Capítulo 29: Para siempre—Daniel —le dije parada a unos metros de él, al lado de la cabaña.
Se volvió, por un momento su rostro demudó en sorpresa, luego en confusión.
Secó el sudor de su frente y susurró algo, asumo que mi nombre.
No aguanté mas y me lancé hacia él, hacía sus brazos. Soltó el hacha que traía. En un primer momento no me rodeó con sus brazos, solo era yo sujetándome a él fuertemente, sintiendo su calor. Pero pronto pude sentir sus músculos moverse a través de su pecho, sus brazos me rodearon entonces. Su barbilla peluda rosó la coronilla de mi cabeza y la dejó caer sobre mí, abrazándome fuertemente. Entonces supe que todo estaría bien.
Lentamente nos separamos, levanté la vista, lo tuve tan cerca a mí. Me miró con esos ojos tiernos, se notaba confundido, no me extrañaba. No me esperaba ahí.
No me soltó, ni yo a él, seguía sujeta a su torso, el me rodeaba con su brazo izquierdo, con el derecho levantado me quitó los cabellos del rostro, con delicadeza.
—¿Adri? —susurró—. ¿Qué haces aquí? —preguntó con una media sonrisa y el ceño fruncido.
—Daniel —susurre también—, tenía que hablar contigo.
—Pero… Esto es una verdadera sorpresa, yo…
Me acerque con todo el cuerpo, me empine sobre la punta de mis pies para alcanzar sus labios. No aguantaba más necesitaba besarlo, entregarme en un beso apasionado, sentir su corazón latir junto al mío otra vez. Estaba a solo centímetros de sus labios, casi podía sentirlos, pero se apartó de mi moviendo el rostro a un lado.
—Adriana… No puedo —me dijo.
Abrí los ojos, no entendí que sucedió. ¿Me rechazó? Me aparté un poco de él, me solté de su torso. Él dio un paso hacia atrás y secó el sudor de su frente, me miró confundido. Luego volvió la vista hacia la cabaña. Yo volví la vista también.
Ahí bajo el umbral de la puerta, cubierta solo con la camisa a cuadros azul, a medio abotonar, cubriéndole solo lo necesario y sin prenda alguna más de pies a cabeza, se encontraba Dalia, arreglándose un poco el cabello, observándonos con aire de confusión en la mirada.
—¿Todo bien, Dany? —preguntó.
Me sentí avergonzada. Retrocedí unos pasos y arreglé mi cabello, nerviosa.
Daniel asintió y respondió:
—Si. Todo bien, Daly. —Sonrió—. Es… Mi prima. Vino de sorpresa —le dijo.
—Oh… Adriana —respondió la joven ingeniera desde su lugar.
Me volví medio cuerpo y saludé con una sonrisa.
—Hola… ¿Cómo estás?
—Bien… —respondió.
Era una escena incomoda, realmente muy incómoda. Nos quedamos en silencio unos segundos. Creo que esperamos que alguno tomara la palabra, finalmente fue ella.
—Dany, iré a ducharme… ¿Por qué no pasan a conversar? —sugirió.
—Creo que —me miró y luego volvió la mirada a Dalia— sería preferible ir a dar una vuelta por la ribera del lago, si no te molesta, mi amor —le dijo, mi corazón se estrujó.
Dalia se encogió de hombros y me sonrió.
—No hay problema. Adriana, un gusto verte. ¿Te quedas a almorzar? —preguntó.
—No lo creo —respondí—. Solo vine… a saludar un momento.
—Aw… Que lastima. Bueno…Un gusto verte.
—Igualmente, Dalia.
Ella entró en la cabaña, me quedé frente a Daniel un instante. Fue muy duro. Pensé en irme corriendo, me sentí tan ridícula, tan absurda. Todo estaba hecho ya, ya no había más que hacer o intentar. Pero respiré profundamente. Mi primo se me acercó unos pasos y me tomó por los hombros, me sonrió.
—¿Vamos a dar una vuelta? ¿Te parece?
Le evadí la mirada, me sentía muy avergonzada, el me cogió con delicadeza la barbilla y volvió mi rostro hacia él. me sonrió nuevamente. Quedé presa de su mirada, solo puse asentir.
