ACUARELAS COLONIALES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vazquez
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FINAL
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Acuarela Cuarenta
Sobre el paisaje invernal, una paz de eternidad incorpórea, se adornaba de lisura. Neutro el color, desnuda la imagen, sólo el canto persistente del Crispín acompañaba nuestras noches desafiando el ventisquero helado. Solo, solitario en un escenario obscuro y mudo de frío, el pajarillo parecía con su lamento vivenciar un tiempo inmenso.
Los avisperos estaban abandonados y el nidal de murciélagos dormitaba contra la mampostería de la galería. Arrinconando su múltiple maternidad, en aquel sitial abrigado que les ofrecía la techumbre en medio de la noche escarchada. Nos habíamos acostumbrado a compartir con ellos la casa, como un bien común.
Más adelante, llegaba la euforia incontenible de gozar de los frutales primaverales, rebosantes de color y sabor, antes que los pájaros acabaran con ellos… ¡Fuera Crispín!
Quizás la añoranza sirva a la inspiración lírica, pasando por alto la nostalgia que la origina, porque el placer se torna increíblemente, en un recuerdo dulce y melancólico hacia adelante. En una evasión que nos penetra envolviendo las horas y haciéndonos prisioneros de ellas.
Si la nostalgia puede servirme para recrear, y si en ese recreo de lo que fue placer ingenuo, pueril, intenso y delicado, como todo ensueño de la infancia... Porque parecía eterno, sin límites.
Si la añoranza me puede dar la ilusión de volver a nuestros juegos, aunque sólo sea en la inspiración artística de una tarde como ésta. Una tarde de verano. Una tarde de enero de fronda envolvente. Mágica, en su sinfonía de ramas en movimiento. El sol se expande entre las hojas y crece en profundidad alargando las distancias, a medida que ilumina el follaje.
Es tan hermosa esta tarde de enero que me devuelve a los gloriosos eneros de antaño, cuando recorríamos juntos las riberas serranas tapizadas de mica. En una dimensión sin tiempo. En aquella dimensión de la niñez, junto a la Naturaleza...
Cuando nuestra fantasía creciente como el cauce de los arroyos cordobeses, sembró en mi espíritu los placeres luminosos de la estéticos, que habrían de acompañarme siempre, en evocación de nuestra eterna permanencia dentro de mi vida.
Alejandra Correas Vazquez
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