Diferencia entre zafiedad y nobleza

El hombre vulgar acusa al prójimo y al propio destino de los infortunios; el hombre noble, sin embargo, no culpa al empedrado, al entorno, por mucho que éste tenga que ver en sus quebrantos, más bien busca (y encuentra) la falla en sí mismo y en ese autodescubrimiento introspectivo consigue mejorar como persona y, por tanto, aportar al ambiente en general ese poquito de luz que, a fin de cuentas, acaba siendo un mucho.




Adanhiel.

Esta explicación me recuerda a un dicho sufí, en el que se narra lo que tú aquí bien nombras sobre el hombre noble, pero lo que sí me impactó fueron unas palabras del pueblo Tuareg con el que tuve el gusto de compartir un tiempo de mi vida, uno de los más fructiferos y en el pude aprender mucho de esta gente, de su nobleza y de su humildad. Y estos me dijeron esta frase que la llevo grabada a fuego en mi corazón pues esa misma noche se me abrió una percepción de la vida que hasta ese mismo instante no veía, la frase fue ésta:Los Tuareg dicen que en el desierto, caminando entre la arena y el sol que quema la piel, se puede ver el alma del hombre noble y que esta vuela en la noche para convertirse en estrella del firmamento y así no perderse en el rumbo de la vida. Son grandes poetas amantes de la esencia, y del alma noble.

Que gran experiencia debió de ser la de compartir con ese pueblo nómada (cada vez más sedentarizado) de los Tuareg departiendo con ellos y escuchando con el alma las historias y dichos de su ancestral cultura tribal, de su sabiduría, aprendiendo de sus hospitalarias y descontaminadas costumbres que para nada han de envidiar las nuestras; no habrás sido la primera, ni serás la última, en darse cuenta de que, más bien, debiera de ser al contrario.

Esa frase que tanto te caló encierra una gran sapiencia: En las condiciones más adversas tanto el hombre noble como el perverso se muestra tal cual es; poesía pura esa de que el alma del hombre noble es estrella en el firmamento, punto de referencia para sí mismo y para espíritus un tanto errantes que ven en tan mágica transmutación el norte metafísico, trascendental de sus vidas. Decididamente te digo que la sabiduría no entiende de fronteras y es una cuestión transcultural de la que todos y en la que todos debemos regocijarnos.

Bienvenidos y bienhallados estos tus aportes, querida Luhema, siempre enriquecedores y que (al menos en esta oportunidad) me hacen reafirmarme en mis más profundas convicciones y, cuando no, me llevan de la mano al dúctil replanteamiento o a la honesta recapacitación.

Una vez más ha sido un verdadero placer.