CREPE HAWAIANO

A Valentina la estaba sorprendiendo la edad en que las mujeres se sienten declinar. A pocos meses cumpliría sus 50 años. Sin embargo, nadie creería que arribaba a esa edad: alta, de tez trigueña, caderas amplias y una fina cintura que resaltaba su busto que exhibía con mucho orgullo.
Cinco años atrás había quedado viuda y sin hijos, la pensión de su marido le permitía darse ciertos lujos. Algo ocurría en ella y se estaba convirtiendo en una obsesión: su vecino. Un hombre alto, acuerpado y de figura atlética, con unas incipientes canas en sus sienes; pero él era prohibido para ella. Él era casado y ella que era muy religiosa, no se atrevería nunca a coquetearle. Para completar se dio cuenta que se llamaba Felipe, el nombre que ella siempre quiso para un hijo suyo.
Ya sabía la hora en que él llegaba y se paraba en una ventana y detrás de la cortina lo veía cuando cerraba la puerta del auto y se dirigía a su casa. Se imaginaba la bienvenida de su esposa y no podía dejar de pensar aquello que podría suceder después.
Decidió una tarde alejarse de esa obsesión y se fue a un restaurante a comer. Pidió una deliciosa crepa hawaiana  acompañado de una copa de helado de vainilla y una taza de café para el final de la comida.
Cuando ella decidió empezar a partirlo con el cuchillo para llevarse el primer bocado a su boca, vio que Felipe se introducía en la crepa.
No podía creer lo que veía: la figura atlética de su hombre acostado dentro del creps. Terminó de comer todo y Felipe le supo a jamón, a piña y a queso. Quedó satisfecha con saber que el hombre estaba dentro de su estómago.
Cuando fue a tomar el helado, la cara del hombre sobresalía de la copa, entonces con su dedo tomó un poco de crema de vainilla quitándola de la boca sonriente de él.
Sacudió su cabeza ante semejante escena y finalmente el olor del delicioso café se convirtió en el olor de la loción de él, lo percibió un día que tropezó de frente con él, (Encuentro que ella había propiciado).
Valentina al otro día fue a buscar al sacerdote para confesar tal aberración. Y en voz baja le contó lo sucedido, terminando con esta frase:
—Padre: estoy como un volcán a punto de explotar.
El sacerdote le dijo:
—Hija acuérdate del noveno mandamiento: “No desearás la mujer de tu prójimo”.
—Si padre, ya lo sé, por eso estoy aquí, para que me de una penitencia.
—Hija mía, vende tu casa, vete de ahí, huye de la tentación.
—Si padre, pero mientras tanto dígame la penitencia y deme su absolución.
—Te apartarás de la ventana a la hora que el hombre llegue y vas a rezar  el rosario a la virgen con mucha devoción.
—Si padre —y Valentina recibió la bendición del sacerdote y se puso de pie.
A partir de ese día, ella al pie de la ventana empezó  a rezar el rosario 15 minutos antes, de tal manera  que cuando él entrara a su casa, ella continuaba rozándole, luego  se echaba la bendición para santificarse y posteriormente sacaba un lazo de debajo de su cama y se flagelaba para limpiar su pecado porque la penitencia impuesta, no lograba en Valentina acallar los latidos de su corazón ante la imagen del hombre que se había convertido en su obsesión.

Y bueno, por cosas como esta es que soy enemigo de dios. Bueno, de ese concepto que llaman dios. Hombre, le vendria mucho mejor a la protagonista un aparatito de esos que llevan pilas y que vibra en lugar del lazo. Vibra y tiene bateria? Un telefono celular? No! No me refiero a eso, me refiero a otra cosa pero en mi casto y puro teclado no puedo escribir esa palabra. Pero es un aparato que da consuelo en esas amargas horas de soledad. En fin. Despues de una larga pausa regreso a Letras y algo mas. Abrazo grandote para vos Ethel. Muy agradable lectura la que nos compartes. Enhorabuena.

Gracias Jaime y me parece genial que vuelvas Roberto, nos haces falta, como dice la canción mucha falta.

Abrazos.

Muy buen relato, amiga Ethel. Pero por sobre todo me sorprendió la originalidad de la trama. No con respecto al tema, sino de como lo planteaste para exponerlo. Muy bueno.
Un abrazo,
José

Y si, toda una obsesión y un problema que le quita la tranquilidad que podría tener.
Lindo relato.
Nilda