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 FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega veinticuatro)

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


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MensajeTema: FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega veinticuatro)   FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega veinticuatro) Icon_minitimeMar Sep 08, 2020 3:09 pm

FABULAS DE LOS ESTUDIANTES
.....................................
NOVELA
...........

por Alejandra Correas Vázquez
................................


FÁBULA  VEINTICUATRO
.....................................

EN  UNA  CAFETERÍA    
..........................


Al abrir Luz la puerta de una cafetería céntrica, entró junto con ella una ráfaga fina desde el exterior. Adentro reinaba un ambiente tibio, aunque pudo comprobar que el aire tenía residuos espesos. Humo de cigarrillo. Eligió una de las mesas, próxima a la ventana, y esperó a que el mozo la atendiera.

—“¿Qué se sirve la señorita?”

—“Un submarino con un carlitos”— contestóle ella

Su pedido de siempre. El submarino que es un vaso alto con leche caliente y una barra de chocolate. El carlitos, que es un sánguche de jamón y queso, bien tostado. Ya era el atardecer y los vidrios del bar comenzaban a empañarse. Entonces lo vio. Cerca de ella, en otra mesa hacia la izquierda, la saludó el potosino que conociera semanas atrás. El muchacho levantóse para saludarla.

—“Volvemos a encontrarnos”— le dijo él

—“Bueno... no es extraño en un bar de estudiantes”— respondió ella

—“Es cierto. Estos lugares nos cobijan aunque sólo sea fugazmente. Había terminado mi café cuando la vi entrar. Hago aquí un poco de tiempo antes de ir a preparar materias para la Universidad, con un grupo de compañeros, en horario nocturno. Estudio ingeniería, algo muy necesario en mi país”

—“¿De verdad?”

—“Sí, Bolivia es un país minero, y además con múltiples carreteras para subir los altiplanos. En especial Potosí de donde vengo, que tiene el cerro más famoso de América en oro, plata y estaño. Allí estaba la Casa de la Moneda que hoy es museo”

—“Es que no deseaba quedarme mucho tiempo aquí”— se explicó Luz

—“Yo tampoco, dispongo sólo de una hora”— le expresó Jaime —“¿Pero qué apuro tiene? ¿Quién vigila sus pasos? Algún amor solamente ...quédese... yo mientras tanto voy a buscar otro café para acompañarla”— le insistió

—“Vaya pues. Puedo demorarme algo. No me aguarda ningún amor”— aseguró Luz

—“Sin embargo no transcurren en demasiada soledad sus jornadas”

—“¡Qué sabe usted!”— expresó ella con sorpresa

Pero el potosino ya se había dirigido al mostrador y no pudo oírla. Minutos después regresaba con otro pocillo de café,  y volvió a sentarse en la mesa con ella.

—“¡Aquí estoy! ¿Me preguntó algo que no oí?

—Sí, casi algo. Pues después de todo nos hemos conocido recientemente en aquella exposición de pintura... ¿Acaso me conoce?

—“Personalmente no. Pero hace cerca de tres meses que la observo diariamente”— el muchacho sonrió

—“¿A mí? ¿Y cómo? Durante la semana hago una vida rutinaria, salvo estas horas de desahogo”— ella lo miró atentamente y con curiosidad

—“Pues yo también llevo mi rutina y dentro de ella la vengo divisando. Una niña pequeña cruza el patio de baldosas bordeando las macetas, en medio de sus juegos. Usted la llama y ella la sigue. Y también una anciana aparece por allí”

—“¿Cómo puede ver el interior de mi casa? ¿Desde un viaje en levitación?”— le interrumpió Luz

—“Nada de eso. Escúcheme, es la realidad más sencilla ¿Sigue temiendo a cruzar bajo las escaleras?”— le respondió Jaime

—“Mejor será que me explique con palabras claras”— díjole ella volviéndose de pronto muy seria

—“No tengo inconveniente. Llevo tres meses percibiendo el devenir de aquella casona donde usted reside, con algo de nostalgia y otro poco de realismo. Pues me recuerda a la de mi abuela. Soy una mano más que deambula por el presente colaborando con el propio sudor. Un día descubrí entre los habitantes a una joven que dialogaba con una anciana ¿Cómo? Desde la cima de andamios colocando ladrillos en la construcción vecina. Trabajo allí de obrero junto a los baldes de mezcla. Soy el albañil que usted cruzó al entrar en su casa, cuando no quiso pasar bajo la escalera”

—“¿Cómo es eso?”— preguntó Luz comprendiendo que no lo había reconocido, así cambiado de indumentaria

—“Los estudiantes extranjeros buscamos el pan en cualquier rincón. En mi caso se trata como en otros, para comprar libros de estudio y apuntes. Pues mi pensión y almuerzo es pagada por mi familia desde allá. Pero el programa de mis clases me obliga a cambiar de trabajo. Especialmente ahora que estoy al final de la carrera, donde los parciales y exámenes se ubican entre los dos turnos del día. No sé donde iré mañana para suplir esta tarea, a la que veo muy digna, aunque la desconozcan en mi casa. Sin embargo la providencia nunca me mostró su abandono y mantengo mi fe”— concluyó Jaime callándose

El muchacho la miraba con agudeza. La expresión de Luz había cambiado.  Lo observaba con interés y había olvidado a la aguja del reloj.