Caminamos en silencio por la ribera del lago, caminos algunos minutos, lejos de la cabaña, yo lo seguía a él, caminábamos lentos. Seguramente pensando en que nos diremos al detenernos. Eventualmente, volvía la vista y me sonreía, me esperaba y continuábamos. Finalmente se detuvo cerca del viejo tronco quebrado, un enorme tronco a unos metros de la orilla del lago, que fungía de asiento y perfecto punto de visión del lago. Desde ahí aun se podía ver la cabaña a lo lejos. Se sentó y con la mirada y unos golpes al tronco me invitó a ir con él y sentarme también.
Me dirigí lentamente y me senté junto a él. No podía evitar mantener mi cara de tonta, de avergonzada, de ridícula. Me sentía tan pero tan avergonzada, que los calores los tenía en el rostro. Me senté en silencio, no dije palabra alguna o hice comentario alguno. Solo nos sentamos ahí algunos minutos, apreciando la belleza del paisaje.
Lo escuché suspirar algunas veces. Finalmente rompió el hielo.
—No esperaba verte tan pronto, Adri —me dijo.
Lo miré de reojo y asentí.
—Lo sé —mascullé—. Creo que no fue buen momento, ¿verdad?
Sonrió sin verme al rostro, mantenía la mirada en el horizonte.
—Nunca es mal momento para recibir una visita, Adri. Más aun si se trata de alguien como tu —volvió la vista hacia mí—. Es solo que no pensé que regresarías a Santa Laura tan pronto. Pensé que… Estarías muy ocupada, ya sabes.
—Yo… Me enteré de que fuiste a verme a mi edificio, Daniel. Fuiste y te encontraste con Kevin. Quería venir a decirte que todo lo que te dijo ese hombre… No es verdad. El es un loco, inestable y mentiroso. Ya no esta más en mi vida. Fue un error… Quiero que sepas que he cometido muchos errores, Daniel.
No me dijo nada. Daniel solo volvió la vista y se quedó en silencio. Sonrió y asintió.
—Yo lo sé, Adri. No le creí una sola palabra de lo que intentó decir.
Fruncí el ceño, confundida, sorprendida. No lograba entender muy bien lo que me dijo. ¿Cómo que sabia que no era verdad? ¿Entonces?, pensé.
—No te entiendo… ¿Entonces por qué… ya no me hablaste más? —pregunté.
Parpadeó unas veces, suspiró y volvió la vista hacia mí.
—Jamás le creería las idioteces que dijo ese tipo. Se notaba inseguro, enamorado, solo quería alejarme, seguro pensaba que era una amenaza. No le di importancia a las cosas que según el tu dijiste. Yo las viví contigo, Adri. ¿Cree que no sabría reconocer los sentimientos? Aquello que sentimos esa semana fue especial, fue único. Aparte te conozco, en la vida dirías esas cosas.
—¿Entonces? —cuestioné.
—Pues entre todo lo que dijo, algo si era cierto. Solo algo, que me hizo pensar. Cuando dijo que, si seguíamos soñando con imposibles, no podríamos ser felices en la realidad. No lo dijo así, pero es lo que me dio a entender. Me dijo que el era una realidad, y que yo era una fantasía. Pensé en eso. Tenía razón.
—Daniel…
—Espera —me dijo sonriendo—. Me di cuenta que teníamos que volar. Que en realidad estaba muy ilusionado contigo, Adriana. No tiene sentido ocultarlo. —Se encogió de hombros y sonrió—. Yo estaba enamorado de ti. —Lo dijo en pasado y mi corazón se detuvo, sentí tanto frio—. Y en serio me estaba cegando a algo más… A algo más posible. No quiero decir, real; por que lo que viví contigo, para mi fue muy real. Mucho mas real de lo que pude vivir en mucho tiempo.
—Igual lo fue para mí, Daniel —Afirme.
—Cuando te llamaba, cuando hablamos por mensajes, cuando me llegaba un mensaje tuyo, eran los únicos instantes donde sentía que latía mi corazón. Cuando no escribías, sentía soledad en mí, sentía tristeza, angustia, celos. Celos… Pensando que quizá amarías a alguien más. Tenía que tragarme todo eso. Pensé muchas veces en confesarte esto que sentía, pues fui cobarde y no te lo dije. Pensaba en que no importaba. Me dijiste que siempre seremos primos, familia, que podríamos herir a mucha gente, a nosotros. Finalmente fue verdad, dolía muchísimo estar enamorado y no poder... Abrazarte, besarte, hacerte el amor.
