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 FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega novena)

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


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MensajeTema: FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega novena)   FABULAS DE LOS ESTUDIANTES - NOVELA (entrega novena) Icon_minitimeVie Sep 04, 2020 7:34 pm

FABULAS DE LOS ESTUDIANTES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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FÁBULA  NUEVE
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LA   CARTA
....................


Terminado el desayuno Luz se levantó de la silla. No tenía apuro.

—“Niña, se te hará tarde”— le dijo la anciana —“¿No has terminado la taza? Tienes que llevar abrigo ¿Una cucharadita de miel para la garganta? Te alcanzo otra tostada con manteca y dulce de leche, antes de que salgas”

Luz sonrió. Apuró su salida del comedor y fue directo al zaguán de acceso a la puerta de calle. Los pasos de la anciana venían detrás suyo.

—“¿Huyes de la abuela?”— le preguntó Martín

Era el mayor de los nietos, quien volvía recién a la casa luego de ausentarse toda la noche. Tenía un puñado de cartas en la mano, que en aquel momento habíale entregado el cartero.

—“No. Al mediodía me tendrá de vuelta”— le contestó ella

—“Aquí viene una carta a tu nombre, es ésta”— le indicó dándosela

Luz la guardó dentro de un libro y descendió a la vereda. Caminaba con prisa cuando en mitad de la cuadra la alcanzó nuevamente Martín.

—“Aquí está la tostada que te preparó la abuela. Será mejor para los dos, que no te la olvides”

Ella sonrió con cariño, saludando con la mano a la anciana, quien la contemplaba con reproche desde la puerta. Martín le hizo un guiño cómplice, dándole un pellizco en la mejilla. Luz cortó con los dientes la tostada y siguió su camino rumbo al Colegio Carbó.

El cielo habíase despejado. Numerosos estudiantes de blanco delantal uniforme escolar, cubrían las calles. Miró el reloj y apuró el paso. La mañana fue extendiéndose lentamente. Ella ocupó como todos los días su asiento individual, junto a las compañeras de siempre. Andrea estaba allí, no había faltado. Las horas se sumaron y los profesores declamaron su rutina, estáticos como mástiles, frente a aquella juventud dinámica.

Después de la segunda hora de clase, en el recreo largo, ella buscó la carta. El sobre venía escrito con una letra que no le era familiar, pero tampoco desconocida. Lo abrió y se puso a leerla:

“Mi Querida Luz:

Durante el día de ayer te hemos recordado profundamente. Hoy te escribo con emoción y te ofrezco mi amistad sincera. Para nosotros era necesario alejarnos de nuestra amada ciudad. Todo allí había llegado a parecernos inhóspito. Aquí, desde la vertientes serranas el sol nos impresiona más intenso, y la pendiente que nos aleja de Córdoba se vuelve un recuerdo nostálgico. Pues hemos empezado toda una vida nueva.

Pero a medida que los meses pasan hemos depurado la memoria, extrayendo los mejores rincones de nuestra ciudad, y ella emerge con la dulzura de la cuna que no puede olvidarse. Un día habremos de volver pero no seremos ya los mismos. Allí nos reencontraremos todos nuevamente, para descubrir lo que la ciudad de Córdoba ocultaba, y no supimos hallar en momentos pasados.

Tu pequeña hermana Inesita te llama aún por las noches. Se cruza a nuestra cama como antes corría a la tuya. He tenido que aprender muchos cuentos para reemplazar los tuyos, y hacerla dormir. Ahora me confieso... quizás he temido estos años cuando vivíamos juntas, que ella se te acercara demasiado. Pues yo soy su mamá... Pero encontraba respeto de tu parte y demasiada comprensión. Te alejabas hacia una esquina de la casa contemplándonos, y tu actitud me desconcertaba.

Hoy te aprecio de una manera especial. Recuerdo tus ojos agudos y penetrantes, muy verdes, y me pregunto por qué nos mirabas tánto. Con aquella fijeza que llegaba a atemorizarme. Pero ocupando un solo lugar entre nosotros: el tuyo. Muchas veces me pregunté si aquello no era una expresión de retraimiento, de individualismo. Pero llegué a respetarte también yo, como respuesta.

