuál manera?”

—“Con altivez, sin bajar tu cabeza. Con la gracia que cautivaste a toda mi familia llevando tu estilo garboso, elegante, de fina joven jujeña, del cual él se enamoró”

—“No era propio, sino heredado por la educación familiar”— contestó la joven viuda

—“Es indispensable que lo recuperes, para enfrentar este momento sin abatirte”
Las dos mujeres cerraron por el momento su diálogo, y la menor dirigióse hacia la pileta para lavar las tazas de café que ambas habían usado. La cocina estaba tibia pero un aire muy fino y gélido entraba por la banderola. El Paseo Sobremonte reposaba. Los niños continuaban durmiendo.

—“El destino no se apiadó de nosotros, de nuestra generación”— expresó la tía

—“En cambio yo veo que él no se apiadó de ti. Se alejó hace tres años sin volver la cabeza, abandonando un hogar que él mismo había fundado. Y todo ello para deambular con su utopía trágica”— replicóle nerviosa la sobrina

—“”Utopía”, fue la obra maestra de Santo Tomás Moro... ¿Por qué la usas en expresión peyorativa?

—“Por ignorancia ... Por falencias ... Por las mismas limitaciones con que ustedes enfrentaron a una sociedad cordobesa con cuatro siglos de experiencia”

—“Es buena respuesta, niña”

—“Yo sólo quiero proteger a estos niños que duermen arriba, y ser tu mejor amiga. Brindarte una amistad útil para superar este día, y su doloroso recuerdo del amor”

—“Es mucho y demasiado, niña mía. Debo tenerlo en cuenta cuando te escucho y me duele ver, que lo juzgas a él con total rigidez”— aceptóle la nueva viuda

—“Soy la Fiscal”

La sobrina se levantó de pronto creyendo advertir un sonido procedente de la planta alta. Acercándose a la escalera agudizó su oído.

—“Aún duermen. Estuvieron despiertos hasta muy tarde”— dijo regresando junto a su tía

—“Hay que dejarlos, es medianoche. Ellos necesitan vivir. Han nacido en medio de la muerte y deben representar a la vida. Al devenir. Y mi amor les será incompleto algún día”

—“Una nebulosa te envolvió durante estos años, tal como la Niebla de la calle. Pues debe terminar... ¡Basta!  ¡Vive!”

—“No puedo apartar de repente al mundo que me envolviera durante diez años, y en especial estos tres últimos, con sólo desearlo”— explicó sentida la tía

—“No de repente, es cierto, pero sí intentándolo desde ahora como recomienzo tuyo”

—“El estuvo en mi vida, presente o ausente, abarcando todo mi escenario. Fue mi elección y nadie me había obligado a ello. Así era mi deseo desde que lo conociera”

—“Pero él se apartó de su hogar. O al menos privilegió la causa. La lucha”— insistió la chica

—“Pues sí... la vida de familia le resultaba estrecha. Todos lo supimos siempre. El necesitaba un horizonte abierto, sin puertas ni ventanas”— confirmó la tía

—“El hombre debe abrir esas ventanas y el aire entrará a raudales. La mujer también es su niña”

—“Cada uno llevó su parte y vivió de acuerdo a su comprensión. Nada vuelve atrás. Sin embargo algo queda de este sendero compartido: Sus hijos. Y además mi propia vida que se encadenó a él, voluntariamente”

—“Tu vida convulsionada por él, y que debe resurgir entre las tablas enmohecidas de una demolición”

Ambas callaron. La sobrina volvió a levantarse, preocupada con ciertos ruidos sobre la escalera. Los siguió escuchando por un largo rato, hasta que éstos dejaron de hacerse sentir.

—“¡Tía! ¡Olvida todo! Tus hijos despertarán con el alba y habrá un nuevo amanecer en esta casa”— expresó la sobrina con emoción juvenil

—“Amanecerá sin duda. Tu energía es una redención. Pero los niños irán con prisa hacia su destino, y mi amanecer les será más adelante como una estela de sus costados”

 —“Amanecerá... cuando te desprendas realmente”

—“Es difícil desprenderse cuando no hubo una despedida real, definitiva... Yo la esperaba”— recalcó en su dolor la joven viuda

—“Pero sí la hubo...”