—Daniel… No. —Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, la voz se me quebraba de solo intentar vocalizar.
—Tranquila —me dijo, colocó su mano sobe mi hombro y presionó con suavidad—. Cuando fui a verte había decidido serte franco. Había decidido confesarte que te amaba. Decidí sorprenderte y pues… Que sea lo que Dios quiera. Si me aceptabas, pues dejaría todo para estar a tu lado; si me decías que no, volvería a mi vida; en cualquiera de los dos casos, no me quedaría con la duda de que puso pasar. Habría sido sincero conmigo, contigo. Cuando llegó Kevin, y me detuvo, me di cuenta que ya tu habías decidido y que posiblemente pude ser, sin querer, un obstáculo para que seas feliz. Y si algo yo deseo es que seas tu feliz. Y aunque todo lo que dijo me pareció una reverenda idiotez, en algo tuvo razón ese sujeto.
Suspiró profundo y volvió la mirada al horizonte, en dirección a la cabaña. Me soltó el hombro y me dio unas palmadas en la pierna, luego trocó sus manos, descansando sus codos sobre sus rodillas, inclinándose cómodamente hacia delante, con una actitud más relajada.
—Cuando volví —retomó su narración— me encontré con Dalia. Me la tope en el tren de regreso. ¿Gracioso no? Ella había ido a ver a su mamá. Nos encontramos y regresamos juntos. Se sentó a mi lado, le conté a lo que había ido, me aconsejo muchas cosas. Me di cuenta de que era una buena chica. Yo no sabía o no me di cuenta de que yo le gustaba. Hasta que la invité a salir y me di cuenta de que la pasamos muy bien. Me dijo muchas cosas, me di cuenta que ella me gustaba también, que teníamos tantas cosas en común… —Sonreía como bobo mientras me contaba lo sucedido—. Comenzamos a tomarnos muy en serio lo que estábamos haciendo. Tanto que le confesé a mamá lo de Cecilia, sentí que era hora de acerco, pues quería contarle lo de Dalia. Así lo hice. Mamá al principio se enfadó, pero de ahí se alegró de que fuera feliz yo.
Volvió la vista a mí y me sonrió. Secó con cuidado mis lágrimas. Traté de sonreír, quería sonreír. Lo que me contaba era bueno, era lindo. Tenía que estar feliz, yo quería que el fuera feliz. Y esa mirada, que la había visto conmigo, ahora la veía para ella. Y ella es buena. ¿Por qué me sentía tan mal entonces?
—No creas que eso —continuó Daniel— hizo que me olvidara de ti. Solo pensé que era mejor que, al igual que yo, disfrutaras de una relación libre y tranquila. Concentrada solamente en esa persona que elegiste. Y si resultaba algo bueno de eso, te sintieras feliz y libre de compartirlo. Esperaba que un día me llamaras y me contaras sobre ese amor nuevo que conociste, sobre ese chico especial. Me contaras todo lo bonito que han pasado juntos. Quería, realmente, que eso pase. —Suspiró, su rostro demudó en un gesto de seriedad—. Pero que estés aquí, así, y me digas estas cosas… —negó con la cabeza—. No me hace sentir bien. Lamento lo que sucedió con él.
Me abracé a del de un rápido movimiento. El me rodeo con sus brazos, me apretó fuerte. Las lágrimas brotaban de mis ojos, recorrían mi rostro y humedecían su pecho. No me dijo nada más, solo me abrazó fuerte y acarició mi espalda. Pegó se rostro a mi cabeza y me susurró con voz dulce: «Todo estará bien, Adri». Yo lo apretaba con todas mis fuerzas contra mí.
