A VECES, me detengo y siento que estoy sin rumbo fijo. Son instantes perceptibles y extraños, como si el tiempo se detuviera y se cortara la respiración. Seguramente, la advertencia de lo que nos espera cuando dejemos de existir.
La vida tiene tantos misterios que por muy inteligente que seamos, no alcanzamos a comprender todo lo que se nos presenta. Quizás sean celajes, vuelos fugaces en los que chocan la espiritualidad con lo material.
Cerramos los ojos y sentimos que vamos a extrema velocidad por un amplio túnel donde el azul grisáceo abunda enmarcado por gruesos anillos que empatan el cilindro de tul. Flotamos y el espacio se abre inmenso para tragarnos con su luz, silencio y profundidad, mientras nos sentimos expandidos en alma y ser.
Sensaciones maravillosas, con las cuales nos compenetramos apreciando que lo que en verdad nos llena es lo sublime, lo que grita internamente que ser poeta es un don, una virtud, que la inspiración esparce rayos de brillante luminosidad para recrear la mente y llenarla de hermosos pensamientos convertidos en el eco de muchas voces mudas
Igual como nos vamos, regresamos precipitadamente, caemos en la densa neblina, fiel testigo de lo que termina de acontecer, y que ocurre unas veces despiertos y otras entre los sueños nocturnales. Abrimos los ojos y ya estamos en el mundo real que también es maravilloso según como lo apreciemos, exploremos y vivamos.
Atrás queda en la cola de un cometa el resplandor de nuestras ideas que apresuradamente, estampamos en un papel cualquiera para desgranar en colectivo el parto de un poema.
Los poetas sólo somos constantes practicantes de la fusión del humanismo con la espiritualidad, visionarios prodigiosos de lo lejano o cercano que puede estar nuestro encuentro con Dios.
Trina Leé de Hidalgo
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13 de Septiembre de 2014 a las 12:46am