—“¿Hace mucho que vive de esta manera?”

—“El necesario, amiga Luz. Hoy creo que nunca tuve un hogar permanente, pero me llegará a su tiempo. Mi familia estaba inmersa en vida política y eso la hacía inestable. Cuando los mineros bajaron del cerro arrojando dinamita, invadieron las calles de Potosí y también nuestra casa, así murió mi padre”— calló en expresión meditativa

—“No intento penetrar en sus recuerdos dolorosos. Fue una curiosidad pasajera”— ella vació el vaso con submarino

—“No importa, me quedan pocos. Ha sido mejor evadirse de la atmósfera aquélla y abrir las puertas hacia la peregrinación. Por algo personal y también geográfico”

—“¿Y está solo en Córdoba?”

—“En Córdoba sí, pero no en Argentina. Tengo parientes por Salta y Jujuy, pues aquellos acontecimiento obligaron a emigrar”

—“Pero esas son las provincias de nuestra frontera con Bolivia, lo que es casi lo mismo”— opinó Luz

—“Es verdad ellos viven allí. Pero yo sigo mi tradición y elegí a la Universidad de Córdoba, justamente por ello, aquí se graduó mi padre. Era una necesidad para mí”— explicóse Jaime

—“Si fueron motivos internos no hace falta que me los cuente”— aseguró ella

—“¡Qué asustada está usted! Le aseguro que no he venido huyendo de ningún campo dinamitado. Traigo mis bolsillos vacíos. Aunque se diseminaron grandes humaredas por mis tierras, no me corrieron los cartuchos. Por otra parte ya es historia concluida. Tuvimos durante esos años la palabra y se nos resbaló de la boca”— el muchacho miró abstraídamente hacia un costado

Dos mesas más allá habíase ubicado Marcial, con dos compañías femeninas. También estudiantas. Sin duda venía buscándolo a él, pero ambos saludáronse a la distancia. Jaime y Luz estaban demasiado interesados en su diálogo, para dejarlo detrás de otra propuesta.

—“Mi padre seguía a diario aquellos acontecimientos, por radio y periódicos, lamentándose mucho. Fue en el tiempo en que yo nacía. Pues nosotros en las familias de la Vieja Córdoba, descendemos de aquellas del Alto Perú. Y cuanto suceda allá, nos involucra en los sentimientos”— díjole ella

—“¡Es generosa con los hermanos del norte!”

—“¡Con Sudamérica!”— respondió Luz con energía

El muchacho la observó con detenimiento, pues habíale gustado mucho su comentario. Luego le dijo su opinión:

—“Sin embargo, ahora a la distancia de los hechos que hirieron a mi familia en esos momentos tan crueles, yo voy comprendiendo algo distinto. Todo es Sudamérica.... ellos y nosotros. Los señores y los dinamiteros. Ellos cuando empuñaban su verdad, arrojándonos la dinamita de las minas... pero cargada de ignorancia. Era la voz del puma contra la del cóndor. Ambas violentas. Y esa voz emergiendo de los cartuchos, no logró encontrar el cemento que uniera los pilares al cimiento de la tierra. De este modo todos fracasamos por igual”— aclaró Jaime

—“Tiene razón ¿Acaso usted ha optado por una resignación?— le preguntó ella intrigada

—“No, escúcheme Luz, es más que eso. Es aislar el propio resentimiento acumulado en el dolor, para germinar verdaderamente. Claro que no estoy pensando sólo en mi tierra potosina, sino también en mis propias circunstancias. En realidad no creo que el puma y el cóndor sean ignorantes, pero sí la multitud. Y ello hace lento todo lo demás. La dinamita pierde su energía”

—“¿Se vino por la derrota hasta Córdoba?”— ella lo escuchaba con atención

—“A mí... no me derrotaron. Era muy niño. Lo sufrieron mis abuelos y perdí a mi padre. Yo podía haberme quedado allá, pues tengo toda mi vida por delante para contribuir, tanto como para satisfacerla también ¿Soy calmo verdad? Es lo que busco después de aquellas violencias en Potosí, que sacudieron mi infancia. Podría hallarme junto a unos o a otros, y posesionarme hasta el más profundo de los odios o de las pasiones”

—“Creo que eso sucede en tales casos”— comentó Luz

—“No en el mío. Pues desde hace mucho tiempo vengo peregrinando por mi propio derrotero, y es allí donde se ha eclipsado mi resentimiento”— el muchacho sonrió

—“¿No más víctimas? ¿No más circunstancias que arrollan?”

—“Bueno, debo eliminar hasta lo último que reste. Para que haya paz, debo ser yo el autor de mi vida”

Por las ventanas de la cafetería veíanse desfilar algunos ciudadanos aislados. La noche enfriaba su atmósfera. Ella miraba su reloj-pulsera.

—“¿Ya es muy tarde para usted? ...Bueno Luz, la acompaño hasta su casa. Después iré en busca de mis compañeros de estudio, que me esperan cerca de allí. Este fue mi último día de trabajo como albañil, en la construcción vecina suya. Pero no me busque mañana porque ya no estaré”  

—“Será igual, nuestra Córdoba es un núcleo, nos cruzaremos otra vez, estoy segura de ello”— contestóle Luz  

Ambos se levantaron. Salieron a la calle nocturna y la ciudad estudiantil los devoró en su horizonte iluminado de luces y bohemios caminantes.


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