Tenía una gran mezcla de emociones en mi corazón y en mi cabeza. Me alegraba, realmente que sí, que este feliz, enamorado; pero, por otro lado, sentía que lo había perdido para siempre. No podía reprocharle eso, no tenía derecho. Por mas que las lagrimas brotaban de mis ojos, mis labios dibujaban una ligera sonrisa. Pues sabía ahora que el si me amaba, y que quiso sacrificar lo que sentía por mí. Fue lo correcto, fue maduro de su parte, fue lo mejor. Lo que sucedió después no fue culpa de nadie, mas que mía. Ahora el tenía una buena mujer que sin duda lo ama y que estoy seguro lo ama siempre. Conmigo, conmigo siempre tendrá aquello que nunca podremos borrar, siempre seremos familia, siempre será mi primo y siempre tendremos aquella semana que nos enseñó muchísimo.
Me calmé y nos separamos lentamente. Secó mis lagrimas con sus dedos, con mucho cuidado, manteniendo una sonrisa en los labios bajo ese frondoso bigote. Me arregló el cabello y me tomó por el rostro. Me sonrió y acercó sus labios a mi frente, dándome un tierno beso.
—Siempre voy a quererte, Adri. Para toda la vida —susurró.
—Y yo a ti, Daniel. Para siempre.
Le sonreí, con los ojos vidriosos, riendo nasal y en golpecitos como tonta. No podía controlarlo. Nos abrazamos y nos echamos a reír como un par de locos ahí al lado del lago. Nuestra risa tonta se escuchaba en todo el bosque, sobre el lago, entre los matojos, recorriendo el viento; se alejaba en la distancia, hacía eco en aquel hermoso lugar, en el cual siempre vivirían aquellos recuerdos de él y yo. Aquel lago donde todo comenzó con un dulce beso y ahora acababa con un fuerte abrazo y unas risas tontas.
Regresé con Fernando. Daniel me invitó a quedarme a comer, que le dijera a mi amigo incluso, pero no, no quería interrumpir. Entendió y me dijo que le había gustado verme nuevamente, y que esperaba que, en unos meses, en año nuevo, pudiera volver. Le dije que no se preocupara que ahí estaré. Le dije que me despidiera de Dalia y que me disculpara, por si vio algo que puede hacerle pensar algo malo, me dijo que todo estaba bien. nos abrazamos por ultima vez y me dirigí donde Fernando. Daniel lo saludó blandiendo el brazo sobre la cabeza, Fernando le respondió igual.
—¿Todo bien? —preguntó Fernando ayudándome a llegar a lo alto de la pendiente.
—Todo está bien, amigo —respondí sonriendo y llegando a la trocha—. Es hora de volver. —Me volví y vi a Daniel ahí, cerca de la cabaña, despidiéndose de mí sacudiendo la mano, hice lo mismo.
Dalia salió por la puerta trasera, esta ves vestida y se acercó a él. Daniel la rodeo con su brazo y ambos se despidieron de mí. Yo me despedí de ellos sacudiendo mi brazo sobre mi cabeza, con una sonrisa, una sonrisa sincera. Me alegraba mucho ver a Daniel feliz otra vez. Fernando encendió el auto, abrí la puerta y nos fuimos de ahí.
De regreso por la carretera, camino a Catalina, Fernando, quien se había mantenido en silencio, me preguntó si me sentía bien, la respuesta a esa pregunta fue clara y contundente:
—Me siento muy bien —respondí con una sonrisa, una sonrisa genuina, sincera.
—Eso me alegra, Adriana —me respondió sonriéndome.
—Creo que después de todo… Fue lo mejor, Fernando —continué—. Daniel es feliz. Va a serlo por mucho tiempo, algo me lo dice, amigo. —Volví la vista hacia él, conducía, me miró de reojo—. Tengo ese presentimiento. Creo que ambos hemos aprendido mucho en este tiempo. me siento feliz. Me siento feliz por mi primo.
Fernando sonrió.
—Te dije que cuando los sentimientos son verdaderos, lo que queda al final es siempre satisfactorio, siempre nos hará felices. Me alegro también por tu primo, y me alegro por ti, Adriana. ¡Diablos!
—¿Qué pasa? —pregunté extrañada.
—Olvide el queso y el pan de uvas… —Chasqueo la lengua—. Tendré que comprarlo en el super mercado.
—No, creo que hay algunos puestos de carretera, antes de salir de Pinedo. Seguro encontramos algo ahí. Solo debemos desviarnos un poco por el camino rural. Recuerdo que papá nos llevaba por ahí cuando volvíamos. No creo que nos perdamos.
