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 Un Pirata de Barco Carbonero ( Anécdota reeditada Capítulo 2/2 FINAL)

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2 participantes
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Jaime Olate
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Jaime Olate


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MensajeTema: Un Pirata de Barco Carbonero ( Anécdota reeditada Capítulo 2/2 FINAL)   Un Pirata de Barco Carbonero ( Anécdota reeditada Capítulo 2/2  FINAL) Icon_minitimeMiér Jul 08, 2020 9:55 pm

Cuando Estás en un Ambiente Totalmente Desconocido.

El Piloto nos hablaba a gritos, pues el ruido de la tormenta era espantoso, dándonos las instrucciones cómo debíamos abordar esa mole que subía y bajaba con las enormes olas. Dio el ejemplo, explicando que había que mirar “la mole” cuando estuviera arriba y que debíamos calcular cuando la cubierta del barco estuviera a la misma altura que el piso del muelle; bajaba “el muro” y el individuo dio un paso al frente y desapareció en lo que parecía un precipicio. Asomé con mucho cuidado y aliviado lo vi allá, sí, bien abajo, pequeño, haciendo señas con los brazos para que abordáramos la nave enloquecida.
Como prometí decirles la verdad, aquí van los sucesos siguientes. Lizama nos gritó que abordáramos al mismo tiempo … bueno, el que lo siguió fue Del Valle y yo me quedé helado de miedo. Con mucho temor asomé a mirarlos y allá abajo los tres me hacían señas. Cuando subían y estuvieron a mi altura escuché claramente que me gritaron “¡Marica!”; subió el barco y sentí que mi sangre ardía de rabia. Esperé que comenzara a bajar y con decisión, encomendándome a Dios, di el paso.

Francamente siempre he sentido que el Todopoderoso me cuida, pues pisé la cubierta del barco como si hubiera dado un paso dentro de esta habitación. No obstante, los tres habían estirado sus brazos y me tomaron por temor que me fuera de espaldas y cayera al mar.

El olor a fierro oxidado revuelto con el típico de agua de mar, golpeó fuertemente mi sentido del olfato. La lluvia había arreciado y las luces del barco apenas permitían ver torres, escaleras y barandas pintadas de blanco. Se nos sumó un viejo tripulante que se puso bajo las órdenes del Piloto, todo esto a gritos mientras aullaba el viento y sentía que me iba de un lado a otro hasta que logré tomarme de las barandas que se dirigían a una escalera.
Como siempre, ya que era “el último pelo del rabo”, los seguí por los peldaños y entramos a un oscuro pasadizo de peor olor que afuera. Mis temores habían desaparecido, sentía esa ansiedad de actuar como policía y … ¡vaya que me sirvió!
Los dos marinos se detuvieron en uno de los camarotes, todos estaban cubiertos por cortinas oscuras, y con la linterna iluminó el cuerpo de un individuo que estaba acostado sobre un camastro vestido con una camiseta blanca con tirantes, oscuros pantalones y zapatos casi blancos.

Diciendo unas palabrotas, muy molesto por la luz, se puso de pie envuelto en un fuerte aroma a bebidas alcohólicas, y nos enfrentó. Era un hombre de unos cincuenta años de edad, pelo blanco; su estatura superaba a las de mis acompañantes, pero ese instinto de “perro de presa” que adquirí en el poco tiempo que llevaba trabajando como policía, hizo que, sin pensarlo, saltara como resorte sobre el acusado de haber robado las amarras del barco. Con sorpresa noté que mis dos colegas también estaban sobre el ladrón, que lo habíamos botado al piso y que los dos viejos navegantes nos entregaron con rapidez y eficiencia la larga cuerda que portaban. Juanito Lizama, el más fuerte de nosotros, ya le había torcido los brazos y puesto un par de esposas.
—¡Al calabozo con este carajo! — Bramó el Piloto. No recuerdo en que parte de la nave lo arrojamos, en medio de las groserías que gritaba el “pirata”; no fuimos precisamente suaves con él, pues le llovía una “pateadura” compuesta por puntapiés, puñetazos y golpes de nuestros revólveres, que lo acobardaron y dejaron callado.

Debido a nuestros esfuerzos peleando contra el gigantesco navegante, no nos habíamos percatado que la furia del temporal había pasado. Pero un golpe del barco contra los soportes del muelle nos hizo trastabillar y los dos tripulantes que nos acompañaban corrieron a mirar por una ventanilla “ojo de buey”  y volvieron con palabras tranquilizadoras. Había sido una ola grande que hizo golpear babor al barco contra el muelle, pero que “la mar entraba a un período de calma”.

Siguiendo las luces que apenas alumbraban, el Piloto nos habló sin gritos, con sonriendo manifestó que “el peligro había pasado, ya solucionaremos lo de las amarras del buque ”. Con tranquila alegría caminamos hacia el fondo del pasillo y, con sorpresa, noté que la luz era cada vez más blanca. Ante mi mirada interrogadora, el Piloto mostró una simpática sonrisa, extendiendo su mano estrechó la mía con un “ Bien, señor Detective” y saludó de la misma manera a mis colegas. Como autoridad del barco y hombre mucho mayor que nosotros, me cogió de un brazo “Por favor, entremos al comedor, nos tomaremos un cafecito para celebrar esta aventura”.
Me miraba divertido mi rostro sorprendido. Primero porque por todas las ventanillas entraba una luz blanca … había amanecido y la luz del día me hizo sonreír y segundo, porque estábamos en una habitación grande con un largo comedor con las patas de las sillas y de la mesa clavadas o pegadas al piso. Había tazas de humeante café, emparedados con exquisiteces y otras que no logré reconocer.
Nos invitó a sentarnos y a tomar el agradable desayuno. Mientras partía el pan con sus manos, se dirigió a Juanito, un Detective antiguo supongo con unos diez años de servicio.
“Señor, los felicito, una excelente actuación. Creo que también debo felicitarlo por tener dos compañeros tan aguerridos como estos dos muchachos … si me permiten tratarlos así, jóvenes”.

La gentileza del Piloto me llenó de satisfacción, en especial cuando manifestó “ Supieron superar sus temores en un ambiente desconocido”.
Del Valle tomó la palabra, con su voz arrastrada como todos los santiaguinos “ Señor Piloto, segundo de a bordo, si nos mandan al fondo de la mina de carbón … debemos ir y superarnos, si no ¿ para qué diablos serviríamos?”.  Una carcajada de todos, seguramente de alivio también, festejó las palabras de mi colega.

Cuando salimos a cubierta noté que el sol luchaba por aparecer entre los nubarrones. Los chillidos de las aves marinas me impresionaron, pues parecían estar alegres por el fin de la tormenta … o nos estaban aplaudiendo por nuestro triunfo. Mientras subíamos la “escalera de gato” ( de cuerdas) hacia el muelle y así llegar donde nuestro amigo taxista que nos esperaba, comprendí que mi vida de Detective nunca tendría episodios iguales o repetidos. Aspiré el frío aire marino con fuerza y sentí que el vigor de la naturaleza entraba en mí y una profunda alegría me embargaba, hasta casi emborracharme, pues sabía que mi gran Jefe nos iba a felicitar también cuando llegáramos al Cuartel con nuestro prisionero el Pirata.

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


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MensajeTema: Re: Un Pirata de Barco Carbonero ( Anécdota reeditada Capítulo 2/2 FINAL)   Un Pirata de Barco Carbonero ( Anécdota reeditada Capítulo 2/2  FINAL) Icon_minitimeVie Ago 21, 2020 8:05 pm

por fin salimos del tormentón y además salió el sol

Alejandra
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