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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


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MensajeTema: NOCTÁMBULOS   NOCTÁMBULOS Icon_minitimeMiér Oct 28, 2015 3:23 pm

NOCTÁMBULOS

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Cerca del atardecer cuando el sol ya había ocultado su figura entre el caserío, me encontré caminando en dirección al centro de la ciudad. El declive de la vereda iba ofreciéndome a modo de telón abierto, un escenario donde las luces de la calle recién encendidas, anunciaban el final de aquel día. Uno más y otra noche pronta a recibirme

¿Cuántos jóvenes como yo se volcarían a esa misma hora, sobre ese mismo asfalto, con la misma plenitud, y buscando los mismos rostros que a mí me obsesionaban desde un tiempo indefinido?

Hubo un período de mi vida en que intenté evadirme de este mundo citadino, y me introduje por un impulso desesperado junto al enramaje de la naturaleza circundante. La serranía me vio ingresar con las manos abiertas. Sin escudo. Los serranos, con el mismo desamor que contemplan al soberbio paisaje que los ha cobijado desde siempre. Derribando sus bosques, picoteando sus praderas, destruyendo sus laderas nativas y arrancando de sus arroyos los cantos rodados...

Una mañana, entre los frondosos árboles “crespones” de flores violetas, que se alineaban desde mi puerta hacia el camino, comprendí que ya no palpitaba la vida y que mi tiempo propio, habíase detenido.

Pero ahora hallábame nuevamente en mi ciudad, la Córdoba de siempre, mi solar natal... De pie y ansiosa sobre una de las esquinas de sus alrededores, por el Barrio Clínicas de los estudiantes, observando con encanto al mundo de la noche bohemia, de poetas y pintores, donde comenzaba mi vida. La mía. La auténtica.

Nuevas luces se anunciaron debajo de mis ojos, por el declive en bajada, inundando la hondonada donde reposa el centro citadino. Como una cuna gigante que bañase de vida al antiguo lecho del lago milenario. Terciario y desecado. Maternal. Mar de Anzenuza sobre cuyo seno, ahora yermo, fue edificada la ciudad. Docta Córdoba, ciudad universitaria y conflictuada...

¡Década del 70!

Una brisa recorrió el ambiente y el ómnibus se detuvo a mi lado sobre Avenida Colón, y yo subí a él ocupando uno de los asientos centrales. Desde la ventanilla iba contemplando las calles obscurecidas. El silencio de las ventanas. Los automóviles donde centenares de viajeros se cruzaban en direcciones opuestas. Luego, a los escolares en su regreso al hogar.

Finalmente descendí entre las calles principales, hacia la altura del Correo donde la multitud se agolpa en las horas diurnas. Y estaba ya ¡por fin! en una nueva noche, junto al remanso de peregrinos cuyos rostros me son casi todos familiares.

Avancé. La luz de un semáforo interrumpió mi paso y un sector de la calle quedó inmóvil. En la esquina contraria reconocí una figura. A alguien que yo conociera tiempo atrás. Un muchacho. Desde lejos me quedé observándolo.

Era él... Sí, sin duda… El allí como tantas veces. Con sus cabellos revueltos. Como siempre, solitario, delgado y muy alto. Una penumbra interior envolviéndole el rostro. Ausente, aislado y sin participar del movimiento del enjambre. Aislado hasta de nosotros, sus amigos. Pero en ese momento sus ojos brillaron intensamente hacia mí y me acerqué para preguntarle:

—“¿De dónde vienes Miguel? ¿Cuánto hace que faltas de nuestra ciudad?”

—“Un tiempo— me respondió —Un tiempo áspero y torpe. Sin sentido”

—“¿Qué sitios te escondieron?”— volví a preguntarle

—“Prefiero no recordarlos. He vuelto, y al encontrarte comprendo que estoy vivo. Que no me devoraron”

Se produjo entonces un silencio habitual en cada uno de nuestros encuentros.

La calle continuaba en su tráfico y una multitud efervescente huía del atardecer, para cobijarse trémula entre paredes ¡Como si aquel límite del día fuese a impedirles la continuidad de su existencia, y un instante de indecisión pudiera convertirlos en estatuas de sal!

Pero Miguel no los vio. Se atravesaban entre nosotros con sus rostros consternados. Los anuncios luminosos reflejábanse en aquellos ojos, como personificaciones del infierno. Miguel no los vio. Ausente de todos, de la urbe creciente, de nuestra Córdoba tensa, dramatizada y politizada. Ausente del momento e incluso de mí, emprendía uno de sus acostumbrados monólogos.

Con cada palabra suya la calle volvíase más tenue y opaca, y sólo él quedaba en aquella conjunción como única imagen sobreviviente ¿O es que el mundo a su alrededor perdía luz y sentido? Creo que esto último era lo verdadero. Pero el exótico climax que él siempre forjara, era un hechizo del cual yo hacía mucho tiempo, ya me había despojado. Aún así, no pude esta vez tampoco, dejar de escuchar su impasible monólogo.