—Muy bien. Entonces vamos por ese queso y ese pan. En el camino, me tendrás que contar que hablaron tu primo y tu en el lago. Recuerda que será el clímax de mi novela.
—¿No puedes imaginarlo? Creo que tienes suficiente material —dije sonriendo.
—Vamos, ahórrame el trabajo. Recién llevo unas treinta páginas, es mucho trabajo.
—No. Quiero ver que te imaginas. —me crucé de brazos, divertida.
—¿Así estamos entonces? —dijo fingiendo indignación—. Nunca mas vuelvo a llevarte de paseo a provincia.
—Ok, ok. Voy a contarte… No seas tan resentido.
—Y vas a pagarme el combustible también.
—¡¿Qué?! —Reí.
—Claro… tan bueno tampoco soy. —Comenzó a reír.
—Entonces no te dejaré usar mi vida para contar una historia… ¿Qué tal esa eh? —amenacé divertida.
—¿Ah sí? Pues de por si es muy aburrida… He tenido que meterle dragones y brujas.
—Estas loco… —Me hizo reír.
Reímos mucho el resto del viaje de vuelta. Volví a Catalina satisfecha, conforme, sin rencores, sin miedos ni dudas. Me sentía realmente feliz, por él, por mí. Esa conversación con Daniel había logrado limpiar mi consciencia, mi corazón, mi mente. Ahora me sentía como una mujer nueva. Creo que finalmente podría decir que me sentía estable. Y tengo que decir que se siente… Fabuloso. Solo podía agradecerle a Daniel. Agradecerle y desearle que cuide mucho eso tan hermoso que está naciendo entre él y Dalia.
No tengo que decir que cuando le conté todo esto a Soledad me dio un sermón, pero bueno eso era de esperarse, me lo merecía. Al final se le pasó el coraje. Ella nunca se rinde conmigo. Ahora, pues la vida sigue. Un capitulo acaba y comienza otro.
Capítulo 30: cuando menos lo imaginasDos meses pasaron desde mi última visita a Sta. Laura. La vida ha seguido de lo mas normal. Hice algunos cambios en mi horario del hospital, pues comencé a estudiar una maestría, quiero seguir avanzando en mi línea de carrera. Soledad también se inscribió, así que estamos estudiando juntas nuevamente los fines de semana. Hemos conocido nuevas amigas de otros hospitales, nos estamos divirtiendo y aprendiendo mucho.
Fernando, Soledad y yo nos vemos algunas veces al mes. Nos vamos a beber algo, a baila o a comer, algunas veces en casa de él, otras veces en mi apartamento. Seguimos siendo buenos amigos los tres. No acabó aun el libro, por cuestiones de su trabajo, pero esta avanzando poco a poco, he leído los borradores y debo decir que no hay dragones ni brujas, pero esta quedándole muy bonito. Ya quiero que lo acabe para poder leerlo y mandárselo a Daniel, se que lo leerá y le encantará, Fernando lo ha puesto a el como el galán, seguro se sentirá alagado.
En tanto a Daniel, pues nos comunicamos muy seguido, me escribe contándome como le va con Dalia, me envían fotos juntos. Están muy enamorados, disfrutan mucho trabajar juntos, son el uno para el otro. Mi tía esta muy feliz con su nueva nuera, aunque suene medio extraño, se llevan muy bien. Las veces que he llamado a mi tía siempre me habla maravillas de ella. Me siento muy feliz por Daniel. De verdad que sí.
No he vuelto a saber nada de Andrés, su hermana me contó la ultima ves que hablamos que estaba pensando irse fuera del país cuando nazca el bebé, hasta donde supe todo estaba yéndoles bien. Yo feliz por ellos, no les deseaba nada mas que felicidad. Con respeto a Kevin, pues no lo he vuelto a ver, ni saber de él. Supongo que se regresó a Valladares, ahí tenía proyectos. Espero que haya conseguido ayuda. Mientras no se acerque a mí, que haga lo que desee.
En cuanto a mí, me pasó algo interesante hace una semana. Me encontraba en el segundo piso de emergencias, estaba llevando unos archivos cuando sin querer tropecé con un doctor. Me hizo tirar mis papeles y muy amablemente me ayudó a recogerlos. Era muy atractivo, muy lindo, me pareció conocido. Pensé que era normal, pues veía a muchos internos por emergencias. Hasta que él me dijo:
—Yo la conozco, enfermera. —señaló entornando los ojos, como buscando en sus recuerdos.
