Efectos colaterales

Zaida dejó su aldea -lo que quedaba de ella tras los bombardeos- porque se había enterado de que las Fuerzas de Paz repartirían víveres en un paraje a dos días de caminata. Sus ojos negros, sombreados por el velo, expresaban determinación. Por la noche el frío del desierto la obligaba a acurrucarse detrás de unos peñascos. Envuelta en sus largas vestiduras, abrazaba sus rodillas plegadas para mantener el calor. Aún así sus dientes castañeteaban. El frío era lo de menos, se sabía expuesta al fuego cruzado o a encontrarse con hombres de su misma fe que no vacilarían en golpearla o apedrearla por haber tenido la osadía de deambular sola.
Ya no podía soportar el llanto de sus hijos hambrientos, razón más que suficiente para asumir el riesgo.
Su esposo había muerto y no quedaban hombres en la familia que pudieran protegerlos.
El campo que debía atravesar había sido minado.
No tenía alternativa, levantó un poco su túnica para ver donde pisaba, se encomendó a Alá y dio el primer paso.

Un texto maravilloso, me llevó a la escena y quizás a sentirme rodeando a la protagonista. Te felicito.

Tus comentarios son una caricia al alma.
Muchas gracias.
Abrazo.

Una realidad que ayuda a comprender que todos perdemos.

Gracias, Poesía Carnívora y Antifaz!
Sus comentarios, amén de alentarme, son didácticos.
Abrazo.