La coneja

Termino un enésimo punto final de la novela que trabajo hace ya ocho meses y, como advirtiendo mi liberación del texto, se acerca la coneja a demandar caricias. La levanto, la dejo en mi regazo y le pregunto —que lance la primera piedra quien nunca le habló a su mascota— si acaso sabe que está entre los personajes de la obra en construcción. Ella, claro, no responde; me mira con sus ojos saltones y la naricita que palpita como un corazón. Entonces, mientras la acaricio, pienso que le es tan inalcanzable saberse en una novela como para mí lo es el sentido del universo, la existencia, la muerte; y me reprocho esa pregunta antropocéntrica, casi como jactancia de una capacidad intelectual que la coneja no puede ni podrá siquiera sospechar, porque al fin y al cabo, pienso, seré yo otro animal en esta realidad de la cual casi todo se me escapa, en la que nado y nado sin tierra a la vista; seré yo otro animal que ignora—sin saber que ignora— verdades superiores que quizá me pegunten aquello que jamás podré contestar.

Hace rato Ivo no leía algo tuyo.

Muy buen texto que parte de la cotidianidad de nuestras vidas. La conexión "perfecta" que existe entre los animales y sus dueños. Además está plasmada en el texto. Qué bello.

Felicidades

Un análisis filosófico sobre la vida o el universo a partir de la relación del autor con la mascota. Siempre hablo a los gatos y perros, creo que ellos se sienten bien, y a mi me libera porque puedo expresarme, aunque no nos entendamos.
Nilda