—“¿Cómo? ¿Cuándo?”

—“Una tarde, estando yo sola... hace dos semanas. Tocó el timbre. Abrí pero no lo reconocí. Estaba muy cambiado y tuvo que decirme su nombre, pues yo realmente no sabía quién era ¡Mi tío perdido en el marasmo... aquí frente mío!”

—“¿Y por qué me lo has ocultado hasta ahora?”

—“¿Sabes que con sólo treinta y cuatro años ya tenía canas? No lucía más su bello cabello rubio alborotado. Sus ojos azules eran más pequeños y el rostro muy enjuto marcaba los huesos del rostro”— comentó con dureza la chica

—“¿Qué derecho tenías para ocultármelo?”— insistió disgustada la tía

—“Tuve miedo. No se le reconocía. Era la sombra de aquél que fuera en su plenitud alegre y vital”— defendióse nerviosa  la niña

—“No era motivo para que yo desconociera su llegada a mi casa. Para que creyese dolida, que realmente él se había alejado sin volver nunca la cabeza hacia mí”

—“Cuando me dijo su nombre sentí honda pena. Sí, tía, me produjo asombro y dolor”

—“¿Y por qué decidiste lo que yo debía saber o desconocer… por cuenta tuya? ¿Acaso le cerraste la puerta?”

—“No ...¡Eso no!... El se negó a entrar conociendo su situación, como último gesto de buen hombre. Sólo quería verte y no te halló. Tampoco a los niños que estaban en la escuela”

—“Me has estado sobreprotegiendo, como antes fuera él sobreprotegido por toda su familia. No es bueno, niña”

—“El que se fue con orgullo de hombre exitoso, no debe volver como un fugitivo ...es mi forma de pensar”

—“¿Y quién puede decidir o dominar su destino, por mucho tiempo?”

—“Era la destrucción de un mito. De la fantasía que él mismo había forjado”— sostuvo otra vez la más joven

—“Aún así... No estabas en tu derecho al ocultarme su regreso, aunque éste fuese de un instante. El volvía por mí”

Un silencio, un vacío, parecía envolver a las dos amigas. Los ruidos de la escalera ahora eran más intensos.

—“Es la gran humedad de este día que hace crujir las maderas”— opinó la tía

—“Recuerda siempre que nada lo colmó, era un buscador insatisfecho. Se condenó él mismo a la tragedia”— expuso nuevamente la sobrina

—“Ello no te autorizaba a controlar sus mensajes”

—“Era un riesgo inútil”

—“Yo debía decidir. En todo caso ya lo había puesto de manifiesto anteriormente. Por nada del mundo haría algo que pusiera en peligro a mis hijos”— sostuvo la tía

—“Aquí vino recién al final”

—“Lo sabía. Lo sabíamos... Era ésta una despedida final. Pero decidiste por tu cuenta lo que era bueno o malo para mí”— continuó en reproche la joven viuda

—“Creí hacer bien mi papel”

—“¿Acaso no me dijiste hace poco, que en mi generación tuvimos el error de decidir por ustedes? Has actuado con la misma actitud irrespetuosa de mi generación, cuando decidimos cambiar a una sociedad sin preguntarle sus deseos”— expresó la joven viuda

—“¿Crees, tía, que hay una sola persona de mi familia que se satisficiera viéndolo acorralado? No, ninguno. A nadie le hacía falta su desdén, sus desplantes y estoques crueles. Pero tampoco deseaban sus desgracia. Se conmoverán todos con este final suyo, mucho más de lo que te imaginas”— dijo conmovida la chica

—“Pero terminaste apartándome de él”

—“No fue como dices, él no te halló al venir. Pero es cierto que yo callé”

—“Has actuado, niña mía, con soberbia juvenil”

—“Creo, tía, que nuevamente me has dejado muda”

Y mudas quedaron ambas, aunque cada una convencida de los suyo, sin mediar posibilidades de cambio. La helada nocturna que contorneaba la ventana y enmudecía la calle, mantenía mudo al Paseo Sobremonte.

