Goliath, un Hombre que Asustaba.

Cuando escribo hechos reales, trato de relatar lo más verídico que puedo y conservar la cronología de los mismos. Sé que no parecemos Detectives de películas, pero … fueron anécdotas verdaderas.

Trabajaba en el Cuartel de la Policía de Investigaciones de Coronel hacía casi un año, mi Jefe, que ya tenía confianza en mi capacidad como Detective, me ordenó fuera a buscar a un delincuente de baja monta en compañía de mi compañero y amigo Alexis “Chico” Guzmán. Esta vez contratamos un taxi, conducido por un chofer muy alto y fuerte, ya que no teníamos patrullera.

El objeto era ir a buscar desde un pequeño Cuartel de Carabineros en Schwager a un delincuente de poca monta, dedicado a robar aves de corral o ropas tendidas a secar y así poder pagar su vicio de alcoholismo.
El único policía de uniforme verde que resultó algo mayor que nosotros, pues era un novato también, nos atendió y nos dijo que por orden de su Jefe nos entregaban a tal ratero, al que llamó por su apodo de “Goliath” y que tenían encerrado en un calabozo portátil; según él nosotros podríamos obtener mayores informaciones de sus pequeñas fechorías.
Naturalmente me llamó la atención el sobrenombre de Goliath y que quisieran deshacerse de él. A los pocos minutos supimos EL POR QUÉ.
Era el único detenido que tenía el solitario uniformado que entró a una oficina a buscar la llave para sacar el candado. De pronto sentimos que la pequeña construcción metálica, hecha con fierros y láminas de lata comenzó a emitir sonidos tan fuertes como si dispararan. El tipo gritaba como loco “¡¡¡ Sáquenme de aquí, no soporto estar encerrado!!!”.  El Carabinero nos dijo que lo habían metido la noche anterior tan borracho que se durmió al instante, pero que ahora estaba despertando.

El caso digno de una película cómica, fue que “Chico” Guzmán se aproximó a la puerta del calabozo y le increpó que “era un gallina que cacareaba solo por estar encerrado”. Al mirar la cara al joven Carabinero, me di cuenta que ESTABA ASUSTADO; deduje que el preso era peligroso y alcancé a gritarle a Guzmán que se hiciera a un lado, porque el individuo las emprendió a golpes con la puerta metálica, intentando salir.
Por fortuna, “Chico” Guzmán al sentir el estruendo de los puñetazos y patadas que daba Goliath, se alcanzó a hacer a un lado y la pesada puerta cayó justo donde estaba segundos antes.
Cuando salió, un poco agachado para no golpear su cabeza en el dintel de la puerta, me di cuenta por qué tenía cara de temor el pobre Carabinero. El individuo era gigantesco, medía sobre dos metros de estatura; su anchura no era por ser gordo, no señor, era puro músculo; después supe que era un campeón en remar botes.
Comencé a sentirme preocupado, por favor no piensen que por temerle. Cómo diantres lo podía convencer que se tranquilizara; cuando los delincuentes no están armados no pienso en mi pistola, pero su balbuceo con voz muy ronca tenía paralizado a mi valiente compañero, que parecía un enano al lado de Goliath. Acertó a dar un par de pasos retrocediendo, el malhechor se restregaba los ojos y aspiró con fuerza el aire marino, mostrando sus enormes pectorales debajo de una delgada camisa.

Sé que esta historia se presta para burlas, pero ya he dicho que haberme criado ante tanta violencia, brutalidad y situaciones de peligro, aprendí desde niño a dominarme. Comprendí que debía ganarme de algún modo su buena voluntad para que nos acompañara sin tener que lastimarlo; hice un esfuerzo de voluntad, me aproximé y con voz tranquilizadora le di unas palmaditas en su enorme brazo, en tanto que le decía “ Ya, ya, amigo, estás libre de ese asqueroso calabozo… Vamos, vamos, te llevaremos a tu casa”.
Su voz ronca me respondió con tono quejumbroso “ Sí,sí, Jefe ( a todos los policías nos dicen Jefes), quiero ir con mi mamita”. Recién me di cuenta que una de sus muñecas estaba herida, seguramente por los latones de la puerta metálica, y sangraba.
“Veamos, amigo, esa herida”.  Extraje uno de mis pañuelos y quise vendarlo, pero llegó el joven Carabinero para demostrarme, seguramente, que no tenía miedo y procedió a ponerle pasta de ají, ignoro con qué objeto. El gigante pasó su lengua por la sangre y se comió el picante; con suavidad y voz suave le até la herida con mi pañuelo.

Aquí quiero detenerme un poco, porque cada vez que veo las esposas que cuelgan en mi dormitorio como recuerdo de mi vida policial, salta a mi memoria esta anécdota tragicómica. Siempre empleando suavidad quise esposarlo y hasta el presente estoy pasmado al ver el ancho de sus muñecas; simplemente no alcanzaban a atraparlas, eran sencillamente ENORMES, necesitaba argollas al menos un cuarto más grande, de modo que emprendimos la marcha y cada cierto tiempo le daba suaves palmadas en su enorme espalda, hablándole de lo hermosa que se veía la bahía desde ese Cuartel.

Mientras caminaba conmigo hacia la salida en busca del taxi, mi colega firmó el libro donde se dejaba constancia que lo llevábamos al Cuartel de Investigaciones.
Pero…, pero, … el conductor del taxi se negaba a aceptar a tan poco grato pasajero.
“¡Chis, usté ta´loco, este gallo me va a hacer pedazos mi taxi!”. Logré hacer que hablara nuestro gigante detenido y con su voz ronca le dijo al chofer “No se preocupe na´ señor, voy con mis amigos” y continuó relatándole que no soportaba estar encerrado y que estaba tranquilo.

A regañadientes el taxista nos llevó a nuestro Cuartel. Efectivamente, Goliath se comportó como un buen niño y hasta sonrió cuando los “ratis” salieron a ver tal fenómeno y nos trataron de enanos. Les extrañó que no lo lleváramos esposado, pero les mostré sus muñecas y, mientras nuestro Jefe conversaba conmigo porque tal detenido era peligroso y un “cacho” que podía traernos problemas, comentaban entre ellos “Carvajal está más loco que de costumbre … que nuestro prisionero tenía fama de mandar al hospital a los pescadores cada vez que se enfadaba”.
Le explicamos al Comisario que el tipo era manso como cordero, que sólo era peligroso cuando lo encerraban.
No muy convencido con tenerlo preso, el señor Recabal exclamó “ Y que Dios nos guarde. Este gallo es un riesgo”. Finalmente tomó la mejor decisión, ordenó dejarlo libre, pues se trataba de un delincuente de hurtos menores.

No puedo olvidar al tremendo gigante, que casi descalabra al “Chico” Guzmán con la puerta metálica. Aún resuenan en mis oídos las burlas de los otros Detectives porque parecíamos diminutos ante el fulano “que de un soplido nos derrotaba”. Naturalmente que de todos los motes que me habían puesto quedó para siempre “El Loco Carvajal”, con el que me conocen hasta hoy.

   

A veces la psicología es la mejor arma...

Lindo relato. Claro e interesante. Es verdad lo de la psicología, los maestros sabemos de eso para tratar con casos especiales en las escuelas.
Nilda

Una magnífica narración que nos demuestra que es mejor convencer, que vencer...