Me puse de pie, el también. Era bastante alto.
—Seguro nos hemos visto por aquí… Tengo varios años en emergencias, doctor —le dije sonriéndole.
Me sonrió y se cruzó de brazos, escudriñó mi rostro, levantando una ceja
—Estoy seguro que te conozco… —Miró mi gafete—… Lic. Mendoza. La he visto en… ¡Ya me acordé! —Enfatizó y se echó a reír—. ¿No se acuerda de mí? —preguntó.
Primero pensé que se trataba de un truco para acercarse a mí, algunos medico suelen ser bastante coquetos con las enfermeras, no era la primera ves que me topaba con uno que trataba de hablarme o confundirme para invitarme a salir. Con la salvedad de que este doctor me parecía realmente atractivo, pero no me parecía conocido.
Negué con la cabeza y sonriendo algo nerviosa.
—¿De donde lo conozco, doctor? —pregunté.
El doctor se acercó a mí, y llevó su rostro cerca de mi oído, me sonrojé un poco, debo admitir, entonces me susurró:
—Sobredosis de morfina…
Casi me muero de la vergüenza. Realmente me puse roja, no eché vapor por las orejas porque no es físicamente posible, pero nunca me había sentido tan avergonzada.
—Doctor… Yo… De verdad, no fue… Yo… —Balbuceé nerviosa.
—Tranquila —me dijo sonriendo—. Tu amiga me explicó aquella vez. Cualquiera puede cometer un error, mas aun si estabas bajo mucho estrés, como me dijo. Le sugerí que tomaras vacaciones. Está bien, mírame estoy vivo.
—Ay, de verdad lo lamento… —Vi su gafete—. Doctor Albares. Le juro que soy muy buena en mi trabajo, es solo que estuve pasando por…
Me interrumpió.
—No tienes que explicar. Yo se que eres muy buena —me sonrió—. Pero más bien, he estado buscándote. Porque creo que me debes mínimo… Una cena. —Se encogió de hombros.
—¿Una cena? —dice confundida.
—Si. Creo que sería lo justo.
—Claro, yo le invito —le dije.
Negó con la cabeza.
—No. Creo que no me expliqué. Quiero que me acompañes a cenar. ¿Qué dices? —me sonrió.
No pude evitar sonrojarme al ver su linda sonrisa. Que tonta, no se me quitaba esa manía. No había podido controlar el sonrojo cuando me pongo nerviosa. Lo miré y le sonreí.
—Está bien —respondí—. Será un gusto, doctor.
Me alargó el brazo.
—Me llamo Esteban. Dime Esteban.
Le estreche la mano, presionó suave, pero con seguridad.
—Mucho gusto. Yo soy Adriana.
—Un placer, Adriana. —Me sonrió—. Mi turno acaba en dos horas. ¿El tuyo?
—En dos horas también.
—Fantástico —enfatizo—. Te buscaré en la sala de enfermeras. —Miró su reloj—. Tengo que ir a ver una paciente. —Retrocedió unos pasos de espalda—. ¡Te veo en dos horas, Adriana! —exclamó y se fue por el pasillo.
—¡Te veo en dos horas, Esteban! —respondí con una sonrisa.
Hemos estado hablando estos días. Es un chico muy divertido, inteligente, es pediatra. Le encantan los niños y es muy querido en el hospital. Soledad me dice que le cae muy bien y que tenía suerte de que el me haya encontrado antes de que ella lo encontrara a él. lo dice de broma evidentemente, esta muy feliz por mí. Le comenté a Fernando y a Daniel, ambos coinciden que parece un gran muchacho. Me gusta mucho, nos vamos conociendo y quien sabe, quizá nazca algo lindo de este encuentro.
Si algo he aprendido en este tiempo es que, como dice el libro, nadie puede culparnos si por un momento soñamos.
FIN.
Franck Palacios Grimaldo
17 de abril de 2020
Dedicado a AGF, por la inspiración.
Esta historia es mi forma de homenajear a Guy de chantepleure y a su obra que mas a influido en mi a la hora de escribir novelas: Mi conciencia vestida de rosa.