Sentir

Miércoles 4 de noviembre, una noche tan profunda, estoy mirando su oscuridad por una pequeña ventanita en el segundo piso, el sector azul, de una clínica, descubro que puedo alcanzar la última rama de un árbol. Basta con estirar suficientemente los brazos. Sin miedo a caer, está tan cerca. Siempre me pregunté qué sentirá al ser tan alto, ¿sentir? Bueno, sentir, no sé si los arboles sienten.
Hoy llovió todo el día, y yo encerrada todo el día. La noche está calma, hay una brisa que suavemente me acaricia, frescamente me acaricia, que bien se disfruta con los ojos cerrados.
Vuelvo a mirar al árbol, se me ocurre que siempre miré los árboles hacia arriba, ahora miro hacia abajo, eso me hace gracia. Es oscuro pero puedo ver sus ramas hamacarse al compás del viento que sigue siendo tan suave. Me siento gigante, como el árbol, alta, y hasta me siento verde. Ahora el árbol es negro, como la noche. Ya no llueve, sin embargo el pronóstico dice que mañana seguirá lloviendo. Y yo seguiré acá, encerrada en esta pequeña salita silenciosa tan blanca. Todo es tan blanco. Tal vez mañana esté como hoy, disfrutando de la noche sin luna, sin compañía, sin voz alguna. ¿Qué pasará mañana aparte de la lluvia prevista? ¿qué me dirá el doctor? Me siento bien. La imaginación es buena compañera, hasta parece que me trae una melodía suave y delicada con la que busca provocar mi alegría. ¿Qué pasará afuera? No se escuchan autos u otros sonidos. La ciudad duerme. Yo no. Estoy escribiendo. Me gusta escribir, tal vez mañana también esté escribiendo. Fue buena idea abrir la ventana, el viento no se cansa de entrar, como si estuviera jugando conmigo y con el árbol. Me siento parte de una extraña e inocente aventura nocturna. Qué ingenuidad. Debe ser este silencio, esta paz que me producen estas ideas locas. Si no estuviera acá, ¿dónde estaría, qué estaría haciendo? Sin duda, por algo estoy acá. Tal vez mañana el doctor al saludarme me ayude a comprender. Hoy no pienso, solo suspiro y sonrío con el viento y el árbol. Qué bien se siente, cuánta belleza hay en cada detalle de la vida. Tal vez por eso estoy aquí para descubrir la belleza de las pequeñas cosas, las que siempre estuvieron invisibles como el árbol, como el viento, como la pared blanca, como el silencio, como mi propia vida...

Saludos.

Me gusta Nilda, creo que a veces la soledad nos permite encontrarnos, pero no es muy bueno ingresar tanto dentro de ella.

es a mi opinion algo muy propio tuyo este relato, ya que menciona a un Doctor, quiza un psicologo.

yo pienso que para entender algunas partes de tu escrito hace falta haber sabido de lo que es el desvelo y la depresion; pero es claro una apreciacion personal.

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El árbol cercano a la ventanita.
Nilda