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 ACUARELAS COLONIALES (NOVELA - Rntrega 26)

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AutorMensaje
Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 678
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MensajeTema: ACUARELAS COLONIALES (NOVELA - Rntrega 26)   ACUARELAS  COLONIALES  (NOVELA - Rntrega 26) Icon_minitimeSáb Ago 01, 2020 4:00 pm

ACUARELAS  COLONIALES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vazquez
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LA  BRÚJULA

Acuarela  Treinta


Ignoro por qué mi padre me regalaría una brújula.

Sin duda al elegir un regalo para su pequeña de piernitas largas y delgadas, que apenas podían alcanzar su cintura, con unas trencitas rubias y lacias que me hacían parecer aún más menuda, pensó en mí. Durante su gira por el gran mercado del Alto Perú, lleno de productos exóticos para nosotros…  Pensó en mí precisamente ante la vista de ellos, en un obsequio fabuloso, que él hubiera deseado recibir a mi edad.

Quizás nos vio a los dos hermanos, gurí y gurisa, pequeños y siempre juntos, envueltos en una misma identidad, con el concepto multiplicado que se tenía de nosotros en la casa. Lo cierto es que nuestro padre me regaló a mí: mujer, niña y gurisa... ¡Una Brújula!

Era una miniatura de porcelana en color celeste muy pálido, con forma de reloj, cuya aguja diminuta marcaba letras que yo no sabía aún leer. Dos patitas en los extremos le permitían mantenerse en pie, luciendo su belleza esmaltada. La brujulita fue para mí un reloj de juguete que habría de ingresar en mi Mansión, mi casa de muñecas.

Todavía recuerdo su sonrisa inolvidable, de padre cariñoso, al transponer la puerta de mi dormitorio y entregarme aquel obsequio exótico, que guardé encantada. Quizás, hoy me parece, yo esperaba algún regalo especial en aquel regreso de su viaje, porque se constituyó para mí este presente, en un objeto mágico. Tuve la sensación de que era algo precioso para él y que debía cuidarlo como a un tesoro. Entonces lo coloqué en mi Mansión.

En aquella dimensión infantil donde el mundo real desaparecía, para convertirse en ensueño con un alma nueva, la imaginación de niña superaba lo existente. Y dentro de ello, aquel reloj-brújula de porcelana que me regalara mi padre (cuyo uso yo desconocía por completo) tuvo su lugar elegido entre los muebles pequeños de mi casa de muñecas : Sobre un minúsculo aparador de madera, igual sitio que ocupaba el reloj del comedor en la casa. Jugué con él todo un invierno en la penumbra pálida de tardes nubladas, dentro de la habitación tibia por el brasero de Mamasita Aurora, mientras afuera el río helado escarchaba la tierra. En esos días cuando por el frío nos estaba prohibido correr por los montes.

Una mañana de sol, ya en pleno verano, seco el paisaje con escasez de lluvias, árido el escenario pampeano dentro de la Merced del tío Silvano próxima a la nuestra, y adonde estábamos paseando, nosotros los niños, nos hallábamos allí confundidos con ese escenario plano… ¡Tan diferente a nuestro espacio serrano! Pues desconocíamos aquel terreno, vacío hasta el horizonte, con su falta de quebradas y lomadas. Estábamos pues desconcertados en esa monotonía pampeana. La cual confundía nuestro sentido de orientación, habituados siempre a los detalles y accidentes, que otorga la serranía abrupta.

Eran peligrosas las caminatas y correrías dentro de ese vacío llano. Muy fácil de perderse y extraviarse en la pampa inconmensurable. Compungido ante esto, nuestro invitante, el tío Silvano, siempre incansable y dinámico, habíase hecho cargo de la marcha juguetona de chiquillos que conformábamos. Pues él nos creían en cualquier momento, sin retorno posible. Siendo yo la menor y muy pequeña aún, causaba penurias en los caminantes. El sol caía a pique sobre las cabezas incendiando nuestros rostros. Después de un par de horas la sequedad asfixiaba el aliento, a pesar de nuestros sombreros aludos de paja.