Te recuerdo como eras muchos años atrás, en mis tiempos de estudiante cuando te llevaba de la mano hacia el Colegio Carbó. Ibas entonces a los grados y yo era tu vecina, que asistía al secundario, tocaba el timbre para buscarte y partíamos juntas. Luego ambas crecimos. Comenzaste también el secundario y yo el profesorado del Carbó, pero igual partíamos juntas todas las mañanas.

Un día pasé la puerta de tu casa. Era el entierro de tu madre. La hermosa mujer, altiva y muy culta. Aquel día conocí a Santiago, tu padre. El te tenía en la falda, presionándote, y aquello me conmovió. Me senté junto a ustedes para acompañarlos, y formamos sin pensarlo ante la vista de todos, y sin proponernos, el cuadro de un hogar. Tiempo después Santiago y yo nos casamos.

Tu padre eligió reciclar su casa renovada para todos. Tu cuarto daba al jardín. Un ciruelo florecía en el fondo. Habías elegido vivir con nosotros, a pesar del pedido de tus parientes por llevarte con ellos. Fue una alegría para él. Un apoyo en la intolerancia de los otros, quienes vieron mal su nuevo matrimonio con una mujer joven. Sin embargo supiste antes que nosotros, prescindir de todos ellos.

Tuve miedo al comienzo —y ahora me atrevo a decírtelo— que tu amor hacia Santiago fuese excesivo y posesivo Que intentaras imponer tu lugar en nuestra vida. Pero me equivoqué. Era la tuya una actitud natural, convivías con nosotros espontáneamente. Tus horas se deslizaban paralelas a las nuestras, sin interrumpirnos. Sólo tus ojos verdes eran una llamarada ¿Qué significaba aquello?

Comprendo en este día que tu alma iba abriéndose al mundo. Observabas nuestra vida como una escena. Estuviste a nuestro lado y nos apoyaste sin pensarlo. Naturalmente. Y tu amistad era la más sana de todas. Eso he comprendido.

Pero nuestra vida allá no gozaba de paz. Las dos familias pusieron sus oposiciones. Yo había encontrado el amor en tu padre, un hombre esbelto, mayor a mí pero aún joven, quien creía estar acabado para nuevos proyectos ....Y no era así... Sin saberlo y sin conocerlo aún, yo llevaba todos los días a su única hija de la mano rumbo a la escuela. Muchas veces durante los recreos de clase, te obsequiaba con un sánguche de mortadela en pan de viena, que tanto te gustaba. Cual si fuera tu hermana mayor. Casi maternalmente. Sí. Era mi voz del destino hablándome.

Cuando me senté al lado de ustedes en aquella tarde de luto, hubiera dudado lograr tu comprensión. Padre e hija parecían unidos en su dolor, y sin embargo se amparaban uno y otro de la soledad. Cuando floreció el amor, sonreíste, sólo hoy día comprendo en todo su valor, la sinceridad que encerrabas. Antes que nosotros, habías percibido el continuo peregrinaje de las vidas. Por una visión interna te limitabas a observar. Podíamos amarnos y gozar de paz. El mundo marcha continuamente.

Amiga Luz, ya hemos emigrado hace meses. El fuego arde en la estufa de piedra. La leña cruje. Inesita corretea por las baldosas de motivos floreados. El invierno aquí es más largo y retarda la primavera que marca el almanaque. Has elegido quedarte allá en la ciudad, terminado tu secundario, como deseaba tu padre. La sierra amaneció hoy cubierta de escarcha. Son las últimas heladas tardías.

Sé que guardas tus minutos como algo propio. Sin embargo, anhelo que en tu vida recojas parte de las semillas que el progenitor ha arrojado sobre la tierra. Porque el amor es el equilibrio de la aguja. Una variedad de tonos opacos y dulces donde los seres colocan su pequeña gota a la evolución, ya que todos debemos impulsar las velas de la Barca.

Con diciembre arribará la pausa del año, el verano, y podremos reunirnos todos para Navidad, día en que festejamos también tu cumpleaños. Ya que fuiste un regalo de Navidad, naciendo ese día. Nuestro cariño va hacia Córdoba como un mensaje conjunto, y te hallará en esa casa amable donde ahora habitas, o entre las calles de los estudiantes.

Inesita te envía este pequeño dibujo que adhiero a mi carta. Tu pequeña hermana pregunta por Luz.”

“María Marta”


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