El maestro Jesús llevaba ya un tiempo predicando la buena nueva, el amor al prójimo y la salvación eterna. Cada vez más gente lo seguía, eso iba poniendo nerviosos a los ancianos judíos, la explotación del pueblo y de la fe, mediante mitos antiguos comenzaba a transformarse.
Jesus se sentía triste por el reciente asesinato de Juan el bautista. Tomó, como era su costumbre, una barca y junto a sus doce discípulos cruzó el lago Tiberiades. Se dirigía al desierto en las afueras de la ciudad de Betsaida. Al enterarse la gente comenzó a seguirlo.
Se reunió una multitud de 5000 personas. Cojos, ciegos, mudos, mancos, paralíticos, endemoniados y mucha más gente enferma. Jesus se apiadó de ellos, y empezó a curarlos. Los ciegos vieron, los mudos mudaron, los paralíticos caminaron; expulso demonios. Los cojos cojieron y los mancos, al parecer no recibieron nada, no hay registros de que haya hecho crecer una pierna o una mano.
La multitud se maravillaba y glorificaba al dios de Israel y a su hijo amado, que era el mismo o una tercera parte de él. A quien había enviado, o sea se había enviado el mismo o una tercera parte de él para salvarlos.
Cuando comenzaba a caer la tarde, Jesús reunió a sus discípulos y otra vez tuvo compasión de la gente que había venido a Él. La gente estaba en ayunas, llevaban días siguiéndolo, quiso alimentarlos. Llamó a Andrés a su lado, este le comunicó que había encontrado a un muchacho que, tristemente sólo tenía cinco panes y dos pescados, insuficientes para alimentar a toda la gente.
Jesus el cual también andaba de ayuno, apartó para si los dos pescados y ordenó a Andrés.
—Andrés hijo mío, hay que clonar los panes. Comunícaselo a los otros.
Andrés se apresuro a cumplir la orden, al primero que le dijo fue a Pedro.
—Pedro, el maestro quiere que clonemos los panes.
—Yo no soy Pedro, no conozco a tu maestro— Contestó este extrañado.
—Pedro debemos alimentar la gente— Andrés repitió suplicante —Debemos clonar los panes.
—No sé de qué me hablas, no entiendo lo que dices— Contestó ahora de manera nerviosa.
—El maestro nos lo ha pedido
—No conozco a ese hombre.
—Pero Pedro has estado con nosotros desde hace tiempo.
Entonces, entendiendo Pedro que Andrés no lo dejaría tranquilo, aceptó y decidió pasarle la responsabilidad a alguien más.
—Está bien Andrés, ya entendí, clonaremos los panes.
Fue a donde estaba Tomas y le pasó la encomienda.
—Tomas el maestro dice que clonemos los panes para alimentar a la gente.
— ¿Clonar el pan?— Preguntó Tomas incrédulo.
—Sí, clonar el pan, para darle de comer a la gente— Le respondió Pedro.
Tomas, escéptico, buscó a quien pasarle la orden. Al primero que encontró fue a Judas. Se acercó a él y le dijo.
—Judas, la gente tiene hambre, lleva varios días sin comer; el maestro quiere que clones el pan.
Judas, nervioso debido a un marcado delirio de persecución que poseía, preguntó.
— ¿Y yo porque?
Tomas sólo le dijo de manera un tanto autoritaria.
—¿Qué clones el pan?
Pero Judas no podía encargarse de hacerlo, antes debía ir a cobrar un dinero que le debían, algo así como 30 monedas de plata, con el cual pensaba comprarse un terrenito. Fue a donde estaba Juan y le dijo.
—Juan la gente tiene hambre, el maestro quiere que clonez e pan.
Juan que era quien cuidaba los odres de agua del maestro, y que de vez en cuando le pegaba sus buenos tragos, andaba ya un poco ‘’aguado’’.
—Está bien, yo me encargo.
Rápidamente fue a buscar a su dealer personal entre la muchedumbre.
—La gente está hambrienta y no tenemos comida que darles, el maestro quiere que les demos a todos clonazepam.
El dealer le pidió 15 minutos y le tendría listo su pedido, bajó la promesa de que si excedía el tiempo le haría un buen descuento. Cerraron el trato. Y justo como el dealer lo prometió, a los 15 minutos comenzaron a repartir entre la gente, a cada quien su dosis de clonazepam, como lo había ordenado Jesús.
El maestro un poco ya mas repuesto, después de haberse comido los dos pescados y cuatro panes, se sintió nuevamente fuerte y le dieron ganas de predicar y dar gracias a Dios por las bendiciones, o sea iba a darse gracias el mismo o a una tercera parte de él.
Se dirigió de nuevo hacia la muchedumbre, en el camino se topó a Juan quien le dijo que su encargo había sido cumplido y que además había sobrado una dosis para él. Jesus sintiéndose feliz, la tomó ahí mismo y comenzó así uno de sus mejores sermones.
—“El que viene a mi jamás tendrá hambre, jamás tendrá sed, dichosos quienes hayan comido de esto, porque ellos serán limpios de corazón y ellos verán a dios…”