Silvano era hombre de a caballo, tanto como sus peones gauchos. Tenía hermosos pingos peruanos, traídos por él mismo. Pero nos exigía que jugásemos corriendo a campo abierto, para sacudir la inercia dejada por el invierno. Y en aquella longitud lisa y plana, las extensiones se perfilaban homogéneas, hacia cualquier extremo de la visión. El nos acompañaba en un día en caminata, para ayudarnos a conocer esa pampa que nos sobrecogía, en la cual naciera tanto él, como nuestra propia madre..

De pronto detuvo la marcha del grupo preguntándose en voz alta, para sí mismo, la orientación que llevábamos. ¿Dónde estaría el norte, este, oeste, sur? … De improviso tú interviniste metiendo la mano en el bolsillo, sacando un objeto pequeño, mirándolo y volviéndolo a guardar rápidamente.

—“El este está para allá y para allá el norte”— dijiste entonces con gran seriedad

El sol abrasante que tenía ya a todos mudos y enceguecidos, nos obligó al retorno bajo la dirección que indicaste.

Durante la cena de hospitalidad expansiva con que nos homenajeaba Silvano, te preguntó nuevamente otra referencia de dirección. Sacaste del bolsillo tu guía, indicaste el sur o el norte, y como habías puesto la esfera sobre la mesa yo la reconocí :

—“¡Eso es mío!  ¡Me lo robaste!”— grité

Mi reloj en miniatura no tenía la forma de antes. Lo habías tallado por completo quitándole las patas y redondeándole toda la cobertura, para que nadie lo reconociese.

Pero no pudiste evitar que yo lo advirtiera. Y presumiendo que lo haría, antes de que gritara ya lo habías guardado nuevamente en tu bolsillo.
El pleito por mi relojito-brújula nos iba a durar toda la infancia, hasta que crecimos. Yo te lo reclamaría siempre, desde aquella edad en adelante.

Me habías construido un mundo de juguetes hechos por tus manos ... Pero me habías robado la brújula de porcelana que me trajera de regalo nuestro padre. Su magnitud mágica advertida por él, cuando eligió durante un viaje un regalo para mí, había captado tu fascinación. Y tuvo el significado y el dueño final que le correspondía realmente, por esencia y por arriba de la decisión de nuestro padre : era un regalo para un niño varón.

Pero nada habría de evitar nuestra querella, el escándalo que se originó en la mesa y la hilaridad de Silvano ante el hecho, cuando conoció las causas. O las opiniones de los otros adultos que comenzaron a reír. Mi pataleo dolido estaba cargado de gruesas lágrimas, de modo que todos iban a recordar este hecho como un hito recurrente que siempre me molestaría.

Hoy que también yo río, y me causa gracia recordarlo, pienso más que nada  en tu calidad artística. La forma como encubriste mi juguete. El secreto con que lo disimulaste, pasando inadvertido para todos, incluso mi padre. Y yo me enteré recién en ese momento, que era dueña de una brújula, cuando ya no la poseía. Debido al incidente que fue comentado de boca en boca, los mayores se asombraron de la ocurrencia de mi padre que me había regalado a mí, niñita pequeña, un objeto semejante...  Una brújula.

Me regalaste infinita cantidad de obsequios, tanto siendo niños como después, siendo ya crecidos… ¡Pero nunca me devolviste mi brújula!...

Además, jamás volví a verla. Ni los adultos en ese tiempo, exigieron su devolución y yo no comprendí entonces sus razones.

Imagino que mi brújula fue una de tus primeras fascinaciones, y llegaste a ella que estaba cerca de tu alcance, con duda y temor. La tallaste en sigilo como escondiendo un tesoro y abriste un pleito sonoro (larguísimo) que fue parte emotiva y vital de nuestra colorida infancia.


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