El cielo es de tinta china.

En un verano de 1857, estando en Europa, decidí viajar a China porque tenía demasiada curiosidad sobre cómo se llevaría el estilo de vida allí. Yo era una joven de 16 años y mi padre me quiso acompañar, trayendo consigo todos sus ahorros. Un día de Abril, partimos en un hermoso globo que mi madre había cosido. Durante el recorrido vimos un paisaje maravilloso, todo era tan diminuto desde allí arriba que se sentía como estar por encima del universo. Viajamos por cinco largos meses, y al llegar probamos toda clase de comida: pollo, ciervos, conejos, patos y gansos que le hicieron muy bien a mi estómago. Los días pasaron y una vez nos invitaron al mar; en cada ocasión en que éste se balanceaba, traía consigo una enorme cantidad de peces que eran atrapados para el consumo.

Estando en plenas vacaciones, nos encontramos con Marco Polo, mi amigo de 17 años. Como nuestra idea era la de conocer cómo vivían y cuáles eran las costumbres de los chinos, fuimos a un tour en su compañía. En el trayecto nos comentaron que la ciudad poseía más de 12.000 puentes de los cuales la mayoría eran fabricados en piedra, conservando una forma arqueada para atravesar extensos canales y calles por las que pasaban los carruajes. Dentro de poco nos montamos en uno de esos que eran útiles en el transporte de mercancías, sobretodo por la ruta de la Seda que conectaba a China con Asia central y Roma; y había sido empleada en el s.II a.c. con el propósito de crear una línea de defensa. Pasando por el mercado, compramos oro, marfil, corales, paños de lana y textiles para llevar de recuerdo. De China exportaban a Europa pieles, cerámicas, bronce y seda.

En medio de estos recorridos, los habitantes de la región fueron amables y nos reiteraron que su ideología se centraba en infundir una conducta de aceptación y ser muy pacíficos. Para el año de 1200, su cultura era mucho más desarrollada que la nuestra, pues recibían mayor capacitación para investigación y la ciencia. Más adelante, para imaginarnos cómo era allí el ejercicio de la política, visitamos el imperio de Qin, el primer emperador que se nombró a sí mismo para que sus próximas diez mil generaciones ascendieran al gobierno. Qin, como nos contaron, adquirió su poder por haber vencido en las guerras y por aprobar la fundición de sus armas para crear doce estatuas ornamentales en el imperio, la circulación de pequeñas monedas de cobre con un hoyo en el centro, y la construcción de canales de riego para ayudar a la labor de los campesinos.

Semanas más tarde al visitar una aldea, los campesinos nos demostraron ser hábiles en el manejo de los conceptos asociados con la jardinería. Nos dimos cuenta de que conocían muy bien el suelo, el clima, los tipos de plantas y fertilizantes. La aldea se componía de núcleos familiares y la armonía reinaba. Los ancianos eran muy sabios y bien posicionados para dar consejos a quien los pudiera necesitar. No obstante, el gobierno les exigía impuestos a todos, así que igualmente debían trabajar duro para mantenerse.

De su interés en aprovechar la tierra, resultó el calendario campesino dividido en doce meses. Como nos lo señalaron unos gráficos que encontramos, en el primer mes, los niños iban a estudiar y sus padres transportaban bambú, pinos y robles. Era época para sembrar melones, calabazas y ajos; en el segundo mes, ofrecían puerros al amo de la tierra y rezaban; y en el tercer mes, araban las tierras.

Estábamos en el quinto mes, momento en que hubiera sido preciso que les brindáramos nuestro apoyo en la recolección de las cosechas antes de que se acercaran los tiempos de lluvia. De acuerdo con sus principios de conducta, pronto las mujeres hilarían textiles, y confeccionarían ropas para adorar a los espíritus de las estaciones mediante el sacrificio de los cerdos. De este modo, no tendrían enfermedades en el noveno mes, y en el décimo ocuparían su tiempo en la extracción del cáñamo. Por último, estarían en días de purificación y alimentación para poder cuidar del ganado.