—“Me llevó una nube llena de tormenta. Quedó condensada en la atmósfera y no se descargó. Estoy solo. Pero gozo ahora con esta soledad. Nadie vale un dolor mío. Ni un esfuerzo. Ni un pensamiento. Prefieren recluirse en su locura y negar el amor. Todos se han aislado de mí”

La calle se volvió más obscura. Más cruel. Más áspera.

—“¡Cada uno de nosotros vale un pensamiento!”— le contesté con énfasis —Hace mucho que observamos tu soledad. Algunos de nosotros, tus amigos, quisimos acercarnos y brindarte un encuentro. Tal vez sólo una emoción. Quizás un diálogo breve o una caricia pasajera. Pero no nos admitiste”

—“Es posible... porque no me comprendieron”

—“Esperabas que toda la humanidad fuera detrás de ti, en pos de tu dilema, como única preocupación para numerosas vidas. Sin atender a su propio dolor”— finalicé diciendo

—“Sigues sin comprenderme ...Volví para verte, Viviana.. ¡Para verlos! Para estar con ustedes. Porque en aquella costa adonde me llevaron todo ardía. Todo se movía con locura y falsedad.”— dijo en forma patética

—“Un pensamiento tuyo, Miguel, es importante para todos, pero en especial para tu propio alimento interior”— insistí

—“Me haces bien, Viviana. Cuando te encuentro siento que me impulsas a vivir, a continuar, todo vibra otra vez dentro mío, cuando te escucho”

Había bajado la cabeza hacia mí, y su voz tornóse más serena. Pero el tráfico de la noche citadina seguía siéndole indiferente. Entonces continuó:

—“Volví para verte y lo que digo es verdadero. Retorné a Córdoba para cruzarte como siempre en alguna esquina. Para que la casualidad misteriosa nos reuniera en nuestra caminata de noctámbulos”

—“Caminemos”— le dije, pero él continuó inmóvil

—“¡Pero ya no me escuchas, Viviana!... ¿Sabes cómo quisiera encontrarte?”

—“No me lo imagino”— respondíle

—“Como el primer día en que te vi. Bajabas la escalera de aquel subsuelo donde nos reuníamos entre pláticas, poemas y caballetes de pinturas. Era invierno. Ibas erguida, solemne, lejana... ¡Magnífica!”

—“Sin amar, ausente”— le interrumpí

—“¡Estabas cerca mío! Así fue como te sentí. Eras como yo: Inalcanzable. Me deslumbraste y te amé. Con tu presencia imponente. Con tu ausencia de todos y hacia todos”

—“Sí. Lejos de cuántos me rodearan. Insegura. Distante. Pues yo volvía entonces de un autoencierro campesino, para recuperar mi identidad citadina ¡No! No era aquélla una solemnidad, como te imaginaste. Era temor”

—“¿Por qué cambiaste, Viviana? ¿Y por qué sigo yo volviendo en tu busca sabiendo que no encuentro ya, aquella aparición hermosa que me absorbió?”

Miguel se detuvo. Quedó en silencio. Sus cabellos lucían más largos, como garfios contrastantes con la finura de su rostro. Un extraño bigote rodeábale en arco la boca y sus ojos expresivos, brillante y obscuros, parecían avanzar hacia mí. Capturarme con un grito de angustia, de soledad, de necesidad de compañía.

Alrededor nuestro la ciudad extendíase invadida por la modernidad. El asfalto ocupaba el escenario de los antiguos adoquines, y las calles, aquellas mismas calles de nuestra infancia pasivas y serenas, lucían ahora el frenesí de su tráfico. La agresión de los motores. El tumulto humano. Y el deambular de juventudes solitarias como la nuestra.

.........................

Mi pensamiento se alejó del lugar adonde estábamos y me retrotrajo a Miguel, dos años antes. Lo veía pintando frente a un panel cubierto por un color violado, donde él iba colocando algunas figuras, que parecían danzar en un remolino de vida.
Era él mismo quien danzaba allí. Y cuando esa música finalizó, quedaría asombrado ante el rostro entusiasta de sus espectadores.

El mural cautivaba por el encanto de su diseño, la seguridad del trazo, la gracia del color con empaste, y unas líneas espiraladas y ágiles girando sobre el propio centro. Miguel comprendió entonces su circunstancia de danzarín, la estela donde estaba ahora colocado, y su imposibilidad de regreso hacia el seno rutinario e indolente desde donde había partido.

El fue considerado desde entonces un artista plástico con imágenes propias. Aquel panel construido con júbilo lo puso frente a su ciudad natal, y tuvo que dialogar con sus habitantes. Pero no estaba preparado en su interior para ello.

.....................

¡Un reclamo me hizo regresar de inmediato al lugar! …Y salí de mis pensamientos debido a una sorpresa. En la vereda opuesta reconocí a un viejo rostro, un anciano ya, un antiguo conductor de tranvías ¿Qué haría allí? ¿Qué haría en aquella calle? ¿Qué haría en ese anochecer? ¿Me reconocería? ¿Podría adivinar en mí a la pequeña escolar de delantal blanco, a quien él llevaba todas las mañanas hacia la Colegio Normal Carbó?