—“Fue sin duda un temerario. Yo admiré el vigor de su fuerza”— recordó la viuda

—“Pero cuando llegó hasta la puerta ya no era mi tío. Aquél que jugaba conmigo y discutía con mi padre. En ese momento se produjo en mí un desnivel de imagen, al verlo fugitivo, como una figura disolvente”

—“Quizás ello me explique mejor tu actitud”— observó conciliadora la tía

—“En ese momento, viéndolo tan abatido, pensé que te habías hechizado por una audacia que no tenía fuego. Que mi padre, su hermano mayor, se vio  avasallado por un ímpetu que no tenía cuerpo. Que mi abuelo se desvivió por un drama que no tenía dolor”— expresó con severidad la sobrina

—“Estás entrando en un terreno de crueldad, y la extiendes hacia todos”

—“Pero es la verdad, aunque yo sea dura, nunca llegaré a ser tan dura como él. Nos dio vuelta la cara y nosotros quedamos atrás suyo, lejos, en el camino, mientras él seguía impasible y exigente por el mundo, lleno de reproches, como si todos le adeudáramos algo”

—“Era un soldado de una causa, una consigna. Pero piensa niña, que si su idea hubiera germinado, sembrada en otras condiciones, ahora ese brote se erguiría hacia el azul del firmamento. Y él sería un Héroe”— dijo con emoción la viuda

—“No hubo otras condiciones. Todos perdimos porque él también se destruyó”

—“Es la soberbia juvenil que quiere resolver de un chispazo los problemas del mundo y sus milenios. Como la tuya. Decidiste por mí sin darme lugar a elección”— le recordó la tía

—“No te lo he negado. Esa es la diferencia con mi generación, no nos creemos el pozo de la verdad ¿Qué hubieras hecho si yo te contaba su visita? ¿Ir en su busca en medio de las balas? ...Eso es lo que yo temía”— aclaróle su sobrina

  Habíanse servido un segundo café y comenzaban ya a sentir la somnolencia del trasnoche, en su final.

Final de diálogo. Final de comunicación completa. Final de un duelo verbal entre dos amigas, tía y sobrina, que habíanse acompañado durante tres años sin exigirse nada.

—“¿Por qué cruje tanto la escalera?”— volvió a preguntar la sobrina

—“Es la humedad de un día como éste”

La sobrina levantóse inquieta y fue en dirección a la escalera. Luego retornó junto a su pocillo de café, intrigada, para sentarse otra vez en la mesa. La tía mirábala extrañada mientras agregaba más azúcar al café. Pero la niña fue de nuevo en dirección a la escalera intentando agudizar su oído.

—“Es extraño. Parecieran pasos muy suaves, pero distintos a los pasitos de los niños”— dijo subiendo la escalera

—“Puedes quedarte tranquila, duermen como ángeles, tal como son aún. Les falta mucho para perder sus alas. Todo hombre fue ángel alguna vez, aunque sus tragedias mundanas hagan olvidarlo”— comentó la viuda desde abajo

La sobrina regresó un momento después con apresuramiento, como si corriese, y fue a sentarse algo agitada.

—“¿Tropezaste acaso? Es peligrosa esa escalera de madera, de noche y a medialuz”— preguntóle la tía

—“¡No! ...pero creí ver una sombra... Me acerqué y ya no estaba”— respondióle excitada la sobrina

—“¿Cómo?”

—“Una sombra ...alta... no era de niño”

—“¿Dónde?”

—“En la escalera...”

—“¡Es él!” ... ¡Vino a despedirse!”— gritó con emoción la joven viuda

En forma precipitada salió corriendo en dirección a la escalera que crujía aún, con más ímpetu. La sobrina, ahora insegura y dudosa, siguíala por detrás.

—“¡Ya no está! ... ¡Pero él vino a despedirse de mí!”


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