En una mañana soleada, uno de los guías nos explicó que desde el primer gobierno en los rincones de los caminos de Xian, la capital, se presenciaban castigos severos (amputaciones, marcas con hierros y mutilaciones.) para quienes desobedecieran las leyes.

El poder de Qin fue demostrado en su tumba; ésta tiene un mapa de China con todos sus ríos y ballestas para ser disparadas a los saqueadores. Sus pasadizos secretos sólo eran conocidos por los artesanos, quienes habían hecho su diseño por encargo del emperador. Algo impactante fue haber visto 4 fosas que componían un oscuro laberinto subterráneo: la primera era de mayor tamaño y tenía figuras de militares, que parecían no aguantarse las ganas de cobrar vida y salir a atacarnos; la segunda tenía forma de ele y muchos jinetes de arcilla con la mirada perdida en el firmamento; la tercera, un comando de soldados desdibujados por el tiempo; y por último, una que estaba vacía y encerraba un silencio inspirador.

En una placa leímos que Qin había tenido diversos caprichos, uno de ellos fue la gran muralla que se elaboró estratégicamente para defenderse del pueblo nómada en la cima de una montaña y cerca de los valles. Su construcción duró 7 años y fue con materiales de piedra y arcilla, arreglados por los esclavos, excepto en las regiones de las torres de vigilancia, cuya esencia no logramos averiguar. Desafortunadamente, no terminamos de recorrer la muralla, debido a su extensión. Dormimos un rato y soñé con Confucio, con algunos parajes que me remitían a lo que había significado su paso por estas tierras…

Él vivió antes que Qin y dio a China sus ideas en épocas de guerra; durante 14 años solicitó la paz y dedicó su vida a enseñar cómo los hombres podían entrar en un diálogo equilibrado con sus semejantes y con la naturaleza. Qin mandó quemar sus libros porque decía que la verdadera sabiduría no residía en los restos del pasado sino en las aventuras del presente; aún así, como lo pude confirmar cuando me desperté, sus habitantes siguen creyendo en algunas teorías, rescatadas por la tradición oral, que son congruentes con hacer del amor un camino para la felicidad y la cooperación para el proceso de iluminación de todos los seres vivientes.

Confucio, creador del Taoísmo, decía que los hombres debían hallar su Tao o camino y un plan en el cosmos, del que eran parte y todo, para que los acontecimientos siguieran su adecuado curso. Así, también enseñó el Budismo, que consistía en vivir la creencia de que la existencia espiritual continúa después de la muerte y de que es posible reencarnar en otro ser superior o inferior, según los actos realizados. Era un grave error entonces, dar muerte incluso a un insecto, porque se enfrentaban a los mandatos de la religión popular, cayendo en el desacato de “las mejores palabras.”
Cuando el sol comenzó a esconderse, ingresamos a una tienda de antigüedades en la que nos mostraron inventos como el papel del s.II, la brújula del s. IV, la imprenta de los s. VIII y IX, la carretilla de mano, unas de las primeras sombrillas, el puente de arco y la pólvora, entre otros artefactos que Europa adoptó después.

Así mismo, había gran variedad de cometas, fabricadas de seda y bambú, que servían tanto para asustar a los enemigos, como para enviar mensajes a distancia y divertirse con sus formas bailando en los concurridos campos. Al ver este conjunto de fabulosas máquinas y objetos delicadamente decorados, se nos ocurrió llevarle un recuerdo a mi madre, que aguardaba la hora de vernos con paciencia. Compramos una gran cometa en forma de dragón, de color verde, que llevaba una extensa cola roja, y resultó abarcando toda la superficie del piso de nuestro globo.

Enseguida miramos detenidamente al cielo y como mi padre advirtió que era tiempo de regresar, invitamos a Marco Polo a viajar con nosotros para que escribiera durante el vuelo nuestras impresiones sobre las costumbres legendarias de China. De esta forma, después de otros largos cinco meses, llegamos a casa con muchos objetos para mostrar y retazos de una cultura para compartir.