Los niños nos colocábamos en la parte delantera del vehículo, bajo su mirada, pues nuestros padres nos recomendaban con él, y allí permanecíamos bajo su custodia.

El tranvía se deslizaba a toda velocidad hacia el centro de la ciudad, y una sensación de aventura y arrojo atraía a las criaturas apiñadas a su lado ...quienes gritábamos en delirio eufórico... ¡¡¡Viva!!!

El tráfico se abría en abanico como un hechizo mágico, para abrirle paso, y ante nuestros ojos deslumbrados el tranvía avanzaba a toda máquina en su raudo camino, desde la parte alta de la ciudad hacia la baja.

Dueño de toda la calle.... ¡Como un Rey!

.................................

—“¡Viviana! ¡Viviana! ... ¿Estás conmigo, sí o no?”— me gritó Miguel con voz muy timbrada

—“¿Cómo? ... ¿Qué dices?”— respondíle sorprendida,

—“Disculpa ¿En quién pensabas?”

—“...Ohh....— me expresé yo como retornando de un sueño muy dulce —Estaba pensando en un hombre, en un personaje muy especial, que no he olvidado”— dije sonriendo para mis adentros, pero ninguna maldad anidaba en mi interior

Conocía a Miguel. El nunca podía admitir dejar de ser el centro de atención. Luego sonreí con mi boca, con todo mi ser, intenté transmitirle esa confianza que él buscara en su regreso a mí, y tomándole del brazo le sugerí:

—“Vamos a la “Cantina Azul”, allí están como siempre, todos los amigos”

Debí repetirlo varias veces. Miguel avanzó indeciso algunos pasos. Después se resistió prefiriendo quedarse allí, en el lugar adonde estábamos, en esa esquina frente al Correo. Y al final me encaminé sola hacia el sitio señalado.

El quedaba atrás mío. Con su figura elevada y fina recortada contra un fondo de anuncios luminosos, en la espesura de la noche sobre la calle cordobesa, a esa hora de inicio por caminata noctámbula. Un tumulto de gentes envolvía el escenario. Pero él estaba allí solo, ausente y aislado, con su juventud y sus ojos brillantes. Su corbata roja y los cabellos sueltos, algunos adheridos a la frente, pegados al rostro afilado, inmóviles, fijos, sin una ráfaga que los conmoviere.

En nuestra ciudad. En el centro. En el foso. En Córdoba. Estaba aquel joven. Muy solo.

Córdoba y sus dos universos. La noche y el día. Para nosotros los jóvenes bohemios, comenzaba ahora en el horario nocturno, la vida societaria. Entre luces de estrellas celestes y terrestres. Para otros, concluía, regresaban a sus hogares.

El aire se hallaba espeso, inmóvil también. No había brisa, ni arena, ni hojas, ni rocío. El tráfico que aturdía fue desapareciendo y el centro quedó por fin libre de sus motores. Silencio. Nuestra ciudad natal. Sin vientos. Sin sequía. Con su invasión de fábricas, obreros y estudiantes.

Pero nosotros solos, jóvenes, frenéticos y doloridos. Con la poesía como esencia. Con la rebeldía. Con nuestro desencuentro generacional frente a los mayores... Y yo me fui lentamente, me alejé por mi sendero entre las luces de mercurio.

..........................

Iba tranquila meditando, por caminata noctámbula, y de pronto un estampido ... ¡Una Bomba!...

Un estruendo ensordecedor convulsionó mi escenario, cayendo como lluvia a la vereda: vidrios y ladrillos ... Córdoba la Docta... Doliente... Dramatizada. Década del 70.

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MensajeTema: Re: NOCTÁMBULOS   NOCTÁMBULOS Icon_minitimeMiér Oct 28, 2015 9:07 pm

Me gusta...el describir las Cosas me...me...disfruto que me hagan ver los escenarios. La única parte que...mmm...como que no disfruté fué:

Mi pensamiento se alejó del lugar adonde estábamos y me retrotrajo a Miguel, dos años antes...

No sé, como que rompió mi concentración.
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Alejandra Correas Vázquez
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MensajeTema: Re: NOCTÁMBULOS   NOCTÁMBULOS Icon_minitimeJue Oct 29, 2015 4:29 pm

Trataremos Ocampo otra vez que no se rompa la continuación

gracias Alejandra
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Jaime Olate
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MensajeTema: Re: NOCTÁMBULOS   NOCTÁMBULOS Icon_minitimeJue Oct 29, 2015 10:35 pm

Excelente relato de noctámbulos jóvenes, recorriendo una ciudad conocida y recordando a aquellos que vuelven después de un tiempo. La vida urbana nocturna, tan diferente a la del día bullicioso.
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MensajeTema: Re: NOCTÁMBULOS   NOCTÁMBULOS Icon_minitime

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