ACUARELAS COLONIALES
por Alejandra Correas Vazquez
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LA PROVINCIA del TUCUMÁN
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ACUARELA SEIS
En los primeros días de nuestra infancia cuando nuestro bisabuelo aún vivía, lo podíamos ver replegado en su gran sillón de quebracho rojo mirando impasible al sol naciente, que se elevaba por el cordón de la sierra. Su presencia casi mitológica, daba un acto majestuoso a la Merced.
Había ya entregado a nuestro padre —su nieto— la conducción de la caravana de carretas cuya comitiva iba hacia el Alto Perú todos los años, y que él mantuvo bajo su rigor una vida entera. Los que para él eran aún “sus jóvenes” o sea Tobías y Zenón, su mayordomo y su capataz —quienes doblaban la edad de mi padre— administraban su casa con un celo inigualable ....Y... Sometían a su juicio cualquier circunstancia novedosa.
Sólo Hermenegildo, en la continuidad sin límite del espacio serrano que casi había nacido con ellos, se mantenía intacto como él… desde aquel tiempo. Su tiempo. Cuando los viajes familiares se remontaban hasta Lima, y la colorida ciudad de los Virreyes trasuntaba para ellos, un dejo de Emperadores, ahora lejanos. Como recuerdo simbólico de una vida transcurrida con lentitud, pero que para ambos no había caducado, los veíamos caminar a la par recorriendo los senderos contiguos a la casona, en mañanas heladas y casi sin llevar abrigo.
El Papasito Cirilo significó mucho para nosotros. Fue una de aquellas figuras que aparecen en las primeras horas de nuestras vidas, como si hubieran estado esperando nuestra llegada para despedirse recién, del festín de la existencia. Fue un hombre brillante y esplendoroso, que cautivaba a su .auditorio y alegraba a sus acompañantes con el encanto de su guitarra, su diálogo ameno y comunicativo, sus graciosas anécdotas, su pose hidalga y su orgullo de casta. Su fascinación dejó celebridad y embeleso.
Pero esta imagen múltiple es la que yo conocí por mentas, por la añoranza de los otros. Pues la mía, en la pasividad de mis primeros años de vida es tan sólo, aquélla del anciano tierno y juguetón como un niño. Pero enérgico por momentos como un hacendado, cuando llegaba el momento de decir ¡Basta!. Ya no pulsaba su guitarra y su vista era casi nula. Sus músculos muy tensos apenas le permitían movilizarse. Su imagen patriarcal y elegante, era más simbólica que real, y tenía cierto acento de estatua...
Mi padre le profesaba una devoción absoluta, y la palabra empeñada de su abuelo —en alguna cuita lejanísima de su prolongada vida— fue cumplida por él, con más minucia que la suya propia. Esta era ante todo la Ley sagrada que regía entre nosotros como base de vida, y casi diría, como régimen contractual existente en toda nuestra Provincia del Tucumán : ¡La palabra dada! … Que oficiaba de organismo competente en la dilatada extensión que nos separaba de la Audiencia de Charcas : “La palabra empeñada”.
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La gran provincia del Tucumán tuvo su espíritu de vida, sus anhelos alcanzables a todos, y su estilo propio. Vivió en armonía y felicidad con Lima, la capital del Virreinato del Perú, y estuvo orgullosa de sus Virreyes. Sintió una unción reverente por los miembros de la Real Audiencia de Charcas y fue una disciplinada ejecutora de sus decisiones. ...Pero la gran distancia con el Tucumán y el crecimiento continuo de las Mercedes que iban multiplicándose, fue lentamente creando su propia idiosincrasia. Mientras mantenía un culto afectivo y nostálgico por la alegre Lima de nuestros ancestros,.
¡Lima!.. La cual cada vez más lejana a medida que el Tucumán se iba autoabasteciendo. Que el Alto Perú se volvía más opulento y regio. Que la Real Audiencia de Charcas crecía. Que Chuquisaca imponía su esplendor aristocrático y universitario. Que Potosí acumulaba riqueza y acuñaba moneda. Que Córdoba del Tucumán como sede cultural jesuítica, con su universidad propia, se hacía más importante. Que la industria guaranítica del Paraguay volvíase más célebre y más operativa. Que el Puerto de Arica en el Alto Perú aumentaba de eficiencia, proveyendo de sedas de Manila desde Filipinas y embarcando nuestros cueros cordobeses.
Era como si el indomable Kollasuyo, vuelto a su antigua energía anterior a los Incas, (Principado Tucman), organizara otra vez su nación independiente... Más antigua. Más arcaica que el propio Incario… bajo el amparo cósmico del milenario Tiahuanaco y de las salobres aguas del lago Titicaca.
Prolongación de un imperio milenario, resurrección de un pasado que se remontaba a los orígenes mismos del continente, los nuevos hijos del Tucumán guiados por la sabia administración de Charcas, nos fuimos sintiendo cada vez más autosuficientes,. Con mayor posibilidad de creación cultural. Convenciéndonos día a día de nuestras propias capacidades, bajo la luz misionera y correcta de las Huestes de Loyola.
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Fue condición de toda la gente de nuestra tierra, en esta extensa y próspera Provincia del Tucumán, la de una prolongada vida rayando la centena, o de lo contrario, una vida muy corta. No conocimos la mitad del término. La vida nos llamaba para cumplirla totalmente o para renunciar a ella antes de malgastarla. Conocimos centenarios y nos despedimos de gente muy joven. Pero todos vivieron en plenitud, con esbeltez, con gran ostentación de fuerza y salud.
Los que nos dejaron de improviso, apenas saludándonos y sin darnos tiempo a salir de la sorpresa. O los ancianos cuyo cuerpo envejecido mantenía una mente clara, un discernimiento lúcido, que parecía disociado a su cuerpo inútil. Fue encantador hablar con ellos por sus deslumbrantes memorias, que nos entregaban relatos —como en un juego de colores— de ese pedazo de historia viva que había desfilado ante sus ojos.
Aquéllos que se mantuvieron en el camino siempre plenos y elegantes, remarcando su paso arrogante. Pero cada uno con su estilo. Ya fuese el del gaucho, el del angola o el del encomendero. Además de ello, cada cual lucía con orgullo su atuendo propio, que era distinto en sí mismo. Y en nuestra paz solariega con ese tipo de vida, el devenir augurábales la posibilidad de procrear hijos de temple, como los que esta tierra necesitaba para crecer. Amparados bajo la paciente y amorosa mirada de Inti… el Dios Sol incaico, sudamericano. Su verdadero y único dueño.
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SIGUE