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 UN CASTILLO ENCANTADO

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 678
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MensajeTema: UN CASTILLO ENCANTADO   UN CASTILLO ENCANTADO Icon_minitimeLun Jul 13, 2020 12:00 pm


UN CASTILLO ENCANTADO (El Pabellón de las Industrias)
por Alejandra Correas Vazquez
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Helado...

Helado está el Parque Sarmiento, heladas sus fuentes, su lago Crisol, el Zoológico, el Coniferal, el Teatro Griego, las Sabinas raptadas y los grandes árboles carolinos volcados sobre la avenida del parque. ...Helada está toda la sierra cordobesa hacia la distancia, dejando adivinar entre la bruma de aquella mañana helada, sus crestas blancas de nieve.... Helado está todo ese escenario escarchado y nebuloso, como helado se halla también el interior de tablas en aquel mistérico “Pabellón de las Industrias” con su forma medioeval de castillo encantado. Helado, su antiguo maderamen crujiente y resecado. Helada la arcilla —y las manos moradas de frío— de todos los estudiantes de Bellas Artes que allí se encuentran, en esa mañana helada... ¡CHUY!

Helados están todos aquellos estudiantes de Bellas Artes que estudian en el Pabellón de las Industrias, en este día helado. Pero ellos se hallan felices allí, adentro de ese pabellón de madera escarchada donde se filtra la brisa, donde se filtra la niebla, donde se filtra el gélido parque... Para amasar la arcilla helada y lograr la escultura... Pabellón de madera con diseño de castillo, donde se cristalizan ideas para combinar formas nuevas. Figuras de un mundo complejo con amplitud de espacio. Formas. Colores. Diseños. Tiempo entrelazado, entre pasado y devenir...¡Legendario Pabellón de las Industrias que ya no existe!

El fuego lo devoró con su furia implacable en la década siguiente. Lo redujo a cenizas. Quitó a la entrada ostentosa del Parque Sarmiento su visión romántica de castillo de hadas. Acalló voces y recuerdos. Sueños y ensueños. Fantasmas del Siglo de las Luces vagando por su amplitud. Acalló para siempre sus sonoras e invisibles pisadas. Sombras blancas sin cuerpo. Pasos en el suelo, paredes y techo retumbando sobre el maderamen nocturno… que el incendio llamó a silencio. Pero allí vivieron cien años, desde el siglo XIX al XX. Juego y misterio para estudiantes de Bellas Artes. Magia de un tiempo ido. Gracia de un siglo presente. Alegrías. Amores. ¡Sumas de emociones! Fatigas. Fantasías. Fiestas y farsas ¡Bohemia!

...Viejo...olvidado...perdido... Pabellón de las Industrias : ¡Aquellos estudiantes de Bellas Artes no te olvidamos!

Cuando se abría el Pabellón de madera a las 7 hs de la mañana (mostrando su diseño de castillo encantado) un vapor de hielo arrojábase sobre nosotros, al ingresar allí en los días más severos del invierno. La escarcha parecía pegada a los tableros de dibujo, impresa contra el piso de tablas, fija en esas paredes que parecieran retener allí adentro, toda la helada del Parque Sarmiento... Y las morochas “modelos” que posaban desnudas exhibiendo su tipo indio (de inmensas caderas o flacuras asombrosas) apropiábanse de la única estufita eléctrica. Mientras los célebres fantasmas huían ante nuestra llegada, quienes no éramos en absoluto indiferentes al suceso mítico.

–—¡Yo vi allí uno!—insistíamos
–—¡Es sólo la niebla de este día!–— concluía con mucho disgusto algún profesor

Pero nadie se animaba a quedarse solo dentro de aquel Pabellón de las Industrias. Y el bombero de guardia (Don Bustos) quien tenía su garita estable junto a la galería de entrada, nos relataba por lo bajo y en susurro, pues el director se indignaba con estas leyendas (convidándonos a la vez con su mate tibio y reconfortante en esos días de hielo)... que durante la noche los pasos misteriosos habían caminado con toda parsimonia sobre el piso de madera y continuado por las paredes, hasta desaparecer en el techo. Mientras que el cantinero (Don Vidal) con su rechoncha figura, ponía en duda estas afirmaciones. Es claro, él nunca pernoctaba dentro del Pabellón.

–—Fue importado completo desde Francia, tabla a tabla, con fantasmas y todo—– solían decirnos con ironía los profesores
–—Ustedes se quejan del frío y los duendes del Pabellón, porque son ingratos-— comentaba algún artista visitante sobre nuestra gélida Academia
–—Piensen que sobre estas maderas caminaron Edison y Eiffel, los grandes talentos, los grandes ministros, los gobernantes y reyes de la era del progreso. Los príncipes del Siglo de las Luces.
–—Tocan con sus manos y clavan con chinches sus dibujos, sobre paredes de madera pertenecientes a bosques europeos que desaparecieron sin duda, hace centenios–— insistía otro de ellos con emoción
–—Es una reliquia del siglo XIX—– nos explicaban –—Los demás pabellones de la Exposición de París fueron desarmados. O tal vez fragmentados. Dispersos. Con piezas deambulando por destinos varios.
–—Pero éste está completo. Es único en su tipo—– concluían con acento emotivo, cada vez que venían personajes importantes a conocerlo por dentro
–—Es un depósito de presencias vivas, que hoy ya no están y por aquí caminaron hace un siglo –—insistían con un toque de primor
–—Sí, nuestro gobierno compró esta reliquia trayéndola desarmada y completa hasta el Parque Sarmiento, con fantasmas incluidos...
–—Y quizás pertenezcan a aquellos personajes que cambiaron de golpe la historia del mundo, esas formas blancas que huyen cuando ustedes ingresan—– decían admitiendo finalmente el hecho mágico, como quien admite un hecho real
–—Aquí adentro, donde ustedes pasan tanto frío y pintan sus ilusiones, han sido cambiadas de golpe todas las costumbres del hombre.

Pero nosotros que nos sentíamos allí, en los inviernos crudos, desprotegidos como el hombre en el primer día de la Creación, no palpábamos entonces la dimensión de aquellos prodigios. El Pabellón de las Industrias era una reliquia y también nuestra tortura. Sin embargo lo amábamos. No sabíamos si esos fantasmas eran de Eiffel o Edison, o de alguna ninfa o silfo perdido vagando por la tierra, procedente de épocas célticas o gálicas... con Merlín incluido. O si dentro de nuestro castillo mistérico la princesa Oriana aún clamaba a voces llamando al Amadís de Gaula, para que la rescatase una vez más, de un difícil trance.

Este castillo helado de madera que fuera nuestro, tenía una tónica especial que supimos compartir todos al unísono. Admirábamos su fuerza personal y sus ensueños, como una atmósfera peculiar que procedía del mismo Pabellón y le pertenecía. Sellada en su propio interior, igual que sus fantômas y sus ruidos de pasos misteriosos. Porque las casas antiguas poseen un alma propia, la cual transmiten siempre a sus moradores. Bellezas impresas en sus paredes, coexistencia de maestros y alumnos quienes allí en el Pabellón de las Industrias, vivieron un último tiempo, de una última época, en un último castillo encantado de madera, traído tabla a tabla desde Francia y que perteneció a la Exposición de París de 1890.

Teatro y vida. Color y forma. Historia de dos siglos. De pasado y presente amalgamados. De arte en profusión... Y fue allí, en el Pabellón de las Industrias donde lo palpé con mayor fuerza y se mantiene dentro mío como un recuerdo enérgico, más vital, precisamente...

Porque ya no existe.

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